Es una sensación peculiar, esta doble conciencia, esta sensación de mirar siempre a uno mismo con los ojos de los demás, de medir el alma con la cinta de un mundo que mira con divertido desprecio y piedad. Uno siempre siente su “dos-nidad”, un americano, un negro; dos almas, dos pensamientos, dos luchas no reconciliadas.... En esta fusión, uno no desea que ninguno de los seres mayores se pierda. No desea africanizar a América, porque América tiene mucho que enseñar al mundo y a África. No blanquearía su sangre negra en una avalancha de americanismo blanco, porque sabe que la sangre negra tiene un mensaje para el mundo. Simplemente desea hacer posible que un hombre sea a la vez negro y estadounidense sin ser maldecido y escupido por sus compañeros, sin que las puertas de la oportunidad se le cierren bruscamente en la cara.
W. E. B. Du Bois, Las almas del pueblo negro
Kamala Harris es la mujer de la que todo el mundo habla: algunos se refieren a ella como “la primera mujer vicepresidente”, otros precisan incluir “negra” y otros prefieren nombrar sus ascendencias íntegras utilizando el término “afroasiática”. Todas estas designaciones identitarias pueden parecer excesivas, pero no lo son, porque en la sociedad de donde proviene la carga simbólica de esta posible victoria trasciende tantas barreras mentales como techos de cristal en medio de un sistema político profundamente marcado por la ideología segregacionista de Jim Crow. En Estados Unidos como en muchas sociedades occidentales, no es fácil ser mujer una mujer negra reconocida en la esfera pública que no sea artista, modelo, actriz o incluso activista. Kamala no es nada de eso, es una política convencida de la nación de la que forma parte, una política moderada tal como afirman el filósofo y activista por los Derechos Humanos Cornel West y la filósofa, activista de derechos civiles y educadora Angela Davis.
West, en una entrevista a la CNN, dijo que la consideraba una hermana, no radical y centrista, que evitaba entrar en cuestiones referentes a las luchas serias de clase y que no siempre ha estado al lado de los trabajadores. Davis, por otro lado, ha apoyado su candidatura porque percibe la elección de Kamala como un avance en el largo camino de la lucha negra en Estados Unidos, sobre todo tras el asesinato de Breonna Taylor y el linchamiento estatal de George Floyd. El soporte de ambos tenía el objetivo de sacar a Donald Trump de la presidencia, porque había que acabar con el trumpismo por encima de todo. Los últimos meses, los movimientos sociales se han congregado y han concienciado a muchos ciudadanos norteamericanos convirtiendo así el voto negro, bajo el fulgor de Black Lives Matter, en decisivo para la victoria de Biden-Harris en su camino hacia la Casa Blanca.
Tanto West como Davis, dos de las personas más influyentes en el pensamiento radical afroamericano, con una larga trayectoria en la resistencia civil y con un profundo conocimiento de las realidades del país, apoyan a Kamala Harris señalando sus fallos, pero valorando su simbolismo en la trayectoria de la emancipación negra. En cambio, me sorprende que muchos sectores de las izquierdas europeas y de los grupos antirracistas a nivel mundial la desechen porque “es neoliberal”, “no es lo suficientemente radical”, “no es antirracista”, “no es socialista”.
Muchos opinólogos ignoran las dimensiones reales de la transformación al desechar a Kamala porque “es neoliberal” o “no es lo suficientemente radical”
Estas mismas personas llenaron sus redes de fotos de Angela Davis y Alexandria Ocasio-Cortez, porque ellas sí son dignas de la presidencia. Escuchar esta hipocresía no solo me produce confusión, sino que percibo cómo actúan las dobles o triples conciencias. Intuyo cierta torpeza a la hora de entender el momento histórico pues muchos opinólogos ignoran las dimensiones reales de la transformación y prefieren, como dice Davis, “seguir en encerrados en sus torres de marfil, debatiendo sermones en las redes sociales, sin abordar el sufrimiento cotidiano de las personas más vulnerables del capitalismo racial”.
Por otro lado, también observo que muchas feministas están celebrando que Kamala sea la primera mujer en llegar a la vicepresidencia estadounidense. Sin embargo, no son capaces de ver su color y nombrarla como negra. Este hecho reafirma su desuso de la noción de interseccionalidad y sus reservas cuando ven a mujeres “no blancas” como agentes activas y pensadoras del lugar donde habitan. Es decir, entienden el valor simbólico —presente y futuro— de Kamala Harris como mujer, pero no como mujer negra. Esta letanía feminista negacionista del feminismo situado de doble rasero implica lecturas parciales de la situación actual.
