Protesta
            
            
           
           
Somos naturaleza defendiéndose 
           
        
        El pasado 7 de octubre tuvo lugar en Madrid una acción no violenta de desobediencia frente a la crisis climática y ecológica que cortó varias arterias principales de la ciudad. Nos lo cuenta en esta crónica personal, desde un profundo latir de sentires, Nadia Barrasa, integrante del movimiento Extinction Rebellion Spain que, junto a 2020 Rebelión por el clima, convocaron la protesta.
El 7 de octubre el despertador sonó un poco antes de lo acostumbrado. Los meses de preparación de la que ha sido la segunda oleada de la rebelión, una movilización en defensa de la vida, se materializaron en forma de un sonido estridente que también puso en marcha a miles de personas. Cada una de ellas había memorizado su papel y con ese texto en mente, Madrid se fue poniendo en marcha para dar vida a la que ha sido la mayor actividad coordinada hacia un frente común: dar la voz de alarma a la Emergencia Climática y Ecológica.  
Para algunas, es el calor excesivo en las noches en el pueblo, para otras es el llanto del Amazonas, la gota fría, las cosechas muertas o el propio futuro de sus hijos. Todas convergieron el lunes 7 de octubre a  las 9.00 horas en el puente de Raimundo Fernández Villaverde, en pleno corazón de Madrid. El bloqueo empezó con el amor y la furia depositados en cada acción, las cadenas, que instantes después anclaban el barco en el centro del puente, resonaban a su paso inyectando una melodía conjunta a las pisadas, los suspiros, los tubos, y los cuerpos entrelazados que quedaban sentados, y unidos. 
Una vez establecido el bloqueo, el color y los cánticos inundaron el asfalto. “No somos violentos”. “No hay planeta B”. “Esto lo hacemos por vuestra hijas”. Fueron algunas de las consignas que allí se cantaban, una tras otra, mientras la policía comenzaba a llegar. El ambiente era tan diverso como las personas que allí estaban. Lágrimas de adrenalina, de furia, de alegría, que conjugaban un sabor agridulce, con las sonrisas, los apretones de manos que tranquilizaban, y devolvían a la realidad. Todas formaban piña, y cuando la policía comenzó a desalojar y a soltar manos y cuerpos, siguieron en presencia y en comunidad.  
Se oían voces amables conversando con la policía, se oía el cansancio de la misma, procedente del costoso trabajo de trasladar el bloqueo. Mientras se desalojaba a las personas, las cámaras y los periodistas allí presentes fueron apagados, con orden de bajar del núcleo de la acción. Con el apagón, se sucedieron más retenciones y 3 detenciones. La acusación: resistencia y desobediencia. Desobediencia ante unas reglas que matan 150 especies diarias, que endeudan a cada instante a jóvenes, niños y futuras generaciones, masacran a comunidades enteras y contaminan el agua, el aire y la tierra de la que dependemos y somos parte. Uno de los últimos en caer fue el barco rosa que presidió la acción junto a las personas unidas por tubos de metal a él.  
Una acción con dos ases
Pero la acción tenía dos ases. Media hora después del comienzo del bloqueo en el puente, cientos de personas descargaban, distribuían y montaban todo tipo de materiales de un camión parado en frente del Ministerio para la Transición Ecológica. Se formaron cadenas humanas que llevaban tiendas de campaña, muebles, sofás, pinturas, cacerolas… Hasta puntos concretos previamente distribuidos que compartimentaban el espacio delimitado con decenas de banderas, en secciones temáticas. Se estaba creando un festival por la vida, en el que cada detalle estaba pensado y cada espacio tenía un destino común. Llegaba la policía, algunas de las personas que habitan esos uniformes miraban atónitos la escena, cada minuto una pieza más cubría el césped y entre los árboles comenzaron a surgir las pancartas gigantes: “Actuad ahora” o “Somos la naturaleza defendiéndose”.
Las primeras horas se vivieron de manera tensa debido al riesgo de desalojo inminente, pero el campamento comenzó a organizarse, se establecieron vías comunicativas entre todas las personas allí presentes, y de manera orgánica empezó el funcionamiento y los protocolos ante posibles situaciones. Empezaron a llegar todas las personas de apoyo, con toda su fuerza entraron en el campamento. Poco después, el bloqueo del puente confluyó en el tumulto y cuando ambas partes de la misma acción se vieron, los cánticos se escucharon tan alto que todo vibró y se formó un círculo con las manos levantadas, a la par que informaban de que no había desalojo y la policía se llevaba los furgones.
El movimiento empezó a palparse en forma de listas de necesidades, carpas, carteles explicativos, medicación en el botiquín y comida en la cocina. La primera cena fue un cous-cous con salsa de curry que se disfrutaba en cada rincón del jardín. Grupos reducidos y dinámicos se esparcían y llenaban de conversaciones y emociones compartidas el aire.  
El campamento sirve como base neurálgica de actividades, bienvenidas, y lazos. Establecer lazos para seguir luchando contra las reglas y la parálisis que nos exterminan y ahogan. Vínculos que parten de la aceptación de ese objetivo y esas exigencias comunes y básicas para nuestra supervivencia: decir la verdad sobre el estado de emergencia en el que vivimos, acción con políticas vinculantes, drásticas, y duraderas, y puesta en marcha de instrumentos ciudadanos participativos de supervisión y garantía del cumplimiento de las medidas. Vínculos que se mantienen además por los principios de inclusión, respeto y dignidad de toda persona participe. 
Extinction Rebellion es relación, esfuerzo, respeto y acción. Es darse cuenta de que el granito de arena que individualmente podemos aportar debe estar contextualizado en un querer cambiar común. Es saber que hay una alternativa posible, que crece exponencialmente bajo el lema del respeto de los límites de nuestra casa y del querer construir a base de aceptar la diversidad y el cambio, en vez de utilizarlo como polarizador y destructor de la vida.  
Amor y furia, nos vemos en las calles. 
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