We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
La famosa y manida frase de Marx, aquella donde crítica la visión de la historia de Hegel afirmando que esta siempre ocurre primero como tragedia y después como comedia, ha saltado por los aires con las últimas noticias de la izquierda española. La hipótesis populista que originó la teoría posmarxista, una carrera a contrarreloj para, a través de los medios de masas, asaltar el cielo, ergo el Estado, está sumida desde hace meses –años– en un bucle de autosabotaje. No podía ser de otro modo: al rechazar el primer Podemos la condición de posibilidad primera de la contrahegemonía, la organización, esa que es férrea, está arraigada sobre la militancia, y sostenida sobre los movimientos sociales, solo queda hacerse trampas institucionales al solitario hasta el aburrimiento: autoparodiarse. Este posmarxismo, llevado a la práctica, es el colmo del marxismo.
Ante la falta de una estrategia dinámica, que se actualice permanentemente en función de las condiciones de posibilidad, ante la ausencia de un metabolismo social y cultural, uno puede pasar de la noche a la mañana de pactar el Ejecutivo más progresista de la historia con el PSOE a salirse de la coalición que cogobierna con este partido para irse al grupo mixto en búsqueda de mayor exposición pública; de abrazar a los medios, por considerarlos estúpidos útiles a tu servicio, a crear un programa donde criticarlos; de tener cierta integridad, ética, o siquiera disciplina de partido, a saltársela para priorizar una nueva marca electoral y, con suerte, cuatro años más de sueldo. En menos de una década, la izquierda ha convertido su autorreferencialidad en paroxismo, a quienes eran mejores amigos en archienemigos; o peor, ha reducido un espacio político de impugnación al régimen en una serie televisiva que empieza con una buena temporada, pero que se va degradando y que acaba cuando el patrón, digamos Netflix, se cansa y la cancela. Esta es la batalla, eminentemente discursiva, sin horizonte revolucionario, que nos queda tras la mayor crisis de régimen de la historia tardía de este país.
La izquierda, más allá del PSOE, solo entiende de guerra de posiciones en platós. Atrapada en sí misma, carece de medios e ideas para desafiar la hegemonía ideológica de la socialdemocracia
Engels, convertido en el general de Marx, dedicaba largas horas a estudiar teorías militares, esperando a que llegara el momento de aplicarlas. La izquierda, más allá del PSOE, solo entiende de guerra de posiciones en platós. Atrapada en sí misma, carece de medios e ideas para desafiar la hegemonía ideológica de la socialdemocracia, ya no digamos su postura sobre cómo navegar la situación de recesión técnica que atraviesa Europa, y que llegará a España de formas aún difíciles de predecir, pero, sin duda, tendrá consecuencias económicas que ninguno de los ministros ahora nombrados podrá afrontar de manera soberana, no digamos garantizando los derechos de las mayorías. Nadia Calviño, lejos de ser derrotada, ha salido del gobierno por la puerta grande para irse al Banco Europeo de Inversiones (BEI), desde donde podrá apretar más duro que en el Consejo de Ministros para que los próximos años traigan recortes.
Tampoco es sencillo saber cómo reaccionará la torpe derecha madrileña, o si la delegación gallega en el Congreso de los Diputados tendrá algo que decir. Si descalabrará Galicia por el auge de la renovada izquierda nacionalista, o si la catalana se consolidará como alternativa a los herederos de Pujol, o si a la vasca, la abertzale, le darán los números. Solo sabemos que en todos esos territorios, donde se disputa nada menos que el nuevo sentido del Estado, la izquierda estatal ha renunciado a la lucha. Se han acuchillado a sí mismos para colgarle al otro un sambenito, el cartel de “Se busca por haber roto la izquierda”, tratando de resignificar así una década de autodestrucción controlada desde Atresmedia y Prisa. El reciente cruce de declaraciones en las teles y radios de Barcelona fue el culmen de semejante obscenidad.
Con esos mimbres llegamos a final de año. Un partido que no es partido, ni movimiento, sino una formación institucional, tecnócrata, vertical, sin vínculos con la luchas sociales, que ha reciclado a los activos más tóxicos de este ciclo, y del anterior, para venderlos como nuevos hombres de Estado; y otro partido, que tampoco es una organización, sino una familia desconfiada y traumatizada tras la noche de los cuchillos largos, fraguada en Telegram con la operación ‘Jaque Pastor’, que durante el divorcio se ha quedado con los viejos trastos, inservibles pero fieles. De nuevo, el día de la marmota, ¿quién tiene la culpa del fracaso?
