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Feminismos
La pandemia del miedo a engordar
La pandemia ha sacado a luz grandes desafíos y problemas individuales y colectivos. A nivel colectivo, nos ha mostrado la precariedad de nuestros sistemas de salud y cuidado, al tiempo que ha evidenciado nuestras grandes desigualdades en recursos, niveles de dependencia y capacidad de afrontar emergencias. Mientras tanto, a nivel individual ha puesto a prueba nuestra salud mental, emocional, física y nuestra vulnerabilidad en estos planos. Simultáneamente, la pandemia también nos ha obligado a hacerle frente a una batalla cotidiana que quizás antes habíamos desatendido: la batalla contra el policía interior del peso y la hegemonía estética.
Al extenderse por el mundo las cuarentenas obligatorias, comenzaron a surgir y a extenderse también en las redes sociales memes, videos y múltiples imágenes haciendo alusión a que, al estar en casa, comeríamos sin control y, por ende, engordaríamos. La idea del encierro como un espacio donde la tendencia sería engordar, se multiplicaba tanto en memes e imágenes surgidos del sentido común, pero también comenzaron a surgir noticias en blogs y medios de comunicación con fuentes más “autorizadas”, recomendando tomar medidas preventivas para no ceder ante el sedentarismo y el peligro de la obesidad.
Para muchas de nosotras, desde el activismo gordo comenzó a hacerse más palpable que la gordofobia internalizada estaba más activa que nunca y que la gordofobia mediática crecía y se propagaba. Muchas amigas comenzaban a manifestar el miedo que les producía engordar, la ansiedad de tener tanta comida a disposición, pero también de no saber cómo lidiar con los niveles de ansiedad que producía la situación misma de la pandemia sin recurrir a comer algún dulce o “darse un gustito”. Por un lado, fue muy evidente que la pandemia estaba haciendo que la vigilancia sobre el peso y la imagen corporal hegemónica saltara a la vista y se volviera un tema central. Por otro, el estrés, ansiedad y muchas emociones ligadas a las dinámicas sociales y económicas provocadas por la pandemia de la COVID-19, pusieron en evidencia la parte emocional de nuestra relación con la comida.
Y en este momento quisiera hacer una aclaración que me parece necesaria: este temor a engordar, o el miedo a no saber que hacer con la comida de la cual disponemos, es algo que afecta a personas de una franja poblacional muy concreta, una población que tiene acceso medianamente garantizado a la comida. Personas que muy probablemente no se encuentra dentro de los 123 millones de personas que padecieron desnutrición crónica en 2019, o de los 815 millones de seres humanos que la ONU estima padecerán de hambre en este año y aumentarán drásticamente el próximo debido a los efectos de la pandemia.
Cuando vemos estas cifras, el temor a engordar de pronto parece banal y, sin embargo, es una preocupación central para un gran número de personas, para quienes engordar sería una suerte de pesadilla. Pesadilla que visualmente se representa utilizando la corporalidad de una persona gorda como sinónimo del monstruo en el que podríamos convertirnos. Esta pesadilla está alimentada socialmente desde muchas vías, y utiliza la corporalidad de las personas gordas de una manera perversa y estigmatizante. Engordar en estos tiempo en los que el canon de belleza, salud y éxito se asocia a la delgadez, nos cobra unos precios altos en relación a la valoración de nuestro cuerpo, la percepción social que pasa por la apreciación de nuestras características físicas y nuestra autoestima.
RECHAZO SOCIAL, PÉRDIDA DE DESEABILIDAD, LOS RIESGOS DE SALUD Y LA PÉRDIDA DE BIENESTAR
Pero, vamos más allá y desmenucemos el miedo a engordar. ¿Qué nos dice ese miedo de nuestros valores individuales y sociales asociados al peso?. Y, hablemos de tres componentes primordiales de ese miedo: el rechazo social, la perdida de deseabilidad, los riesgos de salud y la pérdida de bienestar.
Tenemos miedo a engordar porque existe un claro rechazo social a los cuerpos gordos. El rechazo social lo viven cotidianamente miles de personas, principalmente mujeres, para quienes la exigencia de la delgadez es un mandato más presente y apremiante. Este rechazo puede concretarse en prácticas de discriminación y violencia hacia las corporalidades gordas, que se justifican cuando se asocian los cuerpos gordos con el abandono, desidia y autocomplacencia. Es decir, que los cuerpos gordos merecen desprecio porque ellos mismos se han colocado en ese sitio. A estas prácticas de discriminación se les ha llamado gordofobia o gordo-odio. Claros ejemplos de esta discriminación las encontramos en el matoneo escolar, los constantes comentarios de familiares y extraños, maltrato por parte de servidores públicos, hasta terminar siendo la imagen de un meme en las redes sociales.
