Sudáfrica
Milisuthando Bongela: “Los blancos no reflexionan acerca de su blanquitud”
Milisuthando Bongela (Transkei, 1985) no es una cineasta al uso; en primer lugar, porque ni siquiera ella se considera así. Estudió Periodismo y trabajó como editora en diferentes proyectos porque, como ella misma indica, “los negros no estudian cine”. Su ópera prima, que lleva su propio nombre, Milisuthando, es una pieza original; un documental que funciona a modo de ensayo y que aporta una nueva perspectiva a un tema que suele abordarse siempre desde una misma mirada.
Invitada por la también escritora y cineasta Tsitsi Dangarembga en el marco de la residencia artística de esta última en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) y dentro del D’A Film Fest, Milisuthando Bongela trabaja a partir de la intimidad, lo doméstico, lo interpersonal, las heridas y el imaginario en torno al apartheid. La posibilidad de ‘otro’ relato nace rodeada, aún, de miedos y preguntas por contestar.
Esta otra historia surge del interrogante al perpetrador, a quien hoy día continúa disfrutando de unos privilegios arrancados de las manos de otros hace décadas. Bongela no pone el foco sobre lo que ocurrió entonces, sino sobre lo que ocurre ahora; estudia y desgrana cómo los pilares que sostuvieron y transmitieron los fundamentos éticos del régimen del apartheid continúan presentes en la sociedad sudafricana actual.
Crecer en en el Transkei
En 1976 se creó en Sudáfrica el estado de Transkei, una especie de experimento político ideado por el gobierno del momento en que sólo convivía población negra. Milisuthando Bongela creció en las fronteras de este Estado-ilusión bajo las promesas de una independencia que nunca llegó.
El experimento, que materializaba el sueño blanco de una segregación efectiva, hizo que Bongela y los que allí vivían no fuesen conscientes del régimen de apartheidque los tenía segregados. Es a través de la vuelta a la historia de ese Transkei en el que se crió y con la ayuda de sus recuerdos personales y sus experiencias, que Bongela articula una serie de preguntas a su alrededor. Su archivo personal funciona como un hilo conductor, como un narrador que coge la mano del espectador para acompañarlo a una conversación con los ancestros.

Milisuthando fue presentada, en 2023, en la sección oficial del Festival de Cine de Sundance y seleccionada para abrir el New Directors/New Films del MoMA ese mismo año. Actualmente prepara su segundo largometraje de la mano del Center For the Less Good Idea, fundado por William Kentridge.
Con la cineasta hablamos de los ocho años que ha tardado en hacer esta película, de las nociones que adquiere su propia voz dentro del metraje, de las heridas aún abiertas y de convivir con el dolor propio y del otro. Bongela habla sobre las formas que adquiere el miedo cuando creces en circunstancias extremas y explora la ansiedad, la culpa y la vulnerabilidad propia y de aquellos y aquellas que la rodean. Qué hacer con la memoria de nuestros ancestros? ¿Cómo habitar(se) en un lugar que ya no existe? ¿Cómo huir de la rabia y el rencor?
En 2018 trabajabas en una redacción, pero decidiste dejar tu trabajo como periodista y editora y centrarte en lo que se convirtió en un proyecto de vida: Milisuthando. En alguna ocasión has dicho que no creaste una película, sino que liberaste “un relato”. ¿Cuándo te das cuenta de que puedes aportar una nueva mirada sobre un tema tan manoseado como el apartheid?
Antes de ponerme con el documental, trabajaba como periodista y como bloguera, sobre todo, escribiendo acerca de la industria de la moda. Nunca pensé que podía ser cineasta porque durante el apartheid a las personas negras no se nos permitía ir a la escuela de cine. En 2014, decidí hacer un corto sobre las mujeres negras y la identidad que les da el pelo afro, después de tener una pelea con una amiga que insistía en alisarme el pelo. Entrevisté a varias amigas negras durante varias horas y todas ellas tenían alguna historia relacionada con su cabello y su autoestima. Puro apartheid y colonialismo. Hablamos sobre cómo el sistema racista ha afectado a las personas negras no solo en lo material, sino también en la percepción que tienen de ellas mismas. Hablamos de esa sensación que tenemos de siempre intentar mejorar.
