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El pasado 16 de diciembre, en Roma, junto a Giorgia Meloni, Santiago Abascal y Rishi Sunak, un racista sudafricano llamado Elon Musk participó en el Festival Atreju, la fiesta de cuatro días que se celebra en el Castelo Sant’Angelo, con la que los fascistas italianos han festejado estos días su regreso al poder, un siglo después de la instauración del régimen de Benito Mussolini. Unos días antes, Musk, que probablemente aspira a convertirse en el Führer de un movimiento supremacista mundial, había viajado a Israel para reunirse con Netanyahu después de defender opiniones antisemitas en su red social X.
El principal argumento de la intervención de Musk en la fiesta de los fascistas de Giorgia Meloni ha sido el que une a las derechas occidentales: blancos de todo el mundo, tened hijos, de lo contrario seremos sustituidos por migrantes con piel de color. El problema es que los niños no los harían los blancos en todo caso, sino las blancas. Y ésta es la debilidad de la estrategia supremacista, que se está afirmando en todo el mundo occidental, como demuestran los resultados de las recientes elecciones y consultas electorales registradas en Argentina, Holanda, Serbia y Chile.
La confirmación del legado constitucional de Pinochet por la mayoría de los chilenos parece el sello final de una tendencia que ya no podemos ignorar: el supremacismo blanco es a la vez una forma emergente en la historia de Occidente y un signo del declive de la supremacía blanca en el planeta. Podemos leerlo, pues, como un intento (desesperado pero probablemente letal) de detener un declive que depende de factores antropológicos, demográficos y culturales y cuyo carácter es irreversible. Con la victoria de Javier Milei, la ola psicótica mundial ha alcanzado su punto álgido: en todas partes gobierna Hitler.
Soy muy consciente de que las derechas que ganan las elecciones, de Hungría a Italia, pasando por Suecia, Holanda o Argentina, al igual que las derechas que se preparan para ganarlas en Estados Unidos, consideran a Hitler un perro muerto. Pero incluso Anders Breivik, quien el 11 de marzo de 2011 asesinó a setenta y siete jóvenes socialistas en la isla de Utoja y hoy pasa su tiempo en la cómoda celda de una prisión noruega, condenó a Hitler en su Manifiesto de la Independencia Europea, un texto en el que esgrimía argumentos que podrían ser compartidos por cualquier líder de la derecha europea en la actualidad. Pero, ¿cuáles son sus razones? Él mismo lo explica: Hitler se equivocaba al pensar que los judíos eran enemigos de la raza blanca. Los judíos, por el contrario, están de nuestro lado en la guerra final por la defensa de la civilización superior, cuyos enemigos son todos los demás, empezando por los musulmanes y siguiendo por los migrantes de todos los orígenes. La práctica totalidad de los alemanes, con muy pocas excepciones por lo que sabemos, ya que hoy en día reina en Alemania un conformismo comparable al que imperaba en 1933, podrían suscribir las palabras de Anders Breivik. El Manifiesto por la Independencia Europea, después de todo, podría ser adoptado fácilmente por la Unión Europea como texto oficial, ahora que el proyecto de una Europa posnacional está enterrado y la unión de Europa se basa en el racismo, la expulsión y el ahogamiento de masas.
El genocidio que Israel ha desencadenado tras el ataque del 7 de octubre es el punto de no retorno de una fractura que enfrenta al Norte global contra el Sur global, es decir, al supremacismo blanco contra el heterogéneo conjunto que conforma a este último, lo cual no significa que se trate de un enfrentamiento entre colonialismo y anticolonialismo. No hay anticolonialismo sin internacionalismo, por lo que el anticolonialismo no se encuentra en ninguna parte. Al supremacismo blanco se opone hoy una pluralidad de nacionalismos de carácter esencialmente fascista o fundamentalista. Baste pensar en el ultranacionalismo de corte racial de Narendra Modi, cuyo partido desciende linealmente de las formaciones Rashtriya Swayamsevak Sangh (Organización Nacional de Voluntarios), surgida durante la guerra contra Inglaterra en estrecha conexión con los alemanes. Basta pensar en el fundamentalismo chií misógino de Irán. El Sur global no tiene una dirección política común, ni es probable que la tenga nunca, aunque tiende a formar alianzas económicas (BRICS) y militares (alianza estratégica entre China e Irán), que acentúan la crisis del Norte global en declive. Sin embargo, todos los conflictos de nuestro tiempo tienen su origen en las diferencias entre naciones: es así en Ucrania, es así en Oriente Próximo.
