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Opinión
Urbanismo ‘eco-ilógico’ o cómo no deben ser las ciudades del futuro
“El papel lo aguanta todo”. Esta popular cita es atribuida a Carlos V en un contexto que nada tiene que ver con el actual pero, teniendo en cuenta que todos los proyectos se construyen sobre un folio en blanco, resulta ser idónea cuando se habla de arquitectura. Estamos rodeados de obras megalómanas que pretenden pasar a la historia de una u otra forma, aún como parte del índice de un manual de mala praxis. Pareciera que el hecho de trascender hubiese constituido un fin en sí mismo. Puede que vinculado a una condición biológica, vivamos presos de la búsqueda de la inmortalidad que, lejos de brotar de un manantial, se parece más a la escultura de una fuente en el medio de una glorieta.
Como el papel lo soporta todo, los propietarios de los medios de producción han decidido redundar en el carácter racional para buscar nuevas y rocambolescas soluciones a cosas que ya funcionaban. Sin atender a la realidad ni a una necesidad concreta, nos emborrachan del propio conocimiento, obviando que la práctica hace al maestro y llevamos miles de años de prácticas documentadas. Igual que la selección natural lo hace con las especies, las técnicas se depuran a sí mismas y cualquier intento por saltarse ese proceso es una condena al fracaso.
En la antigüedad, las civilizaciones solían asentarse en lugares propicios para el desarrollo de las actividades más cotidianas, donde las bondades de la orografía y el clima hacían de la supervivencia algo más asequible. En un intento por echarle un pulso a nuestro origen, hemos conseguido desdibujar la ligadura entre el entorno y el ecosistema; levantando porciones de tierra en el mar, horadando los desiertos, conteniendo los océanos y habitando placas de hielo.
El mercadeo de turistas con colgantes Nikon ha motivado la floración de rosas del desierto: ciudades escaparate donde se promociona la vanguardia de lo absurdo.
Esto no es algo novedoso. Hitos históricos, como la ciudad de Venecia, son hoy el deleite de extraños y curiosos que quieren cambiar los coches por góndolas, antes de que estemos hablando de la nueva Atlantis. Lejos de sentar jurisprudencia, el mercadeo de turistas con collares Nikon ha motivado la floración de rosas del desierto: ciudades escaparate donde se promociona la vanguardia de lo absurdo.
La primera fue Dubai, un tutorial de blanqueo de capitales manchados por petróleo. Un experimento fracasado que se fagocitó a sí mismo. Un lugar que ya era inhóspito, convertido ahora en un escenario de películas distópicas de 2049. Una ciudad de la que diariamente salen toneladas de desechos en camiones cisterna como una procesionaria a falta de un sistema de saneamiento en condiciones. Esto, cuando las carreteras de acceso a la ciudad no están bajo las dunas que tratan de recuperar lo que era suyo. Mirar al mar no es más alentador. En él yacen moribundas porciones de tierra que parecen un sobre de café disuelto en el poco agua que había. Mantenida con respiración asistida, sobrevive hoy un ejemplo de cómo las aspiraciones de unos pocos suponen la condena de algunos más.
El que la hace la paga, y eso bien saben hacerlo los petrodólares. Tantos había que decidieron que ésta no sería la última andadura por la ciencia ficción. Disfrazados de un experimento social cuyo propósito no era otro que el de lavarle la cara a 22.000 millones de dólares del jeque Zayed bin Sultán Al Nahyan, fundador de Emiratos Árabes Unidos, se decidió construir Masdar. Situada entre el Aeropuerto Internacional de Abu Dabi y su centro urbano, parece tratarse más de un escaparate, que de una urbe funcional.
Urbanismo
Arquitectura El buen diseño
El propósito partía de la creación de una ciudad de nueva planta, libre de emisiones contaminantes en su construcción y puesta en práctica. Obviamos esta vez las fuentes de financiación que hunden este arca de Noé hacia la sostenibilidad, antes incluso de ponerla a flotar. En este caso, disfrazados de globalización y progreso, bajo el mando del arquitecto inglés Norman Foster; sentaron las bases teóricas de lo que debería ser una planificación urbana: atendiendo a lo general y lo particular. Sin dejar el más mínimo reducto a la espontaneidad y libres de la necesidad de respetar a nada ni nadie; pues la tierra yerma no se defiende a sí misma y “nadie” no puede quejarse.
