Pensamiento
Las claves del auge de los regionalismos: De Vox a los municipalismos
Tras décadas de neoliberalismo, la llamada España vaciada reclama su espacio y dignidad en la política nacional

Asistimos en esta XIV legislatura al Congreso más plural en la historia de nuestra democracia, dieciséis partidos con representación parlamentaria, los partidos regionalistas están de moda y las últimas elecciones autonómicas en País Vasco y Galicia nos lo confirman. Plurinacionalidad, España vaciada y la inercia a la división de la izquierda, la fragmentación política española parece inevitable.
La España vaciada frente a las regiones privilegiadas.
La centralidad del estado bicéfalo Madrid-Barcelona se encuentra en cuestión. Tras décadas de neoliberalismo que han dejado el tejido industrial de medio país en peligro de extinción, la llamada España vaciada reclama su espacio y dignidad en la política nacional: las poblaciones agrícolas se vacían y las ciudades se encuentran superpobladas, faltan médicos, escuelas y servicios públicos, invertimos en conectar las grandes metrópolis mediante el tren de alta velocidad mientras nuestros pueblos no tienen siquiera servicio de autobús para moverse por su propia comunidad, la producción de nuestro campo no puede competir con los precios de los productos que vienen de fuera ni soportar los exigentes precios de los intermediarios y nadie ofrece un arancel o una subvención que le dé un respiro, al contrario las grandes corporaciones agroalimentarias inician la Uberización del campo… La Comunidad de Madrid, Catalunya y Euskadi-Navarra reúnen apenas el 36% de la población española y el 11,4% del territorio español. Pero concentran el 91,4% del poder económico. Es el drama de nuestros tiempos, grandes metrópolis absorben los recursos de una periferia a la que se le exige modernizarse mientras asume el expolio y la escasez de recursos –todo un oxímoron-.
Frente a un neoliberalismo sistémico: Teruel Existe, resistencia local. El partido de la provincia aragonesa fue la gran sorpresa de las pasadas elecciones y vino para recordar que la “España vaciada” no es solo un eslogan bien elegido por un puñado de expertos en mercadotecnia electoralista, cosmopolitas pequeñoburgueses, sino una realidad que exige su parte del pastel y el destino se encuentra de su lado. Tras la negativa del PRC de Revilla a apoyar el gobierno de coalición, Teruel Existe se ha convertido en una pieza clave en esta legislatura. De su capacidad de negociación y la satisfacción de sus reivindicaciones no solo estarán atentos los turolenses; Castellanos manchegos y leoneses, murcianos, extremeños y andaluces hacen oídos, si Teruel existe, ellos también. No es casualidad que el campo saque sus tractores dirección a la capital o que León se ponga en pie, cansados de que el rico se distancie del pobre, de la superioridad madrileña y el desdén catalán. Estos son sin duda el germen de nuevos partidos regionalistas: la España federal se abre camino y la constitución se le queda pequeña.
De Podemos a los regionalismos
La fragmentación del tablero político nacional no se puede comprender sin el papel del partido morado. Ante la emergencia de asaltar los cielos que implicaba la estrategia del “blitz” o guerra relámpago, el partido se vio abocado a maniobrar, en exclusiva, a corto plazo. Implementar una militancia activa en todo el territorio nacional requería su tiempo y se optó por tomar atajos: los municipalismos serían la base sobre la que crecer.
La política de confluencias de Podemos ha dado visibilidad nacional a partidos regionalistas como Compromis, y su estructura hipercentralizada en Madrid –por no decir en los despachos de la Complutense- está generando partidos regionalistas, frutos de escisiones de antiguas coaliciones o movimientos de corte identitario municipalista. Asumir los municipalismos como cimientos de un proyecto político a nivel nacional implicaba irremediablemente una gestión plurinacional del partido, abrir el debate en torno a la España federal y subyugar la marca nacional a una relación de dependencia con dichas plataformas locales, lo cual abría una serie de negociaciones y pugnas internas constantes por el poder y la toma de decisiones. Una promoción de las identidades regionales y una tensión por la descentralización de las candidaturas que podía explotar en cualquier instante. Ese instante es el ahora. Ante un partido que se hunde como el Titanic pocos son los que cogen el violín para un último concierto, el compromiso con el proyecto pierde atractivo frente al bote salvavidas que representa el regionalismo. Podemos, envuelto en un sinfín de disputas internas desaparece en Galicia y BNG recoge los frutos de su trabajo promocionando el país galego. En el País Vasco, EH-Bildu alcanza cifras record absorbiendo una militancia de izquierda vasca desvinculada del terrorismo etarra. No se puede dirigir una campaña gallega desde Madrid, tampoco se puede jugar a los Power Rangers en mitad de una pandemia, por más que escenifique y refuerce los pactos nacionales entre Podemos, PSOE y EH-Bildu.
