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Racismo
Las vidas negras (que sí) importan
Hace poco más de dos años el mundo entero asistió compungido al asesinato de George Floyd, un ciudadano afroamericano que fue asfixiado por la policía en la vía pública, tras ser acusado de haber pagado un paquete de tabaco con un billete falso. Una absurda manera de perder la vida un día cualquiera de un mayo cualquiera.
El mundo entero se inundó entonces de protestas, el movimiento BLM (Black Lives Matter) se volvió planetario y viral, la frase “las vidas negras importan” entró en el vocabulario colectivo y fue repetida y también discutida por doquier hasta la saciedad. Los medios querían declaraciones de las activistas negras a lo largo y ancho del globo, saber cómo nos sentíamos, si creemos que hay racismo. Los había concienciados, bientencionados y auténticos patanes. Entre los periodistas y entre las activistas.
Numerosas iniciativas surgieron. No todas siguen hoy desafortunadamente en pie, pero todas hubieran sido más que necesarias para afrontar “el día de mañana”, que ya es hoy.
El asesinato de George Floyd no fue el único ni mucho menos el último. Muchas más personas negras han sido después también asesinadas, muchas a manos de la policía, algunas en nuestro país o a las puertas de nuestras fronteras.
Nadie será condenado por las 37 personas asesinadas en Melilla o la mujer a la que dispararon en la playa de Akfhennir. La indignación se ha quedado en mensajes en redes y alguna concentración minoritaria
En noviembre del año pasado, ante el asombro y la indignación de los vecinos, la policía disparó a un ghanés con problemas mentales en Villaverde (Madrid), que portaba un cuchillo y al que más de media docena de agentes no fueron capaces de inmovilizar. Aunque sí lo hicieron con el señor blanco también con problemas mentales que, en pleno confinamiento, en lo peor de la pandemia, salió catanas en manos a gritar que estaba infectado también por las calles de Madrid.
En junio, en Melilla, en la frontera entre España y Marruecos, 37 personas fueron asesinadas por la gendarmería marroquí con el beneplácito de España y la indiferencia de la UE solo por querer continuar su camino hacia el sueño europeo.
Hace pocos días una mujer fue disparada en el pecho también por un gendarme marroquí en una playa situada entre las localidades de Akfhennir y Tarfaya, en el sur de Marruecos, al intentar subir a una patera con destino a las costas españolas.
Opinión
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En ninguno de estos casos el mundo se llenó de gritos de indignación ni los periodistas comenzaron ávidos a llamar para saber si nos dolía. Y nos duele. A muchas nos duelen esas muertes igual o más que la del hermano Floyd.
Puestas a realizar comparaciones en el horror de la muerte, Floyd estaba en su país, su asesinato causó una indignación planetaria y fue perseguido a nivel social y, sobre todo, legal. En el caso de los 37 de Melilla o la mujer de la playa, de la que ni siquiera sabemos su nombre, estaban fuera de su país, en un segundo intentando entrar irregularmente en un tercero, nadie será nunca condenado por sus muertes, ni siquiera juzgado, y la indignación se ha quedado en mensajes en grupos de whatssAp y redes y alguna concentración minoritaria. Al señor ghanés con problemas mentales al que también la policía asesinó y quedó grabado nadie le reivindicó en camisetas o lemas.
Por eso, cuando decimos que “las vidas negras importan” debemos también preguntarnos qué vidas negras son las que realmente importan. Importa el bofetón de Will Smith pero no los asesinados en Melilla, importa George Floyd pero no la mujer muerta en la playa de Akfhennir. Importa, como siempre ha importado, el hegemón y lo que en él suceda.
No importan las vidas negras, no nos engañemos, no lo hacían antes y no lo hacen ahora, porque decenas se pierden injustamente cada día y nadie se lamenta ni hace nada
No importan las vidas negras, no nos engañemos, no lo hacían antes y no lo hacen ahora, porque decenas se pierden injustamente cada día y nadie se lamenta ni hace nada. Ni siquiera importan todas las vidas negras que se pierden en el norte global o aquellas que lo hacen en asesinatos policiales o en las fronteras entre dos países que representan dos mundos.
Importan algunas vidas negras, las menos. Importa lo que desde el hegemón se decide que importe, sin más. Importan las vidas que les hacen recordar al Príncipe de Bel Air o la familia de Bill Cosby porque aún somos eso para ellos, la algarabía de un bofetón en mitad de una gala.
Hasta las vidas, y por supuesto las vidas negras, tienen un valor que viene determinado por el lugar que ocupen dentro del escalafón racial de ese corruptor sistema. El cis heteropatriarcado racista capitalista y clasista lo permea todo, cuando creemos estar defendiendo unas vidas de manera legítima, no estamos sino pataleando dentro del lado del redil que nos está permitido, expresando la indignación que legítimamente se nos permite de vez en cuando, la catarsis de las emociones que no hace saltar todo por los aires.
Todas conocemos los nombres de Rosa Parks, Marthin Luther King o Angela Davis, no así los de Mariama Ba, Thomas Sankara o Melibea Obono.
De la mujer de la playa nada sabremos en unos meses, ni siquiera su nombre, pero George Floyd pasará a la historia, también a la historia negra, aquella que sigue arrinconada y silenciada cuando no es protagonizada por los afroamericanos.