Periodismo
            
            
           
           
James B. Steele: “Investigar a grandes corporaciones es de las cosas más difíciles que hay”
           
        
         
James B. Steele (Hutchinson, Kansas, 1943) es un mito viviente del periodismo. Junto con su compañero Donald L. Barlett, forma la pareja de reporteros más legendaria de Estados Unidos junto a la de Woodward y Bernstein. Sólo que Steele y Barlett empezaron dos años antes y continuaron trabajando juntos durante medio siglo: de 1970 a 1997 en el Philadelphia Inquirer, el tercer periódico más antiguo del país; entre esa fecha y 2006 como jefes de redacción de la revista Time, que dejaron para irse al Vanity Fair. Steele, siempre junto a Barlett, ha publicado nueve libros y ganado dos Pulitzer, entre otra pléyade de premios periodísticos. Su América, ¿qué salió mal?, de 1992, es todo un clásico en Estados Unidos: la crónica del desmantelamiento de la clase media y del auge del poder corporativo, la descripción precisa del fin del sueño americano y el espejo de lo que puede pasar en otras partes. Steele atiende a El Salto por videollamada desde su casa en Filadelfia.
  He vuelto a revisar para esta entrevista  el índice de su América,  ¿qué salió mal?  Contiene estos temas: el desmantelamiento de la clase media, la  frontera con México, el poder de las grandes corporaciones, las  pensiones, la atención sanitaria, un capítulo aborda, literalmente,  “el fin del sueño americano”. El libro es de 1992, pero hoy  seguimos hablando de los mismos temas. ¿Qué ha pasado?
De hecho, por eso hicimos en 2020 una  reedición del libro, con una nueva introducción y nuevos  materiales, para retomar esos asuntos. En el libro, entre otras  cosas, mostramos exactamente lo que pasó con las reformas legales  sobre los impuestos y cómo a través de eso se traicionaron  cuestiones como la asistencia sanitaria y las pensiones.
El tiempo es el factor más importante en el periodismo, porque no importa lo inteligente que seas, simplemente investigar lleva su tiempo porque necesitas conectar los puntos y averiguar lo que realmente ha sucedido
  ¿Encuentra usted paralelismos entre  esos años 90 y la actualidad?
En noviembre publiqué un artículo sobre  eso en el Center for Public Integrity [una organización sin ánimo  de lucro de periodismo de investigación, el artículo se tituló  “Cómo cuatro décadas de recorte de impuestos han alimentado la  desigualdad”. En él, abordo las consecuencias de 40 años de recortes en los  impuestos federales, desde los años 80 en adelante. La fiebre por  las rebajas de impuestos sucedió con Reagan. Por otra parte, fue  acompañada de desregulación, apoyada ésta por ambos partidos desde  los años 70. Se empezó en sectores como el transporte aéreo [la  Ley de desregulación de las compañías aéreas es de 1978] y creo  que hoy todo el mundo está de acuerdo en que fue un desastre. Lo  mismo sucedió con la desregulación del transporte por carretera  [comenzó con la Ley de Autotransportes de 1980, promulgada por el  presidente Carter en 1980].
  ¿Por qué salió mal, qué  consecuencias se han producido?
Se suponía que la desregulación traería  más competencia y no ha sido así. En la aviación, resulta que hay  menos competencia que nunca. En el sector del transporte, sucede al  revés, la competencia es tanta que a muchas empresas les cuesta  obtener dinero para sobrevivir. Una empresa grande tras otra ha  quebrado desde entonces e incluso muchos operadores menores no logran  sobrevivir y cuando lo han hecho ganan una miseria comparado con lo  que habrían ganado en los años 70. Toda esa desregulación y el  fervor de las rebajas de impuestos forman parte del martilleo que se  ha ido dando en contra de la clase trabajadora. Y un montón de  demócratas compraron eso, en muchos casos creo que sin mala  intención.
  Una de las consecuencias de todo ese  proceso ha sido la de que ahora existen corporaciones internacionales  poderosísimas, más incluso que muchos estados, como Apple, Amazon,  Facebook, e investigarlas es un desafío para la prensa.
