Opinión
La casita en Galapagar
El anuncio por parte de Pablo Iglesias e Irene Montero de la compra de una casa vuelve a abrir el debate sobre el juicio de las decisiones individuales, la capacidad de las redes sociales de marcar la agenda y el espectro político en el que se mueve Podemos.

El anuncio atraviesa varias capas. En la capa Twitter solo cabe ponerse a salvo. Es un juego al que todo el mundo juega. Se produce el anuncio —en este caso, la compra de un chalé en Galapagar, en la sierra de Madrid— y se aguarda una especie de veredicto colectivo. Primero en forma de trending topic (¿cuánto dura? ¿cómo es el balance entre trolls y afines? ¿qué otra noticia puede borrar a esta del mapa de intereses?), después en forma de artículos analizando lo que la comunidad tuitera (la plebe tuitera) ya ha analizado en sus hilos. La moralina cotiza al alza. También las defensas cerradas de la decisión. Es un juego al que todo el mundo juega y así se lo recuerdan a Pablo Iglesias. Alguien ha buceado entre sus tuits y ha encontrado uno que dice que…
¿Entregarías la política económica del país a quien se gasta 600.000€ en un ático de lujo? http://t.co/4EhKia0d vía @el_plural
— Pablo Iglesias (@Pablo_Iglesias_) 20 de agosto de 2012
Twitter lo utiliza gente influyente pero WhatsApp es una capa más relevante. 25 millones de personas envían al menos un mensaje cada día. Es una esfera muy distinta. Un entorno, a priori, amable. Comentarios cómplices. En esa capa surge otro diálogo, normalmente con mayor asimetría entre emisor y receptor (¿no te has enterado? ¿600.000 euros? ¿pero no vivían en Vallecas? ¿qué van a tener un hijo? ¿dos?). Normalmente sin las ínfulas que se gastan en Twitter.
Aún hay varias capas más. Las tradicionales: tertulia, magazine de mañana, columna. Comentario de barra de bar. El anuncio (¿no te has enterado? Pablo Iglesias e Irene Montero adquieren una casa en Galapagar por valor de 600.000 euros) ha atravesado todas las capas y nos ha devuelto a un debate nunca cerrado: lo personal, las decisiones individuales, ¿tienen que formar parte del espectáculo político? Inevitablemente, forma parte. Y es un juego al que juegan todos.
La casa en Galapagar
Tras todas esas capas está la realidad. El hecho de que una pareja de jóvenes políticos ha adquirido una casa en las afueras. Cerca de Galapagar, en un bello paraje natural. Un chalé como los de antes para una familia como las de ahora dispuesta a comprar a los precios de antes (de 2008).Pablo Iglesias e Irene Montero llevan una vida difícil. Sin ironía. Apenas hay un puñado de políticos —aproximadamente tres por partido y no en todos los partidos— sometidos a la exposición total —en todo momento, en todos los puntos del Estado—. Los nombres se pueden decir de carrerilla. Iglesias y Montero están en esa lista. Los costes de esa vida nómada no se circunscriben a no poder tomar “una caña en el Achuri”. Salir al parque, ir a la compra, llevar a las criaturas al dentista se convierte en un peñazo en esas circunstancias.
Ir al campo, abandonar la ciudad, es tendencia entre una cierta capa madrileña. Bustarviejo, Hoyo de Manzanares, Valdelaguna, Cercedilla. Parejas jóvenes con hijos en busca del agua que corre en las acequias y los pájaros que cantan sin dueño. Combinado el factor uno, exposición mediática y pública, con el factor dos, aquello que pomposamente se llama “un proyecto de vida” de una pareja joven, la casa en Galapagar apunta como un destino lógico. ¿Quién no ha pensado que en una ciudad como Madrid, al precio que están los alquileres, no se puede vivir mucho tiempo? ¿Quién no identifica hoy la tranquilidad con la mayor bendición que puede alcanzarse?
El problema no ha sido el destino elegido. No ha sido tampoco abandonar una idea con la que creció Podemos, especialmente Pablo Iglesias, la de representar al profesor “de barrio”. El problema ni siquiera es el coste de la compra. El verdadero asunto es el cálculo demoscópico de la operación y lo que revela sobre la apuesta política de Podemos.
La capa WhatsApp interviene. Un amigo, que estuvo en la presentación del partido en el Teatro del Barrio y me convenció de la posibilidad cierta de que la formación asaltase las elecciones europeas, propone el titular: “Ya tenemos dacha”. Escribe indignado, a su manera, “lo único alternativo ha sido su modo de alcanzar el sueño pijo de tantos españoles”. Y apunta un último análisis: ir a vivir a un lugar exclusivo es una manera de irse a vivir a un lugar excluyente; “desconectan de las expectativas vitales de sus potenciales votantes”.
Las defensas, no obstante, ocultan también el componente demoscópico de la decisión. El empeño por asimilarse, una supuesta necesidad que ha perseguido a Podemos desde sus comienzos y que le ha hecho cometer sus errores más graves.
Suavizar los perfiles, homologarse, en cuatro palabras: dejar de dar miedo, ha sido una obsesión del partido desde, al menos, el fallido sorpasso de junio de 2016. Una casa en las afueras devuelve una imagen con la que una parte importante de la sociedad —no numéricamente pero sí a efectos de imaginario— se siente tranquila. La imagen de unas clases medias quizá un poco timoratas, sí, pero capaces de dar lo mejor de sí por un proyecto común (en expresión al uso). Capaz de llevar a cabo proyectos de vida positivos.
Esperar a que pase la tormenta, orientar el debate hacia la importancia de la privacidad, volver a un marco de discusión conocido: contra la moralina, reivindicar que los líderes de la izquierda son como cualquiera, tienen necesidades familiares y toman decisiones del tipo compra. La tormenta pasará y el objetivo personal estará cumplido. El agua correrá en las acequias y los pájaros seguirán cantando sin dueño.
Cuando pase, habrá que hacer el cálculo: ¿compensará a nivel electoral un gesto que aleja al verdadero núcleo irradiador de Podemos de las clases populares y que los acerca al centro de gravedad política que constituyen las clases medias en este país? ¿Compensa otro partido más en la disputa del campo político de las clases medias?
En la capa Twitter no funcionan las preguntas, solo los juicios. La esperanza de Iglesias y Montero es que este termine pronto.
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