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Poesía
Hilda Pérez: “No hay otra manera de encajar los dolores del mundo que poetizándolo”
En Así respira mi verbo, Hilda Pérez “encaja los dolores del mundo poetizándolo, para permitirse sanar y resistir”. Diverge de la visión blanca y eurocéntrica que enuncia en un solo altavoz y compartimenta asépticamente, “como si con un escalpelo racional se pudiera diseccionar lo que todo está entreverado”. Poliniza el lenguaje y ataca el corazón de la bestia con la lengua colonizadora de la que millones de personas en Abya Yala se han apropiado según sus formas de habitar el mundo.
“Tengo una relación mística con la poesía. El título de mi poemario, Así respira mi verbo, hace referencia a que, para mí, escribir poesía es como respirar. No me pregunto mucho sobre ello ni le doy muchas vueltas a nivel intelectual. Lo vivo como una posesión”. PlataformaCero, iniciativa de la escritora y editora Quinny Martínez para impulsar a escritoras migrantes en España, ha apostado por la primera obra de la poeta y comunicadora extrañola Hilda V. Pérez Rodríguez (Caracas, 1983).
Cuando le pregunto cómo es publicar un libro fuera del país de origen, Hilda Pérez no duda en responder que “es hackear el sistema. Es llamarme extrañola porque así quiero llamarme. Es interpelar las contradicciones que implican habitar el reino de España. Es polinizar el lenguaje y atacar el corazón de la bestia. ¿Qué tanta interculturalidad, integración o diversidad promocionan cuando a mí me cuestionan los caribeñismos que utilizo, los nombres utilizados por mis ancestras o mi cultura, la lengua colonizadora de la que quinientos millones de personas en Abya Yala nos hemos apropiado según nuestras formas de habitar el mundo?”. En ese sentido, elogia que PlataformaCero es un proyecto que le ha permitido desmontar la mirada colonial, machista y racista que intenta disciplinar desde tantos espacios; uno de ellos, la industria editorial.
Dividido en cuatro partes (La soñadora, La amante, La militante y La añoradora), prologado por Lucía Asué Mbomío y epilogado por Yeison García López, el poemario presenta una idea “fluida y no monolítica de la identidad”
Dividido en cuatro partes (La soñadora, La amante, La militante y La añoradora), prologado por Lucía Asué Mbomío y epilogado por Yeison García López, el poemario presenta una idea “fluida y no monolítica de la identidad”. De esta forma, la poeta se y nos pregunta por qué únicamente ceñirse “a un solo registro, o a una arista más marcada del sentir, si me habitan y me pueblan cantidad de miedos, ilusiones, sombras, fisuras, duelos, pasiones y desamores”. Se niega a enunciarse en un único altavoz, pues “todas somos caleidoscopio, ninguna parte se superpone a otra, conviven y se co-constituyen juntas”. Cita la noción budista de la posesión mutua de los diez mundos o estados como inspiración de su mirada compleja y orgánica: “El principio del infierno puede estar envuelto en la tranquilidad y la iluminación y, al segundo siguiente, que otro estado completamente distinto emerja”.
Así respira mi verbo refleja el mosaico de la Hilda fantasiosa e idealista, la amante de apetitos carnales, la militante que puede “rayar lo fanático y lo panfletario”, la que escribe desde las vísceras, en ocasiones más clara y en otras más críptica, sobre alegrías y decepciones activistas y afectivas. Entendemos aún mejor lo que cuenta a El Salto de que “no hay otra manera de encajar los dolores del mundo que poetizándolo y sublimándolo a través de la poesía, para permitirse sanar y resistir” después de leer, en la última parte del libro, sobre la muerte de su madre, Sonia.
