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Opinión
Marcas del pasado, puntos de inflexión presentes y el genocidio en Gaza
Comenzamos mayo como dejamos abril: siendo testigos de la perpetración de un genocidio, la limpieza étnica que pasa a la siguiente fase del exterminio con la conquista y colonización de Gaza anunciándose dos días antes de cumplirse los 80 años del final de la II Guerra Mundial en territorios europeos.
La profundidad del dolor, la dimensión del horror y la extensión de la vergüenza son indescriptibles. De hecho, las profundidades de dolor, las dimensiones de horror y las extensiones de vergüenza dormidas, implicadas en el sustrato de esa frase son, absoluta y desgarradoramente, inconmensurables.
Con tan sólo una frase descriptiva ‒en la que nombramos hechos brutales y fechas‒ volvemos a marcar las conexiones implícitas que existen entre el genocidio del presente y la Shoah, ‘la solución final a la cuestión judía’ ‒junto a otros colectivos de personas a eliminar en la sistematización industrial del exterminio‒ si la nombramos según la terminología de sus planificadores y ejecutores: el nazismo alemán.
La limpieza étnica pasa a la siguiente fase del exterminio, con la conquista y colonización de Gaza anunciándose dos días antes de cumplirse los 80 años del final de la II Guerra Mundial
Aquella sistematización de eliminación en el lager ‒después del gueto y sus masacres (a fuego, sangre y hambre, como hoy)‒ fue la que dio nombre a la masacre planificada con intención de exterminio en la Historia y el devenir de la humanidad. Es decir, la perpetración del exterminio sistematizado de personas era nombrado como crimen en el pasado del siglo XX, tan sólo unos meses después de perpetrarse la Nakba palestina en la fundación del Estado de Israel, con total impunidad.
Hablamos de aquel año 1948 que concluyó con la aprobación de la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio. Una sanción que llegaba un año y pico después de otro millón de muertos, mucho más al Este de los de la Nakba palestina de aquel año pero, de nuevo, marcados por las violencias desplegadas y desencadenadas a partir de los intereses del colonialismo europeo, específicamente el británico. Nos referimos a los asesinados a raíz de la partición de la India y la fundación de Paquistán. Y es que durante aquel año 1947 culminaba para los objetivos del sionismo su alianza con el imperialismo británico de principios de siglo: Naciones Unidas aprobaba la resolución del Plan de Partición de Palestina dividiéndola en dos Estados; mientras, en aquel contexto de final del imperio británico en los territorios que había administrado una vez la todopoderosa Compañía de las Indias Orientales, tenía lugar uno de los mayores desplazamientos de población de la Historia humana que las elites hindúes de la India y las musulmanas del futuro Pakistán decidieron.
Masacres y éxodos que hoy retornan como presencia fantasmal, con concreción de potencialidad atómica, ante nuestros ojos. Un posible quinto enfrentamiento entre ambos países ‒después de las guerras de 1965, 1971 y 1999‒ asomaba el día 7 desde Cachemira, siendo dos de los nueve estados con armamento nuclear del mundo. Este domingo 11, la tensión menguaba por el acuerdo de una tregua que llegaba tras un centenar de muertos.
Mientras, aquí, en el país de la península ibérica bañado por el mismo mar que ‒al Este- forma la costa palestina, dejábamos el mes de abril y comenzábamos mayo con trenes parados en la red ferroviaria por falta de electricidad y efemérides varias ‒de luchas pretéritas y de impactos del tiempo presente‒.
El apagón se entronca con el baile de concepciones sobre las prácticas del poder, o los poderes, que desde la simplificación tradicional se abrieron a la distorsión con la conspiranoia liberada y reinante
El 29 de abril se cumplía medio año de lo que será una efeméride traumática para el país: lo sufrido en Valencia el pasado octubre. Más concretamente en los pueblos cercanos a un pedazo de costa, el levante ibérico, que representa el límite occidental del mismo mar Mediterráneo que baña, en su extensión oriental, a Palestina.
Los seis meses transcurridos desde la dana ‒en los que se ha sufrido, además, la vigencia de una impunidad política directa, e hirientemente desvergonzada, respecto a los 228 muertos de aquella riada‒ coincidieron, casi macabramente, con el presente estrambótico de los cien días de gobierno del actual presidente de los Estados Unidos, celebración esperpéntica incluida.
