Reino Unido
Las elecciones británicas y el futuro de la comunicación política

Unas elecciones plebiscitarias plantean una decisión sencilla: o Brexit con Johnson, o bloqueo con Corbyn y compañía. La noticia que los medios europeos parecen no querer ver es que estas no son unas elecciones plebiscitarias.

Elecciones Reino Unido
Los millonarios británicos se han volcado en apoyar mediante donaciones la campaña de Boris Johnson. Álvaro Minguito
23 nov 2019 05:10

Los últimos tres años políticos en Gran Bretaña han sido los más intensos de su historia reciente. Es imposible dar cuenta de la cantidad de carreras políticas hundidas y resucitadas. Por no hablar de los borradores del Brexit presentados, las derrotas Parlamentarias de May y Johnson y los continuos golpes internos en el laborismo. Tras un otoño incierto, marcado por las protestas climáticas y los sudores fríos ante el Brexit establecido para el 31 de octubre; unas elecciones que todos esperan aclaren la pregunta: ¿qué quieren los británicos?

Los diarios “de referencia” europeos parecen haber abandonado su sorpresa e indignación para resignarse, al fin, a que Reino Unido abandone la Unión Europea. Este nuevo e impaciente ímpetu lo reflejó el saliente Juncker en octubre, cuando pareció indicar que el acuerdo de Johnson era la única oportunidad para romper relaciones de una manera ordenada. Pese a la fe en Bruselas del vibrante movimiento eurófilo británico, la UE está más que preparada y convencida ante el Brexit. Incluso, ante una reversión milagrosa del proceso, cabría esperar reticencias de ciertos actores clave dentro de las instituciones. Al fin y al cabo, ni Merkel ni Macron están dispuestos a hacer muchos más esfuerzos para facilitar la permanencia.

Por suerte para Johnson, los medios públicos y privados están a su favor. Ante una humillación que habría hecho dimitir a cualquier Primer Ministro anterior, su gobierno pudo promover la narrativa de que son los traidores en el Parlamento los que impiden una resolución satisfactoria del conflicto. Tras provocar a Corbyn con memes que le asemejaban a una “gallina cobarde”, propusieron la moción para celebrar elecciones el 12 de diciembre (las terceras en cuatro años).

Los liberales, que reúnen exiliados conservadores y laboristas por igual, seguían defendiendo un “gobierno de unidad nacional” que convocase un referéndum antes de las elecciones. Su irracional e interesado veto a que Corbyn ocupase la posición de Primer Ministro en funciones, sin embargo, anulaba totalmente la propuesta. La única salida posible para todos los partidos, una vez el fantasma Brexit duro desapareció la noche de Halloween, eran nuevas elecciones.

Los lugares comunes del periodismo de referencia ante Corbyn

Hace unos meses el periodista Ekaitz Cancela describía la profunda transformación del capitalismo y las presiones mercantiles y tecnológicas que han ahondado la crisis del periodismo  Una de las consecuencias más evidentes es la pérdida en calidad del periodismo de investigación y la degradación de las corresponsalías en países extranjeros. Un reportaje en profundidad cuesta tiempo y dinero; las noticias recicladas de agencias y competidores, el recurso a soplos interesados y los estereotipos permiten ahorrar. La cobertura informativa sobre Reino Unido no es una excepción y se caracteriza por una serie de lugares comunes que encarrilan el debate político.

“Agentes políticos, con apoyo extranjero (particularmente ruso), buscaron desestabilizar a la UE y Reino Unido con falsa propaganda y la captación masiva de datos de Facebook y otras plataformas. La división del Partido Conservador y la incompetencia del nuevo líder laborista, Jeremy Corbyn, provocaron la inesperada victoria del Brexit. Desde entonces, una élite con aliados en el nuevo populismo de derechas busca causar el máximo daño al continente con un Brexit duro”.

Con mayor o menor detalle, uno puede encontrar esta crónica en cualquier diario de referencia desde Lisboa hasta Helskinki. El grado en que Corbyn es considerado responsable por omisión o incluso participante activo en el proceso Brexit varía. En ocasiones, se le asocia con un pasado en la izquierda trotskista o conexiones antisemitas. Al mismo tiempo que hábil conspirador en la sombra, se le considera paradójicamente un fracasado líder político incapaz de ganar elecciones frente a unos conservadores defendiendo políticas impopulares.

