Palestina
Ante la masacre palestina, Italia es mucho más que su gobierno

El apoyo incondicional del ejecutivo liderado por Giorgia Meloni al Estado de Israel cuenta con un trasfondo de importantes intereses económicos y unos medios de comunicación que refuerzan el relato sionista. Mientras, el pueblo italiano muestra su solidaridad con Palestina a pesar de la represión policial.
Bandera Italia Palestina
Manifestación propalestina en Milán el pasado 24 de febrero.

@OtrasItalias

26 feb 2024 09:34

Entre los años setenta y ochenta, el Estado italiano permitió a grupos armados palestinos usar el país como base segura a cambio de la garantía de que los intereses italianos en el extranjero —siempre que no fueran compartidos con el sionismo y el Estado de Israel— no habrían sido atacados. Esa es la acusación realizada por el expresidente de la República Francesco Cossiga en una entrevista de 2008 para el periódico israelí Yediot Aharanot. En aquella ocasión, el también exministro de Interior y protagonista de la “línea de la firmeza” durante el secuestro de Aldo Moro señalaba precisamente al histórico presidente de la Democracia Cristiana como autor de esa suerte de pacto de no beligerancia entre el Estado italiano y la resistencia palestina a principios de los años setenta, cuando Moro era ministro de Exteriores. En 2021, el periódico Il Riformista, dirigido por Matteo Renzi, publicó una serie de documentos que apoyaban las acusaciones de Cossiga.

Si bien existe aún un cierto velo de duda sobre aquellas declaraciones, otros eventos evidencian la relación más que diplomática que existía en aquellos años entre las instituciones italianas y Palestina. El 15 de septiembre de 1982, Yasser Arafat fue recibido con honores propios de un jefe de Estado por la presidenta del Congreso Nilde Iotti y el ministro de Interior Giulio Andreotti. El histórico líder de la OLP recibió el mismo tratamiento en su visita al Quirinale, residencia del entonces presidente de la República Sandro Pertini, donde se alojó durante varios días. Como colofón a su viaje a Roma, Arafat realizó una visita oficial al Vaticano, entonces gobernado por Juan Pablo II.

El Estado italiano actual se homologa a Occidente en su apoyo férreo al proyecto israelí y, aún más, sus instituciones se cuentan entre las más fervientes defensoras de las tesis sionistas contemporáneas

Parte de la oposición parlamentaria protestó. La crítica política se convirtió en acusación directa pocas semanas después, el 9 de octubre de 1982, cuando un comando compuesto por cinco militantes palestinos irrumpió en la sinagoga de Roma, lanzando bombas de mano y ráfagas de ametralladora. Cuarenta personas quedaron heridas y un niño de 2 años, Stefano Gaj Taché, murió en el acto. Según las acusaciones, los servicios secretos italianos habrían sido avisados de la inminencia de un ataque y no habrían tomado ningún tipo de precaución. En junio de ese año, el ejército israelí había invadido el sur de Líbano, iniciando una guerra que duraría tres años y provocaría miles de muertos, civiles y militares, en territorio libanés. El ataque a la sinagoga de Roma se encuadraba en ese conflicto bélico.

Mucho ha llovido desde entonces. El Estado italiano actual se homologa a Occidente en su apoyo férreo al proyecto israelí y, aún más, sus instituciones se cuentan entre las más fervientes defensoras de las tesis sionistas contemporáneas. En absoluto contraste con las posiciones gubernamentales, una intensa solidaridad con el pueblo palestino bulle entre la sociedad italiana.

Cierre de filas institucional por el “derecho a la defensa” de Israel

El 7 de octubre, tras los ataques de Hamás, Giorgia Meloni mantuvo una conversación telefónica con Benjamin Netanyahu en la que le transmitió el mensaje obligado en estas situaciones: plena solidaridad con Israel y cercanía del gobierno italiano. Horas después, en una nota de Palacio Chigi, el ejecutivo tomaba más partido: “Condenamos con la máxima firmeza el terror y la violencia contra civiles inocentes. El terror nunca prevalecerá. Apoyamos el derecho de Israel a defenderse”. Poco después, el ministro de Educación por la Liga de Salvini, Giuseppe Valditarra, delineaba aún más la postura gubernamental y anticipaba la línea retórica a seguir en los siguientes meses: “No podemos quedar indiferentes ante los actos terroristas perpetrados en estas horas contra Israel, baluarte de la democracia y la libertad. Los auténticos antifascistas saben de qué lado estar y condenan esta brutal agresión”.

