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El 16 de abril de 2004, mes y medio después de unas elecciones que fueron totalmente diferentes y, sin embargo, ligeramente parecidas a las que acaban de ocurrir; después de una victoria del PSOE empujada por el miedo y la vergüenza ante lo que podríamos seguir viviendo, más que por la esperanza ante lo que podríamos llegar a vivir, nos juntamos ante el Congreso de los Diputados. Era el día de la investidura de José Luis Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno. Nosotras, como siempre medio acogotadas por un despliegue policial que nos cercaba en la plaza de enfrente del Congreso, nos desgañitábamos diciendo: “¡Zapatero, las tropas lo primero!”
Pedíamos un gesto, no más. Un gesto justo y necesario, pero un gesto. Que no acabaría con la guerra en Iraq ni dejaría de comprar petróleo con sangre, pero que desharía la alianza que había firmado Aznar en las Azores y afirmaría en cambio la postura mayoritaria expresada en las urnas y, sobre todo, en las calles. El 18 de abril, dos días después, Zapatero anunció la salida de las tropas, ante el previsible escándalo mediático y político, acusaciones de irresponsabilidad, de precipitación, de venderse al buenismo, al islam… En fin, de todo lo que nos podamos imaginar. El 21 de mayo se completaba la retirada.
Ahora asistimos, una vez más, al espectáculo de la política institucional regateando, presumiendo, banalizando lo que hemos conseguido, recordándonos por qué nos cuesta tanto votarles
No traigo hoy esta historia para reivindicar la potencia de nuestra acción ni tampoco, líbrenme las diosas, para poner otro grano de arena en la canonización de Zapatero. De hecho, mi hipótesis, entonces y ahora, es que el Gobierno habría retirado las tropas sin necesidad de recordárselo y que lo habría hecho con la misma celeridad aunque no le hubiéramos dado la lata con ello, a pesar de todas las voces expertas en geopolítica que se lo reprochaban. Llamadme frívola, pero siempre creí (y la fecha del 21 de mayo me lo confirmaba) que la retirada exprés fue el regalo de boda del gobierno (o de Zapatero) a Felipe y Letizia, que se casaban a todo trapo por las calles de Madrid el 22 de mayo.
Pienso mucho estos días en aquel gesto. No en el de retirar las tropas, sino en nuestro gesto, en aquella concentración delante del Congreso, en la necesidad de estar de alguna manera presentes en el momento de la investidura recordándoles, sí, pero sobre todo recordándonos, lo que habíamos hecho un mes antes. Nosotras, las de entonces, aún somos las mismas. Somos las que votamos con miedo y sin esperanza, buscando como mucho el alivio. Las que pedimos el voto sabiendo demasiado bien para quién lo pedimos. Las que atravesamos una maraña de sentimientos contradictorios que no sabemos muy bien cómo resolver, con dolor, vergüenza y rabia. Lo hemos hecho, una vez más. Hemos detenido el peligro apuntalando la inseguridad, hemos parado el odio sabiendo que, en cierto modo, consolidábamos la indiferencia. Y ahora asistimos, una vez más, al espectáculo de la política institucional regateando, presumiendo, banalizando lo que hemos conseguido, recordándonos por qué nos cuesta tanto votarles.
Escucho voces amigas que, con toda la razón del mundo, reprochan a las fuerzas políticas de izquierda que no hayan reconocido la contribución de las personas migrantes a una victoria que nada les asegura. Escucho también, con cierto pavor, los “agradecimientos” oficiales al feminismo y a las disidencias sexuales, con unas palabras que me suenan más a un hasta aquí hemos llegado que a cualquier promesa de futuro. Y me digo que todo eso es parte de esa resaca agridulce que experimentamos y que tenemos que resolver de alguna manera. Resolverla entre nosotras, en el espacio que reconocemos como nuestro.
Aquel gesto delante del Congreso sirvió para eso, para reconocernos, para recordarnos nuestras prioridades, para marcar la continuidad de las luchas. Sueño estos días con repetirlo. Sueño que nos juntamos todas y todes, con nuestras banderas rojas, negras, moradas, marrones, multicolores, con nuestra diversidad cómplice y nuestras esperanzas comunes y exigimos a gritos un gesto que es la prolongación de una lucha de muchas colectivas y personas: la tramitación y aprobación inmediata de la ILP para la regularización extraordinaria de las personas migrantes en el Reino de España. Verano y todo, nos queda casi un mes para prepararlo. Y la mayor dificultad debería ser cómo demonios se rima “Sánchez” con “¡Regularización ya!”.
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Aquí unas cuantas rimas para recitar y cantar el futuro que queremos:
-Sanchismo contra el racismo.
-Socialismo contra el racismo.
-Socialista y obrero: Regularización lo primero.
-Sánchez, España es más grande.
-Regularización ya para una democracia de verdad.