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@emmanuelrog, es miembro del Instituto DM.
Es miembro de la Fundación de los Comunes.
La situación se normaliza. La política —sin duda la política institucional— interesa cada vez menos. Las tertulias televisivas pierden audiencia. La opinión política queda reducida a los últimos grupos de creyentes de una u otra fe ideológica. Los debates en redes, con sus rituales de insultos y contraargumentos, ya no desvelan a nadie: se muestran quizás con el mismo absurdo de siempre, pero sin ningún ropaje de urgencia. La esfera pública 15M —probablemente el gran legado de aquel movimiento— se desvanece en la misma teatralidad con la que vemos a los políticos proyectarse en ese juego de marionetas y ventrílocuos, que tanto aburre.
Nada de esto sorprende. Podría estar en el guión de cualquier revolución fallida y sometida a las lógicas de la cooptación y la neutralización. Y en efecto, el 15M tuvo algo de revolución y mucho de fallida. El equívoco está en que fuimos muchas las personas que pensamos que en Podemos y en la nueva política había un resto, por distorsionado que fuera, que todavía representaba a aquel movimiento. Podemos y la nueva política en el gobierno eran, de hecho, nuestro gobierno: una caricatura y un esperpento de aquello que alguna vez se pretendió, pero nuestra caricatura y nuestro esperpento, al fin y al cabo.
Mientras nos perdíamos en los juegos de la identidad, el vacío de la crítica era rellenado por el resentimiento de un populismo de derechas que se cargaba de buenas razones para ser antisocialista, antifeminista y antiecologista
Por eso, los llamados movimientos sociales —mal nombre para el espacio de la transformación— han sufrido la enésima ilusión de estar ante “nuestro” gobierno. Algo en ello no era ficción. En una política reducida a la comunicación, que un gobierno “comunicase” con el mismo lenguaje que los movimientos significaba que ese gobierno éramos “nosotros”. De poco importaba que este no hubiera hecho gran cosa —la primera gran coalición de la izquierda desde 1936 pasará por ser uno de los gobiernos más anodinos de la democracia: un puñado de proyectos de ley y de leyes reducidas a enunciados, así como un puñado de medidas sin consecuencias significativas (IMV, ley de vivienda, etc.)—. Sea como sea, si el gobierno hablaba como “nosotras” siempre sería preferible a las derechas. Con este simple giro lingüístico volvimos a ser de izquierdas.
El problema de nuestro gobierno es siempre el problema del gobierno: que sea anodino no significa que sea inane. Con su retórica verde y morada, el gobierno PSOE-Podemos se ha vuelto en incontrovertible, objeto solo de las iras de la derecha y de la marginalidad política. ¿Cómo atacar a un gobierno que proclama el feminismo, el ecologismo y la piedad social de “no dejar a nadie atrás”? ¿Cómo ser tan bárbaro, tan irresponsable y tan desleal? Pero mientras nos perdíamos en los juegos de la identidad, el vacío de la crítica era rellenado por el resentimiento de un populismo de derechas que se cargaba de buenas razones para ser antisocialista, antifeminista y antiecologista.
La irrupción de Vox y de una nueva extrema derecha ha caído como la lluvia de final de verano sobre la tierra reseca. Ha ofrecido un argumento de último recurso, inapelable. Sí, la izquierda existente es banal y estúpida, pero es el muro de Adriano contra la invasión picta. La civilización demócrata, socialdemócrata, o socioliberal es siempre preferible a la tentación fascista inscrita en la vieja Europa. Ningún análisis material de esta extrema derecha ha permitido sortear la trampa. Poco ha importado que en Vox hubiera demasiado de oportunismo y de mentira, de escisión apenas encubierta de la derecha de siempre, de operación electoral de medio recorrido, así como de reacción social a las servidumbres de la izquierda.
Conviene reconocerlo, en Vox había además una subversión legítima contra la satisfacción inconfesable de nosotros, la izquierda. Valga reconocer aquí nuestra querencia por la superioridad moral frente a aquellos bárbaros que hablan el lenguaje del machismo, de la caza, de los toros, de la España irremediable y reaccionaria, que apenas existe pero que tantas satisfacciones nos proporciona. Nosotros, la izquierda, somos (claro está) mejores, tenemos buenos sentimientos y practicamos buenas acciones; atrapados así en esa niebla sentimental e ideológica, que tantas veces consuela. Dadas estas condiciones, las batallas culturales estaban servidas. Deberían entretenernos durante unas décadas, mientras el mundo efectivo (el real) que comparten izquierdas y derechas sigue desmoronándose.
Frente a la extrema derecha, tuits y votos. Pretendimos que estos sirvieran como piedras en el muro de contención. La impotencia del antifascismo volvió a mostrarse como recurso último del izquierdismo, en el que sin remedio habíamos ido a caer. La legitimidad vergonzante de Podemos e incluso del PSOE reside justo aquí: en esa “casa de la izquierda” en la que compartimos estilo, lenguaje, valores e hipocresías. Por eso estos partidos serán siempre mejores que la derecha. Frente al miedo atávico a la derecha, al igual que ocurre dentro de la derecha misma, de poco sirve decir que esta no representa (de hecho, no puede representar) un proyecto social alternativo al que hoy gestiona la izquierda.
