Opinión
Jeremy Corbyn y la izquierda que quiso dejar de ser conciencia

Para muchos, el resultado de las elecciones en Reino Unido estaba anunciado, pero la historia paralela de esta campaña ha sido la ilusionante campaña corbynista. Ilusionante, cierto, y también perdedora.

Corbyn
13 dic 2019 08:45

A falta de un recuento final, se puede constatar que el Partido Laborista británico ha perdido las elecciones generales con gran diferencia ante los Conservadores. Es, en gran medida, el resultado de la fuga de votos hacia el Partido Brexit y una suficiente subida conservadora en las zonas del Noreste y Centro de Inglaterra. Las pequeñas mayorías de izquierda no han resistido al triple ataque del nuevo liderazgo conservador, el compromiso de los brexiteers y la abstención por desafección. Los nacionalistas escoceses han conseguido recuperar su hegemonía en Escocia por su promesa de un nuevo referéndum. Y, aunque Londres ha resistido, otras zonas progresistas no han capitalizado el voto remainer antiBrexit. Es, en definitiva, una derrota clara para Jeremy Corbyn en comparación al “empate técnico” con Theresa May en las elecciones de junio de 2017.

En los últimos dos años, como ha recogido El Salto, el país ha atravesado una multitud de escándalos de carácter político-económico. En asuntos como las negociaciones del Brexit, el descrédito de los medios de comunicación, la quiebra de empresas privatizadas o las amenazas terroristas; Reino Unido ha carecido de una salida coherente, propuesta por las élites y aprobada por el público. A partir de 2020, este estado de flujo tendrá fin. La solución al Brexit será un acuerdo lo más alejado posible de los parámetros de la Unión Europea. Y el carácter del gobierno que lo gestione será de derechas, sin paliativos; una relativamente joven generación de militantes por la economía de mercado y la mano dura. Con una amplia mayoría de nuevos parlamentarios, todos fieles a Boris Johnson, el gobierno podrá hacer y deshacer hasta 2025.

Para muchos, el resultado estaba anunciado, pero la historia paralela de esta campaña ha sido la ilusionante campaña corbynista. Ilusionante, cierto, y también perdedora. La ambiciosa maquinaria digital de Momentum y otros colectivos ha movilizado a miles de activistas para llamar a la puerta de la casa de posibles votantes. El resultado sobre el terreno y las comunicaciones en redes sociales sugerían un giro de guion inesperado. Hoy sabemos que sus esfuerzos para construir narrativas alternativas a los grandes medios han sido insuficientes.

La solución al Brexit será un acuerdo lo más alejado posible de los parámetros de la Unión Europea. Y el carácter del gobierno que lo gestione será de derechas, sin paliativos; una relativamente joven generación de militantes por la economía de mercado y la mano dura

Tanto la BBC como los diarios han seguido paso a paso la estrategia comunicativa de Dominic Cummings, el gurú conservador. Esto es, plantear unas elecciones plebiscitarias, impedir la discusión sobre medidas del programa y centrar la cobertura en lo irrelevante a través de filtraciones y bulos.

El resultado final ha sido convertir estas elecciones en “las de hacer el Brexit de una vez”: tanto este eslogan conservador como el mismo Brexit Party ofrecían al votante una salida rápida y fácil. El voto joven, movilizado o no, ha sido insuficiente; para los millones de mayores de 40 que sí han votado, los cortes de audio del telediario no eran lo bastante largos para hablar de la Revolución Industrial Verde o la nacionalización de los ferrocarriles.
Cierto, el laborismo empezaba “perdiendo”: su voto estaba dividido casi por la mitad en zonas pro y antiBrexit.

En 2017, la coalición resistió ante la promesa de Corbyn de “respetar el resultado del referéndum”. En 2019, la oferta era celebrar otro plebiscito tras negociar un nuevo acuerdo. Este cambio en el discurso, aunque haya ayudado a resistir en Londres y otros núcleos urbanos, podría haber determinado su derrota en otras zonas.

Igualmente, los escándalos por supuesto antisemitismo dentro del partido y otras luchas internas han tenido mucha más visibilidad en la campaña; incluyendo la fuga de importantes parlamentarios a otros partidos. Es cierto que, frente a unos medios decididamente escépticos o incluso hostiles, resulta complicado defender que otro mundo es posible. Esto son los factores externos que usarán los camaradas de Corbyn para justificar el resultado. Pero, ¿en qué ha fallado la izquierda internamente, en esta visible derrota de su candidato y de su programa?

