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Lo que se vivió, o mejor dicho lo que se murió, el 24 de junio de 2022 en la frontera de Melilla ha sacudido a mucha gente y ha puesto cuerpo a la política migratoria criminal que se desarrolla en Europa desde hace al menos una década. Sin embargo, no se trata meramente de un hecho desgraciado o de un acontecimiento fatal. Del mismo modo, tampoco podemos interpretar que el bondadoso Sánchez que da órdenes de acoger el Acquarius ha mutado en un siniestro carcelero por su propia voluntad. Por supuesto, esto no pretende quitar gravedad al asunto ni aligerar la culpa de Sánchez y su Gobierno en las decenas de asesinatos: señalar ambas cosas es imprescindible y de justicia. Pero se trata, junto a eso, de esbozar el análisis que permita entender porqué lo que era habitual en otras rutas europeas ha empezado a pasar en la frontera entre España y Marruecos. Por eso mismo, merece un análisis, ya con cierto tiempo, para extraer las lecciones de lo que esa tragedia significó en términos de políticas migratorias.
La primera ruta en ser controlada fue la del Mediterráneo Oriental, pagada mediante los acuerdos con Turquía que aseguraban la eficacia del gendarme otomano
Un bloqueo progresivo y total
Europa vive una presión migratoria que percibe como dañina y peligrosa, particularmente desde que la crisis de refugiados sirios empezó a enviar a cientos de miles de personas a territorio europeo. Se podría hablar aquí de la hipocresía de la UE, atascada entre su discurso de solidaridad y su incapacidad para realizar una política activa de refugiados, igual que se podría hablar de la ridícula cifra de desplazamientos que supone esto si lo vemos en términos históricos, pero no hay espacio para ello aquí. Lo cierto es que las instituciones y ciertos sectores de la población empezaron a percibir esos movimientos como un peligro y, ahí sí, pusieron medidas para controlarlo.
Lo primero fue la ruta del Mediterráneo Oriental, pagada mediante los acuerdos con Turquía que aseguraban la eficacia del gendarme otomano. Inmediatamente después, llegó el Mediterráneo Central, otra de las tres rutas centrales, que canalizaba el acceso desde muchos países a través de Libia, con destino final en Italia. La caída de Gadafi en 2011, ejecutada por la resistencia libia con el apoyo de países de su entorno, pero también de Reino Unido y Estados Unidos, ya había sido un primer paso, al convertir el país en un estado fallido y profundamente violento que suponía una barrera para los trayectos migratorios, pero no fue bastante.
Matteo Salvini llevó a cabo una brutal política de rechazos en alta mar, armas mediante si era necesario, y selló una política de migración en la ruta del Mediterráneo central que nadie ha cambiado
Matteo Salvini salvó esa insuficiencia con una vistosa y brutal política de rechazos en alta mar, armas mediante si era necesario, y selló una política de migración en el Mediterráneo central que nadie ha cambiado. Este progresivo cierre tenía aún un asunto pendiente en la ruta occidental, es decir, la que lleva a la frontera hispano-marroquí. Sin embargo, había algunos problemas específicos.
Para empezar, no existía la posibilidad de un acuerdo desde las entrañas de la burocracia europea pasando por encima del país fronterizo porque España no es Grecia y la relación bilateral de España con Marruecos va mucho más allá de lo que pueda significar la historia de Grecia y Turquía. Tampoco se podía contar con una desintegración del país al modo de Libia, así que no quedaba más remedio que una paciente y larga espera para dejar que la tensión con Marruecos fuera incubando un nuevo acuerdo. No hay que despreciar en este punto la tensión que tiene el propio país africano, condenado a ser la válvula de contención de la migración subsahariana, que tiene a Marruecos como único paso practicable hacia el supuesto paraíso europeo, como tampoco se puede infravalorar el peso en la política española de las relaciones con los pueblos marroquí y saharaui y las relaciones económicas y culturales de ambos países. No en vano, Marruecos ha sido la contraparte de la negociación en temas como la agricultura, la pesca o la energía, y la mano de obra de los trabajos más duros de Europa entra por esa frontera: todos ellos, temas de enorme peso tanto en la economía como en los imaginarios culturales de la vida de ambos países.
