Opinión
Hortaleza distorsionada
Alguien dibujó una diana gigante en la paredes del centro de primera acogida de Hortaleza, y otros han ejecutado.

La primera vez que viajé a Euskadi debió ser en el año 1984. Además de lo impresionado que me dejó aquel paisaje tan distinto al de mis veranos andaluces he de reconocer que me impactó, y no poco, ver en algunos pueblos pintadas en las paredes de sus calles dianas o dibujos que simulaban mirillas de fusil con iniciales, nombres, incluso fotos de personas dentro de las mismas. Aquellas imágenes resultaban suficientes para entender el nivel del conflicto que allí se vivía. Unos señalaban, otros ejecutaban. Una dinámica, por otro lado, nada nueva y perversa, propia de todas las formas de expresión del fascismo que se han ido desarrollando a la largo de la Historia.
Aunque sin duda nos faltan datos todavía para saber con rotundidad lo ocurrido en el centro de primera acogida de Hortaleza el pasado miércoles, no necesitamos, sin embargo, extraer algunas conclusiones más que evidentes al respecto de lo que está ocurriendo. Que una forma u otra de violencia se está enfocando hacia los niños y adolescentes es un hecho. En las últimas semanas hemos visto cómo dos chavales eran agredidos a "remazos" en la parada de un autobús, hemos conocido el intento de asalto de otros grupo de chicos, rápidamente catalogados de banda por algunos medios, también sabemos que otros chavales del centro fueron agredidos a porrazos en un parque cercano.
La granada forma parte de un proceso continuado y debidamente escalado de violencia contra los niños, niñas y adolescentes que viven en el centro de Hortaleza. Alguien dibujó una diana gigante en la paredes del mismo, diana en forma de apariciones en medios, rueda de prensa a las puertas del centro, incluso cita estelar en un debate electoral de máxima audiencia que hizo que hasta medios internacionales se interesaran por "eso de Hortaleza". Y otros han ejecutado. Todo eso aderezado con un interés por envenenar el clima social a través de chats y grupos de redes incendiarios, incluso alguna concentración impulsada por personas ajenas al barrio y que a pesar de conseguir movilizar apenas a unas pocos vecinos contribuyen a crear la sensación de que este es un barrio en el que no se puede vivir y que los responsables de esa desazón colectiva son los chavales del centro de Hortaleza.
Para completar el manual de la intoxicación que se está viviendo en estos días, bulos y rumores lanzados sin ningún rigor y que a pesar de los desmentidos (policía y fiscalía han explicado en varias ocasiones que no hay un repunte significativo ni diferencial de los delitos en el barrio) crecen hasta convertirse en un mantra para muchos vecinos del distrito.
Las administraciones han preferido mirar hacia otro lado y no reconocer que en Madrid existe un problema que se traduce en que en nuestras calles viven niños desamparados
No podemos exigirle al racismo y al odio un rigor en el análisis que, lógicamente, va contra la propia naturaleza de ambas formas de estar en el mundo. Sí podemos, sin embargo, tratar de combatirlos generando ese rigor en el análisis en los entornos en los que todos nos movemos para tratar de acotar el mal y ver la forma más apropiada de reducirlo hasta conseguir su erradicación. Por eso, contra las mentiras e inexactitudes, algunas reflexiones que generen un debate más constructivo en el que todas y todos debemos implicarnos, al menos los que estamos en la convicción de habitar este mundo desde otras posiciones.
En primer lugar, el de Hortaleza no es un centro de Menas, ese término detrás del cual se esconde la definición de los menores migrantes que vienen a Europa no acompañados. En realidad en Hortaleza hay más de un centro, dos de larga estancia y uno, el de primera acogida que es el que genera los problemas. Por ese centro vienen pasando desde hace años todos los chavales que por distintas circunstancias pasan al sistema de protección que, necesitamos recordarlo, es responsabilidad de la Comunidad de Madrid. Ese es su primer espacio de acogida hasta que son derivados a otros. Ese centro, y así lo han venido denunciando los propios trabajadores del mismo y entidades de evidente prestigio en la defensa de los derechos de la infancia como Raíces o Save the Children, hace tiempo que no reúne las condiciones adecuadas, por la masificación del mismo y por las deficientes condiciones y recursos con las que los profesionales pueden trabajar con los chicos.
Hace ya años sabemos que hay chavales que preferían dormir en el parque colindante a hacerlo al cobijo de un lugar que les resultaba hostil y poco acogedor. Hay que hacer una esfuerzo para entender qué significa esto cuando hablamos de niños y niñas. Sin embargo, las administraciones, todas en general, han preferido mirar hacia otro lado y no reconocer que en Madrid y otras ciudades del país existe un problema que afecta a la infancia y que se traduce en que en nuestras calles viven niños, desamparados, al cobijo y el calor en muchos casos del pegamento y el disolvente que les acompaña en su día a día y les hace más llevadero el frío o el calor, el hambre o la tristeza o les enajena y altera su carácter y agresividad. Es un hecho. Tenemos un problema serio que afecta al derecho a la salud de menores y apenas desarrollamos esfuerzos a nivel institucional para atajarlo.
En segundo lugar. El problema de la seguridad. Ya se ha dicho que los datos alarmantes que se airean desde determinados altavoces que alimentan el conflicto han sido desmentidos tanto por la Policía como por la Fiscalía. Y sin embargo, claro que se producen incidentes, robos, hurtos, episodios que han sufrido vecinas y vecinos del barrio y que nadie desea. Cada día se producen en Hortaleza y en otros lugares de la ciudad. Y es evidente también que algunos de esos episodios tienen relación con chavales del centro o de otros centros que siguen viniendo por Hortaleza.