Ha sido el laborismo, gestionando las diferencias dentro y fuera del Partido, el único capaz de no dejar a los conservadores libertad total para absorber todo el electorado euro-escéptico

Los “malos” extremos, la derecha y la izquierda populista, se tocan porque aman el caos y odian la estabilidad. Los “buenos” son aquellos laboristas que se han opuesto a su liderazgo, muchos de ellos ahora en las filas liberales. En resumen, la vara de medir, para los diarios progresistas europeos, es simplemente la cantidad de banderas europeas que se exhiben en los mítines. Solo importa la adhesión a la UE; tan siquiera la naturaleza de la organización está abierta al debate.

Una de las omisiones más flagrantes de esta narrativa, sea Corbyn o no un espía ruso, es la gestión política de la crisis económica. Hace ya más de una década que comenzara el despliegue anticrisis descrito por Adam Tooze en ‘Crashed’. El libro narra cómo las medidas tomadas por la Reserva Federal estadounidense y el Banco Central Europeo supusieron una entrega sin precedentes a la emisión de moneda e intervención estatal para salvar el sistema financiero.

Poco se hizo, más bien al contrario, para salvar a la población de la precariedad y las penurias de una década de estancamiento. Solo el pragmatismo norteamericano, ante el electoralismo de Merkel respecto a Grecia, consiguió evitar un desastre mayor. Pese a todo, los medios de comunicación siguieron hablando de “necesaria austeridad”; aunque millones fuesen destinados a los bancos y otras entidades que gestionaban los ahorros de los poderosos. Los políticos conservadores y “moderados” siguieron hablando de “responsabilidad”; aunque se pusiese en jaque el futuro de la soberanía económica y la legitimidad de la democracia.

¿Cómo puede contarse la historia del Brexit sin referirse a la crisis? ¿Les importan a los reporteros internacionales las vidas de los británicos de a pie, década tras década perdiendo calidad de vida? Parafraseando el célebre aforismo, quien no esté dispuesto a hablar de la austeridad que calle sobre el Brexit. Las consecuencias económicas de esta redistribución de la riqueza de pobres a ricos (mediante privatizaciones y recortes) fueron inmediatas: en Reino Unido, se calcula que las políticas de austeridad produjeron 130.000 muertes evitables. Ningún sistema de seguridad social europeo sobrevivió intacto, bajo el mantra de que “no había alternativa”. Esta austeridad está directamente conectada con el apoyo al Brexit, como han probado estudios académicos y encuestas.

Paradójicamente, fueron los liberales los que apoyaron el primer gobierno Cameron y su programa de austeridad. Ahora, la única propuesta para evitar las consecuencias de su fallida coalición (incluido el auge de proyectos xenófobos) es cancelar el Brexit desde el nivel legislativo. Pero a día de hoy no hay ninguna mayoría clara para permanecer en la UE.

Ha sido el laborismo, gestionando las diferencias dentro y fuera del Partido, el único capaz de no dejar a los conservadores libertad total para absorber todo el electorado euro-escéptico. El empate técnico de 2017 permitió vetar los acuerdos de May hasta su dimisión; y es esa misma composición parlamentaria y liderazgo del partido el que ha alejado la amenaza del Brexit duro. La propuesta de negociar un mejor acuerdo y convocar otro referéndum es la única que respeta el mandato de 2016; que los liberales prefieren ignorar. El Brexit Party ganó las elecciones europeas, lo que sugiere que la política todavía mantiene amplios apoyos.

El objetivo del ejecutivo Johnson no es la que se asocia con partidos de gobierno: proponer políticas; lo importante es que el electorado desconozca en todo momento lo que uno realmente pretende

Si estos son los hechos, ¿a quién beneficia la narrativa que coloca a Corbyn en el punto de mira? Es más, ¿a quién beneficia la narrativa de que estas elecciones son sobre el Brexit? Porque, de hecho, definir el 12 de diciembre como un segundo referéndum no es una mera observación periodística. Aunque muchos reporteros caerán en el cliché, sin darse cuenta están alimentando las posibilidades de la victoria de Johnson. Unas elecciones plebiscitarias plantean una decisión sencilla: o Brexit con Johnson, o bloqueo con Corbyn y compañía.

