Colombia
            
            
           
           
En Colombia el conflicto y la desigualdad son la pandemia
           
        
         
Colombia es, según el Banco Mundial, el segundo país más desigual de América Latina. Además, según un informe del Índice de Desarrollo Regional para Latinoamérica (IDERE Latam) publicado en 2020, Colombia es el país latinoamericano donde más brechas en los niveles de desarrollo se presentan entre sus territorios. Lo anterior significa que a los colombianos y colombianas les cuesta más alcanzar condiciones dignas en materia de salud, educación, economía, medio ambiente, género, seguridad, entre otros aspectos, situación que se acentúa aún más entre regiones centrales y regiones periféricas y rurales.
Esta situación, además, se ha agudizado con la llegada de la pandemia, que está impactando de manera crítica a estas mayorías. Según analistas nacionales e internacionales, más del 50% de la población económicamente activa de América Latina vive en la informalidad, y Colombia no es la excepción. Por lo tanto, las restricciones a la movilidad, el confinamiento, el cierre de pequeñas y medianas empresas, entre otras medidas producto de la pandemia, han aumentado las cifras de pobreza y han limitado el acceso a derechos como la salud, la educación y el empleo.
Ese contexto  generalizado de crisis social, económica y sanitaria, se suma a la persistencia  del conflicto armado en Colombia. La falta de voluntad política del Gobierno  para la implementación del Acuerdo de Paz firmado con las FARC y la ruptura de  las negociaciones con la guerrilla del ELN, ha puesto en riesgo la construcción  de la paz, y ha dado paso a la reconfiguración de los conflictos territoriales.
Los impactos de  este escenario son diferenciados para las mujeres, niñas y niños, y para los  líderes y lideresas sociales, quienes además de ver impedido el disfrute pleno  de sus derechos, enfrentan múltiples violencias que ponen en riesgo o atentan  contra su vida y su integridad.
Violencias de género aumentaron en pandemia
La  pandemia puso de manifiesto situaciones de vulnerabilidad que afectan de manera  específica y diferencial a las mujeres. La precarización en el cubrimiento de  las necesidades básicas, las grandes brechas en el acceso a los servicios  sociales, la disparidad de ingresos económicos, sumado al limitado acceso a la  educación han desencadenado impactos que hasta ahora solo se han profundizado.
De  acuerdo a la publicación “En cuarentena todas nos cuidamos” de la Corporación  Con-Vivamos, “las mujeres de los barrios populares, en su mayoría, viven de una  economía informal o tienen dependencia económica, y sus recursos  provienen, por ejemplo, del trabajo en una chaza  (puesto callejero), la venta por catálogo, o de actividades varias que  comúnmente llamamos rebusque, otras  además dependen económicamente de su pareja o del aporte de algún  hijo o hija. A esta limitación económica se suma el aumento de la carga de  cuidado en el hogar, que a pesar de su importancia sigue sin ser reconocido”.
Por  ejemplo, según ONU Mujeres, las mujeres dedican a las labores de cuidado en  promedio unas 50,6 horas semanales, en comparación con los hombres que dedican  23,9 horas, promedio que ha aumentado en tiempos de pandemia. A esto se suma  que la tasa de desempleo de las mujeres en 2020 se ubicó en el 26,2%, la más  alta de la historia.
Pero  además de la situación económica de las mujeres, la violencia machista sigue  siendo un factor alarmante y que aumentó durante la pandemia. La Corporación  SISMA Mujer indicó que en 2020 se denunciaron 75.778 casos violencia intrafamiliar y 23.017 casos de violencia sexual, mientras que el Observatorio de  Feminicidios Colombia registró 630 feminicidios, de los cuales 55 fueron en  contra de menores de 18 años, y 32 contra lideresas sociales.
Como  respuesta a este panorama, organizaciones como la Corporación Con-Vivamos han  promovido estrategias para el autocuidado, que pasan por el acompañamiento  psicosocial o la entrega de ayudas alimentarias, como lo fue la campaña “Amadrina  una Familia”, que en 2020 apoyó a cientos de mujeres y familias en alto grado  de vulnerabilidad. También lo ha hecho por medio de estrategias comunicativas,  como es el caso de la campaña “Parece Normal Pero es Violencia”, a través de la  cual jóvenes de todo el país buscan desnaturalizar imaginarios y normas  sociales que legitiman las violencias hacia las mujeres.