Conviene reconocer que es preciso separarse de la izquierda existente, criticarla, verificar su hundimiento, no ayudarla sobre la base de un antifascismo impostado
Y sin embargo, ninguna situación acaba nunca por degenerar en un estancamiento indefinido. Otra reacción está ya en marcha. De momento, existe sobre todo como demanda de una suerte de plus ideológico. La reivindicación de la clase obrera, tanto en términos de pertenencia como de sujeto, se ha vuelto corriente. Del mismo modo, la vindicación de un “horizonte estratégico”, de una nueva idea de revolución, incluso de la vieja palabra “comunismo”. Se trata básicamente de palabras, no de prácticas. Pero están dando forma a la posibilidad de una izquierda comunista (una nueva extrema izquierda), que en algunos territorios ya está en proceso de formación.
La crítica de esta posición a los nuevos (ya viejos) movimientos sociales es conocida. Se critica la fragmentación de las iniciativas (en términos campo, de identidad, de chiringuitismo y de autocomplacencia), la estrechez de sus propósitos (muchas veces reducidos al lobbismo, una legislación, etc.), su “reformismo” (y en este caso su asociación al gobierno impotente pero no inane de PSOE-Podemos y su querencia por un activismo subvencionado), en definitiva, su apoliticismo entendido como ausencia de una perspectiva revolucionaria… Cabe alegar que a esta naciente extrema izquierda, le queda todo por probar: que es capaz de producir conflicto, de no degenerar en la lógica grupuscular y sectaria típica de los grupos leninistas, y de probarse como productora de sujeto y clase (obrera, trabajadora, o cualquiera que sea el nombre).
En todo caso, esta reacción plantea problemas que son los mismos a superar desde aquellas posiciones que confían en la autoorganización y en la autonomía (esto es, en la producción del sujeto político inmanente a las luchas). De momento, conviene reconocer que es preciso separarse de la izquierda existente, criticarla, verificar su hundimiento, no ayudarla sobre la base de un antifascismo impostado. También es preciso vacunarse contra toda la cultura progre que se regodea y se reproduce en las guerras culturales, a fin de concentrarse en los experimentos sindicales y prácticos. A la vez, resulta necesario recuperar un saber de la crisis social y de la crisis capitalista como el horizonte de una época que compartimos todos y que apunta así a nuevas formas de universalismo negativo.
En resumen, estamos todavía en trance de certificar la defunción de la última experiencia pos15M, bajo la forma de la nueva política y los gobiernos de la “nueva” izquierda. Se trata de la enésima muerte de la izquierda, que no hay que lamentar y a la que tampoco se la debe llorar. Pero hay quizás otra defunción que nos cuesta todavía admitir: la de los movimientos sociales, salidos de las experiencias de los años noventa en adelante (y quizás desde los años setenta). El terreno que se abre está justamente ahí: en la invención de otra cosa, que no es la del movimiento social específico y sectorial, que no considera la institución o la legislación como su propósito, que no busca su integración institucional, que sabe constituirse como contrapoder y a la vez multiplicarse en formas sociales que comparten la crisis; formas afectadas por un mundo que se desmorona, y contra el cual hay con urgencia que inventarse otro.
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«la primera gran coalición de la izquierda desde 1936 pasará por ser uno de los gobiernos más anodinos de la democracia: un puñado de proyectos de ley y de leyes reducidas a enunciados, así como un puñado de medidas sin consecuencias significativas». Azaña llevó a cabo la reforma del ejército (cuestión de suma importancia) y la reforma laboral en el campo, con el socialista Prieto como Ministro de Trabajo, fue monumental por su valentía pero no se llevó a cabo por los propios terratenientes. Fueron muchas las reformas, y tan rápidas y eficientes en su forma, que asustaron a la derecha dormida. El Bienio Negro se encargó de tirarlo todo a la basura y de meter a sus generales monárquicos en los puestos claves para el futuro golpe. Se le puede culpar a la 2ª República de exceso de confianza ante los golpistas (como hace correctamente Ángel Viñas en su última obra, El gran error de la República), pero no de ser anodina. Fueron muy en serio. Ese era el peligro para los oligarcas. Que iban en serio y no podían ser corrompidos dado que estaba Azaña al frente.
Muy interesante, entonces NO votar es algo que se desprende de este artículo, parece. Pero en Andalucía hay algo a la izquierda de la izquierda del POSE: Adelante Teresa, y adelante los que han tenido el valor y la dignidad de salir del Gobierno POSE-Podemos, esto es la izquierda anticapitalista de Adelante Andalucia, el último resto de los rescoldos de la hoguera de las vanidades del 15 de mayo. Abstención electoral en todas las elecciones salvo las andaluzas, donde Teresa, nuestra querida Tere, debe recibir nuestro apoyo en forma de voto en su regazo aunque sea a regañadientes.