Partidos políticos
Gobierno de izquierdas en Catalunya: por ahora no
Junts juega fuerte. En Waterloo, sede del Consell de la República Catalana, presidido por Carles Puigdemont, no quieren que Esquerra y la CUP les marquen los tiempos. El preacuerdo de investidura alcanzado por las dos formaciones de izquierda independentista sentó mal a los postconvergentes, que respondieron con un sonoro “no” de Junts a la investidura de Aragonés. El partido de Puigdemont aspira a fijar un bicefalia entre la Generalitat y el Gobierno del exilio. De fondo la lucha de los postconvergentes por atar en corto a ERC, y por controlar la gestión de los fondos Next Generation de la UE.
El escenario
¿Por qué con una amplia mayoría de izquierdas la investidura depende sin embargo de un partido como Junts? Catalunya es, al menos sobre el papel, de izquierdas. Así lo dicen las encuestas y así lo dijeron los resultados de las últimas elecciones, que dieron como vencedor al PSC, como segunda fuerza a ERC, además de dar un 13% a la suma de Comunes y CUP.
Nadie prevé por ahora un gobierno de izquierdas en Catalunya por mucho que los números den para ello. La política de bloques impide a día de hoy un acuerdo de gobierno o al menos parlamentario entre Esquerra y el PSC. Esta semana el historiador Andreu Mayayo señalaba en Crític que “un acuerdo entre ERC y el PSC es ahora imposible... pero quizás en octubre sí funcionaría”.
Pactar con el PSC sigue siendo un tema tabú en ERC. También en la CUP, que con 9 diputados aspira a ejercer una influencia decisiva en un gobierno ERC-Junts, presionando a ambos partidos a dar pasos tanto en el plano social como en el independentista. De momento los cupaires han logrado que ERC se comprometa con ellos ha avanzar en materia de vivienda, sanidad y limitación de la violencia por parte de los Mossos d'Esquadra. También a impulsar a lo largo de la legislatura un nuevo referéndum de autodeterminación.
Esos otros posibles gobiernos de izquierdas que no veremos
Por el camino se han ido quedando otras opciones alternativas, sin Junts, para las que los números podrían dar siempre y cuando los socialistas estuvieran dispuestos a mover ficha. En primer lugar un bipartito de ERC y los Comunes apoyado desde fuera por el PSC, la opción defendida desde En Comú Podem, y que según fuentes de la coalición “permitiría alinear los gobiernos de España, Catalunya y Barcelona, además de contribuir a dar estabilidad en Madrid al Ejecutivo del PSOE y Unidas Podemos”. También estaba la posibilidad, quizá más remota, quizá más bella, de explorar un nuevo tripartito de izquierdas conformado por ERC, Comunes y la CUP. Es lo que llevan tiempo planteando desde el Institut Sobiranies, el think tank fundado por el historiador y ex dirigente de los Comunes Xavier Domènech.Diversas fuentes consultadas señalan que muchos en Esquerra preferirían gobernar con otros socios y otra mayoría, buscando acuerdos con los Comunes, la CUP y el PSC, pero que con unos resultados electorales por debajo de Illa, y con Borrás y Puigdemont tirados al monte y pisándole los talones, Aragonés no puede despegarse políticamente de esa cosa rara de la que luego hablaremos: Junts per Catalunya.
“Si Aragonés hubiera conseguido más distancia con respecto a Junts, podrían permitirse un acuerdo con los Comunes, que es lo que quiere el votante de ERC del área metropolitana y de Tarragona, pero con un resultado tan ajustado no se pueden permitir otra cosa que no sea un acuerdo con Junts, que es lo que les reclama el electorado más nacionalista, sobre todo de la Catalunya interior”, señala una persona del equipo de Jessica Albiach, que considera que Junts no ha dejado de moverse para dinamitar los puentes con los Comunes y el PSC y frustrar la opción de un gobierno de izquierdas.
Los socialistas catalanes votaron en el Parlament con Cs, el PP y el PDeCAT en contra de la Ley Catalana de Vivienda, el gran logro progresista de la anterior legislatura
También el politólogo Oriol Bartomeus señala que Junts, por su propia naturaleza, como formación heredera de una gran maquinaria gubernamental como fue CiU, no puede permitirse quedar fuera de la Generalitat. “No hay Junts que valga fuera del gobierno” explica este investigador y profesor asociado de la UAB, que apunta que los postconvergentes, a pesar de haber quedado como tercera fuerza, siguen manejando muchos de los resortes culturales, emocionales y sentimentales que determinan la política catalana, algo que el periodista Guillem Martínez define como una versión mediterránea del “trumpismo”.