Y probablemente hasta haya menos  periodistas en los medios para hacerlo ahora, en parte por los  propios problemas económicos que tiene el periodismo ahora. Pero  mira, dicho esto, te remontas a cuando yo empecé, en los años 60, y  casi no había investigaciones sobre empresas. Ahora no hay tantas  como hace 20 o 25 años, es cierto, pero sigue habiendo muchas más  que cuando yo empecé a trabajar de periodista. Sobre la cuestión de  investigar a las grandes empresas, mire, Don [Donald Barlett] y yo  escribimos en 2012 el libro La  traición del sueño americano,  y una sección bastante importante del mismo versa sobre Apple en  China. Lo que contamos es un ejemplo de lo que sucedió esos años,  me refiero a que Apple tomó conscientemente la decisión de poner  fin a su fabricación en Estados Unidos y trasladarla a China. Es una  sección bastante importante del libro, pero en esto estamos en deuda  con algunos trabajos que hicieron organizaciones de periodismo sin  ánimo de lucro de Hong Kong, ellos investigaron muchas de las  cuestiones dentro de China que nosotros no habíamos podido hacer.  Quiero decir que investigar a grandes corporaciones es de las cosas  más difíciles que hay, pero creo que se puede hacer. Si una entidad  periodística pone su mente en ello y está dispuesta a hacer la  inversión, se puede, ¿puedo hacer una digresión aquí?
  Adelante.
Todo el negocio del periodismo ha cambiado  mucho. Pero una de las grandes cosas que ha cambiado es el acceso a  una gran cantidad de información a través de internet. Ayer mismo  le hablaba a una clase en la Universidad de Temple y me di cuenta de  que los jóvenes no son conscientes de cómo ha cambiado eso, no se  dan cuenta de lo que tenemos a nuestro alcance ahora respecto a lo  que había antes. Lo único que no ha cambiado es el tiempo que se  necesita para hacer estos trabajos de investigación, es el factor  más importante en el periodismo, porque no importa lo inteligente  que seas, simplemente investigar lleva su tiempo porque necesitas  conectar los puntos y averiguar lo que realmente ha sucedido. Y  ahora, con la complejidad de los negocios internacionales, esto se ha  vuelto más y más complejo. Verá, estoy muy contento con el  artículo que he escrito para el The Center for Public Integrity y  todo eso, pero es un artículo de 6.500 palabras y ¡apenas he tocado  las complejidades de esta cuestión internacional, apenas golpeé  algunos puntos! Y digo otra cosa más: el problema es que muchas de  las cosas que hacen las empresas son totalmente legales, ¡totalmente  legales!, pero son muy complicadas, y muchos periodistas, incluso  especializados en esos temas, piensan: “Oh, dios mío, no voy a  poder hacer eso, me va a llevar muchísimo tiempo”.
Recuerdo episodios como cuando fue asesinado Malcolm X [un 21 de febrero de 1965]. Los Musulmanes Negros se hicieron oír. Yo estaba trabajando ese domingo
  Pero empecemos por el principio de su  historia. ¿Por qué decidió dedicarse al periodismo y cómo fueron  sus inicios?
Crecí en Kansas City, y me gradué en la  Universidad de Missouri, en esa ciudad. Tuve la suerte de entrar como  reportero en mi primer año en la universidad. Fue en el Kansas  City Times, que era la edición  matutina del Kansas City Star.  Nadie recuerda ya hoy los tiempos de Kansas  City Times, pero fue eso, la  edición de la mañana del Star,  que era el único periódico de la ciudad. El periódico tenía una  larga historia de contratación de personas sin ningún título ni  formación. En aquellos días, al periódico no le gustaban las  escuelas de periodismo. Hoy ya no pasa, pero entonces era así. Así  que formaban a jóvenes reporteros que estuvieran interesados en el  oficio. A mí me fascinó el periodismo cuando estaba en el  instituto. Había estado en el periódico de mi escuela en Kansas  City y me había gustado mucho, sentí que era algo que realmente  quería hacer. Tuve mucha suerte de conseguir entrar en el Times,  donde trabajé casi toda la década de los 60.
