Opinión
Insanity at the Summit: reciclando medidas climáticas desgastadas

Es un deber pagar por el daño infringido por nuestra conducta en los países más ricos, ya que África, para poner un ejemplo, sólo corresponde con el 2% de emisiones globales, mientras se lleva la peor parte de las consecuencias del cambio climático.
21 sep 2023 06:00

Hace dos semanas que se emitió por enésima vez un mensaje alarmante por parte del secretario general de la ONU Antonio Guterres: “El quiebre climático ha comenzado”.

Esta declaración, elaborada durante el discurso del secretario en la 43ª conferencia de la ASEAN celebrada en Indonesia, surgió en respuesta a un comunicado de prensa de la Organización Meteorológica Mundial que afirmaba que los pasados junio, julio y agosto fueron los tres meses más calurosos registrados. Los hallazgos provienen del último informe climático mensual del Servicio de Cambio Climático Copérnico (C3S), una iniciativa del Programa Copérnico de la Comisión Europea. Julio de 2023 fue el mes más caluroso registrado; agosto, el segundo mes más caluroso.

Pero las temperaturas no han sido la única muestra del deterioro del clima. Cualquier persona que viva en el hemisferio norte, o que haya vislumbrado siquiera las noticias últimamente, debe saber que hay evidencias de sobra del precipicio que se avecina.

En Canadá, incendios sin precedentes han quemado 16,5 millones de hectáreas desde junio, y aún siguen unos mil focos activos que se prevé pueden continuar quemando hasta otoño o incluso invierno. 

Resulta absurdo que, al concluir la reunión de los G20, se comprometan a una “reducción” en el uso del carbón en lugar de abandonarlo completamente

El incendio de Maui, avivado por fuertes vientos del huracán Dora, arrasaba con sus llamas a una velocidad de 1,5 kilómetros por minuto. Eso a pesar de que el huracán quedaba a cientos de kilómetros de la costa. La catástrofe acabó con la vida de 114 personas, diezmando el pueblo de Lahaina, antigua capital del reino Hawaiano, que históricamente se caracterizaba por su extensivo laberinto de canales, hasta que lo arruinaron las explotaciones azucareras del siglo XIX.

En Brasil, un ciclón en el estado de Rio Grande do Sul forzó a 6.000 personas a la evacuación, con casi 40 muertos; un evento calificado por el gobernador del estado como “absolutamente fuera de lo normal”.

En Grecia, lluvias torrenciales e inundaciones que han dejado 15 muertos y dos desaparecidos; esto casi inmediatamente después de incendios históricos en el país. 

Y la mismísima tormenta Daniel ha continuado su devastación en Libia, donde la ciudad de Derna se ha convertido en foco de una catástrofe cuyas proporciones solo se pueden describir como bíblicas. Al menos 4.000 muertos han sido confirmados, al momento de escribir estas palabras, después del estallido de dos presas. Con miles de desaparecidos, se prevé un aumento desgarrador en el número de fallecidos.

Estos son solo algunos ejemplos del sinfín de desastres, catástrofes y miserias provocadas, al menos en parte, por la crisis climática, sin mencionar las sequías, la hambruna y la pobreza estructural que agravan el sufrimiento de innumerables pueblos que son cada vez más afectados y con menos recursos para mitigar y adaptarse a las consecuencias del clima en caos. Y no cabe duda de que haya más por venir. 

Dado todo esto, son preocupantes, aunque nada impredecibles, las propuestas y resoluciones de la recién concluida Africa Climate Summit (ACS) que se celebró del 4 al 6 de septiembre en Nairobi, Kenia. Las propuestas más resonadas giraban en torno a los mercados de carbono, sistemas comerciales en los que “las empresas o las personas pueden compensar sus emisiones de gases de efecto invernadero mediante la compra de créditos de carbono de entidades que eliminan o reducen las emisiones de gases de efecto invernadero”, según los describe la PNUD.  En teoría, la compra de créditos de carbono, que a menudo se traduce en financiación para mantener bosques intactos y evitar deforestación en una área concreta, puede ser una medida positiva para combatir la crisis climática global. Pero siempre y cuando vaya acompañada por verdaderas y severas reducciones en emisiones de las empresas que los compran. No obstante, la verdad es que muchas veces eso no pasa, ya que dichos mercados son pocos regulados, lo cual significa que los créditos de compensación sirven principalmente como una suerte de “marketing verde”. Esto, además de permitir a las empresas continuar contaminando, ayuda a los consumidores a justificar pagar por productos y servicios contaminantes. En definitiva, el comercio de créditos compensatorios no es, ni puede ser, un sustituto de dejar de quemar combustibles fósiles. Punto.

Igualmente, y como afirmaban muchos de los activistas presentes en el ACS en Nairobi, destinar recursos financieros al respaldo y crecimiento de los mercados de carbono debe sustituirse por un financiamiento masivo –subvencionado por los grandes países emisores en forma de becas, y no de préstamos– para los países más afectados por el cambio climático.

En cualquier caso, es un deber pagar por el daño infringido por nuestra conducta en los países más ricos, ya que África, para poner un ejemplo, sólo corresponde con el 2% de emisiones globales, mientras se lleva la peor parte de las consecuencias del cambio climático. A la vez, sería necesario condonar la deuda externa derivada de los llamados “reajustes estructurales”, dinero que se debe en gran medida a instituciones multilaterales como el FMI y el Banco Mundial.  Así podrían mitigar y adaptarse estos países en desarrollo a la realidad climática, y acorde a sus propias necesidades y las de sus gentes.

En Libia, en Grecia, en Kenia, y en tropecientos puntos más en la Tierra, no pueden esperar a que crezcan bosques para captar en un futuro el carbono que se emite hoy

Llevan toda la razón los activistas por el clima cuando critican las propuestas ostentadas por los países ricos por ser demasiado poco, demasiado tarde. La gente vulnerable en Libia, en Grecia, en Kenia, y en tropecientos puntos más en la Tierra, no pueden esperar a que crezcan bosques para captar en un futuro el carbono que se emite hoy. No pueden esperar a una disminución en la quema de combustibles fósiles para que las grandes empresas petroleras disfruten de las últimas gotas de beneficios ensangrentados.

Dado eso, resulta absurdo que hace unos días, al concluir la reunión de los G20, estos países poderosos siguen comprometiéndose a una “reducción” en el uso del carbón en lugar de abandonarlo completamente. Lo que está claro es que, si queremos mantener el aumento de la temperatura global en menos de 2ºC, todas las reservas de petróleo que se hallan bajo tierra deben permanecer allí. Esa es una de las únicas propuestas admisibles; veremos si aparece como sugerencia seria en las próximas reuniones internacionales, como por ejemplo la cumbre Ambición Climática 2023 de la ONU en Nueva York, o el siguiente COP28 en los EAU. Podemos esperar poco, a menos que lo exijamos todo.

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