Opinión
La placenta también es nuestra: que nos la devuelvan

La obstetricia biomédica occidental ha minimizado, excluido, banalizado y directamente usurpado la placenta a sus dueñas y generadoras: las madres. Tantas mujeres que ni han visto sus placentas, que ni siquiera saben muy bien lo que es eso. O por qué tiene tanto valor.
mujer embarazada
Una mujer embarazada.
Profesora titular de filosofía moral en la Universidad de Granada
5 nov 2025 05:00

Miixoni quih zo hanta no tiij?” [“¿Dónde está enterrada tu placenta?”].

(Saludo estándar entre los seri, tribu del norte de México).

“¿Mi placenta…? Nunca vi mi placenta... Solo la oí mencionar de pasada al médico, cuando le dije que volvía a sentir contracciones de parto”

(Relato placentario de madre, España, siglo XXI).

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El interés por la placenta es universal e histórico, lo que no significa, por supuesto, que haya existido de manera universal e histórica una autonomía o agencia de las mujeres parturientas al respecto de qué hacer con sus propias placentas tras el alumbramiento. Todavía menos desde que la obstetricia moderna irrumpió con sus paritorios y sus potros en el espacio, mucho más amplio, de la partería.

Como ha hecho con tantas otras cosas (tejidos, fluidos, productos… criaturas, incluso) del cuerpo femenino, la obstetricia biomédica occidental ha minimizado, excluido, banalizado y directamente usurpado la placenta a sus dueñas y generadoras: las madres. Tantas mujeres que ni han visto sus placentas, que ni siquiera saben muy bien lo que es eso. O por qué tiene tanto valor.

Numerosas culturas han considerado la placenta como un elemento con connotaciones espirituales fundamentales. A menudo su entierro simboliza la conexión con la tierra y los ancestros, con múltiples asociaciones a bendiciones y salvaguarda de la nueva criatura, pero también de la madre y su futura fertilidad (por ende, la continuidad del grupo). Curiosamente, la fisiología placentaria hoy ofrece datos tan asombrosos que, en cierto modo, confluyen con muchas de estas intuiciones. Con la placenta pasa como con el parto o la lactancia: no podemos pensarla solo desde el bebé o desde la madre: no la comprenderemos del todo si aplicamos solo una episteme individualista, separada. Se trata de una cosa plural que tiene un origen plural en la díada madre-bebé. Requiere un pensamiento de comunidad.

¿Qué hacen las (otras) mamíferas con sus placentas? Muchas madres se comen su propia placenta, junto con la bolsa amniótica y el cordón, lo que probablemente sea lo más ecológico, sostenible y nutritivo que pueda hacerse, sin parangón.

Pero ¿qué hace la especie biocultural por antonomasia, la especie cuya naturaleza es la cultura —como dijo Ortega, aunque se equivocó un poco, porque también nuestra cultura es la naturaleza—? Pues hace cosas (bio)culturales. De muchos tipos. 

Quemarla junto a otros “desechos” en la incineradora del hospital, sin ningún tipo de reverencia, como el que tira basura, y sin siquiera preguntarle a la dueña y creadora de la placenta qué quiere hacer con esa cosa suya, es también una conducta biocultural. Aunque tal vez no la más adecuada.

Hablamos aquí de la placenta como algo radical, de ir a la raíz; esa placenta que es literalmente nuestra primera forma de relación; denunciando, por otro lado, que para la medicina occidental la placenta no sea más que un pedazo de sangre y tejido, destinado a la incineración poco después de que el bebé tome sus primeras bocanadas de aire. Esta conexión primigenia se corta abruptamente, con poca consideración por las repercusiones físicas y simbólicas para la criatura o para la cultura en general.

La placenta es un órgano fundamental en la biología humana, esencial para el desarrollo fetal y el embarazo, pero su importancia ha sido históricamente minimizada, incluso marginalizada. La práctica dominante aún considera la placenta como residuo clínico, en realidad, lo que implica un modo de desposesión, de desatribución, que requiere reparación simbólica y también tangible.

Y reconocer esta importancia no es esencializar o romantizar o idealizar. Es el deseo y el derecho de conocer el cuerpo propio, nuestros cuerpos maternos, nuestros embarazos, nuestros bebés, nuestras dinámicas fisiológicas, nuestras condiciones. Conocerlos, reconocerlos, dignificarlos.