Mientras tanto, el ejército israelí aislaba completamente la Franja de Gaza y, con la operación “Espadas de Hierro”, sus cazas daban inicio a masivos bombardeos sobre un área donde se concentraban, en aquel momento, más de dos millones de personas. Hacía solo cinco meses de los últimos bombardeos israelíes sobre la Franja y durante el verano se había producido una escalada de violencia por parte de fuerzas militares y civiles israelíes contra la población palestina (episodios recogidos en un diario por Franco Berardi «Bifo»). Los representantes del gobierno italiano, siguiendo la estela del resto de gobiernos y grandes medios de comunicación occidentales, apenas dedicaron espacio en aquellos días al contexto en que se había ejecutado la venganza de Hamás, ni tampoco a las cientos —en breve miles— de víctimas civiles palestinas. Una posición cerrada de apoyo a Israel, sin fisuras, sin contradicciones ni espacio posible para la crítica.

La defensa inespecífica de la “democracia” ante el “terrorismo” es un poderoso mantra, un combo de significantes vaciados que cobran un significado diferente en función de quien los escuche o lea. Por ese motivo permite construir un enorme muro retórico tras el que esconder operaciones materiales muchos menos épicas y mucho más difíciles de justificar ante la opinión pública.

Palestina
Israel La otra clave de la operación de exterminio de Israel: el gas natural
En poco más de una década Israel se ha convertido en un exportador de energía. El plan de Netanyahu es convertir a su país en una potencia gasística mundial. Para ello cuenta con los pozos palestinos ya usurpados y con lo que falta por perforar.

Siga el dinero (I): el gas

El 29 de octubre, apenas tres semanas después de los ataques de Hamás y mientras tomaba cuerpo la indescriptible masacre aún en acto en la Franja de Gaza, el ministro de Energía israelí anunciaba la firma de un tratado con la italiana ENI y otras empresas. ¿El objetivo? La explotación del mayor yacimiento de gas del Mediterráneo, situado en alta mar frente a las costas de Gaza, dentro de la zona marítima «G», cuya soberanía es al 62% palestina (en base a una convención de la ONU ratificada en 2019). A pesar de la relevancia del acuerdo, la noticia no se hizo pública hasta hace pocos días, gracias a la denuncia de varios grupos palestinos en defensa de los derechos humanos (Adalah, Al Mezan, Al-Haq y PCHR). Estas organizaciones informaron que habían enviado un escrito de requerimiento a ENI y al resto de empresas implicadas a través del estudio de abogados Foley Hoag de Boston, subrayando el riesgo que corren las compañías de convertirse en cómplices de crímenes de guerra. Ante la denuncia, el gobierno israelí ha justificado la operación replicando que “solo los Estados soberanos tienen derecho a las zonas marítimas, inclusive los mares territoriales y las zonas económicas exclusivas”.

ENI, Ente Nazionale Idrocarburi, es una empresa multinacional fundada por el gobierno italiano en 1953. A pesar de su privatización en el 92, el Estado italiano es actualmente su mayor accionista. Además, el Ministerio de Economía conserva el poder de nombrar a la mayor parte de los miembros de su consejo de administración. Así, la operación comercial de ENI en aguas palestinas no habría podido producirse sin el beneplácito del gobierno encabezado por Giorgia Meloni. Una estrategia coherente con aquella expresada durante una reciente cumbre con varios Estados africanos, donde la presidenta italiana intentaba convencer a sus invitados de las bondades de un plan de cooperación con ENI y otras grandes empresas para convertir Italia “en el hub natural de aprovisionamiento energético para toda Europa” (el conocido como Plan Mattei). En su discurso de apertura, Giorgia Meloni aseguró que los principios de la propuesta están “lejos de enfoques depredadores y visiones precoloniales”. La posverdad hecha carne.