El dilema de la izquierda contemporánea: ser conciencia o marcar la agenda

Fuera de los ámbitos académicos, el debate sobre la utilidad política del Parlamento para la transformación social es en realidad tan inútil como contraproducente. Las instituciones poseen sus propias inercias, baste saber que cualquier cambio positivo para la mayoría ha tenido una combinación desigual de gobierno y movimiento.

Siempre y cuando ha existido un ecosistema organizativo fuerte y un programa político ambicioso, las izquierdas de distintos países han impulsado hitos como la sanidad universal o la extensión del derecho a la vivienda. Hasta finales del siglo pasado, los militantes más aguerridos aceptaban un grado de moderación en el viaje las instituciones, si eso permitía una expansión progresiva de la imaginación colectiva. Es lo que Brenner llamaba “el reformismo de la clase obrera”; un pragmatismo que dejaba en manos de funcionarios y líderes sindicales la labor política.

La eterna y repetitiva narrativa sobre las derrotas en décadas posteriores pertenece a una “melancolía izquierdista” que, como indica Wendy Brown vía Benjamin, debe superarse para imaginar nuevas victorias. Porque, ¿qué papel pasa a ocupar la izquierda en los años 90? Más que desvíos postmodernistas o postmaterialistas, lo que le sucede a partidos y sindicatos es que pasan a ser conciencia. Esto es, el contexto geopolítico (particularmente la hegemonía de las instituciones europeas en políticas económicas) y el recambio generacional dan paso al triunfo casi absoluto del liberalismo. La izquierda occidental se conforma con un papel subalterno frente al “nuevo centro”: los lectores españoles pensarán en el llamazarismo, pero sus síntomas se advierten en todas partes. La izquierda francesa da su apoyo a Chirac para frenar al fascismo; la alemana prefiere pactar con la centroderecha en asuntos económicos para limpiar su pasado; la italiana se disuelve y se conforma con denunciar la corrupción…

Por su particular sistema electoral, Reino Unido se parece más a Estados Unidos que al resto del continente. Esto es porque el ganador en cada distrito electoral se lleva el escaño. La ausencia total de proporcionalidad o reparto para segundos partidos contribuye a la aglomeración en agrupaciones políticas con menor disciplina ideológica.

El parlamentario es, ante todo, responsable de contribuir al bienestar de su demarcación antes de aplicar su particular filtro ideológico. Por tanto, no existe una dinámica comparable entre partidos. Al contrario, las diferencias dentro del bloque izquierda-derecha se solucionan dentro de los dos grandes. Se puede analizar la historia de Westminster en base a estos realineamientos. En el conservadurismo, desde finales del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial el conflicto fue entre librecambistas cosmopolitas y proteccionistas tradicionalistas. En la izquierda, entre liberales radicales y el socialismo obrero. Como cuenta Corey Robin, en la segunda mitad del siglo XX, los conservadores logran supeditar el librecambismo al tradicionalismo, con Thatcher. Y, en los años 90, los liberales finalmente se imponen a los socialistas dentro del laborismo, con Blair.

La facción subordinada de la coalición pasa a ser “conciencia”, si esto sucede de manera efectiva. Efectivamente, eran Corbyn y McDonnell los que lideraron las manifestaciones contra la Guerra de Irak de Tony Blair. Fueron sus escasos aliados, los que cedieron su voto para que Corbyn pudiese presentarse a las primarias, los que objetaron a los recortes de Gordon Brown. Y fueron los mismos que siguieron yendo a encuentros, escasamente atendidos, con familias y colectivos destrozados por la austeridad posterior. Su presencia, paradójicamente, era el último lazo del laborismo con su elemento socialista. Los que ayudaban a demostrar al electorado que el corazón de Labour seguía en su sitio, a pesar de la Tercera Vía. Y, tras la derrota del moderado Miliband, sus representantes y militantes decidieron dejar de ser conciencia para marcar la agenda.

