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Personas refugiadas
El refugio a la deriva
El 2024 ha comenzado fuerte en materia anti-inmigratoria. El 8 de febrero los representantes de los Estados miembros de la Unión Europea dieron luz verde al acuerdo con el Parlamento Europeo sobre el nuevo Pacto sobre Migración y Asilo. El 10 de abril fue la votación en dicho parlamento, quedando finalmente aprobado, y el 14 de mayo el Consejo de la UE adoptó el nuevo pacto. Fuera de la Unión Europea, pero dentro de Europa, el parlamento británico aprobó el pasado 23 de abril una ley que permitirá expulsar a Ruanda a personas que hayan entrado de manera irregular en su territorio.
A nivel mundial el panorama no es muy distinto. La migración y el refugio se convierten en armas arrojadizas en elecciones presidenciales, políticas de presión y sobre todo herramientas utilitaristas, donde las vidas humanas cada vez importan menos. Este 20 de junio, día mundial de las personas refugiadas, llega con un refugio más a la deriva que nunca.
Un breve recorrido por el último año nos sitúa ante los acontecimientos del 14 de junio de 2023, cuando naufragó en el mar Jónico una embarcación con un número indeterminado de personas a bordo, de las cuales se rescató a 104 personas con vida y al menos 78 murieron. De las demás personas a bordo no se sabe sus nombres ni procedencia. Otros naufragios le precedieron y le siguieron, con incontables vidas perdidas en el anonimato. Los hechos no iban a alterar el curso de unas políticas migratorias que venían perfilándose desde 2016. Los meses siguientes mostraron el paulatino olvido de lo acontecido, hasta que la atención mediática se volcó sobre Lampedusa y el plan de diez puntos en el que se recogieron acciones para frenar la inmigración irregular, en la misma línea en la que hace hincapié el nuevo pacto.
En un año, hemos visto cómo se han reforzado los intentos por frenar la llegada de población, mientras las cifras de desplazamiento forzado en el mundo han seguido su tendencia al alza
En noviembre de 2023, Italia y Albania trataban de cerrar un acuerdo para deslocalizar el tratamiento de las solicitudes de asilo de aquellas personas que hubieran sido rescatadas en el mar por las autoridades italianas. Para ello, se crearían centros destinados a la evaluación de las solicitudes de asilo y, en su caso, repatriación de quienes no optaran a protección internacional.
El 20 de diciembre de 2023 el Consejo y el Parlamento Europeo ya alcanzaron un acuerdo sobre la reforma del asilo y la migración en la UE, con cinco reglamentos que abordan todas las fases: nuevo reglamento sobre la gestión del asilo y la migración, reglamento sobre crisis y fuerza mayor, reglamento Eurodac (actualización de la base de datos de impresiones dactilares de la UE), nuevo reglamento sobre el control, reglamento sobre el procedimiento común de asilo de la UE. Este acuerdo fue adoptado definitivamente por la Unión Europea el pasado mes de mayo.
En el corto periodo de un año, hemos visto cómo se han reforzado los intentos por frenar la llegada de población, mientras paralelamente las cifras de desplazamiento forzado en el mundo han seguido su tendencia al alza. Según el último informe semestral de tendencias elaborado por ACNUR, en el mundo hay registradas 110 millones de personas desplazadas por la fuerza de sus hogares (36,4 millones de refugiadas; 62,5 millones de desplazados internos; 6,1 millones de solicitantes de asilo y 5,5 millones de otras personas que necesitan protección internacional). Cifras que nos hablan del aumento de las situaciones que ponen en peligro la vida de las personas, hasta el punto de ubicarlas ante la necesidad de desplazarse; en muchas ocasiones dentro de las fronteras de su país, en otras hacia el exterior.
Las nuevas estrategias de blindaje frente a las solicitudes de protección crean lógicas de expulsión desde los centros económicos, concatenando jerarquías de poder en la gestión de las fronteras
Nuevos contextos de desprotección, como la crisis climática, aventuran un posible aumento de los desplazamientos forzados por condiciones de insostenibilidad de la vida en regiones fuertemente castigadas por esta crisis, pero que serán leídos por los países receptores como migraciones económicas. Una lectura que no solo invisibiliza las causas de los desplazamientos, sino que también deslinda responsabilidades de protección por parte de las regiones receptoras. Las nuevas estrategias de blindaje frente a las solicitudes de protección crean lógicas de expulsión desde los centros económicos, concatenando jerarquías de poder en la gestión de las fronteras. Las zonas de frontera se convierten en espacios de control, hiper-vigilados y de caza de migrantes en situación irregular, en los que cabe recordar que no hacer, dejar morir o promover espacios de invisibilidad son también una forma de violencia.
Este día mundial de las personas refugiadas llega en un escenario de políticas endurecidas, donde los discursos anti-inmigración y de odio han ganado terreno, a nivel europeo pero también en los países limítrofes, que adquieren ahora un papel de cancerbero central para la gestión de los flujos de población. El paradigma de la inmovilidad busca imponerse sobre determinados colectivos, que siguen pensándose desde un marco colonial y frente a los que se justifica un orden como eufemismo de triaje.
La normalización de determinadas situaciones de desprotección y la postura narcisista del norte global alejan toda lectura estructural que enfoque la atención en los mecanismos de gestión de las movilidades y en las causas de los desplazamientos. En este marco, es fácil que penetren los discursos de deseabilidad en los que el norte global se auto-justifica en la promoción de orden. Estos discursos tienen una doble función, se fomentan sobre quien llega en busca de protección, pero también respecto de la población del Estado receptor, pues a este colectivo se le transmite la idea de que vive en un lugar deseable, aunque sus condiciones individuales se alejen mucho de ese adjetivo.
Europa fue un continente protagonista en materia de producción de refugiados, hasta el punto de haber sido en Ginebra donde se aprobó la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados en 1951. Han pasado más de 70 años y Europa ha cambiado su rol pero se muestra reticente a cumplir con su papel. No es la única. Todo el norte global parece blindarse ante esas personas que traen consigo “ruidos distantes de guerras”, como dijese Zygmunt Bauman de los refugiados. Este 20 de junio, cabe reivindicar más que nunca los derechos de quienes ven obstaculizado su acceso al refugio, de quienes no encuentran canales seguros por los que solicitar protección, y han de colocar su vida en peligro para, paradójicamente, huir del peligro.
El artículo 14 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos está en grave riesgo. Y con ello, son muchas las vidas que quedan en un limbo de inseguridad. Este día mundial de las personas refugiadas es un día de luto por todas las que no llegaron, tan siquiera, a su destino. Por quienes ven su vida reducida a un expediente y viven la violencia de un tiempo eternizado hasta obtener el reconocimiento de sus derechos.