Tecnología
            
            
           
           
¿Nos salvará la tecnología?
           
        
        La fe tecnológica impregna nuestra cultura y, por ende, el sistema educativo. Por eso, conviene reflexionar sobre las certezas “tecnoentusiastas” que nos transmite el marco cultural que caracteriza al mundo moderno. Frente a la idea suicida de que “algo se inventará in extremis”, la autora nos recuerda la importancia de generar procesos colectivos para priorizar hacia donde destinamos los recursos escasos. Esto será necesario para poder desarrollar una tecnología que no altere las leyes básicas de funcionamiento de la vida, que genere justicia  social, que no concentre poder, que huya de los intereses corporativos y que pueda ser universalizable. 
 
Nunca hemos vivido mejor que hoy gracias a la tecnología. La tecnología solucionará todos nuestros problemas. No se puede detener el progreso tecnológico. La tecnología es neutral, depende de cómo se use. No podemos poner límites al desarrollo científico y tecnológico. Los países subdesarrollados son aquellos que no tienen tecnología.
Estas son afirmaciones que oímos habitualmente. En nuestro imaginario la tecnología se percibe como buena en sí misma y está exenta de una mirada crítica. ¿Nos salvará la tecnología? es el título de una propuesta didáctica en el marco del proyecto 99 Preguntas y 99 Experiencias del Área de Educación de Ecologistas en Acción para reflexionar sobre las certezas “tecnoentusiastas” que nos transmite el marco cultural que caracteriza al mundo moderno.
No hay nada que no tenga un doble filo. Sin embargo, la fe tecnológica impregna nuestra cultura y, por ende, el sistema educativo. Cuando se les plantea a los niños y las niñas que dibujen cómo piensan que será el mundo en el futuro, representan un mundo con coches volantes, pantallas gigantes en tecnicolor o personas vestidas con ropas metalizadas. Unos dibujos que no suelen mostrar un ápice de naturaleza y en las que no hay espacios para la articulación comunitaria.
¿Qué tecnología será posible en un contexto de escasez?
Esta imagen distópica del futuro no pasa un mínimo filtro racional teniendo en cuenta la realidad que asoma de la mano de la crisis ecosocial en la que estamos inmersos. ¿Qué tecnología será posible (y deseable) en un contexto de escasez? Esta pregunta nos hace cuestionar la posibilidad de un desarrollo tecnológico ilimitado dentro de un planeta de recursos y sumideros finitos. La tecnología compleja demanda gran cantidad de energía y materiales. Sólo para fabricar un ordenador se necesitan 1500 kg de materiales, 1.500 litros de agua, 240 litros de combustibles y cientos de minerales diferentes. Imaginemos el total de recursos de los millones de aparatos electrónicos que se usan a escala global. Imaginemos todas las minas a cielo abierto y yacimientos que se explotan para conseguir las materias primas. Imaginemos los camiones y barcos de mercancías que los transportarán por el planeta generando emisiones y vertidos de fuel. Imaginemos también las condiciones de semiesclavitud en la que estos recursos se extraen, son ensamblados o son “tratados” en vertederos tecnológicos en países empobrecidos.
Este modelo tecnológico se desarrolla a espaldas de la evidencia del pico del petróleo, del pico de los minerales, de la emergencia climática o del expolio de los ecosistemas que llevan a la sexta gran extinción de especies. La emergencia ecológica en la que estamos inmersos debería imponer la cordura y plantear colectivamente si es oportuno destinar las materias primas escasas para paneles solares o para naves espaciales; para promover la agroecología o para sintetizar pesticidas y transgénicos que dañan la vida; para aparatos de diagnóstico médico o para drones con fines militares. En definitiva, apostar por la vida digna para todas las personas, y del resto de los seres vivos, en una situación de merma de recursos y sumideros colapsados.
¿Qué problemas importantes resuelve la tecnología?
La fe tecnológica nos conduce a la idea suicida de que “algo se inventará in extremis” para la solución de los problemas que nos acucian, aunque no existan evidencias de que eso vaya a ser así.
Generar nubes y enterrar gases de efecto invernadero para reducir la emergencia climática; reproducir linces en laboratorios o generar bancos de semillas para frenar la hecatombe de la biodiversidad; introducir cultivos transgénicos para solucionar el hambre en el mundo. Sin embargo, los estudios científicos y la lógica nos dicen que las soluciones tecnológicas distan mucho de ser la solución a la crisis ecosocial en la que estamos inmersos y nos alejan de las verdaderas transformaciones que necesitamos tales como dejar de quemar combustibles fósiles, cerrar los ciclos de materiales o decrecer en la esfera material a escala planetaria con criterios de justicia y redistribución. Para ello, la principal herramienta que tenemos es el empoderamiento colectivo. No parece que exista ninguna máquina que consiga articular comunidad, ni cohesión social, sino más bien todo lo contrario. Sin embargo, ¿por qué creemos que la tecnología solucionará todos nuestros problemas?
Es frecuente usar el término tecnología en singular para referirse al conjunto de todas ellas. En sintonía con el concepto de megamáquina que desarrollan Lewis Munford y Jerry Mander, la era tecnológica actual supone un entramado de enorme complejidad y ubicuidad. Una tecnología que influye en la sociedad y que modifica nuestras conductas. Esto ha conducido a la sobrevaloración de la tecnología y ha impedido una reflexión profunda sobre qué necesitamos como sociedad. Además, ciertas tecnologías debido a su uso intensivo y complejidad, son la causa principal del creciente agotamiento y degradación de los ecosistemas del planeta, del deterioro de la vida en la Tierra.
Conviene en este punto comentar que no queremos transmitir una crítica a la totalidad de la tecnología, sino más bien una reflexión colectiva de algo que nuestra cultura no cuestiona. Hay muchos tipos de tecnología diferentes entre sí, desde un botijo, a un servidor de la NASA o una ametralladora. Es evidente que algunas tecnologías suponen un incremento de la calidad de vida de las personas y son beneficiosas, pensemos por ejemplo en muchos avances médicos, en los aerogeneradores o en la máquina de coser.
Una tecnología para el bien común
Por lo tanto, nos podemos preguntar, ¿y si decidiéramos democráticamente la tecnología que necesitamos? Se hace necesario generar procesos colectivos para priorizar hacia donde destinamos los recursos escasos con el objetivo del bien común. Una tecnología que no altere las leyes básicas de funcionamiento de la vida, que genere justicia  social, que no concentre poder, que huya de los intereses corporativos y que pueda ser universalizable. 
El paradigma tecnológico tiene un papel central en nuestro mundo y es necesario replantearlo con criterios de justicia social y sostenibilidad ecológica. Este es el objetivo de la propuesta didáctica que hemos elaborado desde el área de educación ecológica de Ecologistas en Acción.
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