Lo cierto es que todos. Cada uno de los que apostaron, y siguen haciéndolo, por correr sin atarse los cordones, ya sea en Vistalegre V, Magariños 2.0, o en la V Internacional madrileña. Han tenido unos cuantos años para aprender la lección y reconocer sus errores, tratar de enmendarlos, reformular la hipótesis, la estrategia y la táctica, de pedir perdón y mirar al cuerpo social, recuperar a quienes se han ido, a los buenos, y a los que nunca han entrado, los jóvenes, que son aún mejores. Nada de ello ha ocurrido. En su lugar, la máquina de guerra electoral se ha convertido en una escopeta de feria que solo dispara fuego amigo.
Los viejos nuevos políticos estarán ahí hasta que las condiciones económicas hagan insostenibles posiciones progresistas y toque retirarse, o bien pasarse dignamente al PSOE, o quizá asumir indignamente sus políticas
Pasarán mil cosas en los próximos meses. Decenas de polémicas en redes, cientos de fotos en actividades institucionales. Se escucharán horas de argumentario político de ambos lados en radios y teles. Decenas de páginas de periódicos abrirán con declaraciones sobre la guerra interna. Al final de ese camino difícilmente habrá una mejor posición política e institucional de la que existe ahora, solo tierra quemada. Se han perdido escaños en casi todas las comunidades, ciudades e incluso a nivel estatal. La izquierda no tiene efectivos para resistir a la ofensiva reaccionaria. No cabe duda: los viejos nuevos políticos estarán ahí hasta que las condiciones económicas hagan insostenibles posiciones progresistas y toque retirarse, o bien pasarse dignamente al PSOE, o quizá asumir indignamente sus políticas.
No nos engañemos, el establishment conoce esta debilidad estratégica. Por eso, mientras la ciudadanía sigue entendiéndose desde la izquierda como audiencia, una masa pasiva que consume memes y titulares, los empresarios, duplicando su propaganda, han aprovechado para seguir con su agenda, cada vez menos preocupados por la esfera política, aquella que un día pareció decirle al capital nacional que ya no era determinante.
El primer Podemos cometió el error de ignorar la organización, el último Sumar sigue el mismo camino. Y no porque quiera, sino porque no le queda otra. Ausencia de militantes, enclaustramiento en los medios y el Estado, organizaciones volátiles y jerárquicas que impiden la disensión. La propia configuración de la izquierda, su software político, nació allá por 2014 con una maldición posmarxista: toda la fuerza y la creatividad social se culmina como vendetta, en una estocada del uno contra el otro. Desde luego, cualquier guionista categorizaría sin miramientos esta inercia como un drama cómico. La política radical no era convertir el proyecto de emancipación en una revolución pasiva.
Este gobierno tiene muchas tareas pendientes, y librará, algunas seguro que con éxito, batallas estratégicas contra el PSOE (culturales, sociales, políticas, e incluso económicas), pero siempre le faltará lo único que puede garantizar su sostenibilidad a largo plazo: una base social, militante, que sostenga la lucha y ensanche las posibilidades desde abajo. De lo contrario, las decisiones desde arriba seguirán reproduciendo los mismos circuitos de capital cultural que, ciertamente, tienen poco que aportar al nuevo ciclo, aún en sus inicios. El riesgo es que la potencia social, popular, se convierta en silencio. Entonces, nadie estará a salvo. Ni siquiera ellos.
Opinión
PROGRESO El momento Walter Benjamin de la política española
Relacionadas
Opinión
Tratados UE-Mercosur, el acuerdo que acabará con el modelo de agricultura europeo
Opinión
Opinión Ante la bancarrota política de la izquierda
Opinión
Dana La solución no vendrá del populismo, sino de la intervención popular en los asuntos públicos
Neurona archivada definitivamente, cada día mas claro a quien votar. Sumar no suma y ha restado.....sin más.
No solo eso, sino que el descontento de la más tierna juventud, criada a los pechos del porno y el meme insultante, parece estar siendo mejor captado por el neofranquismo.
El misterio es en qué quedó aquella pelea por cambiar el sistema electoral que tan dañino es para la izquierda estatal y para la representación de la mayoría social.
Perfectamente descrito por tu parte.
A mí, además, me ha parecido el artículo, superficial, tendencioso y penoso.
Sin compartir el pesimismo social hace un análisis muy certero de la situación de Sumar y de Podemos