Mi tesis, para abreviar, es que nos encontramos perfectamente instalados en la condición que Gunther Anders predijo en sus escritos de la década de 1960, en particular en su carta al hijo de Eichmann: Anders decía que por una serie de razones relacionadas con el hiperpoder de la técnica, con la competencia militar en la era atómica y con la humillación psíquica de los humanos frente a la tecnología (que él llamaba “vergüenza prometeica”), el siglo XXI estaría dominado por un Tercer Reich perfeccionado, un nazismo en comparación con el cual el de Hitler parecería un “ensayo general en un teatro de provincias”. Estamos exactamente donde Anders (Gunther, no Breivik) predijo hace sesenta años.
Fusión de sionismo político y trascendentalismo religioso
En el siglo XX el nazifascismo provocó un conflicto interno dentro del imperialismo blanco entonces en su fase expansiva; hoy, sin embargo, se presenta como una reacción a la decadencia. En este marco debemos considerar el papel del sionismo y para ello debemos reabrir el discurso sobre la cuestión judía en su insondable complejidad. Para resumir un análisis que requeriría un tratamiento demasiado extenso para estas notas, diré que en la modernidad la comunidad judía sigue tres grandes líneas de desarrollo. La primera, sin duda la más importante hasta mediados del siglo XX, es la que impropiamente se identifica como asimilacionismo. En muchos países europeos, sobre todo en Alemania y Austria, la comunidad judía se integra en la vida civil y alcanza posiciones de prestigio y a veces incluso de poder. Pero aún más importante es la función cultural decisiva que desempeña la cultura judía en la génesis del progresismo moderno, tanto en su forma democrático-liberal como en su forma internacionalista, lo cual no ocurre por casualidad: es precisamente la experiencia secular (milenaria) de desterritorialización y no pertenencia de la cultura judía lo que hace posible la inteligencia política no identitaria. La ley, no la pertenencia, el derecho, no la identidad son las aportaciones que la cultura judía aporta al pensamiento político europeo de los siglos XVIII y XIX. Tanto el universalismo ilustrado como el internacionalismo obrero surgieron gracias a la aportación judía. Precisamente por no pertenecer a la comunidad territorial, el judío encarna al ciudadano abstracto, que funde la universalidad del derecho político y la universalidad del pensamiento científico matematizado. Además, el judío, como el obrero, es portador de una humanidad sin pertenencia, condición del internacionalismo.
La segunda figura del judaísmo moderno, cuyas raíces son muy profundas e infinitamente complejas, es la del trascendentalismo bíblico, que no reconoce la comunidad política, se contempla a sí mismo como ajeno a los territorios nacionales en los que vive y madura las formas contradictorias de la ortodoxia ultrarreligiosa. Esta componente considera que la comunidad judía es el pueblo elegido, por lo que es ontológica y fanáticamente supremacista. La tercera figura sólo surge a finales del siglo XIX y encarna la necesidad de la comunidad judía de protegerse contra las persecuciones recurrentes: se trata del sionismo político, cuya intención permanece indefinida durante algunas décadas desde que Theodor Herzl inicia su movimiento, pero que luego se define en términos territoriales en el periodo en que en toda Europa las comunidades judías locales son atacadas por la oleada genocida que recibe el nombre de Holocausto.
La primera figura (universalista e internacionalista) fue derrotada cuando a principios del siglo XX se hizo evidente que los judíos no podían considerarse ciudadanos como los demás a causa del antisemitismo. En ese momento cobró fuerza la reivindicación sionista: construir un Estado en el que los judíos encuentren protección. Esta reivindicación choca y se entrelaza, según las circunstancias, con el trascendentalismo bíblico, cuya obsesión fundamental es el retorno a la Tierra Prometida, que no tiene en general una dimensión histórica, sino trascendental. Cuando, en el Congreso de Versalles, se le pregunta a Chaim Weizman: “¿Por qué ustedes los judíos creen que tienen derecho a la tierra de Palestina”, este responde: “La memoria es derecho”. “La memoria es derecho”: esta frase permite comprender la transformación de la cultura judía de una cultura cosmopolita y no identitaria en una cultura agresiva de pertenencia. También se comprende la fusión, siempre inestable pero decisiva, del sionismo laico y el trascendentalismo bíblico.
Opinión
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¿Por qué un Estado de los judíos? Porque también nosotros queremos ser protegidos como comunidad étnica, dice el sionismo laico. Pero, ¿por qué el Estado de los judíos tiene que radicarse en ese preciso lugar, en ese territorio llamado Palestina, donde hasta la década de 1930 sólo vivían pequeños grupos de judíos rodeados de árabes, y particularmente de palestinos, en su mayoría hospitalarios y dispuestos a acoger, pero que lo son cada vez menos cuanto más manifiestan los judíos su intención de construir un Estado territorializado? ¿Por qué allí y no en Argentina, como habían sugerido algunos de los primeros sionistas? La respuesta de Weizman es clara: porque ésa es la Tierra Prometida. En este pasaje —territorialización y retorno— se encuentra el origen de la fusión del sionismo y el trascendentalismo.
