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Crisis climática
Lo que Chernóbil nos enseñó sobre el cambio climático (y no aprendimos)
“Ser científico es ser un ingenuo. Nos obcecamos tanto en descubrir la verdad que olvidamos que muy pocos quieren que lo hagamos”. El personaje de Valeri Legásov empieza con estas palabras el discurso que cierra la serie al final de Chernobyl, del canal HBO. El auténtico profesor Legásov, encargado del comité de investigación del accidente de Chernóbil que se produjo el 26 de abril de 1986, se suicidó dos años después de que ocurriera el infortunado incidente en la central nuclear, y probablemente habría acreditado esas palabras.
El profesor presentó en agosto de 1986 el informe de la delegación soviética en la reunión extraordinaria de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, celebrada en Viena. El documento resultó ser tan franco en cuanto a la gravedad de la catástrofe que el gobierno soviético acabó suavizándolo. Antes de fallecer, tratando de sacar a la luz la realidad del suceso, causado por una concatenación de errores humanos y el fallo de diseño de la central nuclear, grabó en una cinta información que se había ocultado a dicha Agencia.
Legásov averiguó el costo de la verdad y de la mentira, y la perversidad que puede suponer la ocultación, el engaño, la ineptitud y la inacción de un gobierno ante una emergencia de tales proporciones y consecuencias para la integridad humana. La escritora y periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich también aprendió esa lección con su libro Voces de Chernóbil, escrito en 1997, en el que supo rescatar de entre los escombros de la catástrofe otras voces silenciosas en las que el recuerdo del más grave accidente nuclear de la historia se mantuvo continuo e imborrable.
Pero la crisis climática y ecológica, ineludible y fatal, no actúa como un cataclismo repentino como el de Chernóbil, sino como una suerte de hecatombe gradual e impulsada por los bucles de retroalimentación y por nuestra insistencia de asomarnos al vacío que nos propone
Hoy en día, como entonces, una negra cascada de destrucción nos acecha, desarrollándose ante nuestros ojos. Pero la crisis climática y ecológica, ineludible y fatal, no actúa como un cataclismo repentino como el de Chernóbil, sino como una suerte de hecatombe gradual e impulsada por los bucles de retroalimentación y por nuestra insistencia de asomarnos al vacío que nos propone.
Muchas de las personas que vivieron lo sucedido en Chernóbil entendieron la gravedad trascendental de lo que ocurrió y de lo que podría haber sucedido si no se hubiera detenido a tiempo el potencial devastador de la central dañada. Nosotros hemos tenido más tiempo para acostumbrarnos a la idea de un cambio climático, ahora irreversible, con bastante precisión desde los años setenta. ¿Entienden hoy nuestras sociedades y nuestros gobiernos el destino y la cuestión ontológica a la que nos enfrentamos? ¿Están actuando en consecuencia?
El tiempo de la vida
En apenas 200 años, desde que empezó la Revolución Industrial, hemos cambiado el clima y los ecosistemas hasta cerrar toda una era geológica, alcanzando el Antropoceno. Los niveles de CO2 en la atmósfera, según un nuevo estudio publicado en la revista Geology, demuestran que la concentración actual es, en realidad, la más elevada de los últimos 23 millones de años. Por otra parte, según la Plataforma Intergubernamental sobre la Biodiversidad y los Servicios Ecosistémicos (IPBES), en su informe de Evaluación Global de 2019, el 75% de los ecosistemas de la Tierra han sido destruidos, degradados o transformados por los sistemas de producción y consumo de una manera irreversible. Estamos también en medio de la sexta extinción masiva de especies.
El 75% de los ecosistemas de la Tierra han sido destruidos, degradados o transformados por los sistemas de producción y consumo de una manera irreversible
Sin embargo, con las políticas actuales, vamos lanzados hacia los 4 grados centígrados de calentamiento para final de siglo (al menos), e incluso si se cumplieran los compromisos que se asumieron en los acuerdos de París, lo más probable es que se alcancen los 3,2 grados de calentamiento en 2100, según el Climate Action Tracker. “Los radionúclidos diseminados por nuestra Tierra vivirán cincuenta, cien, doscientos mil años. Y más. Desde el punto de vista de la vida humana, son eternos.