  ¿Qué tipo de historias cubrió esos  años?
Uno de los primeros cometidos que tuve fue  escribir obituarios. El periódico solía proporcionar ese servicio  al público, es un género muy importante en la información local.  No había absolutamente nada de creatividad en escribir un obituario,  desde luego, se trata de seguir una fórmula: John no sé cuántos ha  muerto a la edad de tantos años, en tal hospital, fue miembro de tal  organización, etcétera. Sin embargo, fue una parte muy formativa de  mi formación porque te dabas cuenta de cuántos errores podías  cometer en un solo párrafo y aprendías cuáles son las mejores  fuentes para verificar un dato. A partir de ahí, pasé a los  accidentes simples, en los que escuchas varios testimonios sobre un  hecho y tienes que reescribirlas en una sola noticia. Esa fue mi  primera etapa y cubrí historias de muy corto alcance, como digo,  accidentes, incendios, asesinatos, esas cosas que todo periodista  cubre en su juventud. Luego, como todo, a veces tienes que hacer  grandes historias a altas horas de la noche, cuando nadie más está  en la oficina. Pero eran otros tiempos, el papel era la estrella del  periodismo en ese momento y el Kansas  City Times era un periódico  bastante gordo y tenía muchos recursos.
  ¿Cómo empezó a escribir historias de  mayor calado?
Después de esto, me enviaron a la oficina  del periódico en la zona suburbana del este, el condado de Jackson.  Era una parte muy importante del área metropolitana de Kansas City  en términos políticos, el mismo presidente Harry Truman procedía  de ahí. Estuve en Jackson varios años y cubrí de todo, pero  principalmente cosas relacionadas con el ayuntamiento, con el sistema  educativo, casi todo era de corto alcance, pero ya empecé a trabajar  en algunos temas de mayor recorrido, tal vez historias que me  llevaron unas dos semanas, y eso me abrió el apetito para tratar de  hacer reportajes aún más largos.
  En los años 60 fue la época de la  contracultura y los movimientos civiles en los Estados Unidos. Como  reportero local en Kansas City, ¿fue consciente de estar viviendo  esa época?
Esa parte del Medio Oeste es razonablemente  conservadora políticamente y se ha vuelto mucho más, pero Kansas  City en sí es una ciudad bastante progresista y del Partido  Demócrata. Con todo, aunque esos movimientos allí no eran tan  potentes como en otros sitios, recuerdo episodios como cuando fue  asesinado Malcolm X [un 21 de febrero de 1965]. Los Musulmanes Negros  se hicieron oír. Yo estaba trabajando ese domingo. Tuve que ir a la  logia local para recabar alguna declaración del grupo, aunque sabía  que no habría ningún comentario porque ellos no hablaban con la  prensa blanca, pero como periodista había que salir a preguntarles  y, de hecho, no me dijeron nada. Más tarde, en el 68, hubo grandes  revueltas, pero yo ya no estaba en Kansas City. El periódico no  tenía reporteros afroamericanos en ese momento y mirando ahora hacia  atrás, ni siquiera sé si habían tratado de contratarlos. De hecho,  no fue hasta que me incorporé al Inquirer  en 1970 cuando formé parte de una plantilla que sí tenía  periodistas negros, aunque incluso allí eran bastante recientes.  Junto a las cuestiones raciales, otro gran tema de esa época fue la  guerra de Vietnam.
¿Cómo la vivió usted como periodista  local?
Me habían rechazado para el servicio  debido a un poco de asma infantil y a varias hospitalizaciones que  había sufrido por ese motivo. Yo no quería alistarme en el ejército  y personalmente pensaba que la guerra era una catástrofe terrible y  si me hubieran llamado habría servido, pero no pasé las pruebas. La  guerra de Vietnam fue uno de los grandes temas de los años 70, se  hablaba todo el tiempo de ella, dentro del periódico también, por  supuesto. Recuerdo que cubrí a muchas familias que habían perdido a  un hijo y me causaron un enorme impacto. Hay que tener en cuenta que  a diferencia de Iraq y Afganistán, donde murieron tres o cuatro mil  soldados, en Vietnam fallecieron como 58.000. En fin, toda esta  experiencia en el periodismo local fue muy importante para mí a la  hora de aprender los procesos de buscar información, verificar y  aprender a hacer preguntas. No hice mucho periodismo de investigación  en profundidad hasta que no llegué a Filadelfia en 1970.