Durante los primeros años pensé que estaba haciendo una película sobre el pelo. La presenté en un festival de cine y alguien me dijo que ya se habían visto muchos documentales sobre el pelo afro. No era una historia nueva. “Todo el mundo sabe que las mujeres negras tienen problemas con su pelo, ¿qué tiene de diferente tu historia?", me preguntaron. Y me animaron a pensar en otra cosa. Tenían razón; así que empecé a darle vueltas al origen de ese odio por mi pelo. “¿Dónde he aprendido a odiarme?”, me preguntaba. Pronto tuve una respuesta: en las escuelas a las que fui; en las escuelas para blancos a las que fuimos los negros después del apartheid.
Sabemos que el apartheid fue algo muy negativo, pero ¿hemos llegado realmente a entenderlo?
Y de eso va tu película, precisamente. No del apartheid, sino de lo que vino después.
Quería hablar sobre nosotros, la primera generación de niños enviados a escuelas para blancos después de 300 años. ¿Cómo fue ir allí? Pasaron cosas buenas: la gente era amable y encontrabas amigos, pero también hubo mucho abuso racial extremo contra los niños y las niñas negras. Nada de eso se ha documentado, básicamente, por una razón: aún nos encontramos en esa situación. Y así fue como encontré lo que quería contar.
“El racismo vive en los detalles”, dices en el documental.
El racismo en Sudáfrica puede haber terminado en el ámbito legal y en el político, pero sigue presente en los corazones y la memoria de la gente. Pero, ¿cómo explicar esto? Cuando pensamos en el apartheid, nos vienen a la mente imágenes de hombres peleándose, armas y protestas en las calles; no pensamos en el impacto psicológico que tuvo o tiene en los niños y niñas; sobre las ideas que se nos inculcan. Me interesaba hacer una película centrada en la psique, el cuerpo, los espacios femeninos y los espacios domésticos; porque me interpela mucho el papel de las mujeres durante el apartheid. ¿Qué hay en la leche que les dan las mujeres blancas a sus hijos e hijas que les hace creer que son superiores? Quería encontrar un punto de referencia en los sentimientos que me invadían, y que no solo eran míos: había millones de personas que se sentían así. Las preguntas que me hacía fueron cambiando. Del “¿dónde aprendí a odiarme?” pasé a preguntarme sobre mis orígenes. Yo empecé a ir a las escuelas para blancos cuando tenía nueve años. “¿De dónde vengo, me preguntaba?”. Yo soy del Transkei, con lo cual nunca tuve conciencia del apartheid hasta que empecé a ir a esas escuelas, donde también nos mezclábamos con población blanca. Pensé: “¿Por qué no se habla de esto? ¿Por qué no se enseña nuestra Historia? ¿Y por qué, cuando pensamos en el apartheid, solo pensamos en la historia de Soweto o en Mandela?”. Hay otra historia. Y ahí surgió la gran pregunta: ¿entendemos realmente la magnitud del apartheid? Sí, sabemos que fue algo muy negativo, pero ¿hemos llegado realmente a entenderlo?
En el documental intentas dar respuestas a todas esas preguntas a partir de tu archivo personal, tus memorias y el diálogo con tu entorno.
Me costó ocho años dar respuesta a algunas de estas preguntas; también tardé en saber cómo contar la historia. Al principio quería hacer un documental clásico, al estilo John Pilger; pero pronto me di cuenta de que no quería ser una voz de autoridad. Explicar cosas sobre el apartheid no hacía que se entendiese qué había sido el apartheid. No entendía muchísimas cosas, como, por ejemplo, por qué la gente negra aceptaba ciertos postulados. ¿Por qué continuamos trabajando para los blancos? ¿Por qué despertamos cada día a sus hijos, les vestimos para que vayan a la escuela y les cocinamos? ¿Por qué no les pusimos veneno en su comida y matamos al enemigo? ¿Qué les hicieron a nuestras mentes para aceptar esto? ¿Qué hizo que los blancos aceptaran todo este sistema? Eran preguntas dolorosas, pero me ayudaron a comprender la naturaleza de los seres humanos y a comprender por qué actuamos contra nosotros mismos. Empecé a descifrar los mecanismos de los que se sirve el Estado y cómo éste destruye a la ciudadanía.

