Pensamiento
            
            
           
           
Kathi Weeks: “Los movimientos sociales están influidos por la crítica del trabajo. Y si no lo están, deberían estarlo”
           
        
         
Kathi Weeks es autora de El problema del trabajo, recientemente publicado en castellano por Traficantes de Sueños. En su obra, Weeks pone en juego una caja de herramientas que recorre distintas tradiciones desde los feminismos a los marxismos, desde la teoría literaria a las perspectivas de las luchas políticas, útiles para una concepción crítica del trabajo actualizada para el siglo XXI. En la conversación, aborda temas como los efectos de la pandemia en la ética del trabajo, los sujetos y movimientos políticos que en el presente podrían encarnar el rechazo al trabajo, la potencia de las demandas de Renta Básica Universal y de reducción de la jornada laboral, las paradojas y debates sobre el desarrollo tecnológico y la automatización, y la crítica de lo que denomina el sistema de el-trabajo-y-la-familia. Kathi Weeks es profesora de género, sexualidad y estudios feministas en la Universidad de Duke.
En  las condiciones de la pandemia hemos visto una intensa polarización,  por un lado, entre una fuerte ética del trabajo como algo “esencial”  en comparación con otras esferas de la vida, y por otro lado, una  conciencia del sinsentido de buena parte de los actuales empleos.  ¿Cómo ha sido esto en el caso de Estados Unidos, un país con una  ética del trabajo tan fuerte? 
Sí, completamente. Cuando los valores dominantes alaban el trabajo  como algo central en lo que significa ser un individuo de éxito y un  miembro digno de la sociedad, durante la pandemia una clara mayoría  de gente en Estados Unidos insistió en que el trabajo no era algo  por lo que morir o por lo que valga la pena arriesgar la salud de  los demás. Aunque esto pueda significar otras muchas cosas, el parón  de la economía debería reconocerse como una expresión del rechazo  a esa  manera de entender y valorar el trabajo generador de renta. También  el trabajo se ha desmitificado de otra manera con el reconocimiento  de que solo algunos empleos son lo suficientemente útiles como para  ser considerados “esenciales” para la sociedad, y estos no suelen  ser los mejor remunerados o de alto estatus. Así, por ejemplo,  finalmente se reconoció que los trabajadores y trabajadoras de  comercios de alimentación realizaban un trabajo importante y  socialmente útil, a pesar de que al mismo tiempo se les pedía que  se presentaran a empleos peligrosos y aun así mal pagados. La otra  cara fue que se hizo cada vez más obvio que buena parte del resto de  empleos, quizás la mayoría, eran poco necesarios si no totalmente  inútiles, es decir, sin ningún sentido más allá de generar  beneficio y sueldos. Y si la institución familiar ha sido la forma  típica o normativa de recluirnos en los hogares, la pandemia también  nos obligó a depender aún más intensamente de un trabajo doméstico  no asalariado del cual se espera que nos sostenga o reproduzca en el  día a día y generación tras generación a pesar de tener muy poco  apoyo social o tiempo descontado del trabajo asalariado.
El sistema salarial y la familia, como dos de los mecanismos básicos de distribución del ingreso, no están a la altura en tiempos “normales” ni mucho menos tienen la capacidad de garantizar seguridad y sustento en tiempos de crisis
¿Crees que la pandemia, junto a otras circunstancias, ha modificado los imaginarios del trabajo, y por tanto, las posibilidades de demandas como la Renta Básica Universal que analizas en tu libro?
La crisis  reveló con mucha mayor claridad las espectaculares exclusiones y  disfunciones —si bien muy mundanas y cotidianas— producidas por  el sistema de el-trabajo-y-la-familia, en parte porque los medios de  comunicación se vieron obligados a informar sobre muchas de las  increíbles tensiones que se produjeron en los hogares. El tema de la  renta básica universal recibió un gran impulso en un periodo en el  que se hizo evidente que el sistema salarial y la familia, como dos  de los mecanismos básicos de distribución del ingreso, no están a  la altura en tiempos “normales” ni mucho menos tienen la  capacidad de garantizar seguridad y sustento en tiempos de crisis. 
