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Poesía
Berta García Faet: “En la poesía cabe todo”
Berta García Faet dice que lo único que no le cuesta en la vida es la poesía, y su obra le da la razón: con solo 20 años, a la edad en que todos hemos dejado de escribir versos para ocuparnos de temas más “serios” y “adultos”, ella publicaba su primer poemario, Manojo de abominaciones. A partir de ese momento se fueron sucediendo los libros (con títulos tan evocadores como Los salmos fosforitos o La edad de merecer, por mencionar solo un par de ellos) y los premios, siendo el más sonado, sin duda, el Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández.
Lo que no aparece en ninguna biografía es que leer su poesía es entrar en un espacio en el que instalarse, en el que los subrayados no bastan y se terminan marcando y doblando esquinas de páginas enteras, en versos que te acompañan o que te llevan de la mano a tu propia infancia y adolescencia. Tampoco hablan esas bios ni esas páginas de Wikipedia de su inteligencia, ni de su humor, ni de lo bien que articula sus ideas, pero que sin duda es lo que explica que sus lectores le manden mensajes para decirle lo mucho que han conectado con poemas como “Me gustaría meter a todos los chicos que he besado desde el año 1999 en una misma habitación”.
En tu Corazonada trabajas en poemas que se remontan a 2008, ¿no da vértigo asomarse a poemas antiguos?
No da tanto vértigo porque, en realidad, incluso los poemas más antiguos que hacen Corazonada los siento actuales. No se trata de poemas que metí en un cajón que no volví a abrir hasta 2020, que es cuando me puse a organizar el libro, encontrarle una trama. Son los poemas que han sobrevivido al paso del tiempo, a los días de “limpieza general” y que he ido releyendo y en algunos casos puliendo. Entonces ya no se pueden pensar tanto como poemas viejos sino como poemas transhistóricos. En todos reverberan los afectos, las preguntas, los impulsos estilísticos del momento y el espacio en que “nacieron” y no he traicionado esos orígenes. Pero en los que han ido modificándose poco a poco reverbera también algo de esas otras ocasiones posteriores. A pesar de lo distintos que son entre sí se hablan y los firmaría de nuevo. A pesar de lo distinta que soy yo misma hoy respecto a ayer. El ayer también es actualísimo. O sea, que hay como un cuestionamiento por debajo de qué es el tiempo, qué es empezar, continuar, acabarse, las lindes de las cosas.
Siempre digo que escribo lo que puedo, no lo que quiero; o que escribo en la intersección entre lo que puedo y lo que quiero
Para ti, ¿qué diferencia este poemario de los anteriores y cuál ha sido el eje conductor a la hora de escribirlo?
Algunos de estos poemas podrían haber entrado en otros libros, pero como trabajo con libros-conceptos (o libros-corazonadas) al final se quedaban fuera por no encajar en sus lógicas internas. Pero si tomamos los poemas de uno en uno y no como parte de una trama, hay conexiones claras entre ciertos poemas de Corazonada y otros de La edad de merecer o Una pequeña personalidad linda. Lo que diferencia a este libro es que su composición ha sido mucho más lenta y, por ello, paradójicamente, no resulta más “perfecta”; más bien he tenido tiempo para relajarme y para hacer un libro “suelto”, diría que el menos neurótico y perfeccionista. Siempre digo que escribo lo que puedo, no lo que quiero; o que escribo en la intersección entre lo que puedo y lo que quiero. En este libro esa intersección me ha resultado pasmosa y curativa. Luego, a nivel más propiamente de propuesta literaria, están mis “temas” de siempre: amor, lenguaje y autorretratos. Ampliados: el amor se abre a la familia, la amistad; el lenguaje se abre a la literatura, la cultura en general; los autorretratos se abren y se cierran como abanicos. Y transito varios “estilos” que ya he transitado, pueden verse los caminos que he ido tomando y luego dejando, aunque quiero creer que de manera más destilada, espero que delicada. Aunque cada vez la cosa vira más y más hacia la fantasía.
En algunos de tus poemas se te lee a ti, como cuando escribes “ojalá algún día pudiera escribir sobre lo que amo”, pero también al lector cuando dices “y no pasa nada que no lo entiendas… y se va a acabar el poema y te vas a sentir tonta”. Es como enseñar las tripas del poema y adelantarse a la reacción del lector. ¿Le das muchas vueltas a lo que muestras o dejas de mostrar?
