Tecnología
Transformación digital de la educación, una historia material

Es difícil redirigir la apisonadora de la digitalización porque es enfrentarse a los gigantes que dominan el mundo, que a su vez solo nos muestran una parte de él a través de la red.
Valdepeñas - 6 Colegio

¡Apaga la luz! Es frecuente ir apagando luces por las aulas y pasillos de los centros educativos para evidenciar lo concienciados que estamos ante la necesidad de cuidar el medio ambiente. A esta práctica se añade cada vez con más contundencia la idea de que evitar hacer fotocopias, trabajar en un entorno virtual o utilizar un cuaderno digital es más ecológico a la par que nos muestra como docentes competentes y conocedores de las nuevas metodologías de enseñanza. Este presumible beneficio viene unido al supuesto mayor alcance y más eficiencia del trabajo cuando se sustituyen las herramientas materiales por digitales, que también son materiales, aunque interese esconder esa parte.

El sistema educativo español, junto con otros organismos públicos, está inmerso en un plan de transformación digital masiva subvencionado por la Unión Europea. Mejorar la accesibilidad, desarrollar la capacidad de hacer frente a los retos de la sociedad actual y afrontar con éxito el cambio social y económico del país son algunas de las premisas que estructuran parte del plan estratégico Next Generation, enmarcado en el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de España, con una dotación económica de 3.593 millones de euros para el Plan Nacional de Capacidades Digitales, de los cuales 1.412 millones de euros son para Transformación Digital de la Educación (TDE). Sucede a menudo que depositamos demasiadas esperanzas en las inversiones en los servicios públicos. Este es un caso en el que el aumento de dotación económica para la transformación digital del sistema educativo no está exento de dejar huella en el planeta y en nuestras vidas.

Lo digital es materia

Hablamos de espacio digital, web, fibra óptica, como si fuera algo etéreo, volátil. Internet son cables, antenas, centros de conmutación, servidores, son materia. Su existencia depende de materiales que hay que producir y distribuir, con el consiguiente consumo de energía. Los satélites también están ahí y las antenas pueden verse en las azoteas de los edificios. Frente a la apariencia invisible e inalámbrica de lo digital dependemos cada vez más de los cables. Cada día aumenta el número de cables que pasa por las alcantarillas de al lado de nuestras casas, pegados a las vías de los trenes (16.000 km de fibra óptica a lo largo del tendido ferroviario de ADIF), ¡hasta debajo del agua del mar! Microsoft y Facebook lideran los nuevos cables submarinos que están suponiendo un grave impacto medioambiental si tenemos en cuenta además que los países están interconectados por fibra óptica instalada en la superficie de los fondos marinos. Uno de los cables transoceánicos más reciente es de 6.600 km, el cable Marea de Telxius (Telefónica) une la costa española de Vizcaya desde Sopelana con Virginia Beach en Estados Unidos, donde en la actualidad se halla la mayor concentración de Data Centers del mundo. Estos edificios son inmensos Centros de Procesamiento de Datos que albergan gigantescos equipos informáticos y electrónicos, servidores-búnkers, imprescindibles para que podamos recibir y enviar información a través de nuestros móviles, tabletas y ordenadores.

A la producción de todo este material, cada vez más necesario porque cada vez nos hacen más dependientes de lo digital, hay que sumar la producción de todos los dispositivos que manejamos. Pensemos en el material que entre profesorado, alumnado y centros educativos acumulamos al cabo de los años. Probablemente cada persona haya cambiado un par de veces de móvil, se hayan renovado los portátiles, varias pizarras digitales, etc. En 2022, más de cinco mil millones de smartphones acabarán en la basura y en los hogares europeos se acumulará un promedio de 5 kilógramos de aparatos electrónicos desechados, fruto de la sobreproducción del sistema capitalista. Todos estos materiales forman parte de la basura electrónica que cada año supone millones de toneladas que acaban precisamente en los países que menos producen, que menos emisión de CO2 tienen, en países no pobres, empobrecidos, como Ghana, donde hay auténticos vertederos electrónicos que acumulan basura tecnológica para posteriormente ser quemada, contaminando su tierra, su agua y su aire.

Enviar un correo electrónico, usar una plataforma educativa, reproducir un vídeo en clase o hacer una búsqueda en Google también emiten CO2, tanto más cuantas más imágenes, archivos adjuntos o usuarios interconectados estén

Además, la huella de carbono no acaba con la producción de todos estos dispositivos e infraestructuras necesarias para el intercambio de datos, el proceso de digitalización no contamina solo en la producción y con la basura generada. Navegar por internet no es inocuo, también produce CO2; los servidores que funcionan 24 horas necesitan estar refrigerados constantemente. Enviar un correo electrónico, usar una plataforma educativa, reproducir un vídeo en clase o hacer una búsqueda en Google también emiten CO2, tanto más cuantas más imágenes, archivos adjuntos o usuarios interconectados estén.

