En un capítulo de Los Simpson, Marge le dice a Homer: "Homer, esta es la peor estupidez que has hecho", a lo que él contesta: "Lo has dicho tantas veces que ha dejado de tener sentido". La repetición nos inmuniza. Podemos horrorizarnos si un solo día, en un único evento, mueren 16.000 niños. Algo así nos resultaría intolerable, ajeno a toda comprensión. Pero ante el hecho cierto de que esa cifra de muertes, por causas fácilmente evitables, se repite en nuestro mundo cada día, no movemos ni una ceja. Interiorizamos este horror cotidiano como rutinario, como producto del estado normal de las cosas.
La repetición inacabable de atrocidades se ofrece como un cálculo. Como algo puramente numérico, alejado de toda reflexión. Citando a Byung-Chul Han, el cálculo es "ciego para los acontecimientos" y "ni siquiera está en condiciones de averiguar la relación causal… Esto es así y punto. La pregunta por el porqué [de las cosas] está aquí de más. Es decir, no se comprende nada... Sin darle más vueltas, nos dejamos llevar por: Esto es así y punto".
El nivel de corrupción política que soportamos los españoles no tiene parangón con ningún otro país desarrollado. Corrupción protagonizada sobre todo por el Partido Popular, que cuenta entre sus filas con cientos, miles, de altos cargos condenados por corrupción. En un número tal que es ya tan inabarcable como el de las cifras del hambre en el mundo o la pobreza. En una frecuencia tal que ya no se puede hablar de eventos concretos sino de un único evento repetido infinitamente: en algo puramente numérico. Y, volviendo a Chul Han, lo numérico hace que lo igual se perpetúe.
Los medios de comunicación del poder, los creadores de opinión, los partidos políticos del régimen, convierten la inacabable sucesión de escándalos de corrupción del PP en "nuevos casos". Nuevos casos que tienen la capacidad en sí mismos de hacer olvidar los anteriores. La Púnica hace que abandonemos a Rita Barberá; Gurtel, desvía la atención sobre Camps y, a su vez, los corruptos de mañana tenderán un manto de olvido sobre los ladrones de hoy.
De hecho, parece incluso que, de algún modo, la coincidencia temporal de varios casos de corrupción no solo no hace que los vivamos como algo más insufrible sino que genera el suficiente ruido informativo como para que se enmarañen y creen más confusión que hartura. Para que se vuelvan solo números.
El mundo gira. Esto es así y punto. Debemos acostumbrarnos a que nos roben, a que nos gobierne una organización criminal dedicada al saqueo, del mismo modo en que nos acostumbramos a que se derritan los polos, a que se extingan algunos bichos y a que haya niños que mueran de inanición. El sistema funciona. Y no, por supuesto, porque pueda evitar este estado de criminalidad institucionalizada sino porque, de cuando en cuando, produce impulsos de autoregeneración falsa. De la misma manera que una catástrofe humanitaria concreta produce una efímera corriente de solidaridad que, al no cuestionar causas ni efectos, sirve como justificación ética ilusoria: algo se está haciendo.
En ese estado de cosas, los defensores del sistema pretenden que todo siga girando en ese rodar perpetuo. Que cada escándalo simplemente concite las rutinarias muestras de inútil indignación en las redes sociales. Que repitamos una y otra vez palabras como "indecencia", "intolerable", "indignante", "vergonzoso" que, como le pasa a Homer, dejan de tener sentido. O que sirva para que los tuiteros desencadenen una inocua competición de chistes, burlas y gracietas. Como si a aquellas personas sin escrúpulos que nos desvalijan les fuese a molestar que nuestra única y pobre respuesta sea la sátira.
Viene a decir Monedero que, a lo largo de la historia de España, es esa burla impotente contra el poder expresada en forma de sátira el desahogo que hace más soportable para el pueblo el saqueo del que es víctima. Por eso el poder la tolera. Pero lo que no tolera es la censura efectiva, la censura expresada cara a cara, en los espacios propios del poder que hoy ve usurpados por unos desarrapados que vienen aquí a cuestionar las leyes naturales.
Una situación tan excepcional de descrédito de las instituciones y gobierno del crimen organizado requiere igualmente de un posicionamiento nítido excepcional
Si la moción de censura ha despertado tales reacciones de enfado, desprecio y hostilidad (si es tan inútil, ¿por qué jode tanto?) es porque, llevada a cabo en el lugar sacrosanto del poder, se presenta en realidad como una moción de cesura. Como un corte. Una situación tan excepcional de descrédito de las instituciones y gobierno del crimen organizado requiere igualmente de un posicionamiento nítido excepcional. Y no importa que la moción no triunfe. Su utilidad no es solo censurar sino expresar un imperativo moral que nos obliga a decir: "Hasta aquí". Y romper ese ciclo eterno de escándalos-quejas-más escándalos-más quejas que en nada modifica la realidad.
Una cesura que recupera el valor de las palabras. Estas están hoy huecas, deshinchadas por esa rutinario pataleo, que nada transgrede, en las redes sociales. Hoy, cuando repetía una y otra vez Irene Montero: "¡qué vergüenza, qué vergüenza", deberíamos llenar esa expresión de su verdadero significado. Sentir la vergüenza como una herida. Y, mientras ella hablaba, imaginarnos a los cómplices del saqueo, los corruptos de mañana que aún no han sido detenidos, riéndose de ella, repantigados en sus escaños. Qué vergüenza, qué vergüenza. Y nos debería hasta doler la expresión. Escocernos, enfermarnos. Deberían volver a tener peso las palabras "indecencia", "indignante", "intolerable" más allá de su repetición ritual. Si algo es "intolerable", simplemente es porque no podemos tolerarlo. Porque nos impulsa a una acción con contenido, más allá de un tuit banal.
Este es el verdadero valor de la moción: el tratar de impedir, con un gesto extraordinario, la normalización de la vileza. Marcar una ruptura, una cesura, entre lo tolerable y lo intolerable
Este es el verdadero valor de la moción: el tratar de impedir, con un gesto extraordinario, la normalización de la vileza. Marcar una ruptura, una cesura, entre lo tolerable y lo intolerable. Una cesura entre quienes lo toleran y quienes no lo toleran. Una cesura entre aquellos para los que el combate contra la rapiña se vuelve un imperativo, una voz imposible de no atender y aquellos otros para los que es poco más o menos que una cansina repetición de condolencias.
En la métrica, la cesura es una pausa que se hace en el verso. Luego el verso continúa y también continúa el poema. Es solo una pausa. Un coger aire. No rompe nada ni termina nada. Habrá quien piense que coger aire es poca cosa. Pero es únicamente la existencia aún, en algún lugar, del aire puro, la que presenta tal cual es atmósfera en la que vivimos, hedionda y asfixiante. Y lo normal no es vivir acostumbrándose a la tos, a la nausea y al ahogo. Lo normal es respirar.
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