Háblame de la vida en el Transkei.
Mi abuela solía hablar mucho sobre el Transkei. Cuando terminó el apartheid, el Transkei quedó en el olvido: nadie hablaba de él, había desaparecido como región. De hecho, hay mucha gente, incluso de Sudáfrica, que no sabe ni qué es, o que solo conoce la región como destino vacacional. En el Transkei vivían muchas personas rurales pobres, pero también fue un Estado independiente durante 18 años. Y no fue el único. También lo eran Ciskei, Venda, Bofutatsuana o Lebowa. Teníamos pasaporte y bandera propia, fronteras, un himno nacional. Todo eso dejó de existir de la noche a la mañana. Las banderas y los pasaportes se tiraron al río y pasamos a ser parte de Sudáfrica. El sistema de pensiones desapareció y eso siempre ha sido algo que ha preocupado mucho a mi abuela. El nuevo gobierno le quitó la pensión tras estar toda la vida trabajando como maestra en el Transkei. Tenía una relación de amor-odio con Mandela. Fue hablando con ella y preguntándole cuando tuve más información sobre lo que era el Transkei y lo que había significado.
A Europa y a Estados Unidos les encantan las historias de africanos hablando de lo terribles que son sus vidas, del hambre que tienen, de lo pobres que son, del desplazamiento
Hay una escena especialmente potente que es cuando tu abuela te advierte de que no quiere ver a gente que no sea negra por casa.
A mi abuela no le gustaba que tuviésemos parejas no negras, porque habiendo crecido en el Transkei, ese era el pensamiento: creía que no necesitaba gente de fuera, gente que no fuera xhosa [grupo étnico sudafricano]. Ni siquiera le gustaban las demás tribus negras. Solo le gustaba la gente xhosa, no le gustaban los blancos o los indios. Y en eso consistía el apartheid. En mi propia familia, mi abuela no era necesariamente consciente de que estaba siendo racista, porque yo he ido a casa con gente no xhosa y ella siempre se ha mostrado muy acogedora. Es algo contradictorio, pero imagino que así es el ser humano. Su actitud, sin embargo, me hizo comprender cómo esto también sucede en las familias blancas. El apartheid respondía a un esquema, porque la gente no es inherentemente mala: se hace que piensen de determinada manera.
Y ese es uno de los enfoques originales de tu película.
Estaba harta de que el apartheid fuera sinónimo de gente negra desplazada que lloraba por el trauma, que sufría. A Europa y a Estados Unidos les encantan las historias de africanos hablando de lo terribles que son sus vidas, del hambre que tienen, de lo pobres que son, del desplazamiento. Todo esto es cierto, pero hay que ir al origen de los hechos y al contexto; y eso es lo que siempre he perseguido con este documental; ir más allá del “no tengo tierras porque los blancos me las quitaron; mis hijos murieron porque los soldados blancos les dispararon”. En lugar de eso, quise desviar la mirada hacia la sociedad blanca, porque, al fin y al cabo, el apartheid es su creación. Es su problema. Es su invención. Y son ellas, las personas blancas, quienes principalmente se beneficiaron de él. Nunca nos preguntamos: “¿Por qué pasó esto?”. Por otra parte, me interesa de manera genuina qué piensa y qué siente la gente blanca sobre el apartheid. Siento curiosidad, porque me falta conocimiento.