Ante la audiencia británica más envejecida, no hay nada más poderoso que un hombre con un plan frente a una desorganizada banda de parlamentarios quejicas. Así, cabe insistir, el hecho de que estas elecciones sean “las del Brexit” no es inocente y juega a favor del campo conservador. Es, efectivamente, parte de una nueva estrategia comunicativa que se apoya en viejas técnicas militares: la gestión de percepciones.

El viejo arte militar

La resolución de la última crisis económica estuvo en manos de un establishment profundamente “liberal”: como bien sabemos, dispuesto a utilizar el Estado para proteger la libertad de hacer negocios, pero nada más. La permanencia de Rajoy en nuestro país contribuyó a que se mantuviese una sensación de continuidad con el orden anterior. En el contexto anglosajón, sin embargo, para muchos centristas Brexit y Trump fueron un auténtico quiebre, impulsando una nostalgia por el orden político anterior. Eventos como las Olimpiadas de Londres de 2012 o figuras como Obama evocaban una “normalidad” perdida, arrebata por personajes como Trump o Corbyn. Para los moderados, el retorno de cuestiones de clase, afectividades, revueltas populares y otros elementos “en los bordes del liberalismo” (identificados por Benjamin Arditi) supone un ataque frontal a los consensos políticos de los últimos treinta años.

Aunque Macron o Trudeau resistan, aunque la vía de un “capitalismo regulado” de Warren se imponga al socialismo de Sanders; la doctrina y táctica liberal ya no poseen hegemonía en los sistemas parlamentarios occidentales. Felipe González o Tony Blair supusieron que la clave para el progreso era abrir nuevas esferas (ferrocarriles, sanidad, energía) al negocio privado, y que el Estado se encargaría de sostener a aquellos que no pudiesen beneficiarse de la transición económica. Pero la aparente tranquilidad del mundo liberal descansaba precisamente sobre estos pilares sociales. Sin un mínimo de protección social y cohesión territorial, apelar a la “racionalidad” o a “políticas basadas en datos” carece de sentido.

Los habitantes del Noreste de Inglaterra miraban a su alrededor y sabían perfectamente que no estaban en el mejor de los mundos. Los conservadores fueron los primeros en entenderlo: en una sociedad fragmentada y sin sensación de progreso, se abre el terreno para enmiendas a la totalidad como la salida de la Unión Europea. La izquierda anglosajona, con notable retraso, ya sabe que puede hacer lo mismo al respecto con propuestas como la transformación verde o la semana de cuatro días. Pero esto también se aplica a la manera en que uno se presenta ante los electores.

La “gestión de percepciones” es la última estrategia comunicativa conservadora, personificada por la figura del “gurú” del Brexit Dominic Cummings. Este término, de origen militar, describe el proceso mediante el cual fuerzas de ocupación intentarían modificar la opinión pública apoyándose en mecanismos como la ambigüedad deliberada, la descalificación personal del contrario o el recurso al pánico para forzar la negociación. Sea o no tan capaz de manipular la opinión pública como se supone, el objetivo comunicativo del ejecutivo Johnson (o Trump) no es realmente la que tradicionalmente se asocia con partidos de gobierno: proponer políticas y defenderlas. Al contrario, lo importante es que el electorado desconozca en todo momento lo que uno realmente pretende. Pero no es exactamente “mentir” lo que se hace, por lo que los fact-checkers son inútiles.

Lo fundamental para estrategas como Cummings es aprovechar la crisis del periodismo y su sustitución por voraces intermediarios como las plataformas digitales de Facebook o Google. La falta de escrutinio, la velocidad de reproducción de las declaraciones, la caducidad de los reportajes, el uso de ejércitos virtuales y su apoyo en anuncios pagados actúan para propagar un sentimiento de confusión.