Para el inventor del concepto “procesismo”, Junts emplea con habilidad “una idea de pueblo y de catalanidad que coinciden muy poco con la verdadera historia y realidad de Catalunya”. En su opinión todo se resumiría en identificar al genuino pueblo catalán con sus votantes y en confundir “la desobediencia social, que es algo chachi piruli, con la desobediencia gubernamental, que puede ser corrupta y a veces incluso antidemocrática”. Prueba de esto sería para Martínez las maniobras de Laura Borrás, presidenta del Parlament, para reformar el reglamento de la cámara y blindarse de cara a un juicio por un presunto caso de corrupción.
Según Bartomeus, cualquier mayoría alternativa de izquierdas necesitaría de un pacto con el PSC, pero esto pondría en bandeja a Junts presentar a ERC como un “traidor a la causa patriótica”. En su opinión los postconvergentes son hábiles definiendo los marcos y radicalizando el discurso cuando toca, si lo que se trata en ese momento es de debilitar y erosionar al competidor acusándolo de flojo. Para el autor del ensayo “El terremoto silencioso”, Aragonés está dispuesto a sacrificar autonomía gobernando con Junts, que le va a marcar muy de cerca el paso, a que lo acusen de ser el traidor que negocia con los del 155 y la represión anteponiendo su interés particular al interés nacional. ¿Habrá medidas valientes en materia de desprivatización de la educación y de la sanidad ahora que los republicanos tienen la presidencia de la Generalitat? No lo cree, pero no solo por la presencia de Junts, sino también por la escasa voluntad de ERC para llevarlas a cabo.
¿A qué juega el PSC?
En el otro lado de la calle tampoco hay un PSC y un PSOE esperando de brazos abiertos a los republicanos para fundirse en un gran abrazo socialdemócrata. Los socialistas catalanes votaron en el Parlament con Cs, el PP y el PDeCAT en contra de la Ley Catalana de Vivienda, el gran logro progresista de la anterior legislatura. La posición es coherente con la negativa del PSOE a regular los alquileres, pero demuestra que el centro izquierda tiene mucho de centro y poco de izquierdas, aunque en Barcelona gobiernen con Ada Colau y los Comunes. A ello se suman sus tradicionales cálculos electorales cuando se trata de hablar de ese espinoso asunto llamado plurinacionalidad, más aún después de recuperar mucho voto que en el pasado se había ido a Ciudadanos. Como señala en privado un dirigente de los Comunes, los socialistas tienen ahora mismo muy pocos incentivos para dar pasos valientes en un tema delicado como el catalán, donde parte de su electorado, sobre todo fuera de Catalunya, tiene opiniones muy parecidas a las de las derechas.
A una parte de los antiguos votantes de Pujol les va la marcha, y pasan olímpicamente de los mensajes que alertan sobre los peligros de la desestabilización política para Catalunya
Añadamos a esto que ERC y el PSC compiten cada vez más fuerte por el poder municipal en el área metropolitana de Barcelona. Conclusión. El PSC ha ganado las elecciones, pero no podrá gobernar a causa de una política de bloques que les perjudica de cara a pactos postelectorales. Sin embargo, por ahora no les tienta tratar de romperla. A la larga, señala Bartomeus, esto puede convertirse en un problema para los socialistas catalanes, que pueden terminar siendo vistos como un partido poco útil para sus votantes si la situación se cronifica.
Hablemos de Junts per Catalunya
Las últimas elecciones catalanas certificaron la muerte del independentismo moderado o “con seny”. El PDeCAT, el partido fundado por Artur Mas, el sucesor de Jordi Pujol, el hombre que embarcó a Convergencia i Unió en el proceso por la independencia de Catalunya, perdía definitivamente el pulso frente a Junts y se quedaba fuera del Parlament. Desde el exilio belga, Puigdemont ha sabido leer mejor la política y la sociedad catalanas que su predecesor en el cargo de President. A una parte de los antiguos votantes de Pujol les va la marcha, y pasan olímpicamente de los mensajes que alertan sobre los peligros de la desestabilización política para Catalunya. Consideran que la República catalana exige sacrificios y están dispuestos a ellos.
Hoy Junts se presenta como la opción genuinamente rupturista frente a una ERC siempre sospechosa de inclinaciones pactistas con el PSOE y el PSC. El fenómeno más curioso de la política catalana es por tanto que una gran mayoría de los votantes de la antigua CiU hayan decidido acompañar a Junts en este singular e insólito proceso de radicalización sin parangón ni en España ni en Europa. Bartomeus apunta que muchos son jubilados, entusiasmados con la República catalana, y que se muestran bastante indiferentes a los discursos que inciden en los supuestos peligros económicos de la independencia.
El 80% de los catalanes se definen como de izquierda o centro izquierda. En España ese porcentaje está en el 60%. ¿Ha conducido el Procés a la sociedad catalana a posiciones más a la izquierda? ¿Es el hundimiento del PDeCAT una manifestación de ese giro a la izquierda de la política catalana? Esta es una de las tesis fuertes de la CUP que considera que el independentismo y la represión del Estado han llevado a una elevación del nivel de conciencia política de una gran parte de la sociedad catalana que antes estaba en posiciones “de orden”. Un exdirigente de la CUP comenta el ejemplo de sus suegros, “gente de derecha catalana de toda la vida”, que ahora contratan la luz con una cooperativa y tienen una imagen muy diferente, nada amable, de la Monarquía, el Estado y el Ibex35. El independentismo les habría conducido según su yerno a descubrir las conexiones entre la burguesía catalana y la burguesía española y los aparatos del Estado, y por tanto a radicalizarse políticamente generándose unas complicidades inesperadas con los antisistema de toda la vida.