Entonces, ¿qué somos capaces de entender?”, se pregunta la autora de Voces de Chernóbil. Pero el cambio climático y sus consecuencias también se alargan en el tiempo (milenios) a través de la acumulación de las miles de toneladas de CO2 en la atmósfera, y no somos capaces de imaginar nuestro futuro más allá de las predicciones aterradoras para 2100. Aun así, el umbral de la catástrofe parece haberse desplazado en todas las agendas políticas y económicas y con cada año de inacción se mueve un poco más, arriesgando así, como menciona Alexiévich en su obra, “el tiempo de la vida, el tiempo vivo”.
La historia de las catástrofes
“Ha empezado la historia de las catástrofes… Pero el hombre no quiere pensar en esto, porque nunca se ha parado a pensar en esto; se esconde tras aquello que le resulta conocido. Tras el pasado”, declara la autora. El pasado de preocupación por guerras y conquistas entre países ahora se aleja cada vez más, y lo sustituyen las muestras de lo que vendrá, en forma de la mano pagana y devastadora de la naturaleza. Solo en 2020 hemos enfrentado huracanes de gran magnitud y estrés hídrico en Centroamérica, Chile y Oriente Medio, tifones e inundaciones en Asia, incendios masivos en California, Australia, Latinoamérica, plaga de langostas en África, olas prolongadas de calor inconcebible en Siberia… y, por supuesto, la pandemia del coronavirus, causada en origen por la crisis ambiental. Según la ONU, en los últimos 20 años se han duplicado las catástrofes naturales en el mundo, cobrándose 1,2 millones de vidas.
¿Nos hemos acostumbrado a las catástrofes? ¿Se escuchan las voces de los afectados en los medios hegemónicos? “Esta gente se está muriendo, pero nadie les ha preguntado de verdad sobre lo sucedido. Sobre lo que hemos padecido. Lo que hemos visto. La gente no quiere oír hablar de la muerte. De los horrores”. Así hablaba Liudmila Ignatenko en Voces de Chernóbil, esposa de un bombero fallecido por la radiación. A día de hoy, los migrantes climáticos no cuentan en las estadísticas, desaparecidos como voces silenciadas. Cada año crece cada vez más este tipo de migración, pero la legislación internacional clasifica como refugiado solo a aquellos que han huido de sus países debido a una situación de guerra o persecución. Una vez más, nos refugiamos en la experiencia del pasado para medir el presente y el futuro de la humanidad. En la historia de la guerra.
¿Qué podían entender los salvajes de los relámpagos?
En 2019, los españoles contestaban al Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) que sí que creían que existía el cambio climático (un 83%), pero un 63% consideraba que la situación aún puede dar marcha atrás. Hace tiempo que se sabe que la única solución es la adaptación de sus efectos, puesto que ya es irreversible. Esta percepción social errónea no deriva de la falta de datos en la era de la sobreinformación, sino de la escasa conexión entre problemáticas y la manera de comunicar la crisis climática y ecológica. “No hemos olvidado Chernóbil; sencillamente no lo hemos comprendido. ¿Qué podían entender los salvajes de los relámpagos?”, clamaba en el libro el ex director del laboratorio del Instituto de Energía Nuclear de la Academia de Ciencias de Belarús.
En 2019, los españoles contestaban al Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) que sí que creían que existía el cambio climático (un 83%), pero un 63% consideraba que la situación aún puede dar marcha atrás
La sociedad tampoco entiende las implicaciones del cambio climático, y no es fácil culparla. Se trata de un “hiperobjeto”, como lo llama el autor estadounidense Wallace-Wells en su libro El planeta inhóspito, un hecho conceptual tan enorme y complejo como internet. Los GEI, la extinción de especies, los puntos de no retorno, el efecto Albedo, el permafrost, la justicia climática… ¿Algún gobierno, después de declarar la emergencia climática y con ayuda de los medios, ha educado de forma masiva con esta información vital a sus ciudadanos?
Alexiévich cuenta en su libro cómo entabló conversación con unos pescadores. “Nosotros esperábamos que nos explicaran la cosa por la televisión. Que nos dijeran cómo salvarnos. En cambio, las lombrices… Las lombrices más comunes se enterraron a un metro de profundidad. En cambio, nosotros no entendíamos nada”. En el libro Medios de comunicación y cambio climático (2013), la profesora Rosalba Mancinas reflexionaba en torno a las razones de los medios de comunicación para no hablar del cambio climático. “Es una de las principales contradicciones del sistema mediático. Por un lado, tienen la obligación de aparentar responsabilidad social, y por otro lado, no pueden dejar de defender su posición dentro del sistema que los sustenta”, afirma.