  ¿Qué modelos de periodista tenía en  aquellos años?
Hubo varios absolutamente geniales, que  estaban en el mismo periódico. Uno de estos reporteros cubrió el  asesinato de Oswald, pero no son nombres conocidos, la mayoría de  ellos ni siquiera tienen una página de Wikipedia o algo así. Eran  grandes escritores a los que todos esos jóvenes admirábamos, pero a  nivel nacional ninguno se hizo famoso. El más conocido de ellos es  William Woo, a quien todos admirábamos tremendamente. Woo, que era  chinoamericano, acabó fichando por el St.  Louis Post-Dispatch y llegó a  ser su director [Woo fue el primer americano de origen chino en  convertirse director de un medio de comunicación en Estados Unidos;  el St. Louis Post-Dispatch  es un medio regional de Saint Louis, Missouri, y fue fundado por  Joseph Pulitzer en 1878].
  ¿Por qué se mudó a Filadelfia?
Llegué en 1970 como redactor de temas de  urbanismo. Un amigo mío del instituto en Kansas City había ido  allí. Él estaba en Chicago y lo fichó el Inquirer  cuando éste cambió de dueño en enero de 1970. Antes de esa fecha,  el periódico había sido durante décadas propiedad del hombre de  negocios Walter Annenberg y era un periódico terrible. Hacía cosas  muy reprobables, ¡incluso tenía una lista negra de nombres que no  podían ser mencionados!
  Suena muy antiguo eso.
Es periodismo amarillo del siglo XIX,  ¿verdad? Nunca en un millón de años habría trabajado ahí, pero  cambió de manos, ficharon a mi amigo y éste me dijo: “Creo que  van a hacer algo bueno con este periódico, van a invertir en él”.  El Inquirer  estaba por esos años inmerso en una batalla competitiva enorme con  el periódico vespertino de la ciudad, el Philadelphia  Bulletin, que en realidad tenía  mayor circulación durante la semana; mientras que el Inquirer  lo superaba los domingos. Así fue como llegué hasta allí en 1970  para cubrir temas de urbanismo con la idea de que también podría  dedicarme a ciertos trabajos de largo recorrido y eso es lo que  empecé a hacer en cuanto empecé a trabajar con Don.
  ¿Cómo empezaron, cómo fue ese primer  momento?
Donald también era un recién llegado,  había sido contratado al mismo tiempo que yo. Venía de Cleveland,  Ohio, y antes había estado en el Chicago  Daily News. Los dos hacíamos  nuestras propias cosas y solíamos buscarnos en la redacción porque  la vieja guardia del periódico era, por supuesto, muy suspicaz con  los recién contratados por los nuevos propietarios. Empecé a  trabajar un tema sobre vivienda y me encontré con lo que parecía  ser un escándalo importante en un asunto de vivienda pública.
El gobierno es un objetivo mucho más seguro para investigar que las corporaciones, tanto privadas como públicas
  ¿De qué se trataba?