Si algo se le puede achacar al corbynismo es su permisividad con ciertos miembros díscolos y su falta de autoridad para cerrar debates

Con una coalición heterogénea y ciertos factores económicos a su favor, el corbynismo ha intentado ensanchar el debate hacia propuestas como las nacionalizaciones o la universalización de los servicios. Pero ha sido incapaz de subordinar el elemento liberal de la coalición, que ha tratado por todos los medios de revertir su derrota a través del sabotaje interno. Al mismo tiempo, el corbynismo se lo ha puesto fácil, puesto que no ha logrado convencer o forzar a estos dudosos compañeros de viaje a cooperar. Las campañas de los centristas y los izquierdistas han funcionado en paralelo, en lugar de complementarse estratégicamente. Si algo se le puede achacar al corbynismo es su permisividad con ciertos miembros díscolos y su falta de autoridad para cerrar debates. Igualmente, no ha dado con la fórmula adecuada para recuperar la confianza de los votantes mayores: algo que la izquierda continental arrastra en esta última fase de repliegue.

Sin embargo, el mejor ejemplo de que se puede transformar un partido desde dentro para después ganar las elecciones lo podemos encontrar en el campo contrario. Después de todo, han sido May y Boris los, que apelando a “ley, orden y país” han construido una coalición ganadora tras la etapa Cameron, obsesionada con la economía. ¿Qué aspecto tiene esta exitosa alianza? Es, ni más ni menos, la fórmula que la derecha mundial va a empezar a tomar en la próxima década.

La nueva derecha busca patriotas para el sacrificio neoliberal

Como hemos dicho, en esta dinámica interna de las facciones conservadoras es la centrada en la ley del mercado la que domina los años postcrisis. A pesar de su aparente fortaleza, es precisamente la austeridad del gobierno Cameron la que favorece el voto por el Brexit. Es en este momento en que se plantea una disyuntiva clara y común a todos los partidos de derechas. Dado el obvio fracaso de su programa económico, ¿cómo se puede justificar y en realidad intensificar la redistribución de la riqueza hacia arriba? La respuesta está, como lo ha estado siempre en la historia, en reconstruir al Estado a su medida. Como ya contaba Polanyi, las economías no son una combinación determinada de Estado y mercado.

Al contrario, siempre es el Estado el que habilita que ciertas esferas sociales estén o no regidas por la búsqueda del beneficio. Es decir, el libre mercado no surge de manera espontánea; es el Estado el que sienta las bases y ofrece certezas para facilitar el intercambio.

El Brexit es una instancia perfecta, como lo fue la crisis del keynesianismo en los años 70, para hacer dinero con la sanidad, la seguridad o incluso las fuerzas armadas

Las empresas europeas atraviesan una situación geopolítica adversa entre el declive estadounidense y el auge chino. Han perdido liderazgo en muchos frentes, particularmente la revolución digital; en Reino Unido, los servicios financieros de la City tienen competidores a mucho menor coste por todo el mundo. Una salida óptima para el capital con poca rentabilidad es el “capitalismo de desastre”, como lo apodaba Naomi Klein. Es decir, causar un caos tal en las economías occidentales que ningún sector esté libre del alcance de los gestores privados, bajo el pretexto de su imposible mantenimiento. La aceleración de la crisis climática y otros factores favorecen este pensamiento. Este programa, en su versión exterior, es precisamente lo que el nuevo eje conservador debate en sus foros internacionales. El Brexit es una instancia perfecta, como lo fue la crisis del keynesianismo en los años 70, para hacer dinero con la sanidad, la seguridad o incluso las fuerzas armadas.

La manera en que se vende y venderá este programa transformador está ante nuestros ojos. Recordemos que los grandes triunfadores de la noche son el nacionalismo inglés y el escocés. Cierto, la izquierda suele tenerlo difícil ante la cuestión nacional. Pero debe tomar conciencia de que, en un mundo con recursos escasos y aún menos dueños de los mismos, las distinciones entre el adentro y el afuera son cada vez más importantes. La nueva derecha ofrecerá ciudadanías de primera y de segunda, en una pesadilla tecnológica eficientemente gestionada por Silicon Valley.

Ante esto, el progresismo tiene que olvidar sus sueños globalizadores sobre Estados en repliegue y mercados eficientes. La derecha más leninista, al estilo Bannon, está ejecutando su particular toma del Palacio de Invierno para asegurar un buen retorno a sus inversores. La izquierda tiene que recuperar su patrimonio soberanista e internacionalista, que no es mutuamente exclusivo. Defender la clase obrera allá donde se encuentre y el derecho a los pueblos a desarrollarse económicamente en condiciones de igualdad. Es decir, lo equivalente repetir el corbynismo en cada país, aprendiendo de sus errores. O seguir perdiendo.

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