No sé cuánto tiempo durará el impulso de estos actos de rechazo y desmitificación de los empleos “productivos” inútiles y del trabajo reproductivo no remunerado, pero seguramente sobre ello se puede construir algo que demuestre por qué necesitamos un modo más racional, completo y confiable de recompensar todas las formas de trabajo y de distribuir renta para todas las personas.
En el caso español o el inglés, en los últimos tiempos algunos  sectores están intentando abrir nuevamente el debate sobre la  reducción de la jornada laboral a 32 horas, o a 30 horas. En algunas  versiones, su justificación se basa tanto en su compatibilidad con  un cierto productivismo (“trabajar menos nos hace ser más  productivos”) como con el familiarismo (“trabajar menos para  estar más tiempo con la familia”), ambas justificaciones que son  criticadas en tu libro.  Resumidamente, ¿qué requisitos básicos desde tu punto de vista  tendría que tener esta demanda en un país como España?
Es una pregunta muy importante, pero realmente no la puedo responder.  En la medida en que la práctica de la política es un arte más que  una ciencia, la formulación y promoción de demandas es un asunto  necesariamente situado que depende del contexto político, económico  y cultural local. Lo que puedo decir es: por un lado, creo que está  claro que hay que pensar en términos de reformas que sean oportunas  e inteligibles, lo que implica apelar a términos que nos sean  familiares y que probablemente tengan algún tipo de sentido  inmediato para la gente. Según esa lógica, defender la demanda de  reducción de jornada evocando la eficiencia en el puesto de trabajo  o en nombre de los valores familiares podría ser una manera viable  de asegurar unos niveles de apoyo mayor. Por otro lado, existen  profundas limitaciones en ese tipo de pragmatismo político a corto  plazo.
Presentar la demanda de reducción de jornada en términos de tiempo para la vida, como única justificación posible, me parece una formulación más abierta, inclusiva y menos prescriptiva
¿Cómo cuáles?
En primer lugar, no me convence el moderar las propias  demandas para que inspiren un apoyo pasivo, sino que el activismo  apasionado y la militancia son necesarios para impulsar un gran  proyecto de reforma. En segundo lugar, hay mucho que hablar acerca de  a quiénes podría excluirse por estas justificaciones y sus posibles  consecuencias no intencionadas. Aquí es donde encuentro que el  argumento de “más tiempo para la familia” es particularmente  poco convincente. Hablamos como si todo el mundo tuviera una  “familia”, pero ese es un mito peligroso para muchas de nosotras  que no la tenemos o no queremos tenerla, o que no tendríamos por qué  deber o querer dedicarle ese tiempo. No querría que se perpetuase la  mitología de la familia que ignora la violencia que ocurre dentro de  las familias y que invisibiliza el trabajo económicamente  fundamental que allí se realiza con poco apoyo bajo el disfraz del  amor romántico. Presentar la demanda de reducción de jornada en  términos de tiempo para la vida, como única justificación posible,  me parece una formulación más abierta, inclusiva y menos  prescriptiva. 
Finalmente, yo diría que una demanda política radical que se precie también requiere un horizonte, un algo más allá, algo más que las posibles concesiones que seamos capaces de ganar en el corto plazo. De manera que la campaña por la reducción de jornada también pueda ser un proceso de aprendizaje, un laboratorio, para el cultivo de otros deseos y demandas más allá. Cómo se negocia la relación entre las consideraciones prácticas a corto plazo y el horizonte radical a más largo plazo es un tema de estrategia y táctica que siempre está en debate y que se figurará de distintas maneras según cada lugar y momento.
