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El mes del Orgullo ha servido para reivindicar las diversidades del colectivo LGTBIQ+ y, en este contexto, el 14 de julio fue el turno de la visibilidad de las personas de género no binario. Las redes sociales se inundaron de comentarios de apoyo a las personas no binarias (nb), así como de críticas a la falta de representación y presencia. Estos comentarios también desataron una serie de opiniones que, ya sean fruto de la desinformación o abiertamente malintencionadas, resultan hirientes para el colectivo. Por todo esto, es importante remarcar cuáles son los conceptos básicos del “no binarismo”, a qué nos referimos cuando hablamos de visibilidad, y específicamente, cuáles son las reivindicaciones del colectivo.
El género, como construcción social, tiende a una categorización rígida. En nuestra sociedad, esta se da en forma de binarismo (hombre y mujer), categorías entre las que se crea un espectro en el que caben diversas identidades. Se trata de un constructo social moldeable y, de hecho, no todas las sociedades en la historia han sido binarias: han existido diferentes maneras de relacionarse con el género y se han dado identidades alternativas a las que conocemos hoy en día. Por eso, las personas no binarias rechazamos esta clasificación y optamos por explorar posiciones alternativas y subversivas al concepto de género como categoría estanca. La expresión de género es solo una de las maneras de reflejar esta separación que supone el binarismo, pero en este caso lo relevante es analizar los usos del lenguaje.
El lenguaje crea y altera la realidad —hay quien diría que el lenguaje “es” la realidad—, evoluciona con la sociedad y es su reflejo. De lo que no se habla, todo aquello que el lenguaje oculta o no contempla, simplemente no existe. Por eso es tan importante el lenguaje inclusivo, introducir en nuestro vocabulario expresiones y denominaciones que amplíen nuestra manera de referirnos al género. Y no, no es suficiente que se trate el tema, no es suficiente que se hable de nosotres, sino que también es importante hacerlo utilizando el vocabulario adecuado y las fórmulas más respetuosas posibles.
Por ello, es problemático que los diccionarios no recojan los conceptos que utilizamos para referirnos a nosotres mismes y que la RAE advierta de que los pronombres que usamos son “incorrectos”.
Por tanto, desde las instituciones lingüísticas como la Real Academia Española se debería no solo no impedir, sino trabajar abiertamente por reflejar estas nuevas realidades que, en el fondo, no son tan nuevas —a través de su cuenta de Twitter, Cristina Domenech recopila algunas de esas personas que se rebelaron contra los roles tradicionales de género, como Catalina/Antonio de Erauso—.
En Suecia, la misma academia que selecciona al premio Nobel es la responsable de que se acepte el pronombre neutro “hen” desde 2015
Tenemos ya ejemplos de países en los que sus diccionarios aceptan formas neutras del lenguaje. En Suecia, la misma academia que selecciona al premio Nobel es la responsable de que se acepte el pronombre neutro “hen” desde 2015. Mientras, en el contexto estatal la resistencia de las instituciones parece un intento desesperado por aferrarse a un conservadurismo vacío y que no perdurará. Una muestra de esa resistencia se ha visto en las respuestas por parte de los sectores más reaccionarios de la sociedad cuando la ministra de igualdad dice “todes”.
Las academias de la lengua no suelen estar al día con el uso del lenguaje, pero esto no significa que su papel no sea importante. Reconociendo los posible usos del lenguaje se ayuda a comprender el mismo y favorecer su utilización, así como presentar alternativas. Su trabajo no es actuar como un poder legislativo o conservador de la lengua, sino esforzarse en facilitar la comunicación. Las academias deberían aspirar a integrar las nuevas formas de entender el mundo en lugar de intentar moldear todo a la medida de las antiguas maneras. En el fondo, los diccionarios son una herramienta para los usuarios, no un reglamento.
Los medios de comunicación, particularmente aquellos más tradicionales o mainstream, siguen las normas de la RAE como si no existieran alternativas
Las instituciones de la lengua son importantes también porque los medios de comunicación, particularmente aquellos más tradicionales o mainstream, siguen sus normas como si no existieran alternativas. No hablan de “nosotres”, porque la RAE no lo acepta, ya que hay que respetar a la lengua y por ende, “respetar al diccionario”. Al cerrarse a incluir formas más inclusivas, estas formas ven limitado su uso a entornos cerrados y se produce un círculo vicioso de invisibilización.
La realidad no deja de existir porque no se hable de ella, eso solo se dificulta la vida de aquellas minorías que no nos vemos reflejadas y por eso sería necesario que en la Ley Trans se incluyera a las personas no binarias, que han quedado excluidas del anteproyecto de ley aprobado el 29 de junio en el Consejo de Ministros.
Como afirma le usuarie de Twitter @nogender_here, citando a une de sus profesores: “Al diccionario no tenemos que respetarlo porque no tiene sentimientos, a quienes tenemos que respetar es a las personas”.
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Espero que de verdad esto se les vaya de las manos del todo, porque no hay manera de controlar el pensamiento (todavía no) y el pensamiento configura la forma de hablar. También de Ida y vuelta, es cierto, el lenguaje moldea el pensamiento.
El caso es que el vuelco cultural que trae el feminismo crea inquietud y miedo a quienes se acostumbraron a pisotear y a dominar, por la violencia más extrema.
Vivimos momentos muy delicados, con el fascio envalentonado, gracias al capital que lo sostiene y lo alimenta.
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