Opinión
Banderas de humo
Me consta que nos cansa el burdo juego de la mía es más larga y que estamos indignaditos de tanto acudir a las urnas para no acudir a las armas.

Parece que la cosa va de banderas. Las que mandan fabricar los de Vox tamaño XXL, la catalana como prenda de vestir, la del aguilucho del nieto de Franco cubriendo el féretro del Abuelísimo. Los españoles somos muy de banderas: la del Orgullo, la de la II República o la de Más País con el rostro de Errejón, que parece una mala imitación de la Sábana Santa. Pero por mucha cobertura morbosa que le den algunos medios a la lucha entre Jedis banderiles, la mayoría de nosotros estamos preocupados por otros asuntos de los que intentan distraernos con tanto ir y venir los estandartes de colores.
Me consta que quieren hacernos olvidar que lo personal es político, que nos interesa mucho que nuestra microhistoria, la que no sale en los libros de texto, termine bien de una vez por todas. Me consta que nos cansa el burdo juego de la mía es más larga y que estamos indignaditos de tanto acudir a las urnas para no acudir a las armas. Me consta que seguimos siendo un país del que todos hablamos mal absurdamente, como si fuéramos observadores extranjeros: “este país no tiene remedio”, “la gente es boba”. Un detallito: nosotros somos la gente y con nuestros actos diarios conformamos nuestro país. Nos ha tocado nacer aquí y tenemos que ponernos las pilas para que no nos distraigan con banderas de humo que los políticos utilizan para ocultar la miseria de nuestros sueldos y pensiones o intentar borrar la poca voluntad de emplear fondos públicos para nuestros hospitales, escuelas o residencias. Que eso sí que es para salir a la calle y liarla parda, estamos retrocediendo en derechos y nos tuercen nuestra necesidad de vivir de una forma digna mientras ellos se llevan la pasta en maletines a Suiza, pasándose las banderas por el forro de sus chaquetas intercambiables.
Francamente, queridos, a mí me importa un bledo que el paracaidista del día de las Fuerzas Armadas cayese sobre una farola, más allá de solidarizarme con la vergüenza que da el ir a por todas convencidísmo y fallar por un problemilla de cálculo (a todos nos ha pasado en nuestra vida privada alguna vez). También me importan un bledo los detalles absurdos sobre si el féretro del dictador cabía o no cabía envuelto en tela en el helicóptero, para mí ya fue.
Lo que realmente me gustaría es que nos dejásemos de chascarrillos de Arévalo, de ridiculizarnos los unos a los otros, de juzgarnos banalmente. Lo que me gustaría es que tuviéramos por fin la oportunidad de salir del embrollo y conseguir no ser manipulados constantemente, menos Gran Hermano y más escuchar, leer y aprender, menos cachondeo y más diversión de la buena. Para eso nos haría falta, como diría Paquita Salas, “un poquito de visión”. A ver si lo conseguimos, españoles. A por ello primero y luego, ya si eso, que cada uno, en la intimidad de la república independiente de su casa, haga lo que quiera con la bandera del Atleti, la pirata, la de Japón o la de su pueblo, a mucha honra, mientras sea en son de paz.
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