Unión Europea
Tras las huellas de Horthy: las extremas derechas de Hungría

Hasta mediados de los 2000, Hungría fue considerado como un caso ejemplar de la transformación neoliberal. Hoy el partido gobernante Fidesz controla todas las instituciones y un partido fascista ha consolidado su posición como el tercer partido más grande en el parlamento.

Jobbik
Imagen militantes del partido Jobbik, de Hungría.
8 ago 2017 13:52

Hasta mediados de los 2000, Hungría fue en general considerado como un caso ejemplar de la transformación neoliberal en Europa del Este. Sin embargo, una década después, el país se ha convertido en un modelo de los “regímenes iliberales”, donde los controles y equilibrios constitucionales ya no existen más, los medios de comunicación independientes, los sindicatos y las organizaciones de la sociedad civil son constantemente atacados por las autoridades, la intolerancia contra las minorías y los refugiados es generalizada, y donde el partido gobernante Fidesz, liderado por el inescrupuloso y despiadado Viktor Orbán, controla toda las instituciones públicas y cada vez más la economía del país. Si añadimos a esto el hecho de que el partido fascista Jobbik ha consolidado su posición como el tercer partido más grande en el parlamento húngaro, o que organizaciones paramilitares están patrullando la frontera contra Serbia, en caza de migrantes “ilegales”, el panorama ya alarmante se vuelve aún más inquietante.

Entonces, ¿que explica este cambio colosal hacia la derecha en Hungría? La rápida implosión de la democracia liberal en el país ha justamente confundido los académicos, periodistas y políticos mainstream, tanto dentro como fuera del país. Sin embargo, la mayoría de las descripciones tienden a describir el giro a la derecha en Hungría aislado de los desarrollos más amplios en la economía capitalista mundial. En cambio, este artículo argumenta que la ascendencia de una derecha autoritaria y xenófoba en Hungría, si bien tiene sus particularidades internas, es sintomático de un giro reaccionario más amplio en todo el mundo.

El cambio de régimen y el retorno de la derecha húngara

Desde la caída del “socialismo de Estado” en 1989, la derecha húngara ha adaptado diferentes formas institucionales – desde los partidos “moderados” que formaron parte de la coalición que gobernó el país entre 1990-94, a través del partido “neoconservador” Fidesz (originalmente establecido en 1988 como un partido anticomunista, liberal, el partido se desplazó a la derecha después de la implosión de la derecha en 1994), hasta diversos partidos de extrema derecha, como MÍEP o Jobbik. Dicho esto, uno de los rasgos más consistentes de la derecha húngara ha sido su exaltación explícita o implícita del régimen de Miklós Horthy, la autocracia proto-fascista que gobernó el país durante los años de entreguerras. (Recientemente, el primer ministro Orbán describió al almirante como “un estadista excepcional”, provocando la indignación de la comunidad judía húngara.) Los objetivos principales del régimen de Horthy eran dos: 1) la restauración del orden económico y político tras “el caos revolucionario” que siguió al final de la Primera Guerra Mundial; 2) la abolición del tratado injusto de Trianon y la restauración de las fronteras históricas de Hungría.

Durante los años de entreguerras estos objetivos se unieron en una ideología nacional-conservadora caracterizada por un rabioso anticomunismo y antiliberalismo, un nacionalismo irredentista, y políticas económicas autárquicas encaminadas para incrementar el crecimiento económico y promover el desarrollo de una clase dominante autóctona (no judía). Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y el establecimiento de un gobierno socialista, las ideas y movimientos de derecha fueron oficialmente prohibidos en la sociedad húngara. Sin embargo, las penalizaciones contra los colaboradores del antiguo régimen fueron muy selectivas durante el socialismo de Estado (por ejemplo, Horthy nunca fue acusado de crímenes de guerra), y cuando que el régimen de János Kádár se hundió en la crisis económica a partir de mediados de los años setenta, intentó a cooptar ideas nacionalistas para mantenerse en el poder (con poco éxito).

