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Una de las principales atracciones del reciente festival de cine de Cartago, celebrado en la capital de Túnez, fue el estreno de la película La belle et la meute, de la comprometida directora Kauzer Ben Hania. Basada en una historia real sucedida en 2012, el filme cuenta la lucha por la justicia de una joven tunecina víctima de una violación ante la reacción hostil de buena parte de la sociedad. La obra llega pocos meses después de que el Parlamento aprobara una ley integral contra la violencia de género, pionera en el mundo árabo-islámico, y que constituía una vieja demanda de las asociaciones feministas del país.
“Es una ley histórica. Ahora lo importante es que se aplique de veras”, explica Ben Hania, que se muestra optimista respecto a la situación de las mujeres en el país magrebí. “Ya ha cambiado, y más que lo hará en los próximos años”, agrega. De su tercera película, la cineasta destaca la metamorfosis de la protagonista, que en una sola noche pasa de ser “una joven despreocupada a una ciudadana consciente de sus derechos”. Toda una metáfora de la transformación que han experimentado muchas mujeres tunecinas después de la revolución de 2011.
A pesar de que el régimen dictatorial de Ben Alí presumía de ser un campeón de la defensa de los derechos de las mujeres, la realidad más bien es que explotaba la cuestión de género para blanquear ante Occidente una cruel represión de cualquier disidencia. Si las mujeres tunecinas gozaban de más derechos que en otros países de la región era por la aprobación en 1956 de un nuevo código personal. Ben Alí nunca se propuso transformar la mentalidad patriarcal y conservadora de la sociedad tunecina. De acuerdo con un estudio realizado en 2010, más de la mitad de las tunecinas declaraba haber sido víctima de agresiones físicas y, sin embargo, el país solo disponía de un par de refugios para mujeres maltratadas.
“Contar con una ley que castiga todas las violencias, incluidas la políticas, económicas y psicológicas, es un progreso enorme”, explica Monia Ben Jamai, presidenta de la Asociación Tunecina de Mujeres Demócratas (ATFD, por sus siglas en francés), la histórica entidad defensora de los derechos de las mujeres. El texto recoge importantes avances en diversos ámbitos y satisface las ambiciones de las organizaciones de la sociedad civil. Entre las principales novedades, la supresión del infame artículo 227 bis del Código Penal, que permitía al violador de una menor evitar una pena de cárcel si se casaba con la víctima. Uno de los aspectos que suscitaron un más largo debate en el hemiciclo fue la cuestión de la edad de madurez sexual. Finalmente, se amplió de los 13 años de la legislación actual a los 18 años.
Otro importante avance es la tipificación como delito del acoso sexual, una epidemia en este país magrebí. Según un reciente estudio, un 53% de las mujeres han sido víctimas de una agresión física de tipo sexual en el espacio público y un 78% de una agresión verbal. “Siempre evito utilizar el transporte público en hora punta, ya que facilita los tocamientos, o bien si llevo una falda o ropa ceñida. Los comentarios y las miradas sucias son constantes, e incluso alguna vez alguno se masturba frente a ti”, explica Yosra M'Barek, una estudiante universitaria.
Las organizaciones feministas laicas, como la ATFD, han desempeñado un rol clave en la consecución de este hito histórico. Sin embargo, recientemente, contaron con un inesperado aliado. Se trata de una nueva generación de mujeres del partido islamista Ennahda, comprometidas también en la ampliación de los derechos de las mujeres. Uno de sus más mediáticos exponentes es Saida Ounissi, secretaria de Estado de Formación Profesional. A sus 30 años, es la gobernante más joven de la historia de la República tunecina.
“Si fue posible aprobar esta ley, de gran importancia para la mujer tunecina, es porque convecimos a los dirigentes de nuestro partido para que la apoyaran. Cuando Ennahda apoya una ley, sale adelante”, afirma con una gran sonrisa de orgullo. Tras la escisión del laico Nidá Tunis, vencedor de los comicios de 2014 y al que pertenece el presidente del país, Ennahda pasó a ser la fuerza política con más diputados en la Asamblea de Representantes.
El ascenso de Ennahda, que ganó las primeras elecciones libres en 2011, hizo realidad los peores temores de las asociaciones feministas laicas. Los halcones dentro del movimiento islamista, que ostentó el Gobierno hasta 2013, se declararon a favor de deshacer el camino andado respecto a algunos derechos concedidos a las mujeres después de lograr la independencia. No obstante, la sociedad civil se movilizó en la calle, y consiguió que la Constitución estableciera de forma explícita “la igualdad de derechos entre hombres y mujeres”.
La secretaria de Estado discrepa sobre el papel del islamismo en esta cuestión. “No es cierto el esquema según el cual la izquierda defiende los derechos de las mujeres y el islamismo los niega. Aquí casi todos los partidos son conservadores. La verdadera batalla para el avance de las mujeres no es entre partidos, sino en el seno de cada uno de ellos”, espeta Ounissi.
A la flamante ley contra las agresiones machistas, le siguió otro hito histórico: Túnez se ha convertido en el primer país árabe en autorizar el matrimonio interreligioso a las mujeres musulmanas. Hasta ahora, este era un derecho reservado a los hombres, que sí podían casarse con mujeres de otra religión. La medida fue anunciada en el mes de agosto por el presidente Beji Caïd Essebsi junto a otra iniciativa para aplicar la igualdad de sexos en la herencia. Sin embargo, esta última se encuentra aún en fase de estudio, ya que requiere de una reforma legal y ha suscitado una gran polémica entre los sectores más conservadores, que argumentan que viola la sharia o ley islámica.
La apuesta del presidente tiene un marcado carácter electoral, pues se produce en la precampaña de las elecciones locales, en las que su partido, Nida Tunis, quiere marcar distancias frente a Ennahda, su incómodo aliado en el Gobierno nacional. Sea como fuere, es evidente que el advenimiento de la democracia y la integración del islamismo en las instituciones no ha conllevado un retroceso en la situación de las mujeres tunecinas. De hecho, el camino parece abonado para nuevos avances.
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Llamar revolución a cualquiera de las primaveras Árabes te convierte en un propagandista.
Lo que dices es evidente. Los pueblos árabes o ucraniano son absolutamente incapaces de organizarse para resistir a sus tiranías locales. Solo los blancos europeos somos capaces de hacer tal cosa y de detectar conspiraciones de Soros en la otra punta del mundo. Por mucho que no sepamos ni árabe ni ruso y nos de pereza leer cualquier cosa en Inglés, nosotros tenemos mentes antimperialistas mucho más preclaras que las de esos pobre pueblos cegados por sus costumbres atábicas y bárbaras.