Opinión
La distancia macabra entre la realidad y las palabras

A Netanyahu y Trump la altanería de las fuerzas y los poderes que acumulan les llevó a anunciar descaradamente sus respectivos planes, promocionando sus apetitos sobre Gaza.
Desplazamientos en Ciudad de Gaza.
Captura de Al Jazeera del 17 de septiembre de 2025 con una caravana en la costa de Gaza tras la entrada del ejército terrestre israelí en Ciudad de Gaza.
1 oct 2025 06:00

El mismo día de la jugada de Donald Trump, la destrucción sobre Gaza no se detuvo. Nos encontramos ante una iniciativa que no le ha gustado nada a Netanyahu y que no cumpliría como la ha firmado aunque Hamás la aceptara sin renegociación, como ha exigido Trump. Para el Gobierno sionista el plan no es aceptable, es decir, excluyendo la fuerza coercitiva de la posible presión de las potencias occidentales unidas a los aliados islámicos en la región y que, junto a la Casa Blanca, conformarían la fuerza militar multinacional que sustituiría al Ejército israelí en la Franja, según los 20 puntos de Washington, y constituirían también el gobierno de transición tecnócrata y lucrativa de Gaza, ya perdida para los palestinos, Israel no cumplirá lo que este lunes 29 de septiembre ha dicho respaldar. Palabra dada por Netanyahu con la que se ha asegurado el apoyo total de EEUU para “hacer lo que tengas que hacer”, es decir, hacer lo que quería, quiere y dijo el viernes pasado que iba a hacer, pero solo en caso de que Hamas rechace una propuesta de la que ningún palestino ha participado. Imperial business style

Durante este recién terminado septiembre, la ofensiva terrestre de arrasamiento y ocupación de la ciudad de Gaza continuó —como el asedio a toda la Franja— con el despliegue y avance de la Operación israelí Gedeón II que, como sabemos, comenzó el pasado martes 16 y está aniquilando, sin interrupción, la capital del torturado territorio palestino frente al mar. Aniquilación continua a lo largo de cada uno de los días de las dos últimas semanas del mes de septiembre de 2025, después de dejar atrás los 80 años transcurridos desde el final de la Segunda Gran Guerra. 

Según dijo Trump, Starmer tiene un Londres “devastado” por las hordas migratorias, financiadas por las misma organización internacional del multilateralismo: “lo he visto”

Así, mientras los planes sionistas proseguían su desarrollo sangriento con la perpetración de la siguiente fase militar, la evidencia genocida era nombrada en un informe oficial de Naciones Unidas: el realizado por la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre el Territorio Palestino Ocupado. Dicha investigación constataba que las vidas palestinas arrancadas y sepultadas bajo la destrucción de estos 23 meses actualizan, realista y macabramente, el nivel de exterminio que se ha llevado a cabo durante los dos años de ejecución constante. 

Las estimaciones lógicas de diferentes investigadores, ya señaladas a lo largo del último año, han sido expuestas en el documento, publicado el pasado lunes día 15. Y fueron concretadas en las palabras de la relatora, Francesca Albanese, al presentar los resultados del trabajo: pasamos de la evidencia de los cerca de 68.000 muertos registrados —con casi cien muertos más por día la segunda mitad de septiembre—, al cálculo veraz de 680.000 personas palestinas asesinadas desde octubre de 2023. 

Cuando afirmamos que es un cálculo veraz quedamos en oposición a la negación, con el calificativo de “invención”, que han divulgado los titulares de medios de derecha ultraliberales (algunos de los referentes que marcan la línea de la mutación que los espectros derechista y neoliberal están experimentando, aceleradamente, en nuestro presente). 

Hablamos de periódicos y publicaciones cuyos redactores, acerca de los sufrimientos de genocidios, recientes o añejos, no saben —ni quiere saber— un ápice; están aquí para otra cosa aunque representen y encarnen, una vez más, un papel conocido y constante en cada exterminio y represión sistemática perpetrada, sea como medios de comunicación de ámbito nacional o en las disputas de sentido desplegadas en los planos internacionales. Una diferencia, la del ámbito nacional o internacionalizado, que se da en función de la localización, visibilidad, impacto, centralidad o subalternidad coyuntural que tenga la eliminación en masa de población, por ser ejecutada en uno, u otro, momento y lugar de la historia, así como por el poder de los victimarios para controlar la circulación de hechos e imágenes del crimen de lesa humanidad, junto a su capacidad de incidir en la construcción y moldeamiento de los diferentes imaginarios sociales imperantes en el momento del exterminio. 