Ejemplarizante para comprender las dinámicas fragmentadoras en las que se encuentra envuelto el partido, es la marcha de Anticapitalistas en Andalucía, el partido convertido en corriente tras la fundación de Podemos ha abandonado la coalición. Son las consecuencias de un reparto de poder asimétrico, cuando las negociaciones se encuentran truncadas por una correlación de fuerzas desproporcionada, cuando un actor político lo tiene todo y su interlocutor no tiene nada, o lo tomas o te marchas. Y los de anticapitalistas se marchan. Son los frutos de la construcción en Vistalegre I de un partido vertical y centralizado, concebido como máquina de guerra electoral a corto plazo que se demuestra incapaz de implantarse eficazmente en el territorio no cosmopolita a medio plazo -huelga decir como dato anecdótico que el padre de dicha estructura, Errejón, ha sido su más célebre víctima-.
Escarmentados por la experiencia madrileña, conscientes de las consecuencias que las malas prácticas en la división de Ahora Madrid tuvieron para una militancia que no paga a traidores, que exige menos intrigas de palacio y puñaladas durante las bajas por paternidad y más honestidad e ir de cara. El divorcio se materializó con una puesta en escena cordial, desde la institucionalidad y la corrección Teresa Rodríguez y Pablo Iglesias resolvían sus diferencias en una comparecencia dirigida a la militancia. ¿El argumentario? Los Anticapitalistas no se encuentran cómodos bajo el gobierno de coalición –nada nuevo dentro del infantilismo de una izquierda con el síndrome de Peter Pan, esa que no quiere crecer y asumir responsabilidades, esa que se encuentra cómoda quejándose desde la oposición, pero entra en pánico si tiene que gobernar- y, muestra de una supuesta coherencia, andarán a partir de ahora su camino en solitario. Pura estética. La motivación real de esta deserción es la falta de autonomía de Adelante Andalucía como grupo político respecto a la directiva de Madrid, así como un horizonte con nuevos proyectos. Si de tragar sapos se tratase José María González, alias “Kichi”, habría abandonado la política tras defender la construcción de corbetas para Arabia Saudí en pleno conflicto bélico con Yemen, por no llamarlo masacre. Cabalgar contradicciones, dialogar, negociar y tomar decisiones, como aprendería el célebre personaje de The Wire Tommy Carcetti tras su llegada a la alcaldía de Baltimore, hacer política es “comerse un tazón de mierda todas las mañanas”.
Pese a lo sobrio y asertivo del comunicado, las militancias de Podemos y Anticapitalistas no tardaron en enfrentarse en redes. Enzarzadas en reprimendas e insultos a cada cual más desafortunado, no parece haber espacio para la autocrítica ni la reflexión. Fans, hooligans, hinchas de fondo sur, en las bases de la izquierda post 15M no se aceptan desertores. El populismo y su llamamiento a las pasiones, genera rehenes emocionales. De esta división en Podemos Andalucía nacerá un nuevo partido regionalista inspirado en el andalucismo.
Gestionar la plurinacionalidad: entre el supremacismo español y el independentismo
El contexto de exacerbación en torno a los sentimientos nacionales plantea una disyuntiva respecto a las posibilidades de organizar el estado español desde el centralismo y la imposición o desde la (con)federación, el diálogo y la convivencia.
La aparición de Vox en el panorama político español ha provocado un reposicionamiento de las posiciones discursivas de partidos políticos y movimientos sociales. Concretamente, al igual que Podemos llamaría a la “alarma antifascista” para movilizar a su militancia y atraer el voto por oposición a un enemigo común, en las regiones en las que previamente existían tendencias a la identidad provincial o regional como alternativa a la españolidad, la irrupción de la extrema derecha y su discurso nacionalista y centralizador, en clara oposición a la plurinacionalidad, ha propiciado su auge. Ante la posibilidad de ver peligrar la cultura regional, la patria chica, se abre un nicho electoral interesante para los partidos que la promueven.
No se trata de ninguna novedad, los españoles hemos podido comprobar durante los dos mandatos de Rajoy como la negación del conflicto catalán y la imposición, o su pretensión, del gobierno nacional frente al autonómico han sido el sustento y revulsivo de los partidos independentistas. Los porrazos durante el referéndum ilegal del 1-O son, aún a día de hoy, de un valor incalculable para Torra, Rufián y Anna Gabriel. También lo son para la derecha española que crece a medida que la conflictividad escala, durante la última década cada estridencia de Junqueras, Torra o Puigdemont ha suplido el desarme de ETA. Zapatero, iluso, soñó que la inhabilitación del terrorismo como arma arrojadiza ofrecería la posibilidad de una reforma de la derecha hacia posturas civilizadas en consonancia con la derecha europea. Pero la derecha ha encontrado rápido un digno sustituto en el independentismo y la plurinacionalidad. ¿Se abre un periodo de polarización en bucle en el que el crecimiento de partidos como EH-Bildu, BNG o, incluso, Compromis impulsará la expansión de la extrema derecha y viceversa?
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