Opinión
Morir para existir

El Estado, a través de la nueva reforma de los permisos laborales por enfermedad de un familiar, vuelve a recordarnos quién cuenta y quién no cuando se trata de cuidar y acompañar, es decir, qué amores son legítimos y cuáles no.
Yolanda Díaz Consejo ministros julio 2025
La ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, durante la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros. Pool Moncloa / Jose Manuel Álvarez

Profesora na UDC e escritora.
@xela.paris

4 nov 2025 12:53

No habrá paz racial o sexual, ni naturaleza vivible, hasta que aprendamos a producir la humanidad a través de algo diferente al parentesco

Donna Haraway

Mientras tomo el primer café del día, escucho con sorpresa la nueva reforma de los permisos laborales por enfermedad de un familiar. Es curioso que en su intervención Yolanda Díaz hable de amistades, justo al final y en voz bajita, pero que los titulares omitan este dato por completo. Me acerco a leer la letra pequeña y descubro lo siguiente: les trabajadoris tendremos derecho a ausentarnos para acompañar a aquellas con las que compartimos apellidos o con las que estamos casadas. Solo existe una excepción: si la persona solicita la eutanasia, deja de importar el vínculo que mantengamos con ella y podremos estar a su lado. Para sorpresa de nadie, con esta reforma asistimos a una ampliación de las políticas familistas a las que ya estamos acostumbrades, pero no a una revisión crítica profunda. El Estado vuelve a recordarnos quién cuenta y quién no cuando se trata de cuidar y acompañar, es decir, qué amores son legítimos y cuáles no. Con todo, encuentro algo profundamente simbólico en la formulación.

En este sistema familista y eurocéntrico en el que vivimos, los cuidados siguen siendo un asunto privado depositado en el parentesco, de tal manera que los vínculos no normativos permanecen invisibles. Solo la muerte reconoce las redes afectivas no reguladas en el momento de su desaparición. La eutanasia abre así una grieta inesperada: obliga al Estado a aceptar los vínculos que no caben en el registro civil, pero que existen, sostienen y acompañan en el día a día. En otras palabras, las amistades solo cuentan si morir es una decisión. Nos autorizan a despedir, pero no a cuidar. La legislación revela, sin pretenderlo, su concepción utilitarista de la vida: el cuidado no es un derecho, es una obligación familiar.

Considerar más necesario el cuidado a un padre o una madre que a cualquier otro lazo que no pase forzosamente por el matrimonio o la p/maternidad es violento y condena a muchas personas al abandono. Asumir que cada persona cuenta con un espacio familiar seguro es cerrar los ojos ante muchas realidades que nos rodean. Pensemos si no en las compañeras migrantes, por ejemplo, o en el índice de abandono y sinhogarismo del colectivo trans. Seguimos perpetuando la idea de la familia como un espacio seguro y de cuidado incuestionable, incondicional. Negamos la realidad de que la mayoría de los casos de abusos sexuales suceden en el ámbito familiar, por ejemplo, y nos aferramos a la familia porque pensar en su reformulación, o incluso en su abolición, transmite la sensación de que el mundo fuera a derrumbarse. Ya lo dijo Sophie Lewis: es más fácil imaginar el fin del capitalismo que el fin de la familia.

Pero abolir la familia no busca eliminar el amor ni los cuidados, sino todo lo contrario: busca liberarlos de su cárcel institucional. Abolir la familia como institución significa que cada quien pueda construir sus redes de afecto y apoyo libremente. No se trata de un gesto de destrucción, sino de una apuesta por la libertad afectiva, por la posibilidad de cuidar y ser cuidades fuera del mapa del parentesco. Solo a quien habita el privilegio puede parecerle excesiva una propuesta en esta línea.

Estamos en un momento en el que conviene recordar algo tan básico como que los derechos no obligan a nadie a ponerlos en práctica. Ensanchar y ampliar nuestras libertades no debería jamás concebirse como una amenaza. La familia, como la monogamia, es una norma, una forma de entender la realidad social tan naturalizada y asentada que pensamos que es milenaria y universal, cuando en realidad es una institución colonial y eurocéntrica que nace, entre otras razones, para ordenar y controlar cuestiones como el linaje, la herencia o la propiedad privada. Sin la familia se acaba el proceso de acumulación de capital, el sistema de herencias, y eso ya no resultaría tan divertido para quienes viven de rentas, especulan y dejan sin opciones de vivienda digna a tantas de nosotras.

El sistema familista, eso lo sabemos, es un sistema de control de los afectos. Decide quién cuenta como cuidadora, quién puede pedir una baja, quién puede reclamar tiempo. Pero la realidad va por delante de la ley: las redes de cuidado comunitario, los lazos entre amistades, los afectos que se hacen hogar sin serlo, los amores que no perpetúan la forma-propiedad son ya formas de sostenimiento social que existen fuera de la familia nuclear. Una sociedad que reconoce solo el cuidado familiar es una sociedad que niega su propia interdependencia.

Así, la grieta que abre el acompañamiento en caso de eutanasia puede abrir una posibilidad política. Si la muerte necesita compañía es porque la vida también la necesita. Si el derecho a morir dignamente implica el derecho al acompañamiento por quien une elige, entonces también deberíamos poder vivir así: sin parentesco, pero con vínculo; sin contrato, pero con compromiso. No debería depender de un acta de nacimiento compartida, ni de una ceremonia, ni de una firma notarial. Se trata de ofrecer presencia y afecto y de romper con una pirámide afectiva jerárquica que sitúa a la pareja en la cúspide y sitúa a las demás en un segundo o tercer plano. Así que, cuando escuchéis esos lemas neoliberales del “Love is love”, por favor, recordad que no, que existen amores de primera y amores de segunda, y que cuando queremos a alguien “como si fuera de la familia”, la realidad, por cruda que suene, es que el sentimiento no lo puede todo y que no nos autorizan a vivir ese amor con total libertad. Por todo esto, antes que leyes para morir acompañades, queremos leyes para vivir cuidades.

Los artículos de opinión no reflejan necesariamente la visión del medio.

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