La enseñanza de las ya no tan nuevas tecnologías debería empezar por aquí y no por el uso intuitivo e inducido del “click” para satisfacer unas necesidades que son creadas y que están en constante cambio, pero para eso primero es necesario conocer la parte material de esa realidad que damos por supuesta e indiscutible.

Los datos son mercancía

Datos, datos y más datos. Volúmenes ingentes de datos es lo que también permite la digitalización. Desde los organismos públicos generamos datos que se almacenan en servidores que ni están cerca ni son de nuestra propiedad sino de grandes corporaciones dirigidas por personas con un salario y un patrimonio tan inmenso que aunque quitásemos unos cuantos ceros a la cifra seguiría siendo una barbaridad.

La Consejería de Educación y Deporte de la Junta de Andalucía firmó un convenio de colaboración con Google Ireland Limited en 2020, al igual que se ha firmado en otras comunidades autónomas. De esta forma, tanto el profesorado como el alumnado dispone de una cuenta para poder acceder a la G Suite, esto es, Gmail, Classroom, Drive, Meet, etc. y trabajar en un entorno digital, por ahora gratuito.

El uso exponencial de la tecnología y la implantación a pasos agigantados de la digitalización en la educación abren la puerta a empresas que bajo la apariencia de servicio gratuito recogen una cantidad inmensa de información de la que pasan a ser propietarias

El uso exponencial de la tecnología y la implantación a pasos agigantados de la digitalización en la educación abren la puerta a empresas que bajo la apariencia de servicio gratuito recogen una cantidad inmensa de información de la que pasan a ser propietarias. Google almacena bajo cláusulas de confidencialidad los datos y contenidos de todos los usuarios, pero que nos asegure la confidencialidad no quiere decir que no pueda procesar información sobre cómo trabajamos, cómo nos relacionamos, cuáles son los tiempos empleados, los temas de los que hablamos o buscamos información, etc. Todos hemos experimentado cómo nos aparecen sugerencias de búsqueda o publicidad sin posibilidad de elección. Hemos normalizado que esto es así y estamos tan acostumbrados a que nuestros datos estén en la red que ha dejado de preocuparnos; está instalada la idea de que no hay alternativa.

El trasvase de información sobre nuestras vidas no solo proviene de las acciones propiamente académicas a través de plataformas educativas, pues la necesidad de exhibirse constantemente en las redes sociales también ha penetrado en el sistema educativo bajo el mandato de que “lo que no se muestra no existe”. Como sucede con Facebook o Instagram, los datos son de su propiedad y también pueden comercializar con ellos. La idea de venderse como mercancías atraviesa el currículum de la escuela, algo que ni siquiera esconden las últimas leyes educativas.

Un asunto de condiciones laborales

A las personas que desde nuestro ámbito laboral intentamos mostrar las fisuras y grietas de dinámicas incuestionables se nos sitúa en una posición tradicional, anclada en el pasado como contraposición a lo nuevo, en el todo o nada del uso de las tecnologías, una dicotomía que evita el debate. Si la digitalización está sirviendo a la sociedad para que todos tengamos una vida mejor es la pregunta que hay que hacerse.

Porque si de verdad nos facilita el trabajo y podemos hacer nuestras tareas con menos esfuerzo y tiempo podríamos trabajar menos horas. Si digitalizar el sistema educativo está haciendo que nuestras alumnas y alumnos estén aprendiendo más y mejor tendríamos que verlo reflejado de alguna forma. Convertir la herramienta en fin en sí mismo imposibilita hacernos estas preguntas.

La asunción sistemática de toda novedad digital per se es menospreciar el trabajo que se lleva realizando durante años y que quizá venía funcionando, pero se impone lo nuevo sin valoración alguna por el mero hecho de serlo. Cualquier cuestionamiento a esta tendencia te traslada a una posición inferior como docente. Prueba de ello son las escalas utilizadas en el Plan de Transformación Digital de la Educación en Andalucía en la que el profesorado y los centros educativos son categorizados “al peso”, esto es, por la cantidad de recursos digitales que se manejan. A día de hoy no supone ninguna prima o reducción de salario pero no es difícil anticipar que estas prácticas importadas de la empresa privada pretenden situarnos en una escala donde unos están por encima de otros.

La digitalización de los ámbitos laborales está generando un estrés añadido a la jornada laboral. Cada vez son más los datos que hay que registrar y los correos, plataformas o gestión de documentos a los que hay que atender

La digitalización de los ámbitos laborales está generando un estrés añadido a la jornada laboral. Cada vez son más los datos que hay que registrar y los correos, plataformas o gestión de documentos a los que hay que atender. El proceso de transformación digital nos lleva a multiplicar las tareas y aunque puede restar algo de tiempo a las que veníamos haciendo estas no solo no se eliminan sino que también posibilita un incremento de otras. Esta sensación de no poder atender a tanto requerimiento y la presión por tener que estar en constante formación en nuevas tecnologías son probablemente compartidas con muchas compañeras y compañeros de trabajo.