Y es que, tanto en el apagón general del 28 de abril como en el parón del tráfico ferroviario Madrid-Sevilla, con el que acababa el puente y se abría el primer lunes de mayo, veníamos flanqueados por estas efemérides recientes, que tienen fuerte impacto en nuestra forma de pensar y relacionarnos con el mundo ‒los seis meses de la dana y los cien días desde la vuelta de Trump a la Casa Blanca‒, pero, también, por aniversarios de luchas y resistencias pasadas. Marcas en el correr del tiempo de carácter internacional, e internacionalista, como el Primero de Mayo, en memoria de los Mártires de Chicago tras la revuelta de Haymarket en 1886, o las dejadas por la historia del país, como el recuerdo ‒apropiado por la derecha madrileña‒ del levantamiento popular y la represión ejecutada con espadas y fusilamientos, a la orden del imperialismo francés, aquel Dos de Mayo de 1808. Y, por supuesto, los 80 años ‒el 5 de mayo‒ de la liberación del campo de concentración y exterminio de Mauthausen, donde fueron maltratados, esclavizados y torturados unos 7.200 republicanos españoles, de los cuales 5 mil terminaron exterminados en aquel circuito represivo nazi de trabajos forzados y cámaras de gas.
Lo cierto es que, con este flanqueo y la llegada del quinto mes del año, pudimos confirmar que venimos de un abril transcurrido sin descanso. Un mes que terminaba, casi a modo de culminación, con otro suceso de carácter histórico para el país, y que como tal quedará grabado en nuestro imaginario colectivo pese a su brevedad: tenía lugar el primer gran apagón eléctrico de la península ibérica.
La riada de la dana fue la vuelta de tuerca trágica que contextualiza el trasfondo sobre el que se vierte la pugna referente a la energía en esta fase del capitalismo tardío y en este contexto crítico
Con el sorpresivo suceso se daba públicamente ‒lo vimos en los titulares del día siguiente‒ otra vuelta de tuerca en el contexto de la distorsionada discusión político-social. En términos estratégicos, las visiones del mundo en el que vivimos se volvían a asomar, y los juegos de intereses anclados en ellas, para su legitimidad y acumulación, volvían a estar sobre el tapete.
Se trata esta vez de una vuelta de tuerca que engancha con la línea abierta por la pandemia respecto al choque de realidad, vulnerabilidad, interconexión privatizada y complejidad de nuestras formas de vida; realidad, vulnerabilidad, dependencia y complejidad que se esconden a la captación de un sentido común naturalizador, indiferente, negador y autorreferencial.
El apagón se entronca con el baile de concepciones sobre las prácticas del poder, o los poderes, que desde la simplificación tradicional se abrieron a la distorsión con la conspiranoia, liberada y reinante, a partir del impacto de ‘lo real’ sobre las subjetividades posmodernas, al afrontar aquella primera pandemia mundial después del proceso de movilidad generalizada de las clases medias, avance tecnológico, progreso científico y globalización.
Un panorama en el que influyen también, sobre la arena imaginaria disfrazada de realismo, las interpretaciones de las dinámicas geopolíticas abiertas con la crisis de hegemonía estadounidense y la disputa progresiva de China como potencia ‒5G mediante‒. Por tanto, a partir del primer Trump, tras las dos legislaturas de Barack Obama en la Casa Blanca y la profundización de la destrucción de Oriente Próximo ‒atravesado por la guerra en Siria, a una década de la llamada “guerra contra el terror” que implementó la administración de George W. Bush, o el avance del ISIS en 2014.
Un panorama en el que influyen también las interpretaciones de las dinámicas geopolíticas abiertas con la crisis de hegemonía estadounidense y la disputa progresiva de China como potencia
Un contexto post-Guerra Fría al que, por supuesto, sumamos el impacto del conflicto en Ucrania que, tras 8 años se convertía en guerra de invasión en 2022 con la decisión de Vladimir Putin. Una contienda bélica que cuenta en Rusia con su propia campaña ideológica reaccionaria, teñida de sentido común nacionalista y sentimiento de masas como potencia frustrada. Recuperando la identificación nacional rusa con el papel fundamental de la URSS en la victoria aliada de la II Guerra Mundial ‒su Gran Guerra Patria contra el nazismo como Unión Soviética durante el estalinismo‒ llaman ‘nazi’ a todo aquello que puedan convertir en otredad enemiga. ‘Nazi’ se convierte en sinónimo de ‘anti-ruso’, dentro de los imaginarios circulantes en la nueva propaganda bélica apoyada en las concepciones para las que ‘ruso’ se ha construido como una identidad sesgada a partir de elementos y narraciones de un nacionalismo tradicionalista con poder. En este contexto se abrió un cruce endiablado de historicidades que se ponen en juego no sólo con la compleja historia ucraniana reciente ‒bañada por nacionalismo conservador que mira al oeste‒ sino con la paranoia nacional de los países fronterizos más al norte.