Siga el dinero (II): las armas

No contamos nada nuevo si decimos que Israel es una gran potencia armamentística desde el punto de vista comercial, pero vale la pena dejar que los números nos lo recuerden. Según el instituto independiente SIPRI, el Estado israelí es el décimo quinto del mundo que más dinero gasta en armamento (más de 23.000 millones de dólares anuales, en torno al 5% de su PIB) y el décimo en ventas (32.000 millones). El negocio le sale a cuenta, entre otras cosas, por la buena predisposición de la mayoría de países del mundo a comerciar con sus empresas, independientemente del uso que se le acabe dando a la mercancía. No sorprende la identidad de su mejor socio, Estados Unidos, aunque sí es quizás menos conocido que la Unión Europea es la segunda mayor exportadora de armas a Israel. Los informes oficiales europeos certifican que, desde 2001 a 2020, el conjunto de Estados miembros autorizaron la exportación de sistemas militares a Israel por valor de 7.700 millones de euros. Entre el armamento exportado en estas dos décadas destacan: barcos de guerra (1.600 millones), aviones de combate (1.200 millones), tanques y vehículos terrestres (1.000 millones) y aparatos electrónicos de distinto tipo (520 millones).

Industria armamentística
Industria armamentística Armados y peligrosos: cómo Israel se ha convertido en una potencia militar sin control
La industria armamentística israelí ocupa el décimo puesto en el comercio internacional. España ha comprado miles de misiles fabricados originalmente por Rafael, una de las tres grandes compañías de Israel.

Italia es el cuarto país europeo en exportación de armas a Israel (por detrás de Alemania, Francia y Reino Unido), negocio del que ha obtenido 578 millones de dólares en el periodo 2001-2020. La tendencia no ha cambiado en los últimos años, a pesar de la existencia de la ley 185 de 1990, que prohíbe expresamente la exportación de armamento desde Italia a zonas de guerra. En el montón de papel mojado puede incluirse también el Tratado sobre el Comercio de Armas, vigente desde 2014 y según el cual los países firmantes, como Italia, se comprometen a no autorizar ninguna transferencia de armas que puedan ser utilizadas para cometer genocidio, crímenes de lesa humanidad, ataques dirigidos contra bienes de carácter civil o personas civiles protegidas. Compromisos que resultan completamente violados desde el momento en que, por ejemplo, pilotos de la aeronáutica militar israelí se forman en cazas de entrentamiento M-346 “Master” producidos en las fábricas italianas de la empresa Leonardo S.p.a., cuyo mayor accionista es el Ministerio de Economía. Una vez completado su entrenamiento en los cazas italianos, los top gun israelíes se suben a bordo de los cazabombarderos de IV y V generación que en estos meses sobrevuelan la Franja de Gaza sembrando destrucción y muerte. Por otro lado, los tanques que han arrasado tantos barrios gazatíes están equipados con sofisticados sistemas de “autoprotección” producidos por DRS, empresa estadounidense controlada conjuntamente por Leonardo y un grupo de compañías israelíes.

Si el neoliberismo del gobierno italiano es el motivo por el que ha seguido alimentando la máquina bélica israelí en estos meses, son sus compromisos políticos con EEUU —de absoluta fidelidad en lo esencial, a pesar de la retórica soberanista de los de Meloni— lo que hizo que Italia siguiera al país norteamericano en su desfinanciación de la UNRWA, organización de cuya ayuda dependen dos millones de personas en Palestina.