Desde 1989, la derecha húngara ha perseguido un prolongado Kulturkampf contra el liberalismo y socialismo “impío” y “antipatriótico”. Un intento temprano por reintegrar las ideas del régimen de Horthy en los años noventa fue promovido por István Csurka, un reconocido autor y miembro fundador del Foro Democrático Húngaro (MDF), el principal partido del gobierno derechista. En 1993 Csurka fue expulsado del partido por profesar ideas antisemitas, pero en el mismo año estableció el Partido Húngaro de la Vida y Justicia (MIÉP). El partido promovió ideas anticomunistas y nacionalistas y logró a ganar 5.5 por ciento de los votos en las elecciones nacionales de 1998 (con lo cual obtuvieron 14 miembros en el parlamento). Pero el liderazgo autoritario de Csurka en el partido, sus teorías conspiratorias simplistas y las formas anticuadas de organización política no pudieron apelar a capas más amplias del electorado y el partido no pudo alcanzar el umbral parlamentario en 2002. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo antes de que ideas ultra-conservadoras pudieran recibir una audiencia masiva en Hungría.

Como ha explicado el filósofo marxista húngaro G.M. Tamás en numerosos artículos (ver por ejemplo acá o acá), los desastrosos resultados de la reestructuración neoliberal han creado un terreno fértil para la ascendencia de la extrema derecha en Europa del Este. Después del cambio de régimen, la “nueva” élite económica y política húngara (que muchas veces era sorprendentemente parecida a la vieja) adoptó políticas económicas neoliberales, con la expectativa que estas iban a contribuir al crecimiento económico, a niveles de vida más parecidos a los de Europa occidental, y al desarrollo de una nueva burguesía nacional.
La desindustrialización condujo al desempleo masivo, a la disminución del nivel de vida y la aparición de la pobreza masiva, con casi un tercio de los húngaros viviendo bajo el nivel de pobreza a principios de los años 2000
Pero, más que un cuento de hadas, la transformación neoliberal resultó ser una pesadilla para la gran mayoría de la población. Mientras que la reestructuración económica produjo algunas historias de éxito individuales, frecuentemente involucrando exmiembros de la nomenklatura quienes hicieron fortunas en las privatizaciones de empresas estatales, se profundizaron las desigualdades de clase, raciales y regionales. La llegada de inversiones y tecnología extranjeras y la transición hacia una economía postfordista, basada en el sector financiero y empleos de bajo costo en el sector de servicios, dejó obsoletas las competencias e infraestructuras existentes. La desindustrialización condujo al desempleo masivo, a la disminución del nivel de vida y la aparición de la pobreza masiva, con casi un tercio de los húngaros viviendo bajo el nivel de pobreza a principios de los años 2000. Junto con la retirada del Estado de la provisión de programas de asistencia social, ha habido un creciente ataque ideológico contra los pobres, quienes son estigmatizados como “perezosos” e “inmerecidos” en el discurso público. La nueva cosmovisión de la clase dominante húngara fue resumida por János Lázár, un político de alto rango dentro del partido gobernante Fidesz, según el cual, “el que no posee nada, no vale nada”. Por supuesto, la reestructuración neoliberal produjo resultados similares en Europa occidental, pero en Europa oriental estos acontecimientos ocurrieron en muy pocos años, intensificando así el shock psicológico de la gente común.

A medida que los problemas de Hungría se agudizaron a partir de mediados de los años 2000, el malestar económico se transformó rápidamente en una crisis política. El apoyo público a las instituciones democráticas liberales, que en realidad nunca tuvieron mucha aprobación en la población, se marchitó casi de una noche a la otra tras las revelaciones del infame “discurso mentiroso” del primer ministro socialista Ferenc Gyurcsány en septiembre de 2006. El discurso provocó protestas masivas contra el gobierno que fueron reprimidas por la policía. Mientras que Gyurcsány fue finalmente expulsado del poder en 2009 (después de una lucha interna en el partido socialista, MSZP), la coalición socialista-liberal permaneció fiel a la lógica thatcherista según la cual “no hay alternativa” a la austeridad neoliberal. El resultado a largo plazo fue un giro radical en la opinión pública a la derecha. En las elecciones generales de 2010, Fidesz, que por entonces se había transformado en un partido neoconservador de estilo estadounidense (en parte gracias al apoyo intelectual de Arthur Finkelstein, el reconocido consultor del Partido Republicano en EEUU), obtuvo una victoria aplastante, ganando el 52,7 por ciento de los votos y una “super-mayoría” de dos tercios de los asientos en el parlamento, mientras que el partido fascista Jobbik llegó tercero con el 16,7 por ciento de los votos. Mientras tanto, el apoyo a los partidos socialistas-liberales se derrumbó, con el MSZP perdiendo más de la mitad de sus votos (de 43,2 a 19,3 por ciento), mientras que su socio menor de coalición, la neoliberal Alianza de Demócratas Libres (SZDSZ) ni siquiera logró entrar en el parlamento.