Se ha creado una nueva ruta en el Atlántico, en dirección a las Canarias, a partir de lo que no era más una alternativa secundaria, con una dosis de riesgo extremo que ha convertido el acceso a Europa en la vía migratoria más peligrosa del mundo
Los flujos migratorios son terriblemente lentos, lo suficiente como para que cientos miles de personas hayan llegado a Libia buscando una oportunidad que ya no existía. Pero no tanto como para que el impasse de años que ha llevado el acuerdo hispano-marroquí no haya generado un desplazamiento, y así, quienes hoy entran por Melilla vienen de territorios tan lejanos como Sudán, tras un tránsito de miles de kilómetros por tierra, porque han acabado sabiendo que las otras rutas estaban bloqueadas. Más aún, se ha creado una nueva ruta en el Atlántico, en dirección a las Canarias, a partir de lo que no era más una alternativa secundaria, con una dosis de riesgo extremo que ha convertido el acceso a Europa en la vía migratoria más peligrosa del mundo. Todo esto pone en su justa dimensión la situación de la frontera hispano-marroquí, última vía de escape, una anomalía en la Europa criminal, fortaleza de los ricos en la que no entra nadie que no haya sido invitado.
Cambio climático
Junto a estos cambios aparece el omnipresente cambio climático, como un acelerador de conflictos que empuja todos los elementos de crisis. Surgen múltiples conflictos que están mediados por otras cuestiones y que, merced a esas mediaciones, toman las formas más diversas. Hoy son aún pocos los efectos de la transformación climática que se evidencian como tales, pero son muchos los fenómenos que están atravesados u originados por el clima.Es el cambio climático el que ha alterado el rendimiento de las tierras, el acceso al agua y la temperatura, exacerbando todo esos otros factores que ya estaban ahí
Como explica Andreas Malm1, estas mediaciones distorsionan la percepción popular de los conflictos, y así, si hoy preguntáramos a cualquiera de las personas que han migrado desde el Sahel, probablemente nos hablarían de pobreza, de abusos de poder y de conflictos entre etnias, que es lo que en último término les ha expulsado, pero es el cambio climático el que ha alterado el rendimiento de las tierras, el acceso al agua y la temperatura, exacerbando todo esos otros factores que ya estaban ahí y que hoy, debido al incremento de temperaturas, son cada vez más extremos. Por decirlo más claramente, la rivalidad interétnica o el conflicto por el uso de los terrenos solo se convierten en motivo de enfrentamiento violento cuando la supervivencia depende de cada palmo de tierra, y el cambio climático, al producir una bajada de rendimientos agrarios y una complicación creciente para alcanzar los medios de vida, ha hecho que esa tensión sea generalizada en todo el Sahel y buena parte de África Occidental, entre otros lugares del mundo.
No es casual que nos refiramos aquí al Sahel, ya lo hizo el propio Sánchez al explicar su apoyo a los cuerpos de seguridad españoles y a la gendarmería marroquí que había asesinado a decenas de personas. El Sahel es, efectivamente, la zona en la que se están disparando los primeros y peores efectos, junto con África Occidental y el Mediterráneo Oriental, porque son las zonas más vulnerables al cambio climático. Como prueba, la lista de golpes de estado en los últimos años: Sudán (2018), Chad (2021), Burkina (2022), Mali (2020) e intento de golpe en Níger (2021), lo que da la medida de la incapacidad de los gobiernos para controlar sus estados y de la inestabilidad y violencia generalizadas. Por supuesto, la injerencia internacional no ayuda: el desmembramiento de Libia causó una salida masiva de armas al descomponerse un ejército masivo, la presencia de Francia y Rusia (con la entrada confirmada de Wagner como aliado preferente de Mali) suponen una presencia militar extraordinaria y la venta constante de armamento a las dictaduras por parte de occidente son factores que alimentan la guerra en la que se ha instalado todo el continente africano y particularmente la franja del Sahel.
