Después del fuego: carta de una investigadora del Museo Nacional de Brasil
Polvo y cenizas. Lo que queda tras el incendio evitable del Museo Nacional de Brasil.

Mi nombre es Carolina Castellitti, soy alumna de doctorado del programa de posgrado en Antropología Social del Museo Nacional. Tengo el terrible pesar de lo que constituye nuestra pérdida desde el incendio que provocó la destrucción casi total del Museo Nacional de Brasil el pasado domingo.
Desde este espacio me parece importante destacar cómo el Museo, aparte de tener una de las colecciones más importantes —de valor inestimable— de América Latina, tenía también un perfil académico y científico.
Sus exposiciones marcaron la historia de la institución, junto a la excelencia de sus actividades de investigación y enseñanza. Perdimos por un lado una colección histórica, arqueológica, antropológica, etnográfica y natural respetada internacionalmente.
Teníamos la mejor colección egipcia de América Latina, con momias intactas dentro de su sarcófago. Parte de la historia africana, griega, mediterránea, de la América precolombina y el Brasil prehistórico estaban representadas en esas colecciones. Incluso el fósil humano más antiguo de las Américas: ‘Luzía’. Había también dinosaurios y especímenes de la fauna del Pleistoceno. Perdimos una biblioteca insustituible, con obras rarísimas como los libros de la expedición de Napoleón en Egipto y el Diario de Viaje de don Pedro II, último emperador de Brasil.
En torno a esas colecciones, las actividades de investigación científica eran desarrolladas por los departamentos de antropología, botánica, etnología, geología y paleontología —vertebrados e invertebrados—. Además, el museo funcionaba como sede de estudios de posgrado reconocidos a nivel nacional e internacional. Contaba con maestrías y doctorados en antropología social, arqueología, botánica, lingüística y lenguas indígenas, zoología y ciencias de la tierra y especializaciones en geología, gramática generativa y estudios de la conexión, además de las lenguas indígenas brasileñas.
Acompañando esas potentes tradiciones de enseñanza e investigación, en el museo se había logrado construir una de las más importantes bibliotecas de Ciencias Sociales de Brasil, que albergaba un inestimable acervo de literatura antropológica, contando con cerca de 37.000 volúmenes, entre obras de referencia, libros, periódicos, tesis, anales de Congresos y folletos entre otros materiales especiales.
Considero que todo esto sirve para iluminar en qué medida el museo constituye una sede de ciencia viva y de excelencia. Junto con sus colecciones, las investigaciones en curso se volvieron polvo. A partir del domingo, el museo más antiguo de Brasil, donde funcionó la sede de la monarquía, fue transformado en cenizas. La responsabilidad hay que achacársela a cómo las autoridades vienen tratando la memoria histórica y el conocimiento en Brasil.
Las autoridades del museo, empleados técnicos, pedagógicos y alumnos estamos reuniéndonos para tratar de reconstruirlo a partir de los pedazos que quedaron del museo y de nosotros mismos. Para eso, el apoyo de toda la comunidad nacional e internacional nos parece fundamental.
Brasil
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