Sin embargo, hay una parte de la relación con los mismos que también se está digitalizando, ya casi no hablas personalmente, mandas un mensaje. Pueden parecer detalles, pero la suma de estas acciones hace a las relaciones diferentes.

La conexión constante ha provocado que el lugar y el horario de trabajo no estén del todo acotados, lo que implica que el concepto espacio-tiempo de trabajo pueda ocupar cualquier situación de nuestra vida. Gracias a la digitalización, dar respuesta a una cuestión laboral puede realizarse en cualquier momento o de forma simultánea con otras, como dar clase o cambiar de aula, ocupando incluso los momentos de descanso y ocio que también pueden ser utilizados para trabajar digitalmente. Ante esta evidente situación, se responsabiliza al propio trabajador de ser él el que tiene que aprender a desconectar digitalmente, a gestionar las notificaciones, a distribuir sus tiempos de trabajo en casa o a separar lo importante de lo que se puede dejar para mañana. Elecciones que no son tales pues el trabajo se va acumulando en el tiempo de no conexión. En cualquier caso, se proponen medidas individuales a problemas colectivos que no rompen con estas dinámicas aplastantes.

La transformación también es la del pensamiento y el desarrollo cognitivo

La transformación del pensamiento y el desarrollo cognitivo del alumnado y del profesorado es igualmente preocupante. La defensa de la digitalización utiliza como argumento recurrente el rechazo a unas clases magistrales que hace tiempo dejaron de ser habituales y pronto dejarán de existir porque vamos a estar incapacitados para ello.

El papel que el profesorado juega en la escuela tiene más que ver con registrar datos y explorar las posibilidades tecnológicas que con ser alguien que tiene algo que enseñar

Pronto será impensable ser capaz de sostener un discurso o mantener la atención durante una hora. Hay que realizar cambios constantes de estímulos audiovisuales para supuestamente hacer atractivo el aprendizaje, quedando la figura del profesor convertida en gestor de recursos digitales. El papel que el profesorado juega en la escuela tiene más que ver con registrar datos y explorar las posibilidades tecnológicas que con ser alguien que tiene algo que enseñar. No importa tanto si transmitimos el conocimiento de cada materia porque pareciese que la herramienta es el conocimiento en sí mismo.

Las mal llamadas nuevas metodologías en muchas ocasiones solo ofrecen un cambio de formato: hacer un examen tipo test con una aplicación, unir con flechas arrastrando el dedo o la opción surrealista pero común de explicar un concepto concreto con un vídeo de otro profesor a través una pantalla. Sin embargo, el desarrollo del pensamiento no es el mismo cuando interviene la psicomotricidad de la escritura, cuando se requiere de la memorización o cuando las palabras salen de una boca y no de un altavoz. Son facultades que las clases sociales más altas tienen claro que no quieren perder. No es de extrañar que en las escuelas de Silicon Valley las pantallas estén limitadas, se priorice el juego al aire libre y el aprendizaje sea con cuadernos, lápices y pizarras. El concepto de “brecha digital” en algunos aspectos se está invirtiendo y acaba siendo un lujo poder prescindir de la conexión digital.

Resulta curioso que para paliar los daños sufridos por la pandemia, el Plan de Recuperación contemple una inversión en educación basada en la digitalización. Los efectos del confinamiento y las clases telemáticas quedaron más que evidenciados: carencias en las capacidades cognitivas, secuelas mentales y falta de socialización entre otros.

Después de que toda una sociedad tuviese claro que niñas y niños debían volver con sus compañeros y sus profesores a las aulas, el plan es invertir en digitalización y no en personal. Actualmente las familias padecen también la imposibilidad de desconexión de sus hijas e hijos a las pantallas, ya casi no pueden estudiar ni hacer tareas sin el móvil al lado, y no por el deseo individual sino por el propio sistema de enseñanza-aprendizaje.

Es difícil redirigir la apisonadora de la digitalización porque es enfrentarse a los gigantes que dominan el mundo, que a su vez solo nos muestran una parte de él a través de la red. Poner encima de la mesa estas cuestiones, que forme parte de los contenidos que enseñamos a nuestras alumnas y alumnos, es fundamental. No les hablemos solo de nubes imaginarias, utilicemos la imaginación para pensar que las cosas pueden ser de otra forma. Saber que “lo que no se nombra existe” es fundamental para conocer lo que nos une y no pasa por un servidor de Google.

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