Tiendo a pensar que la mayoría de movimientos sociales y campañas activistas están influenciados por, y contribuyen a, la crítica del trabajo asalariado y no asalariado
Si tomamos como referentes históricos del rechazo  del trabajo  las formas del sindicalismo revolucionario a finales del siglo XIX y  principios del siglo XX, o el caso del operaísmo y el feminismo  italiano en los años 70, quizás en el siglo XXI es más difícil ver  un sujeto tan delimitado que plantee esas reivindicaciones.  En este sentido, ¿qué movimientos políticos crees que encarnan, o  podrían encarnar, la crítica del trabajo asalariado en la  actualidad?
Creo que tienes toda la razón al no pensar hoy en las luchas  contra o más allá del trabajo en términos de un sujeto político  único o delimitado. Por el contrario, tiendo a pensar que la mayoría  de movimientos sociales y campañas activistas están influenciados  por, y contribuyen a, la crítica del trabajo asalariado y no  asalariado. Y si no lo están, deberían estarlo. Dado que el sistema  de producción y reproducción de el-trabajo-y-la-familia nos afecta  en casi todos los aspectos de nuestras vidas, parece por ello  relevante para tantas luchas. Lo pienso de esta manera: en la medida  en que el objetivo de nuestra crítica política y activismo sea el  capitalismo racial, de ocupación, colonial y heteropatriarcal,  entonces el trabajo —incluyendo el trabajo de hogar y comunitario,  reproductivo y de cuidados no asalariado— es la vía por la que la  mayoría de la gente nos sumergimos y conectamos con ese sistema (y  estar en desempleo en una sociedad que distribuye los medios de vida  principalmente a través del trabajo asalariado no te exime de esto).  Si esto es cierto, entonces el trabajo debería ser algo que tales  movimientos deberían abordar, y con frecuencia lo hacen. 
¿En qué casos lo observas?
Por  ejemplo, el movimiento Black  Lives Matter en Estados Unidos aborda los ataques del capitalismo racial desde la  división racial del trabajo a la brecha racial en la riqueza y la  falta de apoyo a sus hogares y comunidades. El abolicionismo de las  cárceles desafía el sistema industrial penitenciario como una forma  de tratar, encerrar y silenciar a las poblaciones superfluas que el  sistema de el-trabajo-y-la-familia capitalista no puede integrar. El  movimiento de la huelga feminista internacionalista se centra en  rechazar y visibilizar la dependencia del capital respecto a la  explotación del trabajo de cuidado feminizado y no asalariado que le  provee de trabajadores y consumidores día a día y generación tras  generación. 
Lo que pasa con el trabajo es que no funciona y nos falla a la mayoría de las personas: porque no hay suficientes empleos, porque se paga tan poco que no puedes mantenerte o porque trabajas tantas horas que no tienes tiempo para vivir. Los sindicatos son un espacio importante de la política de y contra el trabajo, pero otros tipos de organización, movimiento y activismo también están asumiendo los problemas relacionados con el trabajo dado que estos no se limitan a una clase social o a determinados sectores de la economía.
En los discursos sobre la liberación del trabajo hay una tensión  histórica que, entre otros elementos, depende de cómo concibamos la  posibilidad de una apropiación (o no) del cambio tecnológico en un  sentido emancipador, de tomar “las fuerzas productivas” en el  sentido clásico. Sin embargo, en tu libro no abordas la cuestión  tecnológica en profundidad. ¿Cómo te planteas hoy  esa relación entre la liberación del trabajo y la dimensión  tecnológica?
Desconfío de la forma en que la tecnología se figura en algunos  debates recientes. Porque creo que tenemos una tendencia notablemente  obstinada a pensar la tecnología como algo en sí mismo, como si no  fuera siempre un producto e instrumento de las relaciones sociales,  como herramientas humanas que pueden tomar una miríada de formas y  tener usos muy distintos. Entonces, tanto si celebramos la tecnología  por liberarnos del trabajo como si la acusamos de robarnos el empleo,  existe la sensación de que “eso” tuviera el control de mando, en  lugar del Estado y el Capital. En la medida en que esto mantenga  nuestra atención en preguntas sobre el desarrollo tecnológico en  lugar de en preguntas más importantes —como la calidad y cantidad  del trabajo asalariado y la distribución de la renta; como la  organización, distribución y valor del trabajo de cuidado no  asalariado; como quién está tomando las decisiones de inversión y  con qué fin—, entonces creo que corremos el riesgo de distraernos  o desorientarnos.