Niños, niñas, adolescentes: ¿máquinas de guerra?
Para  las niñas, niños y adolescentes de los barrios populares y las zonas rurales,  la situación se convierte en una cascada de vulneraciones, pues ante la  precariedad económica que afecta su calidad de vida en los elementos más  fundamentales, el riesgo social que enfrentan los ubica en primera línea de  afectaciones.
Tanto  en la ciudad como en el campo, el entorno donde se desenvuelve la cotidianidad  de niñas, niños y adolescentes se ha visto amenazado continuamente por factores  como el reclutamiento, uso y utilización por parte de los grupos armados. Con  los niños se reeditan las prácticas de “carritos”, “campaneros” o “jíbaros”, asociadas  al tráfico de drogas ilícitas, el microtráfico y consumo. Con las niñas y  adolescentes persiste y se ha incrementado el abuso y la explotación sexual y  comercial. Todo esto ante el debilitamiento de espacios como la escuela, a raíz  de la pandemia, que servían de contención a estas ofertas por parte de actores  armados.
Ejemplo  de estas vulneraciones es lo ocurrido el pasado 2 de marzo, cuando 14 niños y  niñas que habían sido reclutados por las disidencias de las FARC, fueron  asesinados en medio de una operación militar de bombardeo por parte de la  Fuerza Pública, dirigida a este grupo armado. El Ministro de Defensa, Diego  Molano, justificó estos hechos públicamente argumentando que los niños y las  niñas son “máquinas de guerra” que “dejan de ser víctimas cuando cometen  delitos”. 
Por  su parte, la Plataforma colombiana de organizaciones sociales y populares por  el protagonismo de niños, niñas y jóvenes, manifestó que “este tipo de hechos  ubica al Estado colombiano como violador de los principios del Derecho  Internacional Humanitario al atacar a población civil, generando múltiples  daños, entre estos el asesinato de niños y niñas. Consideramos que se desconoce  la responsabilidad que tiene el Estado como garante de derechos y sus  obligaciones internacionales de proteger la integridad de la población  vulnerable, como las de este grupo etario, quienes deben ser reconocidos y  tratados como sujetos de derecho y de especial protección”.
Defensores y defensoras en riesgo
Además de la  pandemia y del conflicto armado que no ha dado tregua en los territorios, este  panorama de afectaciones a mujeres, niños y niñas, se recrudece con las  prácticas sistemáticas de exclusión económica y política, y el asesinato y  persecución a líderes y lideresas sociales.
Según  el Análisis Global 2020 publicado por la organización Front Line Defenders  (FLD), Colombia es el país a nivel mundial con más casos de asesinatos a  defensores y defensoras de derechos humanos, con 171 hechos registrados en  2020. Esta organización aseguró además que desde la firma del Acuerdo de Paz  entre la guerrilla de las FARC y el Gobierno de Juan Manuel Santos en 2016,  Colombia ha sido año tras año el país donde más ha ocurrido este fenómeno, sin  contar con que las cifras puedan ser aún mayores. El Instituto de Estudios para  el Desarrollo y la Paz (Indepaz), por ejemplo, registró 251 asesinatos a  líderes y lideresas sociales en todo el país durante el 2020.
Esta  situación es crítica en el campo, y así lo evidencia el informe de Human Rights  Watch, En el que se hace una exhaustiva revisión de la situación de las y los  defensores de Derechos Humanos líderes y lideresas sociales, incrementada  exponencialmente con el gobierno de Iván Duque, y menciona que la falta de  control efectivo en zonas anteriormente controladas por las FARC ha permitido  la violencia contra defensores y defensoras de derechos humanos.
Para Human Rights Watch, pese al proceso de paz con las FARC, otros grupos armados empezaron a disputarse el territorio, y las labores que desempeñan de los defensores y defensoras de derechos humanos, como oponerse a estos grupos, los ha convertido en blanco de ataques.
A pesar de todo, resistimos: Paro nacional
El presidente de  Colombia, Iván Duque, en lugar de atender los efectos nefastos que viene  dejando en la población más vulnerable —por ejemplo, a través de una renta  básica, mejoramiento del sistema de salud y educación—, se ha redificado a  salvar la economía y ha planteado una reforma tributaria para que el Congreso  de la República la apruebe. Según este proyecto de ley, estaría encaminado a  erradicar la pobreza “a través de la redefinición de la regla fiscal, el  fortalecimiento y focalización del gasto social y la redistribución de cargas  tributarias y ambientales”, para atender los efectos de la pandemia.
