Opinión
¿Qué pasa con el gallego, Carla Simón?

‘Romería’ es una película profunda y bien pautada. Tiene tema y trasfondo, una dosis de denuncia y, sobre todo, una forma peculiar de contemplar a la gente y sus prejuicios. Cine de autora, con su delicadeza y su ferocidad. Y, sin embargo, vengo aquí para hacer público mi desencanto.
Fotograma de Romería de Carla Simón
Fotograma de Romería, de Carla Simón.
13 sep 2025 05:30

Como se estrenaba la última película de Carla Simón, tuve que irme corriendo al cine. Me encanta esa relación estrecha que mantengo con un puñado de artistas; la cultivo con esmero cuando nace. Dado que en otras entregas Carla me había conmovido, dado que había expuesto su intimidad y había entrado en la mía para producir emociones, he acabado por sentir una profunda unión con ella, una hermandad. En Alcarràs (2022) y en Verano 1993 (2017) aprecié el modo de coser los hilos de su narrativa y la perspectiva femenina de su mirada, características, curiosamente, que otras voces encuentran en mi propia obra literaria. Una hermandad.

En los primeros días de setiembre, con la vuelta a la rutina, es difícil adaptarse a la vorágine de nuestro ritmo cotidiano. Tal vez por eso, cuando propuse a varias amistades la posibilidad de ir al cine, contestasen en negativo: “Otro día”. Yo quería ir al estreno: Carla me estaba llamando. No tengo que aclarar que Carla Simón no sabe de mi existencia: que un compromiso sea interior no lo vuelve menos firme.

Romeríaes una película profunda y bien pautada. Tiene tema y trasfondo, una dosis de denuncia y, sobre todo, una forma peculiar de contemplar a la gente y sus prejuicios. Cine de autora, con su delicadeza y su ferocidad. Y, sin embargo, vengo aquí para hacer público mi desencanto.

La historia transcurre en Vigo en el año 2004. La protagonista, una chica catalana que en un viaje iniciático viene a Galicia para investigar sus raíces, se expresa en catalán en una parte considerable de la película: hablando por teléfono con su madre adoptiva o leyendo el antiguo diario de su madre biológica. Es un riesgo, sin duda, porque obliga a subtitular en una tradición, como la del estado español, donde el público está bastante habituado al doblaje. Tal decisión, con todo, parece lógica: Carla Simón visibiliza su país y su cultura, lengua incluida. En cambio, el gallego no existe. Nada. Me remuevo en el asiento a medida que avanza la acción e intento comprender a la autora.

Soy profesora de sociolingüística en la universidad, de manera que sé bien lo que se habla por las calles de Vigo. Incluso entiendo que la perspectiva de clase obligue a retratar a la familia de la protagonista en español. Me entristece, sin embargo, que se renuncie a mostrar nuestra lengua mediante algún mecanismo argumental o una de esas imágenes con aire de documental que se incluyen en la pieza. Es solo tristeza; el pacto con mi querida autora sigue en pie. Ni en las calles, ni en la familia, ni en las fiestas juveniles, ni siquiera una palabra, nada. Intento interpretarlo como denuncia y momentáneamente me sirve. Pero en un determinado momento, la familia empieza a cantar cancioncillas populares —“e pousa, pousa, pousa”.

La caracterización del gallego como un motivo folclórico entra en escena de forma poderosa: la pantalla irradia un pueblo colonizado. Los subtítulos —no puede evitarse— contribuyen a una lectura paródica: “Y no me toques aquella cosilla” suena gracioso; nada que ver con el toque punk latente en la versión tradicional. Todavía no estoy repuesta de este descalabro cuando veo como nuestra protagonista y su primo salen de fiesta por Vigo, en 2004, y bailan una muñeira. So cool, so typical.

Salgo de la sala con un sabor agridulce en la boca y todavía aumentará cuando un amigo me comente que la producción contaba con 300.000 euros de financiamiento del Gobierno gallego. Rompo mi compromiso. La película es deliciosa —está hecha con las tripas en la mano, retoma el asunto incómodo del sida y su tratamiento en la memoria colectiva y lleva impresa en cada imagen la firma intensa y poética de Carla Simón. Pero algo no encaja. Carla, por si leyeses esto, cuando alguien filma un país, debe pisar suavemente sobre él. No se dignifica la memoria, el objetivo latente en tu historia, sin percibir que la lengua también puede ser, como Fon, un enfermo confinado a causa de la vergüenza colectiva.

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