Llevamos años hablando de la lucha de las personas negras y, a pesar de que siempre se puede aprender algo, creo que sé lo suficiente sobre qué significó el apartheid para los negros y las negras. Ahora en Sudáfrica nos mezclamos mucho: compartimos escuelas, restaurantes, clubes y demás. Cada vez que nos reunimos, los negros hablamos sobre esto [el apartheid] y yo me pregunto si los blancos se reúnen para hablar de los negros. Y, de ser así, ¿en qué términos? ¿Hablan del apartheid? Nosotros nunca empezamos a hablar del apartheid, simplemente es algo que surge.
En una escena, preguntas a tus amigas blancas cómo ven su blanquitud. Una de ellas te responde: “La blanquitud no se ve a sí misma. Te guían para que no te veas a ti misma. No ves tu posición. No ves tu poder, que está inscrito en los espacios sociales de tu cuerpo”.
Hace años que me pregunto: “¿Qué piensan [los blancos] sobre esto?”. De hecho, la pregunta es: “¿Llegan a pensar sobre esto?”. Porque nosotros hace años que reflexionamos sobre nuestra negritud. ¿Reflexionan los blancos sobre su blanquitud? Pues lo cierto es que no, no lo hacen. Siempre he tenido una curiosidad genuina sobre qué piensan los blancos después de 30 años del apartheid, y cómo es el diálogo con sus antepasados. En las familias, ¿les hablan a los hijos e hijas sobre esto? ¿Les explican a sus hijos por qué ellos son ricos y los negros son pobres? ¿Hablan de sus antepasados? ¿Cómo lidian con lo que significa ser blanco en Sudáfrica y en el mundo ahora mismo?
Quise desviar la mirada hacia la sociedad blanca, porque, al fin y al cabo, el apartheid es su creación. Es su problema. Es su invención¿Y lo hacen?
No. Hay quien continúa negando el apartheid; no en el sentido de lo que sucedió, sino en sus responsabilidades como colectivo. La gente blanca funciona con la idea de que cada persona es un individuo. En la sociedad blanca, las personas son individuos. Si yo soy un individuo, ¿cómo voy a responder por lo que hizo mi abuelo? ¡Yo no estaba allí! Eso es una mentira descarada, porque todos y todas vivimos conectados. No puedes apartarte de lo que hicieron tus ancestros. En Sudáfrica, los blancos continúan negando la conexión entre la generación presente y la generación pasada. Eso es algo que también aparece en el documental, cuando cuestiono a mis amigas blancas sobre este tema. Por otra parte, hay mucha vergüenza y bajo esa negación se esconde mucha culpa y la vergüenza. Pero es una culpa blanca, y se expresa y se manifiesta dentro de los marcos de la blanquitud.
¿En qué sentido?
No profundiza lo suficiente como para comprenderla y reconocerla como algo real. Creo que, en muchas ocasiones, la gente se avergüenza de sentir vergüenza. La gente se siente avergonzada por hacer sentir mal a alguien. Dicho esto, la vergüenza es una emoción muy peligrosa, y por eso la mayoría de la gente evita enfrentarla. Por eso resulta complicado salir de la dinámica racista de víctima-agresor, porque las personas blancas no son capaces de abordar esa vergüenza. Creo que deberían hacerlo en sus propias comunidades, por supuesto, pero también ante las personas negras; porque algunas cosas solo pueden salir a la luz en presencia de alguien diferente a ti. Si esas reflexiones solo se dan entre iguales, se llega a un punto ciego: no hay nadie que diga: “Esto es lo que no ves de ti mismo que yo sí veo”.
Tú pones este relato frente a tus amigas blancas, de hecho.
La razón por la que hablo con ellas sobre esto es porque creo que las conversaciones con uno mismo limitan mucho. Enfrentar el discurso del otro es algo bueno y creo que es algo que debe suceder. Ese tercer espacio es necesario. Betina [una de las amigas que aparece en el documental] reconoce que nunca ha hablado de su niñera Violet, que era negra, y reconoce su racismo. Yo también he sido racista conmigo misma. De hecho, para yo poder soltar y procesar algunas cosas también necesito conversar con gente blanca, porque los problemas no se resuelven solo comentándolos entre amigos.
