Valencià
Mallorca, el refugio de Vicent Andrés Estellés

“Me sé en deuda con Mallorca y lo peor de todo es que no sé cómo podré pagarlo”. Así, simple y llanamente, Vicent Andrés Estellés proclamaba a los cuatro vientos su amor por la más grande de las Baleares. “¿Cómo se pagan determinadas delicadezas? ¿Invitando a cenar...? Oh, no, me parece que no. En el hecho de ser invitado previamente puede haber tantas finuras que difícilmente se podrán corresponder después”.
Lo hace en uno de los capítulos de su libreto de memorias Quadern de Bonaire (1985), donde también revela cómo entró en contacto con el poeta palmesano Josep Maria Llompart: “Como volvía a vivir plenamente Mallorca decidí telefonear a Josep Maria Llompart. Le di las gracias por la justa adversidad de su crítica y me consta que entonces nació entre nosotros una de aquellas amistades que nunca se extinguirán, que nunca se acabarán. Me di cuenta al colgar el teléfono”. Y así fue.
Para el poeta, vivir la isla significaba recorrer los pueblos y disfrutar de los platos típicos de las bodegas del interior, fuera con un pa amb oli o con un arròs brut. “Sentía una pasión auténtica por Mallorca”, recuerda su hijo Vicent
Vicent Andrés Estellés visitó Mallorca por primera vez a finales de los años 50. Su cuñado Marcel·lí tenía casa en Ciutat y en Santa Ponça, un pueblecito del levante donde veraneaban muchos residentes. Durante décadas, la familia Estellés se bañó en sus aguas. Ahora bien, no todo era tumbarse en la playa. Para el poeta, vivir la isla significaba recorrer los pueblos y disfrutar de los platos típicos de las bodegas del interior, fuera con un pa amb oli o con un arròs brut. “Sentía una pasión auténtica por Mallorca”, recuerda su hijo Vicent. “Necesitaba poner allí los pies de vez en cuando y a mí me pegó también este aprecio. A veces, cuando venía solo, me hacía prometer que visitaría Llompart y yo me pasaba horas, en el piso de la calle Llorenç Riber 18 de Palma, como si fuera uno más de su familia. Era muy amigo, también, de Francesc de Borja Moll padre y Miquel Àngel Riera, todos ellos, agentes de la cultura catalana”.
Publicaciones
La llamada telefónica a Llompart acabó dando frutos. Los dos poetas empezaron a tratarse y el mallorquín, quien dirigía algunas colecciones de la Editorial Moll, le propuso publicar. La primera colaboración tuvo lugar en 1970. El breve poemario estellesiano llevaba por título Lletres de canvi. Dos años más tarde sale L' ofici de demà. En este volumen, el escritor de Burjassot hace una dedicatoria a su amigo: “A Josep Maria Llompart y Encarnació Vinyes, que tan generosamente me acogieron en casa suya cierta noche de julio de 1968”.
El vínculo es ya indestructible, a pesar de que los vestigios que nos quedan son contados y las cartas han desaparecido. En la década siguiente, también vieron la luz, desde Mallorca, dos volúmenes más: Poemes preliminars y Epístola avortada al meu amic Josep Maria Llompart. Este último también forma parte del libro Vaixell de papel. Obra completa.
Parecidos y diferentes
Entre Estellés y Llompart hay muchos puntos en común, o al menos así lo considera Cèlia Riba, sobrina del poeta palmesano y profesora de literatura jubilada. “Eran dos escritores de la periferia casi coetáneos (uno nació el 1924 y el otro, el 1925). Recibieron una educación en castellano muy parecida, a pesar de que Llompart provenía de una familia acomodada y Estellés, no. Se empaparon de los mismos poetas catalanes, desde Ausiàs March a Carles Riba. Sentían que hacían un trabajo por el país y por la lengua, se admiraban y se leían”.
Sus encuentros acabaron traspasando las fronteras isleñas, sobre todo durante los años ochenta. “Coincidían en muchos actos que se hacían en Barcelona y València, ya fueran premios o veladas poéticas”, explica Riba. “A menudo los acompañaba Miquel Martí i Pol. Parecían los tres tenores”. Pero, en Barcelona, Estellés no encontraba la calidez de Mallorca. “Iba porque era la capital cultural y se sentía obligado”, asegura Vicent Andrés Lorente.