El rechazo social también está asociado con el segundo componente: la pérdida de deseabilidad. Se nos enseña constantemente y por múltiples medios que los cuerpos deseables son delgados, esculturales y fitness. Esos son los cuerpos con mejor “puntaje” mientras los cuerpos gordos se ubican en el otro extremo de la escala de deseabilidad. Esta necesidad de encarnar un cuerpo deseable está muy presente desde la infancia y se consolida en la adolescencia. Incorporamos los cánones de la delgadez como ideal estético para nosotras y también para los cuerpos que deberíamos desear. La escala de deseabilidad otorga premios de mayor o menor éxito al emparejarse dentro del cuento de la felicidad a través del amor romántico. Nos promete premios de felicidad y “éxito” que son ilusorios, pero que anhelamos recibir.
Para muchas personas ese afán por la deseabilidad afecta de manera directa su relación con la comida y con su auto-imagen. Las dietas han pasado a formar parte de nuestra cotidianeidad, sea ya porque se aprendió de los padres, fue recetada por algún profesional o por la pura presión social. ¿Aprendemos a alimentarnos o a hacer dieta? ¿Nos nutrimos o estamos solamente vigilando calorías? El bienestar de los cuerpos en toda su diversidad de formas y tamaños no parece ser el centro cuando lo importante es estar delgado para ser deseable. Por ello, es importante hablar de bienestar y salud de una manera más amplia, repensando la manera en que nos han hecho asociar el engordar con mayores riesgos para la salud.
El bienestar pensado de manera más global podría ampliar nuestro horizonte respecto a los cuerpos posibles, y la manera en que podemos habitar este mundo y relacionarnos con la alimentación.
Este último elemento del miedo a engordar es muy difícil de criticar sin que se nos culpe de hacer apología de la gordura, y sin embargo, tan necesario verlo con cierta desconfianza. Engordar en sí mismo no es una afección, y se le asocia a enfermedad porque se le considera una preexistencia a otras dolencias. Sin embargo, el hecho solo de estar gordo no implica que de manera automática se esté enfermo, se necesitan de otras variables para que esto suceda, variables que también podrían encontrarse en personas con un peso considerado saludable y a las que no se vigila y ataca de la misma manera que a las personas con sobrepeso. La suposición de que “estar en tu peso” en es un diagnóstico favorable, puede ponernos en riesgo al no poner atención a otros factores que necesitamos considerar para hablar de bienestar, factores ambientales, socioeconómicos, laborales y genéticos. El bienestar pensado de manera más global podría ampliar nuestro horizonte respecto a los cuerpos posibles, y la manera en que podemos habitar este mundo y relacionarnos con la alimentación.
Los cuerpos son variables, cíclicos y están muy vivos, y es perfectamente normal que las circunstancias que nos rodeen los impacten. Tejer una relación con nuestro cuerpo desde los estándares rígidos y el miedo nos aleja del bienestar y el cuidado que necesitamos darle.
Pongámosle atención a nuestro cuerpo mas allá del peso y vayamos trabajando en ser críticas con nuestro miedo a engordar, no dejemos que los estándares sociales se vuelvan nuestra manera de vernos y relacionarnos con nosotras mismas y con los alimentos. Aprovechemos este tiempo de cambios tan profundos para revisar qué pasa con el cuerpo, la comida, la ansiedad y el miedo.
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La gente gorda en general debería dejar de prestar tanta atención a los comentarios negativos y dejar de pensar que la atracción por sus cuerpos es un "fetiche", una "parafilia" o una enfermedad mental. Así ellas y yo follaríamos más y seguro que seríamos un poquito más felices.
Algo de sobrepeso puede no ser un problema, pero la obesidad sí que acaba conllevando enfermedades o achaques.
Me parece ridiculo apoyar un modelo de salud dañino con IMC en niveles peligrosos para una vida sana. Apoyar esto es postureo total y luego articulos de vida sana y cuerpos perfectos publicitando el veganismo.
Yo tengo pánico a engordar unos kilos y no tener ni un euro para cambiar de ropa porque no tengo ni para el carísimo autobús que sablea y hacina dentro a las suertudas clases "medias", así que me digo a mí misma: ¡a tomar por c. Rosa Parks, viva Abel Antón! y hago camino al andar.