Tanto es así que, como no hubo ningún damnificado y el bienestar parece ser un juego de suma cero, decidieron dificultar la vida de la gente que comenzó a construir sobre arena en condiciones de pseudoexclavitud. Lejos, por supuesto, de las ciudades europeas que tutorizaban, una vez más, quién debía hacer qué.
La realidad de este asentamiento, que no ciudad, es que a día de hoy, 15 años después de su comienzo, sólo está en pie un 15% de lo proyectado inicialmente. Los pocos turistas que se acercan a observar lo que podía haber sido, no encuentran a ninguno de los figurantes de los vídeos promocionales, viviendo la vanguardia de la tecnología en una vorágine de multiculturalidad. Tampoco verán el transporte futurista ni las cero emisiones. Ni naturaleza y vida salvaje entrelazada con la cotidianeidad de los universitarios y comerciantes. No porque no sepan convivir, simplemente porque no existen.
En su lugar, el único edificio residencial que allí se encuentra construido acoge a los trabajadores más afortunados. Quizás por ese motivo tampoco existe el transporte público. De las cien paradas que se plantearon en un inicio existen dos, más por decir que están en ello que por su función real. Al igual que sus cápsulas eléctricas autónomas que, son tan autónomas, que han decidido por ellas mismas no trabajar más y quedarse eternamente en un escaparate. Ni comercios, ni nada en definitiva que se parezca a lo que un día se proyectó. Como ya pasó con Brazilia, jugar a imaginarse el futuro puede llevar a destruirlo. Los coches que Nostradamus del siglo XX vieron volar; desaparecerán antes incluso de levantar las ruedas del suelo.
Mientras siga siendo más importante trascender que progresar, estamos a la espera de la próxima ocurrencia
Neom
La última gracia se llama Neom. Esta vez un experimento de sus vecinos de Arabia Saudí que parecen celosos de la atención que Qatar o Emiratos vienen recibiendo de sus colegas occidentales. Una suerte de crowdfunding internacional —estimado en un billón de euros— que plantea venderse a base de renders y charlatanería como un asentamiento eficiente, paradigma de la arquitectura del futuro. Y nada más lejos. Y nada más ilógico.
Para ser justos, existe cierta lógica en su ordenamiento. Muestra de ello son los 170 km de recta que componen su “morfología” y que parecen trazar la línea entre la cordura y la megalomanía. Parece que alguien se hubiera tomado demasiado en serio que la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos, pasando por alto que es más sencillo acercarlos simplemente. La misma persona que habla de una ciudad con cero emisiones habiendo sido financiada por combustibles fósiles. La misma que se compromete a tener el transporte más eficiente del mundo para conectar nada con ninguna parte. Esa que subvenciona las viviendas de sus futuros ciudadanos es quién evidencia la falta de confianza en su propio proyecto. En definitiva, alguien que proyectó desde un palacio una ciudad que no vivirá para sufrir.
A falta de resultados tangibles, este nuevo proyecto parece condenado a ser otro de los pecios que la arena devolverá a su lugar. Divierte pensar que civilizaciones futuras descubrirán vestigios de lo que estamos haciendo y que, en cierto modo, les servirán de reválida en su progreso. Asumiendo por supuesto que si estos humanos del mañana existen, es porque habremos decidido dar un giro radical a nuestro antropocentrismo ensimismado y entendido que no somos mejores que nada.
Los números no engañan. Son la consecuencia de operaciones impermeables a la interpretación. Es irrelevante estar de acuerdo con ellos. Disentir es evidenciar nuestro desconocimiento. Con cada cosa que construimos, redefinimos nuestra trayectoria y esta parece colisionar con la función que la naturaleza tenía preparada.
Mientras siga siendo más importante trascender que progresar, estamos a la espera de la próxima ocurrencia. Nos daremos cuenta de las consecuencias una vez hayamos explorado los supuestos que hemos ido almacenando durante años con forma de documentos científicos, denuncias impunes y mensajes de socorro en cumbres fantoche. Mirando hacia arriba, acechando al meteorito que acabará con lo que conocemos, sin percatarnos que el verdadero enemigo amanece en nuestra casa.