El gobierno federal había iniciado una  política de vivienda en la década de los 60 para fomentar la  propiedad entre los residentes negros en particular de las ciudades  del interior del país como Filadelfia. Los barrios negros de  Filadelfia estaban en muy mala situación, como sucedía en cualquier  otra ciudad de Estados Unidos. El objetivo de esas políticas era  fomentar la propiedad de la vivienda [en esas áreas y entre ese  sector de la población] y abrir así una vía para la realización  del sueño americano. Pero me enteré de que las cosas no estaban  funcionando bien y hablé de ello con Don. Le pedí que le echara un  vistazo a lo que tenía. Se trataba de información que había en los  registros públicos. Él tenía más experiencia que yo sobre cómo  saber consultarlos y buscar en ellos. Así que fuimos hasta el  ayuntamiento y miramos algunos libros de escrituras e hipotecas de la  época. Esos registros ¡eran una pila gigantesca de documentos!  Estaban escritos a mano, una torre así de alta y así de ancha  [mueve las manos para indicar una altura de metro y medio y una  anchura de un metro]. Creo que alguien de su edad ni siquiera puede  visualizar esta escena. Teníamos los registros de lo que se había  estado haciendo como durante 300 años en Filadelfia. Vimos un montón  de embargos, entonces buscábamos qué compañía había dado la  hipoteca, quién había adquirido la propiedad y a quién se la había  comprado. En fin, vimos lo suficiente como para pensar que había una  base para llegar a un resultado significativo, pero no me refiero a  hacer una investigación de una semana o dos, sino una investigación  de verdad. Se lo contamos al nuevo director, que venía del Miami  Herald, y nos dijo que adelante.  Así comenzamos Don y yo.
  ¿Cuál fue el resultado?
Escribimos algunos artículos a los tres  meses, y después se generaron otros más, al final nos quedamos en  el proyecto durante un año y sacamos a la luz el hecho de que este  programa, bienintencionado, había sido completamente cooptado por  los especuladores inmobiliarios. El gobierno federal no había  supervisado el proceso ni lo que los especuladores estaban haciendo.  Compraban casas en mal estado y le ponían una capa de pintura. La  anunciaban y alguien en el vecindario la compraba, no tenían que  poner dinero de entrada porque el gobierno federal estaba  garantizando la hipoteca. Pero seis meses después la casa empezaba a  caerse a pedazos. La gente tenía que dejarla y entonces los mismos  especuladores la recompraban y la vendían de nuevo. Al final de todo  este asunto y como resultado de nuestra investigación, creo que como  45 o 50 personas fueron acusadas y alguien fue a la cárcel,  involucramos incluso a la oficina de un senador federal, que tenía  algún vínculo con una de las compañías hipotecarias.
  Una cosa muy interesante de su trabajo  con Donald Barlett es que reivindica el papel de la prensa como  Cuarto Poder [Fourth  State, Cuarto Estado, en  inglés] pero no sólo frente al gobierno o los poderes públicos,  sino también y especialmente frente al poder privado, frente a las  corporaciones que cada vez son de mayor tamaño y más poderosas.
Así es. Muchos periódicos, y no es que el  gobierno no haya hecho cosas mal y siga haciéndolas, pero el  gobierno [en un país como Estados Unidos] es un objetivo mucho más  seguro para investigar que las corporaciones, tanto privadas como  públicas. Investigar a cualquier corporación, cualquier empresa, no  suele contar con el visto bueno de muchos directores de periódicos  porque se asustan, creo, de decir la verdad del poder que tienen las  corporaciones, mientras que investigar a un gobierno es como ir a la  temporada de caza habitual, hay mucha más libertad para atacar al  gobierno.
La cobertura periodística local se ha secado totalmente. En mi ciudad, Filadelfia, el Inquirer tenía en los años 70 un equipo de seis personas cubriendo todos los días el ayuntamiento. Hoy tienen a medio periodista
  Las corporaciones, aparte de ser muy  poderosas, también tienen conexiones con los medios de comunicación,  no sólo a través de la publicidad sino que, sin ir más lejos, un  milmillonario como Jeff Bezos es propietario del Washington  Post.