Por ejemplo, Cummings puede “soplar” por la mañana que Johnson utilizará un elemento de su pasado para atacar a Corbyn en el discurso de la tarde. El discurso llega, y Johnson realmente no tiene nada contra el candidato contrario. Sin embargo, durante varias horas los periodistas se han ocupado de cubrir esta no-noticia, preguntándose por la naturaleza de la acusación. En ocasiones, que Johnson no pronuncie este insulto se celebra, admirando su capacidad de sobreponerse y evitar insultar a Corbyn. Otro ejemplo.

La entrevista con Johnson en la portada del Daily Telegraph (un diario que Steve Bannon estaría interesado en adquirir) lanzó la campaña conservadora asegurando que Corbyn quería continuar la campaña estalinista contra los kulaks. Por supuesto, esta afirmación carece de todo sentido. Pero sigue marcando la agenda de las televisiones.

¿Cómo se apoyan estas estrategias en las narrativas aparentemente inocuas de los medios de referencia? Durante el primer debate entre ambos candidatos, Brexit ocupó la primera sección por motivos obvios. La estrategia laborista de “dejar que la gente decida” fue ridiculizada por Johnson, que insistió en preguntar a Corbyn por su postura personal. Así, repitiendo los ecos de periodistas y la narrativa oficial, intentaba modificar la agenda del debate para que el Brexit ocupase todo su desarrollo. Esto sucedió en varias ocasiones, incluso cuando el tema avanzó a cuestiones concretas como la sanidad o el cambio climático. Al mismo tiempo, la cuenta oficial de prensa del Partido Conservador utilizó su categoría de “perfil verificado” por Twitter y se transformó por unas horas en FactCheck UK, una agencia para prevenir noticias falsas. Así, bajo la apariencia de neutralidad, su timeline se encargó de difundir gráficos y respuestas al estilo de Newtral o Maldita. Este tipo de intervenciones seguirán repitiéndose hasta que, como acostumbran a afirmar esos medios extranjeros que viven del cliché, efectivamente se conviertan en las “elecciones del Brexit”.

La respuesta laborista: sin medios, solo queda la gente

Una de las quejas habituales respecto a los debates electorales, en cualquier caso, es que los candidatos siempre “se escapan” y evitan confrontar directamente a sus oponentes. Es decir, la división en temas y el exceso del moderador por el tiempo les permiten simplemente centrarse en su discurso aprendido, sin necesidad real de dialogar. Para los liberales, esto es otro desastre asociado a la “polarización” y a la falta de diálogo.

Sin embargo, análisis más serios apuntan a que “hablar a los convencidos” en lugar de tratar de convencer o refutar los argumentos del oponente tiene hoy efectos diferentes. Por la misma economía política de las plataformas de comunicación que analizaba Ekaitz Cancela, los algoritmos favorecen al contenido que captura más tiempo de los usuarios (entendido como el número de interacciones que genera). Como explicaba el teórico Paolo Gerbaudo en una entrevista para el podcast “Politics, Theory, Other”, esto facilita que se pueda ganar la batalla comunicativa activando las bases al máximo. Básicamente, más interacciones atraen más espectadores, por lo que hay que conseguir que nuestros vídeos y tuits lleguen a nuestros simpatizantes virtuales. 

¿Pero no es esto lo que ya hacen todos los partidos? No de la misma manera. Labour y la campaña de Sanders marcan la diferencia en un sentido: su audiencia online tiene siempre deberes “offline”. Es decir, los organizadores se encargan inmediatamente de buscar una tarea adecuada para esos activistas del clic. Desde hacer llamadas telefónicas o visitar a posibles votantes en su casa, la cuestión es apoyarse en el impacto inicial sobre la base de simpatizantes para que compongan un verdadero ejército que, en su puesto de trabajo o su familia, sirvan de altavoces de la campaña. Esa fue la estrategia ensayada en 2017 y la que, a un nivel mucho más ambicioso, los parlamentarios laboristas están empleando para tratar de ampliar su mayoría. ¿Podrá la gente derrotar a los medios de desinformación? Como indicaba el mismo Gerbaudo, la importancia del programa de transformación social y su mensaje positivo son claves en esta movilización. El 12 de diciembre veremos si se traduce en una Roja Navidad.

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