Sin embargo, la Reforma básicamente contempla el aumento de impuestos para la clase media y trabajadora, que es precisamente la más afectada por la pandemia. La ley además incluiría el aumento de IVA (Impuesto del Valor Agregado) a productos básicos como la luz, el agua y el gas. Todo esto sin contar con que Colombia, en contraste, tuvo durante el 2020 un gasto militar de US$9.216 millones de dólares, según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri), lo que representa 3,1 puntos del PIB.
Como respuesta a estas medidas,  organizaciones sociales, sindicales y ciudadanía en general convocaron a un  Paro Nacional desde el 28 de abril. Con movilizaciones multitudinarias en  diferentes ciudades del país, bloqueos y manifestaciones, se expresó el  descontento con la propuesta de Reforma Tributaria; además, con la explotación indiscriminada de  recursos naturales y las políticas de fumigación con glifosato; contra la  Reforma a la salud y la explotación laboral de los trabajadores del área de la  salud; contra el mal manejo económico, político y social de la pandemia por  parte del Gobierno Nacional, que ha derivado en crisis para el todo el país;  contra la agresión que a diario padecen líderes y lideresas sociales, y contra  la violación sistemática y masiva al Derecho Internacional de los Derechos  Humanos y el Derecho Internacional Humanitario por parte de la Fuerza Pública  de Colombia.
Aunque  producto de estas movilizaciones la Reforma Tributaria fue retirada (se  formulará un nuevo texto de proyecto), y el ministro de Hacienda, Alberto  Carrasquilla, renunció a su cargo, el descontento social se ha acrecentado a  raíz de la falta de voluntad del Gobierno para dialogar con las juventudes,  principales promotoras de estas movilizaciones. En su lugar, la respuesta ha  sido el ataque desmedido a los manifestantes por parte de la Fuerza Pública. En  la ciudad de Cali, donde este panorama ha sido el más complejo, civiles  escoltados por policías abrieron fuego contra integrantes de la Minga Indígena.
Según  la campaña Defender la libertad un asunto de todas, desde el 28 de  abril, día en que iniciaron las movilizaciones, hasta el 10 de mayo, se  registraron 52 personas asesinadas, presuntamente por el accionar de la Fuerza  Pública; además, 489 personas heridas, entre las cuales hay 69 defensores y  defensoras de DDHH; 15 víctimas de violencias sexuales o violencias basadas en  género; 1365 personas detenidas; 12 allanamientos; 709 denuncias por abusos de  poder y violencia policial; y 548 personas desaparecidas, de las cuales solo  113 han aparecido.
Pese a todo este  contexto adverso que se vive en todas las esferas de la sociedad, la ciudadanía  y las organizaciones sociales continúan en su lucha por alcanzar unas  condiciones de vida digna para todas y todos. Lo hacen desde sus territorios, a  través de asambleas barriales, gestionando propuestas, y construyendo  alternativas de organización y participación de las comunidades empobrecidas.
Como estrategia para  consolidar el trabajo comunitario, a pesar de la persecución y estigmatización,  el enraizamiento en los territorios ha sido fundamental, pues la presencia  directa como defensores y defensoras, líderes y lideresas sociales, en las  causas del pueblo, ha garantizado la permanencia de las propuestas alternativas  de vida para la sociedad. Además, el trabajo en red, el apoyo y acompañamiento  mutuo, han protegido los trabajos comunitarios, a pesar de los duros golpes de  la violencia. Y en esto el movimiento social de mujeres ha aportado su enorme  “granito de arena”, ilustrado en la consigna “es mejor ser con miedo, que dejar  de ser por miedo”.
Así mismo, la  solidaridad internacional, expresada en plataformas de cooperación política,  económica y de desarrollo, ha contribuido a que las organizaciones sociales  continúen desarrollando su acción en los territorios.
Las organizaciones sociales, populares y comunitarias han fundamentado su acción a través de procesos de interacción pedagógica hacia la transformación de prácticas y contextos culturales con niñas, niños, jóvenes y mujeres, para erradicar patrones culturales patriarcales y antidemocráticos que perpetúan las relaciones de poder y abuso en la cotidianidad, en un ejercicio de intercambio de experiencias y diálogo de saberes de encuentro intergeneracional recíproco, que vislumbre un hoy y un mañana de dignidad, justicia y libertad.
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