Y a menudo no estamos preparados, no  tenemos un plan con que abordar esto. Don y yo hicimos dos o tres  series de reportajes en Filadelfia. Un nuevo director llegó al  Inquirer,  Gene Roberts, que vino del New  York Times. [Roberts es conocido  por haber liderado la llamada edad  de oro del Inquirer,  entre 1972 y 1990, cuando el rotativo se consolidó como el primero  de Filadelfia y ganó 17 premios Pulitzer]. Roberts creó un ambiente  increíble producto de la contratación de personas con muchos tipos  diferentes de talento. Creó incluso hasta una sección de  internacional. Roberts nos preguntó a Don y a mí cuando llegó si  consideraríamos hacer algunas historias de impacto nacional, y las  hicimos. Uno de los primeros reportajes que sacamos fue sobre la  industria petrolera internacional y lo que sucedió tiene que ver  directamente con lo que estamos hablando. Los atacamos y eso era  atacar realmente a un poder muy significativo. Ellos, de hecho,  contraatacaron en numerosas ocasiones criticándonos y tratando de  decir que estábamos equivocados y que mentíamos. En una situación  así, muchos medios y periodistas simplemente no quieren aguantar.  Piensan: no quiero meterme en eso porque puede afectar a los  resultados finales del periódico en términos de publicidad. Cuando  atacas al gobierno casi nunca te puede afectar a los resultados  finales o no recibes un ataque que afecta a la línea de flotación  del medio.
  ¿Recibió alguna vez amenazas serias?
Hemos tenido bastante suerte en esto porque  las amenazas que hemos tenido a lo largo de los años han sido  principalmente amenazas legales. Nunca olvidaré la primera vez. Fue  por otra historia sobre vivienda en Filadelfia. Un agente  inmobiliario llamó cuando había leído una de nuestras historias y  dijo: “Muy bien, chicos, sólo quiero haceros saber que habéis  terminado con esta investigación”. Sabíamos que no se podía ir  por ahí denunciando las prácticas de la industria de bienes raíces  de la ciudad. Aquel hombre nos dijo, básicamente, que estábamos  acabados. No pensamos que fuera cierto, pero fuimos a ver al director  del periódico para decirle que habíamos recibido esta llamada y…  nos dijo que sí, que a él también lo había llamado, ¡y se rio!  He tenido la suerte de trabajar para algunos directores realmente  fuertes. Otro caso me sucedió más tarde, cuando Don y yo estábamos  trabajando en el primer artículo que hicimos para Vanity  Fair en 2007. Investigamos a una  empresa de defensa e inteligencia y contratista militar. Escribieron  una carta muy, muy dura al director de Vanity  Fair, Graydon Carter, que nos  dijo que sí, que había recibido la carta, ¡y la tiró allí mismo  al cesto de basura! Es mucho más polémico y difícil a veces atacar  a las corporaciones y Don y yo tuvimos mucha suerte con nuestros  directores en todos los lugares en los que trabajamos. Sé que muchos  de mis colegas no pueden decir eso.
  ¿Cómo ha cambiado el impacto y la  repercusión real que las informaciones generaban en los años 60 y  70, cuando usted empezó, comparado con hoy?
Ésta es una cuestión muy interesante y no  soy el más indicado para evaluar lo que ha pasado, pero, por lo que  veo, aquí hay que hablar de dos cosas diferentes: por un lado, el  nivel estatal y el nacional; y, por otro, el nivel local. A nivel  local tienes toda la razón. La cobertura periodística local se ha  secado totalmente. En mi ciudad, Filadelfia, el Inquirer  tenía en los años 70 un equipo de seis personas cubriendo todos los  días el ayuntamiento. Hoy tienen a medio periodista. Y luego estaba  el otro periódico, el Bulletin,  que tenía a cinco personas. Hasta el Daily  News, que era un tabloide con  poco personal, tenía a tres o cuatro personas haciendo eso. En  total, había en total como 15 periodistas ocupados todos los días  con el ayuntamiento y ahora no hay casi nadie, y lo mismo sucede con  el sistema educativo, con los tribunales, no si se trata de un juicio  espectacular sobre un asesino, eso sí se cubre, pero no el día a  día.
  ¿Qué hay del nivel estatal o federal?
