Opinión
De Londres a Finlandia: dinero en mano para combatir la pobreza y mejorar la vida
En 2009, mientras Boris Johnson, entonces alcalde de Londres, intentaba vaciar la ciudad de vagabundos con medidas coercitivas ante la cercanía de los Juegos Olímpicos, una ONG hizo un experimento revolucionario. Dio 3.000 libras a varias personas que llevaban muchos años en la calle. Sin ninguna condición ni contrapartida.

Es bien conocido que cuando el sol se pone y los habitantes y turistas de Londres vuelven a sus casas u hoteles, la ciudad no se echa a dormir. Y es que cuando los museos, las galerías de arte, las tiendas de marcas famosas o los restaurantes cierran la persiana, empieza a brotar esa ciudad llena de alegría con sus múltiples pubs y discotecas.
Sin embargo, y como en casi todo, existe una realidad paralela a la épica. Una realidad paralela que los y las mandatarias londinenses han tratado de esconder durante años porque lo que no se ve, no existe. Una realidad paralela en la que con temperaturas que rondan los cero grados durante el invierno conviven alrededor de 5.000 personas en situación de sinhogarismo que, al carecer de un lugar permanente para residir, se ven obligadas a vivir a la intemperie.
Corría el año 2009 cuando el entonces alcalde de Londres, Boris Johnson, prometió reducir a cero el número de personas que dormían en las calles de la capital del Reino Unido para el año 2012, cuando los Juegos Olímpicos iban a tener lugar en dicha ciudad. A partir de este anuncio las personas en situación de sinhogarismo empezaron a sufrir ataques continuos bajo una gran presión coercitiva. Se mojaban los lugares donde dormían, se les despertaba en las noches o se les movía para que no pudieran dormir y así, a la fuerza, poder cumplir la promesa del alcalde Jonhson de cara a las Olimpiadas.
En Londres conviven alrededor de 5.000 personas en situación de sinhogarismo que, al carecer de un lugar permanente para residir, se ven obligadas a vivir a la intemperie
Es en este momento cuando una ONG llamada Broadway decidió llevar a cabo un experimento tan sencillo como revolucionario. Trece personas que eran “veteranas de la calle”, ya que algunas llevaban más de 40 años viviendo en la calle, iban a recibir 3.000 libras cada una sin que tuviesen que hacer nada a cambio. Lógicamente no es difícil imaginar que muchísimas de las personas a las que se le explicase el experimento pondrían el grito en el cielo. ¿Cómo se le va a dar 3.000 libras a un vagabundo? ¡Si se lo gastará en drogas, alcohol o apuestas! ¿Qué sentido tiene?
El dinero no tenía contraprestación alguna ni nadie iba a preguntarles en qué se lo gastaban. Tenían un asesor a quien podrían consultar y solo se les hizo una pregunta: ¿Tú qué crees que necesitas? Las respuestas dejaron boquiabierto a más de uno e, incluso, una trabajadora social afirmó que no esperaba grandes resultados. Sin embargo, los deseos materiales de estas personas fueron realmente humildes: un teléfono, un audífono o un diccionario.
Pues bien, al cabo de un año y medio, 7 de los 13 ya tenían un techo sobre sus cabezas y dos más estaban a punto de trasladarse a sus propios apartamentos. Pero es que además, los trece habían dado pasos fundamentales hacia la solvencia y el crecimiento personal, apuntándose a cursos, aprendiendo a cocinar, sometiéndose a rehabilitación, visitando a sus familias o haciendo planes para el futuro. Uno de ellos, Simon, quien había estado enganchado a la heroína durante 20 años, declaró que por primera vez en su vida todo empezaba a encajar. Se había desenganchado y había empezado a tomar clases de jardinería. Según sus propias palabras, había empezado a cuidarse, a bañarse, a afeitarse e, incluso, le rondaba la idea de volver a casa con sus dos hijos.
Estas trece personas en situación de sinhogarismo en el Reino Unido “costaban” al Estado 400.000 libras anuales entre gastos policiales, costes judiciales y servicios sociales. Unas 30.000 libras cada una. ¿Y cuál fue coste total de apoyar a estas 13 personas ofreciéndoles 3.000 libras a cada una? 50.000 libras incluidos los sueldos de las trabajadoras sociales, además de dejar atrás la continuidad de lo que se había hecho durante décadas de castigos, enjuiciamientos e infructuosos intentos de protección. Por lo tanto, observamos cómo el experimento no sólo redujo costes considerablemente, sino que además ayudó a estas personas.
Tras décadas de castigos, enjuiciamientos e infructuosos intentos de protección, observamos cómo este experimento no sólo redujo costes considerablemente, sino que además ayudó a estas personas
Los buenos resultados obtenidos mediante este experimento van en línea con algunas de las conclusiones que se han extraído del proyecto piloto de renta básica de Finlandia. Si bien es cierto que la muestra no es comparable, observamos cómo en ambos experimentos se demuestra que dando dinero a las personas aumenta la confianza que éstas tienen sobre su propio futuro y su capacidad de influir en las cosas. A su vez observamos tal y como se muestra en las conclusiones del proyecto piloto de Finlandia, personas más satisfechas con sus vidas, siendo innegable que, muchas veces, detrás de gran parte de nuestros problemas se encuentra la inseguridad económica.
Asiduamente nos preguntamos por el esfuerzo económico que habría que hacer para llevar adelante ciertas medidas sociales y, cómo, mediante alternativas no tan “completas y eficaces”, podríamos reducir costes tratando de afectar lo menos posible a las personas (aunque algunas vayan a quedar fuera). La Sanidad en Euskadi, por poner un ejemplo, equivale a casi el 34% del presupuesto anual.
Pero, ¿sale caro invertir en Sanidad o, por el contrario, tenemos cada vez más claro la necesidad de una gran inversión para poder contar con una Sanidad a la altura? Porque es precisamente cuando nos enfrentamos a situaciones como la actual cuando realmente entendemos la magnitud de los “ajustes presupuestarios” (recortes) que han esquilmado parte de nuestros servicios públicos. Es en situaciones como ésta cuando realmente entendemos que necesitamos un sistema fiscal justo que, mediante la redistribución de la riqueza, nos permita tener los recursos necesarios para proteger a la gran mayoría social.
Y no son pocas las veces en las que, directamente, se rechaza una renta básica, aun estando de acuerdo con gran parte de sus beneficios y con su trasfondo filosófico, por el simple hecho ser “demasiado cara”. Pero, más allá de debatir acerca del coste monetario de una renta básica, ¿nos hemos preguntado cuál es el coste económico y social de no tenerla?
Renta básica
La libertad y la justicia social son incondicionales
Nos resulta chocante que, incluso dentro del tercer sector, el discurso asistencialista, fiscalizador y paternalista perdure y tenga una gran presencia cuestionando o negando la autonomía de las personas con las que trabajamos por el sólo hecho de estar en situación de pobreza.
Coronavirus
Coronavirus, estado de bienestar, renta básica y comunidad
Parece que el desborde que esta crisis está suponiendo para muchas áreas de las diferentes administraciones puede hacer pensar que lo prioritario ahora son las acciones meramente paliativas, que contengan el problema y permitan que este no crezca. Y esto es fundamental, por supuesto. Pero, ¿es suficiente?
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