Los grandes medios italianos, apuntalamiento esencial

Cuando el foco de un conflicto se encuentra a miles de kilómetros de distancia, el papel de los medios resulta aún más relevante de lo normal. La propaganda del gobierno de Meloni y sus empresas aliadas quedaría en poco o nada sin el procesamiento y amplificación de los grandes medios. Dejando a un lado los periódicos pertenecientes a la derecha más o menos tradicional —la inmensa mayoría—, los cuales comparten impúdicamente los discursos que reducen la cuestión al “terrorismo” de Hamás, el progresismo mediático (principalmente representado por Repubblica, el digital más leído y el segundo por tirada) es más sutil. Las palabras importan, y el uso de algunas como “apartheid” puede resultar muy revelador, teniendo en cuenta que las autoridades israelíes y sus aliados en todo el mundo niegan sistemáticamente la existencia de un régimen de ese tipo en Palestina.

La propaganda del gobierno de Meloni y sus empresas aliadas quedaría en poco o nada sin el procesamiento y amplificación de los grandes medios

Desde que Israel iniciara su interminable matanza en Gaza tras los sucesos del 7 de octubre, los artículos de Repubblica en los que se utiliza el término “apartheid” se dividen en dos grupos: crónicas en las que citan las palabras de personas u organizaciones en defensa de Palestina (con su oportuno contexto deslegitimador) y artículos de opinión que relativizan la cuestión o desvían el foco, basándose en una execrable equidistancia. En momentos menos delicados, el periódico propiedad del grupo GEDI ha sido mucho más descarado. En 2021 publicaba un artículo de opinión titulado: “Por qué Israel no es un Estado de apartheid”.

Para más inri, todos los grandes periódicos italianos (Repubblica inclusive) llevan años cediendo el servicio íntegro de recomendación de noticias y anuncios a Taboola y Outbrain, empresas israelíes que defienden la masacre en Palestina, tal y como denunciaba hace unas semanas el periodista Martín Cúneo en este medio.

Sobre la televisión, baste decir que, estructuralmente, la mayor porción de share la copan los canales de la estatal RAI (fuertemente influenciada por el gobierno, como veremos más adelante) y Mediaset, propiedad de la familia Berlusconi.

Palestina Italia
Foto: Sherwood Foto

Italia es mucho más que su gobierno

Con el viento institucional y mediático en contra, resultan aún más significativas las muchas movilizaciones solidarias con Palestina que se han producido en estos meses. Movilizaciones que han sido principalmente participadas por jóvenes, quienes han sido además el principal objetivo de la represión gubernamental y policial. Ya en los primerísimos días de las operaciones israelíes tras los ataques de Hamás, el ministro de Educación perseguía escandalizado a varios colectivos de estudiantes de secundaria por haber revindicado la resistencia palestina.

La intoxicación mediática y el contexto de desmovilización general retrasaron la coagulación de la protesta, de forma que la primera gran manifestación no se produce hasta el 28 de octubre, cuando miles de personas acudieron a la llamada de la comunidad palestina de Roma y Lazio bajo el lema: “Stop al genocidio, fin de la ocupación, Palestina libre”. Palabras en contraste absoluto con cualquier declaración institucional, una constante a lo largo de todos estos meses. El 8 de noviembre es la comunidad universitaria la que se moviliza, ocupando facultades en Nápoles, Padua, Roma y Venecia, en solidaridad con el pueblo palestino y reivindicando la derogación de los acuerdos entre universidades italianas y el ejército israelí. Solo dos días después, los estibadores de Génova, en línea con sus prácticas habituales, convocan una manifestación para bloquear el tránsito marítimo de armamento llevado a cabo por la compañía israelí Zim Integrated Shipping Services.

A mediados de noviembre, la solidaridad con Palestina entra en la agenda de una masiva huelga estudiantil. A partir de ahí, durante varias semanas, la cuestión pierde intensidad mediática. Con el nuevo año, se produce un repunte de las movilizaciones. A finales de enero, en Vicenza se organiza una doble manifestación que tendrá una gran repercusión. Por la mañana, los centros sociales del noreste congregan a unas 500 personas e intentan ocupar el pabellón de la feria internacional del oro en la que se exponían empresas israelíes. La policía lo impide con duras cargas, gases lacrimógenos y un cañón de agua. Dos personas son arrestadas y varias quedan heridas. Por la tarde, en la misma ciudad, varios miles de personas acuden a la manifestación convocada por las comunidades palestinas italianas, exigiendo un alto el fuego y mostrando su apoyo a la resistencia palestina. Pocos días después, en Brescia, ciudad del tamaño de Donosti, más de 2.000 personas se manifestarán en solidaridad con Palestina y contra la equiparación, aprobada por su junta municipal, entre antisemitismo y antisionismo.