Nazionalsionismo
En una entrevista publicada en La Stampa el pasado 15 de diciembre, Slavoj Zizek cita una frase de Reinhard Hejdrich, que se cuenta entre los máximos dirigentes de la jerarquía nazi y que junto con Heinrich Himmler fue uno de los artífices del exterminio de los judíos. Distinguiendo a los sionistas de los judíos que quieren asimilarse, es decir, infiltrarse en el Volk germánico, Hejdrich afirma: “Los sionistas profesan una concepción estrictamente racial y mediante la emigración a Palestina contribuyen a la creación del Estado judío. A ellos van nuestros buenos deseos y nuestra simpatía oficial”.
En los dos últimos meses de 2023 nos hemos dado cuenta –el mundo entero se está dando cuenta– de que Israel aplica una política de deportación, discriminación racial, limpieza étnica y genocidio. En una palabra, una política nazi. Tras la marginación y la derrota de la componente internacionalista de la comunidad judía, la territorialización en nombre de la sangre resultó ser la única perspectiva realista. La mitología bíblica se movilizó en ese momento para apoyar un proyecto político que necesitaba territorializarse. En cierto modo, en el seno del mundo judío se ha desarrollado la misma historia que a una escala mayor se ha verificado a escala general: la derrota del internacionalismo, el conflicto entre el globalismo liberal secular y el conservadurismo cultural racista y luego la fusión progresiva de estas dos componentes hasta dar forma al naziliberalismo global. El gobierno Netanyahu-Smoytrich-Ben Gvir es el cumplimiento de la fusión del sionismo con el trascendentalismo supremacista.
Historia
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Soy consciente de que no estoy sembrando el buen humor entre mis desafortunados lectores, pero creo que ha llegado el momento de abandonar las ilusiones: derrotada la clase obrera, la democracia ha demostrado en pocas décadas ser la antesala del fascismo. De Mussolini y Hitler a Trump, Putin, Johnson, Meloni y Milei, la dinámica democrática ha producido y produce siempre el mismo efecto: dominio mediático sobre la formación de opinión, respuesta nacionalista a los efectos de la globalización económica, respuesta racista a la gran migración. No habrá “contraataque” democrático en el futuro, mientras que es fácil predecir que nos dirigimos hacia la ampliación de la guerra civil mundial internazi, que junto con la mutación climática y la concentración de la riqueza producirá las condiciones para un colapso de la vida humana en el planeta. Más probable que en cualquier otro momento del pasado es la posibilidad de una guerra nuclear de carácter limitado desenvuelta en escenarios locales.
No es imaginable ninguna ruptura política mientras se deteriore el estado físico del planeta. Pero el final del juego vendrá, en mi opinión, de lo femenino, la única subjetividad irreductible al supremacismo, que es inherentemente un supremachismo. No creo que surja en la escena histórica un movimiento político de las mujeres, pero sí creo que lo femenino, radicalmente diferente de la historia del hombre, ha empezado a desprenderse de la necesidad patriarcal de la procreación, que ha soportado hasta ahora como si fuera una necesidad natural. Por lo tanto, la continuación de la raza humana está en entredicho, porque la procreación ya no es una necesidad natural, sino que se ha convertido en una tarea cada vez más artificial, técnicamente asistida y culturalmente impuesta. Una tendencia ya clara e irreversible que ha surgido en el nuevo siglo es la de la emancipación de la mujer del papel de agente reproductor. La reproducción se considera finalmente (gracias a la tecnología, gracias a la educación) como una elección que siempre puede revocarse, como una elección que puede evitarse. Hoy en día, por razones conscientes, por razones inconscientes y por razones bioecológicas, las mujeres interrumpen la reproducción de la raza humana.
Las razones culturales de esta interrupción se suman a razones físicas, biológicas, hormonales y ecológicas. Debido a la propagación de los microplásticos en la cadena alimentaria, la fertilidad masculina ha caído el 58 por 100 en cuarenta años. Debido a la hipermediatización de la esfera lingüístico-afectiva, la sexualidad genital heterosexual está desapareciendo en el comportamiento de las generaciones hipersemiotizadas. Pero sobre todo las mujeres están decidiendo inconsciente y conscientemente no generar las víctimas del inevitable próximo infierno sobre la tierra. Soy consciente de la enormidad de lo que digo, pero creo que es necesario extremar las hipótesis, ya que lo que ha sucedido en las dos últimas décadas ha cancelado toda esperanza producida por el pensamiento moderno.
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