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Pensamiento
Pensar en el siglo XXI desde la proximidad de Josep Maria Esquirol
Podemos filosofar sobre la robótica o sobre el cambio climático, sobre el capitalismo o la renta básica; toda reflexión será necesaria para comprender y aprehender este siglo complejo y desconcertante. Pero también podemos recalar en los temas esenciales, ahondando en la intuición de nuestra mirada reflexiva y actualizando su sentido en el tiempo presente.
Hay, sigue habiendo, espacio para una filosofía de lo esencial, para una filosofía arraigada cuyas herramientas no son las estadísticas de última hora o las nuevas conceptualizaciones, sino la experiencia cotidiana y la relectura de la tradición filosófica. Más cercana a la poesía que a la lógica, su escritura entrevera cierto aliento literario, capaz de abismarse donde el pensamiento puramente racional no se atreve. Su objetivo no es tanto la verdad racional como la vida decantada, esto es, la sabiduría.
Probablemente no hay pensador puro de esta vía, pero a esta línea quizá pertenecen algunos conocidos pensadores actuales tan diferentes como André Comte-Sponville, Giorgo Agamben o Byung-Chul Han (y, sí, hasta el engreído Peter Sloterdijk), pero, sobre todo, muchos filósofos discretos, que no modestos, que hacen del pensar una labor callada porque esa es la condición de su mirada. A esta estirpe pertenece también Josep Maria Esquirol (Mediona, 1963), catedrático de la Universidad de Barcelona y director de Aporia, grupo de investigación dedicado a la relación entre filosofía y psiquiatría. Con Humano, más humano. Una antropología de la herida infinita, recientemente publicado por la editorial Acantilado, culmina una suerte de trayectoria de lo que ha llamado “filosofía de la proximidad”, estableciendo tácitamente una crítica de nuestra (trans)modernidad.
¿“Humano demasiado humano” o “humano, más humano”? A menudo ciertos lemas filosóficos circulan más allá de los círculos académicos, en el habla común, como manera de simular cierta profundidad pues despiertan sugerentes asociaciones y parecen condensar todo un ideario, ofreciendo sugestivamente una explosión de significados gracias a una certera expresión mínima. Esta es, por ejemplo, la nietzscheana fórmula de “humano, demasiado humano”, tomada del título de su libro de aforismos (publicado entre 1878 y 1886). Mal entendida en esta época de individualismo radical, su significado en la actualidad adquiere tintes que incluso Nietzsche no habría compartido en absoluto, y que Esquirol reescribe como el “humano, más humano”, de su provocativa apuesta filosófica.
Ser “humano, demasiado humano”, se nos insiste, es un impedimento en una sociedad donde se demanda justamente lo contrario: ir más allá, no refugiarse en la debilidad que nos toca en suerte, superar constantemente los límites hasta declarar obsoleto nuestro cuerpo. Este es precisamente uno de los sentidos tanto de cierto transhumanismo imperante como de la contemporánea expresión self-management (autoadministración): esa autoayuda ubicua y pertinaz, proporcionada por supuestos expertos que nos instruyen en la obligatoria salud física y psíquica en aras de convertirnos en miembros con pleno derecho de la sociedad del rendimiento. Sin la muleta de tales expertos pareciera que ni siquiera fuéramos capaces de anudarnos los cordones de los zapatos de manera solvente (no es broma: ¡hay instructores que lo explican pormenorizadamente en internet!), ni de vivir plenamente lo psíquico en el esfuerzo de ahormar sentimientos y estados de ánimo a las condiciones realmente existentes.
Contra la autoayuda del ‘self-management’, boyante negocio editorial desde hace décadas, la filosofía debería aspirar a volver a iniciarnos en un ‘ars vivendi’, ese antiguo “arte de vivir” que en gran medida hemos perdido
Contra la autoayuda del self-management, boyante negocio editorial desde hace décadas, la filosofía debería aspirar a volver a iniciarnos en un ars vivendi, ese antiguo “arte de vivir” que en gran medida hemos perdido. Esto suena raro hoy en día, a expresión obsoleta y quizás demasiado o más humana, tanto más cuanto requiere su complementario, el ars moriendi, vinculado a un todavía más temido, el ars sufriendi.
Frente a tanto gurú de lo positivo que considera el inevitable sufrimiento como negativo en toda forma o sentido, Josep María Esquirol en Humano, más humano, replica, de manera tan (post)nietzscheana como igualmente intempestiva, la necesidad de entender la vida de otro modo: lejos tanto de las falacias tramposas del transhumanismo como de la autoayuda del self-management.
Culturas
El negocio de la felicidad, el fraude del siglo XXI
Para ello se ha de realizar dos movimientos aparentemente opuestos: alejarse de la superficialidad contemporánea y aproximarse a la experiencia de lo cotidiano e inmediato que se ha perdido con tanta tecnología visiva. Hay que recuperar así una mirada ingenua, es decir, al principio, sobre las cosas. En El respeto o la mirada atenta (Gedisa, 2006), Esquirol ya indagó en algo tan elemental como que mirar es diferente de ver. En esta época mironista por excelencia, ver se convierte en tarea fuera del alcance de la mayoría, y que apenas se practica: no se ve realmente, en el sentido de no comprender lo que se tiene delante, a pesar de que se esté mirando.