Para la izquierda independentista ese sería uno de los legados de la brutal represión del 1 de octubre de 2017. Este shock para personas conservadoras de clase media que se descubrían como cuasi terroristas para el Estado español vendría a ser a una escala de masas, y en muy poco tiempo, algo parecido al trauma que sufrieron muchos pequeños ahorradores de toda España al ser estafados por bancos y cajas de ahorros en el escándalo de las preferentes. Un baño de realidad que les hizo descubrir como los medios, la justicia y las fuerzas del orden público no se ponían del lado de los estafadores sino de los estafados.
Oriol Bartomeus considera sin embargo que en Catalunya siempre se ha identificado derecha con españolismo, por lo que CiU teniendo unas políticas económicas tan neoliberales como las del PP no era percibida socialmente como una fuerza abiertamente derechista, por lo que podía presumir desacomplejadamente de centrismo “con ramalazos socialdemócratas”. Para el politólogo esta tendencia se ha exagerado en los últimos tiempos. La clave ha sido la radicalización de cierto exvotante pujolista al calor del Procés, antiguos convergentes que ahora se identifican como de izquierdas o muy de izquierdas, aunque sigan estando en contra del impuesto de sucesiones o defiendan la educación concertada. Para Bartomeus son en su mayoría personas mayores, nacidas en Catalunya, de padres y madres catalanes, que “se ven a sí mismas como un grupo anti establishment, entendiendo el establishment únicamente como el establishment español, es decir, los políticos de Madrid, el Ibex-35 y el rey”. Según este profesor de las UAB estas personas al igual que su partido combinan cierta retórica rupturista que les lleva por ejemplo a apoyar a Pablo Hasél, “otro preso político” según Borrás, al tiempo que mantienen una posición mucho más conservadora cuando se trata de temas como fiscalidad, derogación de la reforma laboral o regulación de los alquileres.
En la CUP ven las cosa de forma muy diferente. Consideran que en Catalunya el eje político se ha desplazado a la izquierda. “Hemos logrado arrastrar a las derechas a ciertos consensos sociales en este proceso político” comenta un exdirigente de la CUP, ahora en la reserva. El ejemplo sería la Ley Catalana de Vivienda, impulsada por el Sindicato de Inquilinos, y aprobada por ERC, Junts, Comunes y CUP. Guillem Martínez enfría los entusiasmos de la bancada anticapi y considera que Junts solo vota a favor de aquellas medidas progresistas que cuenta con que sean tumbadas por el Constitucional y no entren en vigor. Para Martínez, en la CUP tienden a abusar de lo simbólico y de la estetización de la política, y por eso conectan bien con la retórica inflamada de Junts, un partido en el que según un asesor de los Comunes hay gente que podría estar perfectamente en la Liga de Salvini o la extrema derecha flamenca.
En la CUP no les ha ido mal en las últimas elecciones exhibiendo un perfil relativamente más pragmático que de costumbre. La clave según uno de sus ex dirigentes reside en haberse dirigido al país “y no solo a nuestras asambleas”. Creen que las etiquetas izquierda o derecha significan a la hora de la verdad muy poco y que el PSC es ante todo una fuerza clave en la arquitectura del Régimen del 78. Por ello consideran que un bipartito o tripartito de izquierdas condicionado por el PSC supondría un escenario de normalización autonomista, mientras que una Generalitat débil de ERC y Junts puede ser un gobierno del que se obtengan más conquistas sociales, a la vez que más sensible a la movilización independentista y que por tanto se verá presionado a mantener el pulso con el Estado.
¿Y de esto cómo se sale?
La sensación de que el conflicto está agotado, pero que no por ello se va a acabar, comienza a instalarse en la sociedad. En la CUP son conscientes de que ha empezado “un nuevo ciclo”, pero siguen viendo como posible salida la independencia, una suerte de “Brexit de izquierdas”. Quienes sin embargo se desmarcan cada vez más del soberanismo son los Comunes, estancados en una base pequeña, pero más o menos solida, la de la antigua Iniciativa per Catalunya. Pretenden jugar un papel de “pegamento federal” que una a las diferentes izquierdas catalanas. Según Guillem Martínez hay mucha gente deseando que esto pase, que la política de bloques se acabe y haya una tregua, como cuando los soldados en la Primera Guerra Mundial salieron de sus trincheras y se pusieron a jugar al fútbol con el enemigo: “el problema es si a la vuelta del partido te esperan los tuyos para fusilarte”.
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