Si Kamala Harris fuera europea no tendría el apoyo ni de feministas, ni de la izquierda progresista, ni de los grupos antirracistas: en Europa no hay lugar para Harris, Davis ni Cortezes
De pronto, lo que me queda claro es que si las mujeres latinas, afrodescendientes, asiáticas… llegan al poder en un país como Estados Unidos es porque, al fin y al cabo, existen estructuras que las apoyan, y aquí en Europa no contamos con tales disposiciones. Puedo intuir que si Kamala Harris fuera europea no tendría el apoyo ni de feministas, ni de la izquierda progresista, ni de los grupos antirracistas, y mucho menos de las derechas.
Dicho de otra manera, en Europa no hay lugar para Harris, Davis ni Cortezes, y jamás accederían al poder porque resultarían demasiado incómodas para los partidos políticos. Esta doble conciencia, o doble rasero, de la moral progresista europea parece incrustada en sus propios cimientos. Son competentes para acusar a los Estados Unidos de racismo estructural, pero mantienen un silencio absoluto respecto al racismo europeo, a su larga trayectoria como esclavistas y colonos, convirtiéndose en cómplices del trato segregacionista de sus poblaciones migrantes.
Estas situaciones bochornosas no son novedosas ni se dan en un solo hemisferio. La elección de Barak Obama a la presidencia sentó varios precedentes y generó muchas posiciones incongruentes a lo largo de todo el mundo. Por ejemplo, cuando ganó sus primeras elecciones presidenciales, el escritor mozambiqueño Mia Couto publicó un texto fantástico: “¿Y si Obama fuera africano?”, en el que explicaba el entusiasmo africano por la elección del primer presidente estadounidense negro con raíces africanas directas, al mismo tiempo que veía imposible que presidiera cualquier país africano. Y decía: “Obama es un negro de Estados Unidos, pero en África es un mulato. Si Obama fuera africano, su mestizaje le iría en contra […] las élites predadoras harían campaña contra él y lo designarían como “africano no auténtico”.
La figura de Kamala Harris genera esta doble conciencia, no solo desde fuera, sino también desde la experiencia encarnada de los que tenemos su color de la piel. Por ello es difícil criticarla desde según qué lugares, porque estamos atravesadas por la doble conciencia a la que apelaba W. E. B. Du Bois, en su libro Las almas del pueblo negro. En este caso, la duplicidad proviene del conflicto interno que experimentamos los grupos asignados como subordinados o colonizados en las sociedades occidentales. Por un lado, encarnamos con nuestros cuerpos “la diferencia” y por otro pertenecemos a la sociedad que nos distingue como inferiores, produciéndose así el desafío psicológico de siempre mirarnos a través de los ojos de una sociedad blanca racista y medirnos por medio de una nación de la que formamos parte, pero que desea excluirnos.
Su figura, como la de Obama, es la de la emancipación a ojos de la mayoría de las poblaciones no blancas de Estados Unidos, pero también es de decepción, pues el sueño americano está al servicio de las estructuras de la supremacía blanca
Kamala Harris, al igual que muchas, habita esta doble conciencia. Compartir este lugar con ella me sirve para entender su poder simbólico sin esperar que todas las banderas del racismo y la dominación yankee se vengan abajo. Su figura vuelve a encarnar la idea del sueño americano, de la nación de Dios en la que todos entran “si así lo desean”. Y aunque la suya sea una historia de superación dentro de una sociedad racista, sería interesante no olvidarse que será —si les deja Donald Trump— una de las máximas representantes del Gobierno de Estados Unidos de América. Es decir, su figura, como la de Obama, es la de la emancipación, la superación y la esperanza a ojos de la mayoría de las poblaciones no blancas de Estados Unidos, pero también es de decepción, pues como Obama ya nos dejó claro, el sueño americano está al servicio de las estructuras de la supremacía blanca, de las élites políticas y económicas, y del imperialismo norteamericano.
Como dice Cornel West, su elección era importante para evitar la catástrofe, pero no el desastre. Si por fin se materializa su victoria estaremos ante el desastre, sí, pero no por ello hay que invalidar a Harris porque representa al establishment estadounidense, porque también encarna un espacio de representación vacío, profundo y oscuro, de la mujer negra y la mujer subalterna en espacios de poder. Y ahí siempre existe la esperanza de algunas transformaciones importantes. Esta doble conciencia que atraviesa su figura, la mires por donde la mires, es un paradigma de la complejidad del mundo del presente y del futuro. Y en ese porvenir confío que estos gestos supondrán transformaciones en las generaciones futuras.