Mientras, en esa extrema derecha occidental de la vieja Europa aparece, como última novedad dentro de sus tácticas para estimular dinámicas de crecimiento electoral, un sorprendente negacionismo: tirando del antihistoricismo del presentismo juvenil y el neoliberalismo recargado del minarquismo de moda ‒motosierra mileísta mediante‒ señalaban desde ‘Alternativa por Alemania’ que “no son nazis” porque Hitler era “socialista” y, por tanto, “comunista”, “como su propio nombre indica: nacionalsocialista”. Eso afirmó Alice Weidel en la entrevista que le hizo Elon Musk, tras el saludo nazi negado del magnate, durante la campaña electoral de las últimas elecciones alemanas, el pasado 23 de febrero. El nivel que afrontamos es hardcore.
Un impacto cuya respuesta político-social desde abajo puede convertir la tragedia en el caso que dé un vuelco al recorrido del país en otro punto nodal de nuestra historia de poder: la impunidad
No obstante, esta nueva vuelta de tuerca nacional, a partir del apagón y el juego de las derechas con “la sensación de caos” ‒como insistieron en afirmar durante la sesión del Congreso del miércoles 7 de mayo‒, se trenza particularmente con el anterior punto de inflexión vivido en el país: una vez más, la dana de Valencia. Ambos comparten como problema central la situación en que nos encontramos ante la emergencia climática. Una emergencia que, de un modo u otro, afrontaremos y sufriremos, por mucho que el ego y el miedo lo nieguen. “La realidad negada prepara su venganza”, afirmaba Ortega y Gasset.
Lo cierto es que la riada de la dana fue la vuelta de tuerca trágica que, a nivel local, contextualiza el trasfondo sobre el que se vierte la pugna referente a la energía en esta fase del capitalismo tardío y en este contexto crítico. Un impacto cuya respuesta político-social desde abajo en los primeros momentos nos recordó la fuerza de estas pugnas interpretativas que referimos como marcas de época, con la influencia de la antipolítica minarquista; pero que, con la recuperación de la primera emergencia y pasado el shock, con la información de la secuencia de los hechos, con la consciencia de pertenencia a la Comunidad Valenciana y con la desvergüenza miserable de Mazón, puede convertir la tragedia en el caso que dé un vuelco al recorrido del país en otro punto nodal de nuestra historia de poder. Porque la organización de las víctimas y el pueblo valenciano, junto a la investigación de la jueza de Catarroja, pueden significar la primera vez que se consiga romper con la tradición de impunidad política de este país.
De hecho, el 29 de abril se cancelaba, debido al apagón general del día anterior, la séptima manifestación para exigir responsabilidades al gobierno valenciano, la dimisión de Mazón y ‘verdad, justicia y reparación’ para las víctimas y el pueblo de Valencia. De esta manera, a lo largo de este medio año, el hecho traumático está siendo representado por esa lucha contra la impunidad política, entre la verdad con la secuencia de los acontecimientos que continúan saliendo a la luz y las tretas del president de la Generalitat, incluyendo la destapada por El Salto con aquella fotografía mentirosa en el Cecopi. Una impunidad política que no se consiguió vencer ni siquiera en otros percances con responsabilidades públicas que tuvieron víctimas mortales durante la historia reciente, como las 43 muertes que supuso el accidente del metro de Valencia del 2006 y los 80 muertos del accidente del Alvia a Santiago de Compostela en 2013.
Estamos, por tanto, ante una lucha por la verdad y la justicia que es fundamental en la historia de un país apegado a la impunidad política frente a sus pueblos. Otra de las cosas de la dictadura franquista que desplegó su sombra en la democracia representativa liberal. Una impunidad que llega a cotas desvergonzadas en este caso y que no deja de evidenciarse en su profundidad: lo volvimos a escuchar a través del testimonio que dio el técnico de Seguridad y Control de Coordinación de Emergencias de la Generalitat el pasado 6 de mayo. Una declaración que desmiente el discurso exculpatorio de la consellera Pradas, y la señala junto a Mazón como el origen del retraso de las dos últimas horas en el envío de la alerta a los móviles de los valencianos, cuyas vidas estaban en peligro.
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