“Es una de las principales contradicciones del sistema mediático. Por un lado, tienen la obligación de aparentar responsabilidad social, y por otro lado, no pueden dejar de defender su posición dentro del sistema que los sustenta”, afirma Mancinas
Por eso es por lo que se habla tanto y a todas horas del coronavirus en la televisión, pero nunca como un síntoma de un sistema enfermo que avanza sobre los territorios, eliminando la barrera de la biodiversidad que podría protegernos de esta y futuras enfermedades zoonóticas. Se opina sobre la deseable subida del PIB, sobre el precio de la gasolina, la reindustrialización y el retorno del turismo masivo, pero no sobre decrecimiento económico y energético y transformar nuestro modo de vida. Si no se tiene en cuenta la acción climática y ambiental en las agendas para preservar el único hogar que tenemos, ¿por qué los Estados han decidido paralizar ahora la economía para proteger la vida?
En su entrevista con El Salto Diario, el investigador experto en crisis climática, escritor y activista Andreas Malm especula sobre ello: “Quizás lo más obvio, es que las medidas tomadas para combatir el covid-19 se han anunciado como temporales. Nadie está hablando de un cambio permanente en nuestra forma de vida”, expone. “Las medidas que están ahora en vigor se pueden vender a todo el mundo, incluido el capital, como un precio alto que debe pagarse solo por un corto período”, añade.
En silencio y de manera natural
“Podríamos pensar que con la gravedad de la situación, los medios y cada uno de nuestros líderes no hablarían de otra cosa, pero ni siquiera lo mencionan”, denunciaba la activista Greta Thunberg en su charla TED de 2018. “Todas y todos pensamos que sabemos, y todos y todas pensamos que todo el mundo lo sabe, pero no lo sabemos (…). Y nadie habla de eso. No hay reuniones de emergencia, ni titulares, ni noticias de última hora. Nadie está actuando como si estuviéramos en una crisis”. Mientras, como desde hace cuarenta años, se sigue charlando con serenidad sobre reciclaje, reducción de la huella individual de carbono, responsabilidad social corporativa y Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Otro de los testimonios de Voces de Chernóbil, que fue inspectora del Servicio para la Protección de la Naturaleza, y que había participado en el silenciamiento del peligro de la radiación, confesó lo siguiente a Alexiévich: “¿Qué puedo hacer yo? Cada uno encontraba alguna justificación. Alguna explicación. Yo he hecho el experimento conmigo misma. Y, en una palabra, he comprendido que en la vida las cosas más terribles ocurren en silencio y de manera natural”.
La mayoría de la destrucción provocada por el cambio climático se produce en silencio, especialmente en el sur global, lejos de los focos de los medios de los países más ricos. Estos colaboran también en silencio, haciendo algo tan sencillo como seguir las leyes del sistema económico. El profesor y escritor australiano Clive Hamilton también hablaba hace tres años en The Guardian sobre esta clase de silencio que entre todos estamos enarbolando y con el que diversos autores llenan las librerías: “Escriben sobre el ascenso de China, civilizaciones en conflicto y máquinas que se apoderan del mundo, presentadas como si los científicos del clima no existieran. Pronostican un futuro del que se han borrado los hechos dominantes, los futurólogos atrapados en un pasado obsoleto. Es el gran silencio”.
Algunas palabras suenan como profecías. Y las pronunciadas alrededor del accidente de Chernóbil retumban como oscuros vaticinios del futuro que nos espera, tan certeros para el mundo en el que vivimos, que nos sorprenden. Un futuro que se impone sobre nosotros llenándonos de conmoción. El discurso final del profesor Legásov en la miniserie de Chernobyl nos susurra también una predicción sobre la verdad, y sobre el costo y el privilegio de ignorarla: “La verdad siempre está ahí. La veamos o no, la elijamos o no. A la verdad no le importa lo que necesitamos. No le importan los gobiernos, ni las ideologías, ni las religiones. Nos esperará eternamente”.
Estamos al borde del abismo y lo ignoramos, paralizados por una pandemia surgida de la destrucción que propone un sistema que marcha sobre un planeta de recursos finitos. La cuestión es compleja, y a la vez de una sencillez extraordinaria. ¿Nos inclinaremos hacia la verdad de la tragedia y el cambio radical que precisa nuestra forma de vida, o hacia el sufrimiento insondable que apenas empezamos a vislumbrar? Algunos dirían que hace tiempo que hicimos nuestra elección.
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Muy buen articulo; esperemos que los mandatarios se conciencien y saquen su parte humana.