Hay quien continúa negando el apartheid; no en el sentido de lo que sucedió, sino en sus responsabilidades como colectivo. La gente blanca funciona con la idea de que cada persona es un individuo
Recuerda a las controversias que surgen en los espacios feministas respecto al diálogo con los hombres.
La cuestión no es si queremos o no crear esos espacios con los hombres. Tenemos que preguntarnos por nuestro dolor, nuestra ira. A veces hay la sensación de que si hablamos con los otros, con el que está enfrente, aceptamos sus ideas, o les perdonamos. Esto no es así. Quizás ‘perdón’ no sea la palabra correcta; ni siquiera creo que se trate de perdonar. Creo que está relacionado con mostrarse vulnerable ante el otro. Creemos que es peligroso ser vulnerable, confiar en las otras personas acerca de lo que realmente sentimos. La idea de ser tan vulnerable como para admitir tus sentimientos o admitir que necesitas a los hombres, es difícil de asimilar. Queremos actuar como si no nos necesitáramos, y esto no es así. Nos necesitamos muchísimo los unos a los otros. Y lo mismo ocurre con los negros y los blancos. Debido al maltrato y al racismo histórico, los blancos han creído que no necesitan a los negros y se han comportado en base a esta premisa. Pero lo cierto es que Europa fue creada gracias a África: sin África no habría edificios elegantes, calles limpias, paz u orden; porque casi todo esto proviene de la mano de obra, el dinero y los recursos africanos. Tenemos que hacer desaparecer el mito de que los blancos no necesitan a los negros y viceversa, porque los negros también necesitamos a los blancos. Y esto es complejo de admitir: imagina la vergüenza de tener que reconocer que necesitas a tu opresor. No se trata solo de exponer los hechos y señalarnos los unos a los otros. No basta con apuntar hacia el problema, hay que trabajar en él desde el aquí y el ahora. Se trata no sólo de reconocer la herida y el dolor, sino de encontrar ese tercer espacio donde podamos crear un lenguaje que permita vernos mutuamente, de maneras diferentes. Eso requiere una vulnerabilidad extrema.
Son conversaciones muy crudas las que estableces con las personas blancas que aparecen en el documental.
Estaba muy enfadada; y ahí se ve cómo articulo mi propia vulnerabilidad, mi ira, mi tristeza, mi vergüenza. La gente blanca no entiende que los negros les tenemos miedo. Podemos sonreír y ser amables, pero existe un miedo profundo, y hay una razón por la que tenemos ese miedo. No es que seamos débiles, es porque conocemos la Historia que hay detrás de nosotros. En la gran mayoría de ocasiones no queremos reconocer ese miedo, así que nos pasamos la vida fingiendo.

¿Y cómo trabajar ese miedo, o no, al blanco? En la película se sienten esa ira de la que hablas y el miedo, pero también la necesidad del diálogo.
En el documental hay mucha ira, porque yo sigo enfadada por muchos motivos. Sin embargo, debajo de la ira se encuentran diferentes sentimientos, como la tristeza, el miedo y el dolor: y esto tiene su origen en sentirse incomprendida y excluida. La ira es un instrumento, sin embargo, importante. Lo que sucede es que en muchas ocasiones nos quedamos atrapados en este sentimiento, que es muy potente, sexy y poderoso. Es un sentimiento, además, muy típico de la masculinidad. Creo que la ira femenina es muy diferente a la masculina, porque existe de forma subterránea, y porque se expresa de manera distinta. En la película quise profundizar y ver qué había debajo de esa ira.
¿Y qué encontraste?
La decepción de no ser querida. La mayoría de veces que la gente se enfada es por eso. “¿Por qué no me saludaste? Eso me hirió. ¿Por qué me excluiste?”. Somos animales y vivimos en manada, nos movemos en grupos; y no nos gusta que se nos excluya. Para mí, esto es lo que está en el centro de la ira; el no ser amado lo suficiente, el no ser correspondido. Nosotros amábamos a los blancos, conservábamos esa parte de humanidad. Pero no éramos correspondidos. Los blancos en Sudáfrica nos robaron las tierras para dárselas a sus nietos, porque amaban a sus hijos. Yo les digo: “Si amaran a sus hijos, no les habrían dado la carga de sus crímenes”.