Tanto Fidesz como Jobbik representan reacciones autoritarias contra las dislocaciones causadas por el neoliberalismo. Mientras que los dos partidos son oficialmente enemigos amargos dentro el parlamento, su relación es, en realidad, altamente simbiótica. Por ejemplo, muchos de los principales miembros de Jobbik, incluido el líder del partido Gábor Vona, simpatizaron inicialmente con Fidesz, cuando el partido gobernó el país la primera vez (1998-2002), y con Fidesz moviéndose a la extrema derecha en los últimos años, en parte para ganar los votos de partidarios de Jobbik que están insatisfechos con el intento del partido de renovarse como un partido democrático cristiano, “moderado”, la diferencia política entre los dos partidos se ha vuelto cada vez más indiscernible. Haciéndose eco de la ideología del régimen de Horthy, ambos partidos promueven un etno-nacionalismo virulento, que promete proteger al pueblo húngaro y asegurar el rejuvenecimiento nacional, mientras que lucha contra todos los enemigos internos y externos. Dependiendo de la coyuntura política, éstos enemigos van desde “los políticos corruptos” y “antipatrióticos” (socialistas y liberales), los pobres “perezosos” e “inmerecidos” (los gitanos), y los “desviados” sexuales (no heterosexuales), hasta las corporaciones transnacionales “explotadoras” (como si los capitalistas húngaros no estuvieran explotando a sus trabajadores?!), los burócratas “interferentes” de la UE, y los refugiados “ilegales” del norte de África y del Medio Oriente quienes, según el primer ministro Orbán, representan una amenaza no sólo contra la soberanía de Hungría, sino también contra “la identidad cristiana de Europa”.

También en términos de política económica, hay importantes superposiciones entre Fidesz y Jobbik. Oficialmente, ambos partidos promueven políticas económicas que tratan de romper con las ortodoxias neoliberales. El gobierno de Orbán ha introducido “impuestos de crisis” sobre empresas transnacionales, “nacionalizado” el sector energético y está buscando de reorientar la economía húngara, desde los países centrales del capitalismo liberal (EEUU y Europa occidental) hacia regímenes autoritarios como China, Rusia y Turquía (quienes, según Orbán, son “las estrellas” en la economía global contemporánea). Pero a pesar de la retórica belicosa, estos no son políticas anticapitalistas. Las represalias contra las empresas transnacionales son selectivas (Mercedes y Coca Cola son bienvenidos en el país, pero Heineken no, porque tiene una estrella roja como logo), mientras que la burguesía nacional está beneficiada con subsidios estatales y reducciones de impuestos. De hecho, la diferencia más importante entre los dos partidos es quiénes deberían ser los beneficiarios de estos subsidios, con Jobbik criticando sin tregua a Fidesz por desviar los fondos de desarrollo de la UE a sus oligarcas preferidos.

¿Qué se puede hacer?

La crisis del neoliberalismo y de la democracia liberal (incluidos los partidos de la coalición socialista-liberal, quienes eran sus partidarios inquebrantables en el país) permitió la ascendencia de una derecha autoritaria y etno-nacionalista para presentarse como una fuerza política “innovadora” en Hungría. Por lo tanto, cuando Fidesz regresó al poder en 2010, Orbán prometió “derrocar el viejo sistema de oligarcas corruptos” (o sea los capitalistas asociados con la coalición socialista-liberal) y reemplazarlo por un “sistema de cooperación nacional” que iba a reestablecer el crecimiento económico y crear un millón de puestos de trabajo para 2020. Pero, siete años después, los logros del supuesto “milagro económico” húngaro han sido modestos en el mejor de los casos. Aunque las políticas económicas del régimen de Orbán han logrado devolver el país a la senda del crecimiento económico, así como reducir la deuda pública (del 80,8 por ciento del PIB en 2011 al 75,3 por ciento en 2015), bajar la inflación al cero por ciento y mantener el déficit presupuestario por debajo del 3 por ciento del PIB (¡haciendo al país un modelo de estado neoliberal!), los recursos del régimen de Orbán están disminuyendo. Los sistemas de salud pública y educación están al borde del colapso, mientras que decenas de miles de húngaros abandonan el país cada año en busca de una vida mejor en Europa occidental.