Tal vez debamos abordar el 'lujo comunista' desde un registro diferente, en términos del lujo de la ociosidad, la amistad, el aire fresco y la comunión con la naturaleza
¿Esto ocurre también en algunos debates sobre la renta básica universal?
Sí. Algunos argumentan que un aumento dramático del desempleo  tecnológico en la era digital es una razón por la que deberíamos  apoyar una renta básica. Otros responden a eso argumentando que los  trabajadores serán desplazados en algunos sectores de la economía,  pero otros empleos absorberán a muchos de ellos. Simplemente, no  creo que nuestro apoyo a la demanda de renta básica deba depender de  ese debate. Hay problemas muchos más fundamentales y urgentes  en los que deberíamos centrar la atención respecto al trabajo  asalariado como sistema de asignación de renta: las disparidades  raciales y de género en los salarios y el desempleo; la enorme  cantidad de trabajo reproductivo y de cuidados no remunerado en los  hogares y las comunidades realizado de manera desproporcionada por  mujeres sin la cual no habría una economía de trabajo asalariado;  las terroríficas tasas de lesiones, enfermedades y muertes en el  lugar de trabajo, incluido el enorme peaje que el estrés crónico de  los trabajos mal pagados tiene en el cuerpo y la mente de la fuerza  de trabajo; por no hablar del margen permanente de desempleo que no  se considera un fracaso sino un signo de salud de las economías  capitalistas. Si estas preguntas son tan importantes como lo son en  el contexto del debate sobre la renta básica, centrarse en la  tecnología o, en este caso, en el desempleo tecnológico, me parece una  forma potencial de eludir o evitar abordar algunos de los defectos  más básicos y de largo alcance del sistema salarial.
El debate actual sobre el sentido del desarrollo  tecnológico está polarizándose fuertemente a partir de las  condiciones de la emergencia climática y la crisis energética. Por  un lado, hay una oposición entre algunos marxistas y defensores del  Green  New Deal  que tienden a apoyar fuertes inversiones en tecnologías verdes, y  por otro lado, propuestas como el decrecimiento o el ecofeminismo que  abogan por una fuerte reducción de las infraestructuras tecnológicas  y de la complejidad de los sistemas sociales actuales. ¿Qué implicaciones crees que pueden tener estos debates para  actualizar o matizar los términos clásicos de la liberación del  trabajo?
Creo que está  bastante claro que llamar a una reducción del trabajo asalariado es  coherente tanto con el decrecimiento como con el crecimiento verde,  ambos enfoques que de alguna manera yo apoyaría. Hay dos puntos que  quiero agregar a esto sobre cómo las políticas de cambio climático  y destrucción ambiental se relacionan con las políticas contra y  más allá del trabajo que yo defiendo. 
El primer punto es que creo que es importante reconocer que el “productivismo” —es decir, la celebración del trabajo duro individual, la productividad y la autodisciplina que está en el corazón de la ética del trabajo moderna— está íntimamente ligado con el consumismo en las sociedades de capitalismo avanzado. Se supone que los bienes y servicios de consumo son nuestra recompensa, la gratificación pospuesta y debidamente aplazada al acabar el trabajo, por todo el digno sacrificio de nuestra fuerza de trabajo. La ética del trabajo y el consumismo son las dos caras de una misma moneda, el engranaje que impulsa al sistema económico. Al cuestionar una de esas caras también se desafía a la otra cara.
¿Cómo funciona ese desafío?
