Opinión
Las vacaciones no son para todas: la realidad de la pobreza encubierta en España
Cerca de 580.000 niños de entre seis y 13 años que se quedan en casa este verano en España.

Ana vuelve a quedarse sola en casa, como cada verano, viendo a sus padres marchar a trabajar en sus empleos precarios. No paran, pero tampoco tienen recursos para que su hija pueda realizar alguna actividad o irse de vacaciones. Incluso tienen serias dificultades para mantener bien alimentada a Ana, debido a la escasa remuneración que obtienen.
Como Ana, hay cerca de 580.000 niños de entre seis y 13 años que se quedan en casa este verano. Una situación de pobreza que se amplía a una buena parte de la población, especialmente ahora que nos encontramos en periodo estival y hay quien no puede permitirse ni siquiera unos días de vacaciones.
Según las cifras macroeconómicas, la crisis que comenzó en 2008 ha quedado atrás. Sin embargo la realidad es tozuda, en Europa casi un cuarto de la población sufren pobreza, y en España esta cifra alcanza el 27.9%, un 4,1% más que al inicio de la crisis, solo por detrás están Grecia y Chipre.
En España el 27,9% de la población sufre pobreza, un 4,1% más que al inicio de la crisis, solo por detrás están Grecia y Chipre
Con un elevado índice de trabajo temporal y precario, más del 30% de los españoles son mileuristas, y, según datos del INE, más del 15% de la población activa está en situación de desempleo. La situación de vulnerabilidad afecta también a los pensionistas. Más de 3 millones, el equivalente al 32,6% del total, cobran por todas sus pensiones menos de los 8.200 euros anuales que delimitan el umbral de la pobreza, según un informe de los Técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha). Además, los mayores de 65 años son el único grupo de edad en el que aumenta la tasa de pobreza.
Los indicadores del riesgo de pobreza o exclusión miden lo que se llama la carencia material severa; esto es sufrir al menos cuatro situaciones de esta lista: no permitirse comer carne o pescado al menos cada dos días, ser incapaz de mantener la vivienda a una temperatura agradable, retrasos en el alquiler o la hipoteca, no tener coche, lavadora o televisión, no poder ir de vacaciones ni una semana. Con los datos que acabamos de contar, permitirse, no ya unas vacaciones, sino un rato de ocio es cuanto menos una quimera.
Las prestaciones sociales en nuestro país tienen un menor impacto en la reducción de la desigualdad, es decir, no ayudan suficientemente a las familias con rentas más bajas. Hay muchas prestaciones que se encuentran en valores por debajo del umbral de la pobreza, y existe un elevado número de hogares (cerca de los 800.000) que sólo cuentan con las rentas mínimas de inserción como único ingreso como medio de subsistir.
Por eso es necesario dejar de poner tiritas en un brazo roto. Es imprescindible que no existan rentas por debajo del umbral de la pobreza, equiparadas a la Carta Social Europea, y reformar la Ley de reordenación integral del sistema de prestaciones no contributivas de la Seguridad Social con el objetivo de mejorar su cobertura, establecer con más claridad el ámbito de sus prestaciones e introducir nuevos ámbitos de protección para acabar con las lagunas de cobertura que se detectan en nuestro sistema.
Es esencial que caminemos hacia una renta básica para todas, que nos sirva como método para abolir la pobreza y reducir las desigualdades, como método de lucha contra la carestía del trabajo, como base para construir derechos humanos y tener un desarrollo sostenible.
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