Con el polvorín ya en marcha, los estados centrales del poder capitalista solo saben reaccionar con cierre masivo de fronteras e incremento exponencial de la dinámica militarista. Y es que tampoco son invulnerables al cambio climático; al contrario, el hecho de que buena parte de ellos están lejos de las zonas más afectadas en los primeros años de emergencia climática no es tan relevante si tenemos en cuenta que Occidente es adicto al crecimiento económico y que la crisis ecológica también es una crisis económica, en tanto que provoca rendimientos decrecientes en el terreno energético, pandemias y condiciones del agua y el aire cada vez mayores que obturan la reproducción del capital. La respuesta occidental es un cierre mediante el que pretenden reordenar la tarta del comercio mundial y restringir al máximo las fronteras, al mismo tiempo que multiplican las inversiones en energía y el gasto militar, como ha evidenciado el compromiso de los países miembros de la OTAN, para alcanzar el 2% de presupuesto militar. La prueba de que ambas cosas están vinculadas es que en la misma cumbre en la que se ha aprobado este compromiso de gasto se ha incluido también a Ceuta y Melilla como territorio protegido por la OTAN. Por otra parte, aunque estas políticas suponen desbordar los principios políticos y legales del marco europeo y español, en estos seis meses hemos visto como en último término, el sistema siempre encuentra la forma de adaptar su normativa a sus propias necesidades, y ya a fin de año estaba liquidado el proceso de la Fiscalía que culmina con la exención de toda responsabilidad para el Estado español; lo mismo podemos decir de la política estadounidense y los supuestos cambios normativos en el acceso por su frontera sur3.
Afrontamos un mundo de cambios profundos, epocales. El capitalismo mueve ficha y aunque sufra algunos bloqueos económicos aun conserva una enorme ventaja en el liderazgo político, económico y militar. Relanzar la inversión y controlar los flujos de población implica, insistamos, un repliegue sobre los estados centrales y una exclusión masiva de la población que no pertenece a ellos —además de la exclusión que se produce a la interna, en términos de clase— y el avance dramático de estas políticas no solo se inicia con Melilla, sin que pocas semanas después se consolida con la asignación de otros 500 millones a Marruecos para que ejecute sus labores de matón en la frontera. Y el capitalismo no tiene alma, solo se guía por la reproducción del valor. Si para mantenerla necesita la guerra, la utilizará, y si necesita asesinar en las fronteras, ejecutará. Por lo tanto, lo de Melilla no fue un hecho desgraciado o particularmente violento sino el cierre de la última frontera de Europa en el sentido físico y del último límite político de la política europea y de la socialdemocracia, o lo que quedaba de ella. Para que se ejecute el cierre de Europa son necesarias actuaciones regulares como la de junio de 2022, y ahí muere el espacio de la izquierda neoliberal como gestor amable del capital.
En la radicalización del mundo, en el incremento de la violencia, solo un movimiento amplio que cuestione el monopolio de lo económico podrá llevar a cabo políticas de acogida y una atención real a los millones de personas que están siendo expulsados por el cambio climático, la guerra y el hambre, y empezar a unificar las luchas en una clave antagonista que pueda plantar cara al capital. La indignación debe ser articulada políticamente en forma de alianzas amplias antirracistas sabiendo que el antirracismo solo puede tener sentido cuando se une al cuestionamiento de la lógica del beneficio constante y, por lo tanto, pone el foco en las condiciones de vida de las mayorías, desplazando así la concepción del conflicto desde el eje de la nación hacia el eje de la clase. Lo demás, como evidencia la presencia de sectores antirracistas en el gobierno que ha ordenado la ejecución de los migrantes, solo es inutilidad e impotencia.
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Veo que el autor es autora, Teresa Antzia. Mil perdones por mis prejuicios machistas. Más artículos de esta Ilustrada Radical, por favor. Gracias.
Un ensayo tan bien escrito y tan humano que causa orgullo en el suscriptor. El ensayo es digno de un Ilustrado Radical (cf. Jonathan I. Israel, 2001-2021). La solución es difícil, pero se es humano y buen filósofo por la dignidad humana, no por el número de alumnos y premios: «La indignación debe ser articulada políticamente en forma de alianzas amplias antirracistas sabiendo que el antirracismo solo puede tener sentido cuando se une al cuestionamiento de la lógica del beneficio constante y, por lo tanto, pone el foco en las condiciones de vida de las mayorías». Es difícil ser socialdemócrata, pero es más difícil no hacer nada. Seguiré bien a este autor que ha sabido ver el peligro del cambio climático y las migraciones masivas y ofrecer alguna solución. Criticar el capital está bien; criticarlo y ofrecer alguna alternativa, mejor. Gracias por el placer de esta lectura. Artículos con este nivel de sinceridad y valentía no se leen apenas ya online ni en prensa.