Aquí el problema que veo es otro. Además  de lo que ya había han surgido nuevos medios y hasta organizaciones  sin fines de lucro como ProPublica o el Center for Public Integrity.  Pero esto ha llevado a que sean tantas las opciones que el lector o  que un oyente o espectador tiene, que la gente está confundida. Hay  muchísimos canales de información y mucha información circulando,  de todo tipo, y en este contexto se revelan escándalos, nunca antes  habíamos conocido tantos, y llega un punto en que todo es muy  difuso. En medio de esta confusión sucede que una persona promedio  en el interior del país que gana cuarenta mil dólares al año resulta que vota por Donald Trump. Éste aprueba una ley para  recortar impuestos a los ricos y las corporaciones y lo siguen  votando igualmente. Muchas de esas personas han acabado muy alineados  con los temas religiosos y ciertos temas sociales, y los asuntos  económicos quizás los consideran menos importantes. Es algo que me  asombra, ver hasta qué punto se ha extendido esa actitud. Y en medio  de toda esa confusión, hay cada vez menos voces potentes, antes  solía haber una docena o más de periódicos fuertes en todo el país  y había menos cadenas de radio y televisión. Ahora hay muchas y con  ese ciclo de 24 horas emitiendo contenidos de todo tipo… hay gente  que dice que eso es lo que tiene a la gente anestesiada, yo no lo sé,  puede ser cierto, pero el caso es que ese fenómeno que describo está  ahí.
No se imagina usted la cantidad de cartas que Don y yo recibimos, incluso de ejecutivos de corporaciones que habían sido víctimas de estas adquisiciones hostiles y víctimas del dinero de Wall Street
  Ese es el contexto en el que se hace  cada vez más habitual destapar un escándalo y que la persona  afectada, político o empresario, simplemente lo niega o incluso  ignora la información y sigue a lo suyo.
Mire el caso del congresista George Santos,  que sigue siendo miembro de la Cámara de los Representantes, ¡es  asombroso! [Santos, del Partido Republicano, ganó su escaño por  Nueva York en las pasadas elecciones de noviembre y poco después se  destapó que la trayectoria personal y profesional que había  presentado como candidato estaba llena de mentiras, entre ellas, que  era gay y casado, que su madre murió en el 11S, que trabajó en Wall  Street o que era vicepresidente de una compañía de inversiones].  Pero al menos en su caso el asunto ha aflorado. Quiero decir,  seguramente hasta pueda haber un par de docenas como Santos en el  congreso, políticos que no han tenido un periódico diligente como  el New York Times  indagando sus historias. Dicho esto, no puedo creer cómo de estúpido  ha sido en esto el equipo del opositor de Santos en las elecciones.
  Ellos han dicho que se pasaron la  campaña advirtiendo de que mentía y de que muchas de sus cosas no  cuadraban y, de hecho, acusan a la prensa de no haber investigado a  tiempo, pero a saber si es cierto esto también.
Claro, puede que sea así, pero muchas  veces sucede que la gente ¡recuerda las cosas muy diferente cuando  las ve en retrospectiva! [ríe].
  ¿Cuál es la historia más difícil,  más compleja, más impactante, más emotiva, o una de ellas, de las  que usted haya cubierto?
No pienso tanto en las historias más  difíciles como en las más conmovedoras. Recuerdo que, en el primer  capítulo de América, ¿qué  salió mal?, está la historia  de un hombre que era medio gerente de una fábrica de zapatos en  Missouri. Nunca me he olvidado de él y su esposa. Cuando empezamos  lo que acabaría convirtiéndose en el libro, empezamos con una base  mucho más limitada. Fue una época tumultuosa, decenas de fábricas  cerraban, parecía que leías una historia cada día sobre alguna  fábrica que había existido siempre y que de repente cerraba. Se  oían los gritos y las quejas de los trabajadores porque perdían sus  empleos, pero esto se pasaba por alto y se decía: bueno, es  desafortunado, pero hay otros empleos ahí fuera y esto es solo parte  de esta gran historia de América renovándose constantemente, esas  cosas pasan, todo irá bien en el futuro. Pero ante esto, Don y yo  empezamos dirigiendo nuestra mirada a las fábricas que cerraban para  tratar de responder a las preguntas: ¿por qué ha cerrado? ¿cuál  ha sido la causa? ¿Era una planta ineficiente? Ya sabe, ese tipo de  preguntas.
  ¿Qué descubrieron?