Tras La resistencia íntima (Acantilado, 2015) y La penúltima bondad (Acantilado, 2018), Esquirol avanza en su nuevo libro en la necesidad de investigar sobre la condición humana en la búsqueda del equilibrio entre lo hermoso y lo doliente de nuestra condición, en la vulnerabilidad radical que nos define, combinada siempre con la alegría de vivir. Igual que, como decía el clásico, “el arte sucede”, así también la vida sucede, inexorable, en su belleza y en su dolor, en su alegría y en su vulnerabilidad, que es lo que la hace preciosa. Este pensamiento de la proximidad, en su conjunto, se podría resumir como una invitación a pensar despacio y sosegadamente sobre qué somos, cómo nos relacionamos y en qué consiste una vida lúcida, con sus aspectos positivos y negativos: en la aceptación de los límites y la proporcionalidad que le dan sentido.
El canto, el nombre, el silencio, la dulzura y hasta algo tan insólito como el cielo azul le sirven a Esquirol, con referencias a la filosofía antigua y la mística, la poesía y el arte, para ir redescubriendo verdades sensibles, vitalmente esenciales
Así, en Humano, más humano se afirma y profundiza en el misterio de la humanidad y lo humano, en esa herida constitutiva del vivir, en esa X entre la vida y el mundo, la muerte y el tú, que siempre tendrá una dimensión no por laica menos espiritual. El canto, el nombre, el silencio, la dulzura y hasta algo tan insólito como el cielo azul le sirven a Esquirol, con referencias a la filosofía antigua y la mística, la poesía y el arte, para ir redescubriendo verdades sensibles, vitalmente esenciales. Una filosofía meditativa, de aroma franciscano, que irrumpe en la ruidosa contemporaneidad con vocación de ayudarnos a pensar y sentir frente a la perversión nihilista del self-management, el transhumanismo y otros sucedáneos del pensar genuinamente radical.
Como advierte cordialmente Josep Maria Esquirol al final del libro: “Crece una conspiración. La conspiración del desierto. Aunque los desertores estén esparcidos por doquier, forman juntos un solo poema”. Así es, filosofar en nuestro siglo sigue siendo, como recuerda Iván Illich, la conspiratio, “esta unión espiritual en la que el aliento de cada uno tiene el mismo valor”, de una renovada comunidad humanista, en el más noble de los sentidos. Y este propósito también es filosofía contemporánea, propia de la resistencia íntima, más necesaria que nunca y sin fecha de caducidad.
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No se nota tu pluma, sino que se nota tu labia.
Mientras no aprecies, Arcoiris, la verdadera música de la revolución. Nunca te darás cuenta de lo que es revolucionario.
Y lo digo por tu comentario.
Si en tu mente cabe una eutanasia tan grande que haga estéril al planeta, no se te puede llamar de izquierdas y, menos, anarquista.
Dime: ¿qué has ganado con reprimir tus impulsos sexuales? ¿Qué has ganado con negar el órgano? ¿Qué has ganado con decir y soñar de querer que tu hijx sufra?
Dime si una "x" en tu vocabulario es correcta, igual te piensas que le estoy negando el género a tu "hijx".
No. Lo que estoy haciendo es guardar su intimidad.
Si tú supieras cuán desagradable es recibir una carta en tu correo con dibujos de personas acuchilladas, tendrías en cuenta que no se puede hablar así a la gente.
En fin. La conclusión es que tú, mi no querida Arcoiris, llevastes tu vida al neo-maltusianismo. Y eso me lo has dicho tú en mi presencia y de forma directa.
Por eso, en estos momentos, tú te has quedado tan perpleja y petrificada que no has sabido reaccionar y, con ello, tu mente se ha dado la vuelta y yo recibo cartas con dibujos de asesinatos en mi correspondencia.
Déjalo, si no lo vas a entender. Solo es una manera de hacer públicas tus burradas.
(Lo digo por el comentario de abajo).
Se echan en falta testimonios que emocionen la vida. Que la enfrenten aceptando lo ineluctable juntos. Testimonios que nos recuerden que solo podemos ser en la relación y que es su calidad y cualidad la que nos determina. Siempre que no induzca ensimismamiento sino que revolucionen, que nos impulsen contra la arbitrariedad y el sadismo de los narcisismos grupales que se atrincheran y victimizan señalando al otro, un otro significativamente desposeído. Testimonios que nos alerten de los monstruos que anidan en las Autoridades subordinadoras y en las instituciones que garantizan sus privilegios y su impunidad. Fascismos cotidianos que, mientras prescriben soledades individualistas de "autoayuda" que nos disocian, compactan más sus lazos dando la impresión de ser invulnerables, generando así impotencia y completa inermidad. Textos que nos recuerden que el nazismo solo fue posible porque hubo nazis y que los fascismos contemporáneos -las cobardías de odiar en grupo- no se limitan a expresiones extravagantes de personajes públicos extraños, sino que éstos son la manifestación visible de lógicas morales que se han instalado entre nosotros y a las que hay que combatir cada día, so pena de caer primero en la depresión y después bajo sus botas. Textos que nos infundan valor y unión para enfrentar enemigos tan cercanos y poderosos. Que nos muestren que vivir es combatir la injusticia allí donde se encuentre y hacerlo juntos.
Ayuda mutua, responsabilidad solidaridad para con todxs. Gracias.