Al mismo tiempo, Fidesz está enfrentándose con una creciente crítica en la sociedad por la centralización y oligarquización del Estado. Tal como lo describe el sociólogo y ex político liberal Bálint Magyar, en el The Post-communist Mafia State, el régimen de Orbán ha sistemáticamente utilizado su poder político para enriquecerse y promover el desarrollo de una nueva y leal burguesía nacional. Si bien la corrupción no es, por supuesto, un fenómeno nuevo en Hungría, el nivel de corrupción ha alcanzado niveles sin precedentes durante el actual gobierno. La personificación de la corrupción patrocinada por el Estado bajo el régimen de Orbán es Lőrincz Mészáros, ex instalador de gas en Felcsút, pueblo natal de Orbán, que desde 2010 se ha transformado en uno de los hombres más ricos de Hungría, ganando “milagrosamente” un elevado número de licitaciones públicas para proyectos de infraestructura estatal. Cuando la revista Heti Válasz, de derecha, preguntó acerca de su rápido enriquecimiento, Mészáros afirmó que su ascenso fue principalmente el resultado de su “trabajo duro” y “astucia,” así como “la bendición de Dios, la buena fortuna y Viktor Orbán”. La modestia no parece ser una cualidad fuerte entre los nuevos ricos en Hungría.
Orbán ha intentado rechazar cualquier crítica de su gestión a través de campañas publicitarias masivas y, cuando éstas no han funcionado, culpando a los “extranjeros”
El régimen de Orbán ha intentado rechazar cualquier crítica de su gestión a través de campañas publicitarias masivas (financiadas con dinero público), recordando al electorado día y noche que “las reformas húngaras funcionan”. Cuando éstas no han funcionado, el régimen ha intentado fomentar la xenofobia y el racismo, culpando a los “extranjeros” (tal como la UE, los inmigrantes “ilegales”, o George Soros, el multimillonario estadounidense de origen húngaro), por los problemas del país. Sin embargo, las limitaciones de esta estrategia se demostraron en el referéndum antiinmigración del pasado mes de octubre, que no alcanzó el quórum (a pesar de los increíbles niveles de propaganda racista financiada por el Estado), así como en las masivas protestas contra el gobierno que estallaron a principios de este año después de que el régimen intentó a cerrar la Universidad Central Europea (una de las instituciones de ciencias sociales más prestigiosas de Europa – originalmente creada por Soros).

Entonces, ¿qué se puede hacer para detener el predominio del régimen de Orbán y la extrema derecha en Hungría? Frente a lo que, según las palabras del marxista italiano Antonio Gramsci, se puede describir como una implacable “guerra de posición” de la derecha, los partidos fragmentados de la “oposición democrática” no han podido resistir. Por el contrario, parece que se están adoptando al nuevo modus vivendi bajo el régimen de Orbán, con líderes de la oposición e intelectuales socialistas-liberales hablando de la necesidad de prestar más atención a los problemas de seguridad pública en las regiones rurales (un sinónimo respetable del “crimen gitano”), la necesidad de tomar en serio el “torrente de inmigrantes” que llegan a Europa y de que las fronteras deben permanecer valladas hasta que los húngaros se sientan seguros.

Ante la ausencia de una oposición antifascista genuina en el país, muchos han mirado a la UE, con la esperanza de que imponga sanciones al régimen de Orbán. Sin embargo, aunque Bruselas ha criticado el régimen de Orbán por su desmantelamiento de las instituciones democráticas y la retórica xenófoba en numerosas ocasiones, sigue prestando ayuda financiera a Budapest (en forma de los Fondos de Cohesión) y ha seguido impotente frente a la decisión unilateral del régimen de Orbán de erigir una valla de alambre de púas a lo largo de las fronteras de Hungría con Croacia y Serbia. De la misma manera, se ha especulado mucho en los medios acerca de que la canciller alemana Ángela Merkel está perdiendo la paciencia con las políticas autoritarias de Orbán, pero hasta ahora el CDU-CSU ha seguido apoyando a Fidesz en el Parlamento Europeo (donde están sentados juntos el Partido Popular Europeo, EPP).

Por ahora, parece obvio que para que se produzca un cambio progresivo en Hungría, se necesitará el crecimiento de fuerzas internacionalistas y solidarias dentro el país. Hasta entonces, la sombra de Horthy cubrirá cada vez más a la mayor parte de la sociedad húngara.

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