Fuimos a esas zonas y entrevistamos a mucha  gente, a muchos trabajadores afectados. Volvimos a Filadelfia,  transcribimos las entrevistas y las pusimos en común ¡y parecía  que todos estábamos entrevistando a la misma persona! Unas veces era  una fábrica de zapatos, otras una planta de acero, una planta de  fabricación de vidrio, un negocio maderero, eso era lo que cambiaba,  pero todo lo demás era lo mismo: le di mi vida a esta empresa,  quería jubilarme aquí, he tenido que sacrificar parte de mi  pensión, he perdido mi asistencia sanitaria, tengo ahora otro  trabajo pero me pagan la mitad, toda la lealtad que le di a mi  empresa se ha quedado en nada... Ahí fue cuando empezamos a ver de  una forma más amplia que se trata de un asunto contra toda una capa  de estadounidenses, toda la clase media trabajadora, que, de repente,  son expulsados. Así construimos luego el libro. Pero la mayor  dificultad en los reportajes que lo componen fue la cuestión del  tiempo, necesitamos mucho tiempo para encontrar a esas personas,  había que ir a los sitios, conocer su situación, recabar sus  historias, etcétera, y eso lleva mucho tiempo.
  Su libro demuestra cómo detrás de las  historias personales está el funcionamiento entero del sistema y  reivindica como una función primordial del periodismo conectar ambas  cosas.
Había que darse cuenta de que esto no era  sólo acerca del cierre de las plantas, se trataba de toda una forma  de vida, del corazón y el alma de América que, de pronto, estaba en  peligro. De hecho, uno de los reportajes más polémicos de esa época  fue el que hicimos sobre los grupos de presión, los lobbies. Había  muchas ramificaciones. Una de ellas fue una práctica que surgió  entonces en Estados Unidos y responsable de muchos de esos cierres de  fábricas, un procedimiento que al final no incluimos en la serie,  pero que pasamos mucho tiempo investigando.
  ¿De qué se trata?
De las adquisiciones hostiles de empresas.  Era una práctica desconocida en Estados Unidos. Si había dos  empresas, una empresa A, que hace baterías, y una empresa B, que  fabrica baterías más grandes. La empresa grande le dice a la  pequeña: ¿no sería estupendo que te comprara y fuéramos una  empresa más potente? Si la empresa más pequeña decía que no  quería, entonces se permitió que la empresa más grande lanzara una  adquisición, conocida como adquisición hostil, y la compraba. Estas  cosas eran desconocidas en Estados Unidos. Antes de los años 60 o  quizás finales de los 50, simplemente nunca ocurrieron, había  fusiones, por supuesto, pero todo era amistoso, esas prácticas no  existían, fue una de las invenciones de Wall Street, y todo eso tuvo  que ver con la aparición del aspecto más desagradable de los tratos  corporativos en este país, y un montón de progresistas les encantó  cómo sonaba aquello y no se dieron cuenta de las consecuencias  reales que habría. No se imagina usted la cantidad de cartas que Don  y yo recibimos, incluso de ejecutivos de corporaciones que habían  sido víctimas de estas adquisiciones hostiles y víctimas del dinero  de Wall Street. También ellos lo pagaron.
  Usted ha tratado de contar todo eso a  través de miles de pequeñas historias y yendo de ellas hacia  arriba.
Algunas de las cosas más significativas  que ocurren en la historia no son la batalla de Gettysburg, son como  esas otras cien batallas de las que nunca has oído hablar. Es como  en la Segunda Guerra Mundial, donde todo el mundo se centra en el  bombardeo atómico Hiroshima. Fue horrible, no me entiendas mal, pero  los bombardeos de fuego en Tokio meses antes mataron a más personas  en unas horas. Lo que quiero decir es que los acontecimientos  dramáticos son los que acaban captando la atención de la gente,  pero yo siempre he estado fascinado por el lento pero constante goteo  de pequeños acontecimientos que, al final del camino, acaban  convertidos en cosas catastróficas o beneficiosas para la gente,  siempre me he fijado en ese tipo de cosas.
Racismo
        
            
        
        
Una constelación llamada Malcolm X
        
      
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