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Mamadou Marea fue enterrado la noche del 28 de octubre en el cementerio municipal de Valverde (El Hierro) acompañado de una veintena de vecinos y vecinas que quisieron escenificar esa comunidad de quién fallece lejos de su casa y de sus seres queridos. Se leyeron la primera surah del Corán y un poema a quién migra, bajo una imponente luna llena que acompañaba también a quienes quisieron hacer de la despedida algo menos solitario.
"No había nadie junto a su ataúd que recordara su canción favorita, el color de sus ojos o su risa. Nadie que compartiera anécdotas de una infancia común o un día alegre” reflexionaban Gara Santana y Natalia G.Vargas, periodistas canarias sobre el entierro de otro hombre unos días antes en el Cementerio de El Pinar. Sin embargo en esta ocasión sí hubo quienes acompañaron con su cariño, quienes buscaron la lectura con la que arropar ese momento. Llevaron unas flores y encendieron unas velas. Sí hubo un nombre y una fecha. Y ojalá esto fuera así siempre y nunca más enterrar sin nombre.
Los rituales de muerte nos permiten afrontar y aceptar la pérdida de quién ya no va a estar más entre nosotras. Nos colocan al borde de la emoción en el comienzo de esa aceptación y nos ayudan a compartir el dolor. Son el hecho colectivo que pone de manifiesto la importancia del grupo sobre el individuo, un ritual de comunión en el dolor de la pérdida y para muchas, en el consuelo de lo que vendrá después.
No podemos permitirnos dejar por más tiempo de exigir una política que ponga en el centro la atención humana a quiénes llegan
Los golpes del martillo cerrando el nicho y el posterior sonido de la llana cementándolo para colocar una pequeña placa con el nombre, año de nacimiento y un código identificativo hacían aflorar las lágrimas. Ponerle realidad a la muerte. Nunca había asistido a un momento tan doloroso. La frontera y las fronteras que se generan entorno a las migraciones son sin duda lugares de dolor. Pero nada como este dolor de quién muere llegando a un país que lo maltrata y lo expulsa, de la rabia por no poder sino asistir al sepelio y llorar. Sino tratar de trasmitir un poco de cariño y humanidad a esa familia que comienza su duelo. Apenas tenía 30 años, salió de algún lugar de Senegal y falleció horas después de haber conseguido llegar a El Hierro en unas embarcaciones que juegan a la suerte de la calma chicha. Iba a ser trasladado a uno de los hospitales de Tenerife para recibir tratamiento pero no llegó. Su cuerpo no aguantó un nuevo viaje.
Horas antes fallecía un niño de 13 años en el cayuco que llegó a Los Cristianos y en el que según relatan los supervivientes hubo unas veinte personas más fallecidas. En la última semana tres entierros en El Hierro. El primero, sin nombre, identificado como tripulante 1 y enterrado en el cementerio de El Pinar donde yacen también otras personas que en los últimos años han sido enterradas también sin nombre. Sin que sus familias puedan saber siquiera que yacen en un lugar distinto al mar. Luego Mamadou que fue enterrado en el cementerio de Valverde por haber fallecido en el hospital y por último, aún a la espera de entierro, el hombre que falleció sin que aún se sepan las causas*, cuyo cuerpo aguarda en el Convento situado en la costa de Frontera dónde se está trasladando a quiénes llegan a La Restinga antes de su traslado a Tenerife.
El reguero de muertes es incesante. Insoportable. Quiénes llegan lo hacen exhaustos, más débiles. En este mar, que ayer era castigo y muerte como bien saben las familias de los canarios y canarias tirados al mar durante la dictaduras y hoy sigue siendo cementerio. No podemos permitirnos no pensar en ello. Como no podemos permitirnos dejar por más tiempo de exigir una política que ponga en el centro la atención humana a quiénes llegan, reforzando los servicios sanitarios dónde sea necesario (y lo es) junto una política de memoria que ponga en el centro la identificación y el derecho a la memoria y a la verdad de quienes migran y sus familias. La experiencia en El Hierro nos deja una lección: la importancia de lo relacional, lo colectivo, de reactivar las vecindades, de tratarnos como lo que somos, vecinas y vecinos que nos cuidamos.
Al fin y al cabo la vida está marcada por la muerte y atravesada por el amor con el que decidimos vivirla.
* Falleció en la madrugada del sábado y al cierre de este artículo (martes) aún no se ha podido identificar ni saber las causas de la muerte pues siguen a la espera de que se persone un forense en la isla para ello y así poder darle sepultura.
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Gracias a mis vecinas y vecinos de El Hierro por acompañar a este joven en su último viaje. Mis pensamientos van con su madre, con sus seres queridos. Ojala que les llegue la horrible noticia y puedan encontrar paz.