Hace ya mucho tiempo que gentes del barrio se encargan de cuidar de esos chicos, de organizar actividades con ellos
A pesar de que sabemos que estos hecho se han sobredimensionado con un interés manifiesto en extender un discurso de odio hacia las personas migrantes, es llamativo que a nivel institucional apenas se haya hecho nada que no sea lo de siempre, más policía y seguridad. Es un hecho que si no atajas la raíz del problema y solo curas los síntomas los males se hacen crónicos. No puede haber un policía vigilando cada esquina del barrio así que por más patrullas que pongas no conseguirás erradicar el problema como se pretende. Apenas se han hecho esfuerzo institucionales por aumentar la presencia educativa, tener más educadores en las calles, donde en realidad pasan muchas horas los chavales, llevar a cabo estrategias de mediación con el vecindario para que conozcan y se acerquen más a un lugar que a muchos les resulta hostil.
Ha tenido que ser la iniciativa vecinal la que haya intentado llenar ese espacio vacío en el que tan cómodas se sienten las instituciones. Hace ya mucho tiempo que gentes del barrio se encargan de cuidar de esos chicos, de organizar actividades con ellos, a veces simplemente salir a pasear, de hacer que el resto del barrio les pueda ver de otra manera. La incomunicación es el muro más grande de todos. Claro que hoy vivimos tiempos en los que muchos se dedican a construir muros. Otros los horadan con el esfuerzo y su fe en el poder de la diversidad y el enriquecimiento de la convivencia.
En tercer lugar, lo que ocurre en Hortaleza nos aboca inevitablemente a reflexionar sobre el fracaso del sistema de protección, al menos en nuestra comunidad. Cuando los menores se encuentran desprotegidos, es la administración la que debe desempeñar el papel que las familias, por distintas razones, no pueden hacer. Las leyes, los compromisos internacionales, exigen en todos los casos que el interés preferente del menor se preserve en cualquier circunstancia. El hecho de que el menor venga de otro país no menoscaba en ningún caso ese derecho ineludible. Eso significaría que la obligación de las instituciones es promover los cauces adecuados para garantizar esos derechos.
Es pertinente, por lo tanto, preguntarnos qué han hecho las instituciones, en especial la Comunidad de Madrid que es la que tiene la responsabilidad directa en este caso, pero también otras como el Ayuntamiento, para solucionar el problema. Si decir nada no se ajustaría al rigor con el que pedimos que se enfoque la cuestión, lo que es un hecho es que se ha hecho muy poco.
Tan poco que pensar que esa inacción frente a un problema tan evidente no es más que un plan preconcebido para deteriorar la atención a los menores migrantes en nuestra comunidad. Esas teorías absurdas sobre el efecto llamada también se esconde detrás de la manera como se trata el problema de los menores migrantes. No los tratemos como corresponde, no vaya ser que se nos llene esto de niños que salen de su país jugándose la vida en los bajos de un camión o en manos de los traficantes de personas para no volver a ver a sus madres en años y años.
En realidad, el fracaso de un sistema que no atiende como es debido a los chicos, que no les permite hacer un tránsito adecuado a la vida adulta (¿Por qué un chaval tutelado no sale con papeles para poder trabajar al cumplir la mayoría de edad?) es solo un ladrillo más de ese muro que hemos levantado para defendernos de la inmigración. Lo que ocurre con los menores en Hortaleza es parte de una partitura trágica que suena parecida en la frontera de Melilla, en los CIE o en las aguas del Mediterráneo.
Y, lo que es más trágico, parte de un negocio cruel que enriquece a unos cuantos, aquellos que se encargan de la gestión del trabajo sucio. Cabría preguntar a la Comunidad de Madrid qué beneficio tiene externalizar la atención de muchos centros de menores y dejarla en manos de empresas que, con poca vocación educativa, anteponen el beneficio económico tanto al cuidado de los menores como de los propios trabajadores de los centros, otras de las víctimas de este sistema fracasado.
Arrancaba este texto en los años 80. Vuelvo a aquellos tiempos para terminar. Hablábamos recientemente, algunos que ya tenemos los suficientes años y vivimos en este lugar del mundo, de que este debate sobre la seguridad en el barrio nos transportaba a esos tiempos duros de la heroína que Hortaleza vivió con tanta intensidad, trágica en muchos casos.
En aquella España en la que la droga destrozaba la vida de miles de chicos y chicas tuvieron que salir, como siempre, a recolocar el punto de vista dominante decenas de asociaciones y colectivos por todo el país. Algunos todavía siguen trabajando por la convivencia en nuestra ciudades, como la Coordinadora de Barrios. Tuvieron que salir a la calle las madres para defender las vidas de sus hijos y denunciar los intereses detrás de un negocio despiadado e inhumano. Tuvieron que salir a defender aquellas madres que no solo estábamos ante un problema de seguridad. Desde luego, esta Hortaleza no es aquella, estos tiempos no tienen nada que ver por mucho que nos quieran contar. Tampoco los niños migrantes tienen madres que los defiendan a su lado. Tendremos que serlo nosotras, nosotros: aquellos que defendemos el derecho ineludible a vivir dignamente para todas y todos, sea cual sea la raza, la procedencia o el origen de las personas. Aquellos que defendemos que la convivencia en los barrios se construye desde el respeto a todos y para todos, que creemos que el diálogo y el encuentro ayudan a hacer los barrios más amables y vivibles frente al odio y el enfrentamiento. Tratemos, por lo tanto, de llevar el debate a un entorno más conciliador, tratando de escuchar a todas y todos, sabiendo que no es fácil de afrontar y que, por lo tanto, necesitará de muchos esfuerzos y del trabajo de muchos. Solo así cerraremos el camino al mensaje de odio que da una imagen distorsionada de lo que somos.
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