Más que imaginar que  un menor tiempo de trabajo solo nos dará más tiempo para ir de  compras, en vez de ello creo que nos dará un tiempo adicional para  cultivar placeres y pasatiempos más satisfactorios y sostenibles. En  ese sentido, la disminución de jornada y la renta básica universal  podrían ayudar a sostener una reducción de trabajo que tendría un  beneficio doble desde la perspectiva de una política del  decrecimiento. 
El segundo punto que quiero añadir es una advertencia sobre dos trampas en las que a menudo parece que caemos cuando imaginamos el futuro: o lo imaginamos como algo muy cercano al modelo actual como en un progreso lineal respecto a lo que tenemos ahora, o nos basamos en un modelo del tiempo pasado como una vuelta a algún período anterior de la historia. Lamentablemente, ambas maneras parecen inadecuadas en relación con cómo ocurre el cambio social, con cómo se mueve la historia. Aquí solo quisiera señalar que no creo que tengamos que elegir entre robots o granjas ni entre una producción industrial hipertecnológica y una producción artesanal a pequeña escala. Simplemente quiero que recordemos y seamos plenamente conscientes de la utilidad y de las limitaciones de nuestras visiones del futuro, limitaciones que no son culpa nuestra sino la consecuencia de los estrechos horizontes de toda perspectiva situada.
En la misma línea, y en relación con las demandas utópicas que  trabajas en tu libro,  tras leer sobre propuestas de “automatización total” como  las que por ejemplo sostienen influyentes sectores en la izquierda  británica,  me surge el problema de un utopismo quizás “peligroso”. Por  ejemplo,  Aaron Bastani ha defendido en Comunismo  de Lujo Totalmente Automatizado  que una crisis tan crucial como la de los picos del litio, el fósforo  o el níquel podría resolverse mediante la minería de asteroides,  lo que a su vez dependería de naves espaciales propulsadas por  oxígeno. De este modo, ¿cómo crees que el materialismo  “científico” del actual pensamiento ecologista condiciona  e influye en la forma que pueden tomar nuestras utopías de  liberarnos del trabajo asalariado?
¿Qué tiene la exploración espacial que se apodera de la  imaginación de algunas personas? Como investigadora de estudios de  género, siento la necesidad de especificar que tales personas no  suelen ser mujeres o femeninas. Debo decir que la exploración  espacial no me dice nada. Estoy de acuerdo en que la evocación de la  minería de asteroides y de las naves espaciales suena más bien a un  ejemplo del deus  ex machina  típico del género narrativo del progreso tecno-utópico: una  solución milagrosa frente a un problema obstinado que se supone que  lleva el relato hasta su final feliz. Dicho esto, no descartaría los  posibles usos de la “automatización” para reducir las cargas de  trabajo humano y animal. Pero seguramente la tecnología —nos  podríamos referir a esto como tecnología “apropiada” o  “responsable”— debe ser concebida, desarrollada y juzgada como  parte de un ecosistema natural y social más amplio, no como si fuera  un fenómeno de alguna manera antinatural o asocial. 
Tampoco quisiera negar de manera simple la imprevisibilidad del futuro de la creatividad humana o las nuevas ideas que se nos podrían ocurrir para distanciarme o refutar a los defensores del statu quo que reducen esa creatividad a la invención heroica de un emprendedor que no logra construir nada más que otra trampa para ratones rentable. Pero mi reacción más inmediata a tu pregunta es que tal vez debamos abordar el lujo comunista desde un registro diferente, en términos del lujo de la ociosidad, la amistad, el aire fresco y la comunión con la naturaleza, como cosas que podríamos disfrutar si dispusiéramos de más tiempo por fuera del trabajo. Me parece que realmente la pregunta no es sobre nuestra capacidad para producir más o incluso el mismo nivel de riqueza social y económica, sino sobre cómo podemos apropiárnosla y convertirla en la verdadera riqueza de la igualdad y la libertad.
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