El desalentador contexto de las últimas semanas, con la masacre en Gaza que no cesa y la insistencia del gobierno italiano en despreciar a las víctimas palestinas, ha convertido cualquier chispa en un incendio

El desalentador contexto de las últimas semanas, con la masacre en Gaza que no cesa y la insistencia del gobierno italiano en despreciar a las víctimas palestinas, ha convertido cualquier chispa en un incendio. A mediados de febrero se celebraba el Festival de la Canción de Sanremo, un evento que en los últimos años ha ganado muchísima popularidad. Durante la última velada, el cantante Ghali pronunciaba las palabras “Stop al genocidio” tras su actuación. Una mínima expresión de solidaridad que provocó una enorme reacción institucional. El consejero delegado de la RAI, Roberto Sergio, tomó enseguida distancias del comentario del artista: “Todos los días, nuestros telediarios y programas cuentan, y seguirán contando, la tragedia de los rehenes en manos de Hamás, además de recordar la masacre de niños, mujeres y hombres perpetrada el 7 de octubre. Toda mi solidaridad con el pueblo de Israel y con la comunidad judía”. En los siguientes días, en respuesta a esas declaraciones, se organizarán numerosas concentraciones en sedes de la RAI de toda Italia, produciéndose en varios casos duros enfrentamientos con la policía.

Pareciera que el desquiciado contexto ha aumentado la tendencia al conflicto de las manifestaciones en solidaridad con la resistencia palestina, sobre todo en la creciente participación juvenil. Durante la huelga general convocada por el sindicalismo de base el pasado 23 de febrero (“parémoslo todo contra la guerra colonial e imperialista”), un nutrido grupo de estudiantes de secundaria eran objeto de brutales cargas policiales durante una manifestación en Pisa, quedando varias personas heridas y siendo detenidas dos de ellas. Situaciones similares se vivieron en Florencia y Catania. La resonancia mediática de la violencia policial contra los adolescentes creció a lo largo de la jornada, tanto que el mismísimo presidente de la República, Sergio Matarella, se vio obligado a intervenir para calmar las aguas: “La autoridad de las fuerzas policiales no se mide con las porras [...] Con los jóvenes, las porras expresan un fracaso”. Francesca Albanese, Relatora Especial de la ONU para los territorios palestinos ocupados, declaró que se reuniría con los estudiantes de Pisa: “Ver policías aporreando a jóvenes que se manifiestan en favor de un alto el fuego en Gaza me provoca dolor y rabia”.

Italia
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Mientras tanto, en Génova una manifestación liderada por los estibadores locales bloqueaba varias entradas al puerto; en Nápoles, una concentración convocada por sindicatos y grupos estudiantiles denunciaba la participación de la empresa Leonardo en la masacre palestina bajo su sede local, y cerca de Turín grupos organizados ocuparon un centro logístico de Carrefour por su “apoyo al ejército de Israel en el genocidio del pueblo palestino y la explotación de trabajadores en todo el mundo”.

Al día siguiente, una convocatoria a nivel estatal de las comunidades palestinas reunió a decenas de miles de personas en Milán, en una manifestación oceánica que atravesó las calles de la capital lombarda para exigir un alto el fuego y el fin del genocidio.

Frente al horror de Gaza y a la innegable evidencia de la colaboración del gobierno italiano, palabras y acciones que hasta hace pocos meses se habrían considerado extremistas están sedimentando poco a poco en una parte de la población italiana, especialmente entre los más jóvenes. Está aún por ver si esa creciente solidaridad conseguirá romper, o al menos desgastar, el apoyo de las élites políticas y empresariales del país transalpino a una masacre que parece no tener fin.

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