Hilda Pérez migra a España en 2008, y en 2019 su madre enferma de cáncer de ovarios: “Me tocó volver a migrar seis meses a Venezuela, en ese duro quiebre de pasar de ser cuidada a cuidadora permanente. Cuando volví a España, tuve muchos problemas. Casi no consigo regularizar mi situación. También traje a mi madre para el tratamiento médico. Hay poemas que escribía cuando ella estaba terminal en un pabellón en Madrid. La poesía fue mi salvación”. Cuando propongo a Hilda la metáfora del lenguaje convencional como prisión suprema para hablar del inherente potencial político de la poesía, contesta que esta “es la llave al cerrojo de muchas opresiones por su capacidad de reinventarse a sí misma y reinventar las formas de narrar el mundo”.
Sobre la supuesta contaminación del arte por la política que desde algunos sectores se critica, la comunicadora y poeta afirma que “la mirada blanca y eurocéntrica, a diferencia de otras cosmovisiones que hablan de la interdependencia inherente de todos los sistemas, tiende a compartimentar asépticamente, como si con un escalpelo racional se pudiera diseccionar lo que todo está entreverado”. La escritora conecta el arte con la espiritualidad porque muchas personas, “para poder resistir tanto dolor y opresión material, tienen que asirse a cosas supremas o trascendentales. El arte es supremo y la poesía no se agota nunca”.
Su madre bailarina, su padre cantautor, su abuela directora de la Biblioteca Nacional, migrantes de Cuba a Venezuela, fueron las que cultivaron en Hilda el amor por la literatura y las artes escénicas
Su madre bailarina, su padre cantautor, su abuela directora de la Biblioteca Nacional, migrantes de Cuba a Venezuela, fueron las que cultivaron en Hilda el amor por la literatura y las artes escénicas. Al mismo tiempo que era una pequeña showgirl que entretenía en todas las fiestas, desarrolló una relación íntima con la escritura, donde expresaba inquietudes personales a primera vista inaccesibles en el ambiente festivo del escenario, como la vida después de la muerte o el amor absoluto. Las cariñosas dedicatorias que escribía a su familia fueron el germen precoz de los poemas, aforismos y prosa con impronta poética que ha cultivado toda la vida. No obstante, también “se me metió a fuego que la meritocracia existía, que las artes se desligaban de lo productivo y que tendría que esforzarme mucho intelectualmente para ganarme el pan”. Reservando la creatividad artística cada vez más para “las extraescolares” y no como ocupación principal, “con dieciocho años yo misma me castré y estudié algo pragmático como periodismo”. Afortunadamente para las y los lectores, hasta ahora.
“Hubo un parteaguas a partir de la pandemia y de mi proceso terapéutico, guiado por la escritura y por la espiritualidad. Como dice mi querida Chavela Vargas, uno vuelve siempre a los viejos sitios en que amó la vida. En esta etapa, estoy explorando a plenitud lo que siempre he amado, he vuelto al flamenco y a la escritura, a dar por saco a la impostora”, explica.
Agradece a una gran comunidad, que en momentos adversos se pone hombro con hombro, la elaboración de una obra que la homenajea como forma de construcción y de habitar el mundo: la comunidad en Caracas que la apoyó durante los cuidados de su madre; la comunidad en Madrid y Valencia de poetas y creadoras migrantes que la nutre e inspira, como Adriana Bertorelli Párraga, Gabriela Wiener, Artemisa Semedo, Vicky Campoamor, Karessa Malaya, Cristina Boyacá, Kevin Ramírez, Solanyely Sánchez, Moha Gerehou, Safia El Aaddam, Salma Bechar Aatif, Helios Fernández o Gabriella Nuru.
Soy, porque somos es el proverbio africano Ubuntu que Hilda Pérez cita en el poema Rotunda me habito, en referencia a los espacios de liberación palenques, cumbes o quilombos, donde personas esclavizadas africanas y personas originarias de Abya Yala tejieron hogares de autogobierno y autosustento, y que a día de hoy son recordados y reivindicados. Pido a Hilda, para finalizar, que me revele el manantial de su poesía: “Mi poemario es una pretensión siempre inacabada de descolonizar y mirar el paisaje con los ojos con los que quizá muchas de nuestras ancestras, ancestros y actuales defensoras de la tierra lo miran, profundamente conectadas a él. También es un aullido contra el epistemicidio, el ecocidio, el etnocidio y el genocidio en ciernes”.