La placenta ha sido históricamente portadora de significaciones que articulan identidad, pertenencia comunitaria, descendencia, memoria

Si pensamos en una historia etnocultural de la placenta, encontramos ejemplos fascinantes en geografías y tiempos múltiples, donde a menudo prevalece su entierro ritual, como decíamos. Este conecta a la criatura recién nacida con la tierra y los ancestros, y hoy en día vemos, en lo que podemos llamar un auténtico “revival placentario”, cómo los llamados “jardines de placenta” retornan el sentido a la relación con el territorio en comunidades indígenas o urbanas, o sus usos medicinales y simbólicos, o los sentidos viejos y nuevos en la conservación del cordón umbilical... Tantas variantes que muestran cómo la placenta ha sido históricamente portadora de significaciones que articulan identidad, pertenencia comunitaria, descendencia, memoria.

Destacan hoy también, por otro lado, investigaciones de corte etnojurídica sobre las posibles regulaciones para dar su placenta a las mujeres tras el parto, resaltando sobre todo la cuestión en países notoriamente pluriculturales. Recordando aquí la consigna de “El parto es nuestro”, podríamos afirmar que la placenta también lo es o lo debe ser, y resulta fundamental conocer qué dice o tiene que decir la ley al respecto.

América Latina, especialmente en los casos de Bolivia, Chile o Argentina, posee un papel pionero y protagónico al respecto. Para el caso de Bolivia, por ejemplo, se ha reclamado la necesidad de “determinar las características de las herramientas legales fundamentadas en la Constitución que permitan regular el derecho al uso de la placenta fuera de la comunidad indígena originaria campesina por personas indígenas y no indígenas”. Para el caso chileno, se ha analizado la propuesta de modificación reglamentaria del sistema de salud para la entrega de la placenta a mujeres (indígenas o no), reflexionando sobre las racionalidades estatales que subyacen al proceso, así como el papel de la antropología en el abordaje de las políticas públicas con pueblos indígenas.

En España, en cambio, carecemos aún de una regulación jurídica específica al respecto, pese a que hay ya algunos pronunciamientos bioéticos al respecto.

Finalmente, es fundamental el encuadre de la vindicación de una “agencia placentaria” (esto es, el derecho a la propia placenta, a conocer y disponer de ella en toda instancia, a tener capacidad efectiva sobre ella) en el campo de estudio de la violencia obstétrica. Si bien el descarte acrítico de la placenta podría considerarse una forma muy menor de violencia, supone un acto de enorme potencia simbólica y, desde luego, se enmarca sin ambages en la historia ya secular de injusticia epistémica, olvido y marginación de las propias mujeres en sus propios partos, y la retahíla de acciones no respetuosas que, al fin, han terminado por coagular en este incendiario concepto (violencia obstétrica), tan necesario, nacido de la rebelión.

El objetivo último de estas reflexiones es contribuir a una cultura positiva sobre la placenta (Placenta-Positive Culture), en la línea de la cultura positiva sobre la lactancia o la narración positiva sobre el parto. Reconocer, también, como reclama hoy el Human Placenta Project, la radical importancia de la placenta para la salud fetal y adulta, es decir, y en definitiva, para toda la humanidad desde su origen; convertir el asunto de la placenta en uno de importancia universal, un asunto de salud pública, y de ética sobre la misma, incluyendo el reconocimiento del derecho materno a disponer de su propia placenta, con conciencia y autonomía.

El creciente interés por estos rituales y las narrativas en torno a la placenta demuestran cómo las madres, desde un feminismo que radica en la experiencia misma de su maternidad, reclaman el poder simbólico, emocional y fisiológico en sus vivencias corporales

Así, con la mirada feminista y decolonial, hemos de caminar desde la marginalidad de la placenta (sanitaria, biomédica, obstétrica, simbólica) hacia un reconocimiento de la misma en tanto que objeto de reflexión y significado cruciales. El creciente interés por estos rituales y las narrativas en torno a la placenta demuestran cómo las madres, desde un feminismo que radica en la experiencia misma de su maternidad, reclaman el poder simbólico, emocional y fisiológico en sus vivencias corporales de gestación, parto/posparto/puerperio, como vías de conocimiento personal y político.

La placenta (también) es nuestra: que nos la devuelvan.

Nota
Este texto constituye una síntesis divulgativa del artículo científico de acceso abierto publicado por la autora: “¿Quién se ha llevado mi placenta? Narraciones placentarias: Episteme y política desde una bioética feminista y decolonial”. MEDICA REVIEW. International Medical Humanities Review, 2025, 13(1): 1–24.
Más información en: https://doi.org/10.62701/revmedica.v13.5459
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