Por su parte, Pere Rosselló, autor del artículo Vicent Andrés Estellés i les Illes Balears, opina que el mallorquín “tenía una vertiente más política y social que hacía que lo llamaran para dar muchas conferencias. Presidía la Obra Cultural Balear y tenía una agenda muy cargada”. Recuerda que “había un fuerte secesionismo lingüístico que había que superar, por eso se hacían tantos actos con escritores provenientes de todo el territorio de habla catalana, una práctica que actualmente es minoritaria”.
En cuanto a la producción literaria, nos encontramos ante dos autores muy distintos. “Estellés fue prolífico y visceral. Llompart, en cambio, escribía poco y utilizando todos los recursos lingüísticos que conocía, entre estos, los arcaísmos”, explica la sobrina del mallorquín. “Seguramente, hay una parte de la poesía de mi tío más difícil de leer que la estellesiana, que estaba escrita a chorro. Por otro lado, Llompart contaba con los referentes de la Escuela Mallorquina y de Bartomeu Rosselló-Pòrcel, mientras que Estellés tuvo que picar mucha piedra. Miraba atrás y solo encontraba a March y Joan Roís de Corella. Inauguró una tradición y se convirtió él en una base para los otros. En este sentido, no tienen nada que ver”.
La batalla de València
El 9 de octubre de 1977 un millón de personas salieron a las calles de València para reclamar un nuevo estatuto. La respuesta de la derecha más radical fue la violencia y tres hombres se convirtieron en los cabezas de turco de los herederos franquistas: Vicent Andrés Estellés, Joan Fuster y Manuel Sanchís Guarner. Estos escritores sufrieron amenazas de muerte y atentados.
En este punto vuelve a resurgir Mallorca en el horizonte del poeta de Burjassot. “La isla se convirtió en un refugio para mi padre”, explica Vicent. “A veces bromeaba con Llompart y comparaban los ataques que habían recibido. Estellés le explicaba que lo llamaban por las noches y lo insultaban. Llompart se quejaba porque había aparecido una pintada en la fachada de su casa”. Pero el valenciano lo pasaba mal. “Sufría mucho. Aquí hay un lío difícil de reconducir que parece que ha vuelto, una gran ignorancia. ¿Donde se entiende que tengamos un consejero de cultura torero?”
De una opinión parecida es Pere Rosselló, que fue testigo del miedo que se respiraba a principios de los ochenta en la capital valenciana. “Participé en un encuentro de profesores. Vicenç Salvador nos vino a buscar al aeropuerto y no nos quiso decir donde se haría el acto. Lo mantenían en secreto. Pensaban que nos podían poner una bomba. Percibí un temor que en Mallorca no he sentido nunca”.
Puede ser que todo este sufrimiento unido a las dificultades económicas esculpiera el carácter cambiante del poeta valenciano. “Mi padre era sentimental, divertido, llorón y pesimista”, explica su hijo Vicent. “Vivir en València no fue fácil para él. Y necesitó un lugar donde cargar las pilas”. Lo encontró en Mallorca.
Despedidas
En enero de 1993 le dieron una noticia que lo sumió en una profunda aflicción: Josep Maria Llompart había muerto. Hacía escasos meses, Joan Fuster también había sido enterrado. Estellés dejó de respirar el 27 de marzo de aquel año.
Para la historia han quedado los elogios que toda esta gran familia de escritores comprometidos se fue haciendo a lo largo de los años, algunos tan tiernos como los de Absència i presencia de Vicent Andrés Estellés, que Llompart escribió para la presentación de uno de sus volúmenes en 1972: “El aire tímido, las ojeras correctísimas, la mirada un poco triste, un poco amarga, con una chispa de sarcasmo y otra chispa de ocurrencia, un gesto un poco cansado, (…) os decantan, a continuación, hacia la imagen del auxiliar administrativo, del contable diligente que se defiende a base de horas extras. Un contable sentimental que custodia entre las hojas del libro mayor la flor marchita que frotó los labios de aquella mecanógrafa alta de pechos”. Del nacimiento de este gran maestro valenciano se celebran, este 2024, cien años.
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