Hay otra escena muy potente en la que te cuestionas por qué las personas negras que trabajaban al servicio de los blancos no los mataron, pudiendo haberlo hecho.
Nuestros antepasados nos amaron y por eso no los mataron; para que nosotros no tuviésemos que cargar con esa culpa. Los blancos mataron a muchísimas personas, les quitaron sus tierras, quemaron sus cultivos y a sus bebés, los esclavizaron en nombre del amor. Eso no es amor. El amor, en mi lengua, mi cultura y mis tradiciones, es la fuerza que nos mantiene vivos. Y en última instancia, eso es lo que soy, porque yo tengo lealtad a esta idea, al concepto de Ubuntu, que es la filosofía y los valores en los que me criaron. Si Ubuntu me dice que necesito hablar con mis amigos y que debo dirigirme a ellos con cariño, es lo que hago, incluso si estoy enfadada.
No puedes apartarte de lo que hicieron tus ancestros
¿Hay posibilidad de construir puentes, hay espacio para el diálogo en estos tiempos convulsos en los que vivimos?
Me abruma pensar en lo que está sucediendo. Si miro a mi alrededor: Estados Unidos, Israel, Gaza, Turquía… Me atoro. Creo que vivimos con una sobrecarga de imágenes e información y eso hace que nos hundamos en la depresión y el estrés. Mirar hacia mi alrededor me impide actuar, porque me hundo en el dolor, el trauma y la desesperanza. Siento que no puedo hacer nada. Así que intento pensar que vamos a salir de esto. Como artista y como narradora, sé que contribuyo a la manera de pensar de la gente sobre ciertos asuntos, así que tengo mucho cuidado de trabajar y respetar quién soy y mis valores, pero sin que eso me abrume. Intento concentrarme en la realidad y las relaciones que me rodean. Si cedo al miedo, a la ira y a la rabia, me siento mal. Por otra parte, no dejo de pensar que el mundo depende de nosotros, de quienes lo habitamos, a pesar de que, históricamente, las élites poderosas nos hayan manipulado. Considero que el cambio empieza en nosotros mismos y en la relación que establecemos con nuestros cuerpos. Y de ahí surge cómo nos relacionamos con la gente que nos rodea. Hay que salvar y reparar la relación con el otro. El fascismo nos ha hecho olvidar que, como seres humanos, no podemos existir los unos sin los otros. Nos necesitamos desesperadamente, pero quieren convencernos de lo contrario.
¿Ubuntu?
En Sudáfrica, durante muchos años, la sociedad se construyó a partir del ámbito relacional y familiar. Allí implementamos una ingeniería social basada en la relación entre hermanos, hijos, padres, vecinas, comunidad. El clan. Cuando el clan está bien, la comunidad también lo está. Y en consecuencia, la nación. Por eso, lo primero que hicieron [los blancos] fue separar a las familias. Ahora, 400 años después, vemos cómo la destrucción de esas relaciones familiares está llevando a la destrucción del planeta. Hay que recuperar el diálogo con uno mismo, con la familia y el entorno; pero también con nuestros antepasados. Mi trabajo como artista consiste en sanar a los antepasados, porque solo así conseguiremos sanarnos a nosotros mismos.
Algunas heridas son difíciles de sanar, y el trauma se transmite de generación en generación. Esto es algo que abordas en el documental: “Mi trauma es el de mis ancestros, el de mi historia, el de mi comunidad y el de mi país”.
El trauma se hereda, claro, y muchas de las heridas que tenemos no son nuestras. Yo creo que hay una manera más femenina de habitar la vida y de sanar, de recuperar la fortaleza; y para mí, en parte, esto es lo que significa el feminismo, intentar vivir de otra manera.
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