No le doy muchas vueltas, la verdad, diría que ese airear el proceso de lo que está pasando y también ese constantemente acordarme del lector/a, alargar la mano y que la toque, es algo que hago desde siempre. Ambas cosas convergen en la pregunta de “¿cómo leer un poema?”. En algunos poemas como que, mostrando sus tripas, muestro una especie de librillo de instrucciones de cómo interactuar con esas tripas, si bien a veces esto puede ser medio en broma, acordándome de Juan Ruiz y de Borges. Sí recuerdo, por ejemplo, para el caso del poema “Y lees este poema y no lo entiendes”, haber comenzado queriendo escribir un poema que “creara” (entiéndase esto con minúsculas) a sus lectores/as. Algo así como: “Mira, este es mi poema, puedes leerlo así o así, te recomiendo que lo leas así, fíjate en esto, fíjate en lo otro, fíjate en que al final te estoy mareando y fíjate que al final... ¿adónde quiero llegar? ¿Y cómo he llegado hasta aquí?”. Una parte la sé y otra no. He pensado sobre estos misterios desde otro dialecto, el de la prosa, en un ensayo que está a punto de salir, El arte de encender las palabras (Barlin, 2023). Pero supongo que nunca dejaré de pensarlos.
Escribes sobre la tristeza, la ternura, la infancia…
Sí, la infancia es muy importante, y ahí están en origen ya cuajándose para siempre una gran ternura y una gran tristeza. Me parece que la infantilidad de mi poesía (que no exactamente elijo) viene de ahí, de la complejidad emocional y mental de la infancia. Dediqué mi tesis doctoral a estudiar la infantilidad en la poesía de muchas poetas contemporáneas, y en el proceso me di cuenta de que la infantilidad también estaba en mi poesía. Si bien no tengo muchas certezas de por qué o cómo, y a veces tiene algo de confrontacional, de vacile, autodefensa incluso, y a veces tiene algo de recóndita identificación con esa niebla que es (o fue para mí) ser una niña.
La fantasía ha ido ganando peso y ha ido vaciando mi escritura de rumiación o autoanálisis
También muestras algo de vergüenza hacia el yo pasado y reflexionas sobre la percepción que una tiene de sí misma. ¿Eres muy autoconsciente?
Creo que era más autoconsciente antes que ahora. Por eso también estoy tan feliz con Corazonada, porque hay autoconsciencia (porque somos humanas, y esto es poesía) pero menos hiperconsciencia y más serenidad. Más asertividad. Para mí, estos poemas son profundos y se preguntan muchas cosas y se responden algunas, pero a la vez pesan poco. No hay gravedad. Lo loco es que siento que cuajan mis verdades íntimas. La fantasía ha ido ganando peso y ha ido vaciando mi escritura de rumiación o autoanálisis. Ponte por ejemplo los autorretratos. A medida que avanzas en el libro son más, y menos complacientes con los códigos estéticos del realismo.
Hay dos poemas, a los que llamas novelas, mucho más largos, ¿es un nuevo camino que te interesa?
Sí, a esos poemas los llamo novelas porque cuentan historias. El segundo, “Novela del niño dibujante”, juega a la superposición no de las voces narrativas sino de los personajes, que resultan ser las mismas personas (o divinidades, o animalillos, u objetos) a lo largo de los siglos y en diferentes lugares. Por el contrario, el primero, “Novela del cura y la señorita”, es tanto narrativo como ensayístico. Parte de una reflexión sobre los tropos que se esconden en los orígenes etimológicos de ciertas palabras. Por ejemplo, la palabra “señorita” viene de “viejo”, “accidente” de “caer”, “palabra” de “lanzar”. Entonces hay toda una investigación sobre cómo ciertas palabras encierran en su interior otras palabras. Es un poema que tiene una vocación humanística, y nace de preguntas como: ¿las narraciones son en el fondo tropos (o al revés)? ¿Qué es una palabra? ¿Qué es el amor? ¿Hay vínculo entre palabra y accidente, amor y accidente? ¿Y la violencia? ¿Y el azar y el destino?
La poesía está mutando a un género desde el cual desarrollar casi cualquier impulso expresivo, comunicativo y/o de conocimiento
Volviendo a tu pregunta, sí, estoy escribiendo textos en varios géneros, aunque me fascina su hibridación así que no sé si de hecho nada de lo que escribo puede adscribirse a un género. Por ejemplo, pienso que mi poesía es poesía, pero también pienso que en la poesía (como antes en la novela) cabe todo, una puede hacer de todo: filosofía, cuento, política, diario... O sea, a nivel genérico la poesía (no solo la mía) está mutando a eso, a un género desde el cual desarrollar casi cualquier impulso expresivo, comunicativo y/o de conocimiento. Personalmente, sí concibo mi escritura lírica como atravesada por varios saberes y pasiones, tiene mucho de investigación, de lo personal y lo colectivo.
¿Qué poemarios recomendarías?
Para la gente que piense que no entiende la poesía y que eso está mal, recomendaría hacer ese pequeño viaje de contrapuntos: leer primero Belleza cruel de Ángela Figuera Aymerich, luego En la masmédula de Oliverio Girondo, luego Desde las gradas de Juanpe Sánchez, y luego Duende de Andrea Abello.