Pese a las diferencias, el hecho es que los posicionamientos y tácticas de negación se repiten a lo largo de la historia, reiterando el servicio del mismo papel funcional de dichos medios en beneficio de los perpetradores: nada nuevo bajo el macabro sol, todos los genocidios y las represiones masivas, incluso las minoritarias, han implicado —y hecho sufrir— un nivel u otro de negación, ocultación, silenciamiento, propaganda y demonización del colectivo víctima de la eliminación sistemática. 

Por tanto, nosotras hablamos de veracidad porque —conociendo algo de sistemas de eliminación de personas y habiendo aprendido a controlar la información del funcionamiento de los intereses del mundo sin perder los ejes atinados de sospecha e investigación al haber integrado su complejidad— sabemos que el informe de la Comisión de la ONU (al que acompañó un segundo informe el martes 23 de septiembre) está basado, primero, en la destrucción reportada, no sin dificultades y limitaciones informativas que siempre forman parte de la estrategia exterminadora; así como en la densidad de población previa, las tácticas implementadas para la limpieza étnica y la cantidad ingente de desaparecidos en medio del colapso y la hecatombe provocada sobre la sociedad gazatí. 

Una población encerrada desde hace décadas en el que era el mayor campo de concentración a cielo abierto. Un gran campo de concentración que se ha convertido, ante nuestros ojos, en el campo de exterminio del pueblo gazatí. Así las cosas, cualquier otra argumentación, como decía un representante chino a un militar israelí el lunes 22 de septiembre, ya nadie, o casi nadie, se la cree: “ya nadie les cree, excepto algunos pocos israelíes”.

Eso es la Franja de Gaza hoy, un territorio que ha terminado siendo convertido en un campo de exterminio para su ocupación y conquista, tras la voluntad y perpetración continuada de la eliminación de sus pobladores y la posterior expulsión de los que sean sobrevivientes de este genocidio. La segunda gran Nakba del pueblo palestino, ocurridas ambas tras el control británico de Palestina, la II Guerra Mundial y la planificación sionista de la constitución de Israel. 

Una población encerrada en el que era el mayor campo de concentración a cielo abierto que se ha convertido, ante nuestros ojos, en el campo de exterminio del pueblo gazatí

Pues bien, a lo largo de las dos pasadas semanas fuimos testigos de declaraciones oficiales de reconocimientos al Estado palestino en el marco de la 80º Asamblea General de Naciones Unidas, es decir, a partir del mundo constituido tras la segunda contienda mundial hace ocho décadas. Fue con los representantes palestinos de la Autoridad Nacional —en crisis de representatividad interna desde la muerte de Arafat, 20 años atrás— fuera de Nueva York; mientras Netanyahu comparecía, en la sala casi vacía de la Asamblea, un escandaloso viernes 26 de septiembre en el que la voz del genocida sionista se oyó con altavoces en la Franja. 

Hemos sido público, por tanto, de declaraciones históricas si pensamos en Reino Unido reconociendo oficialmente el Estado palestino: no debemos olvidar la responsabilidad y el papel que tuvo Gran Bretaña en Palestina como potencia colonizadora previa. Fuimos, así, testigos de declaraciones: fue el domingo 21 cuando el Primer Ministro laborista lo afirmaba en una comparecencia. Lo hacía, eso sí, tras haber mostrado realeza y riqueza, en cenas y recepciones de anfitrión, que continuaron sellando, una vez más, la sintonía anglosajona con los Estados Unidos, hoy, del Ejecutivo de Donald de Trump. 

Semanas ajetreadas de un Keir Starmer que, sin embargo y por lo visto, según dijo Donald el martes 23 en el atril de la Asamblea General de Naciones Unidas, tiene un Londres “devastado” por las hordas migratorias. Una migración financiada —prosiguió el heredero inmobiliario, líder del supremacismo MAGA—- por la organización internacional clave del multilateralismo —la ONU— que, según el imaginario ultra del capo auto-mesianizado, es responsable de la amenaza de una invasión para un cambio civilizatorio. 

Es decir, las Naciones Unidas y el entramado de organizaciones internacionales son culpables, como les dijo Milei en sus días de gloria, al ser incitadoras de una invasión que las haría responsables del ‘gran reemplazo’ —no lo denominó así Trump, él optó por la palabra “devastación”, mientras describía con altivez y ligereza, como emite sus chapas, la amenaza que sienten los fundamentalistas conservadores ante la multiculturalidad—. Pero, por si había dudas sobre su recurso al miedo racista y su voluntad de blanquitud supremacista, usó la socorrida criminalización y demonización apelando a la marea de “migrantes criminales”. “Lo he visto”, afirmó el esperpéntico multimillonario refiriéndose a la ciudad del Támesis, antes de insistir de nuevo en que “todos dicen” que merece el premio nobel de la paz por solucionar siete guerras con siete tratos en siete meses —delirio táctico ‘non stop’—.

Pero, volviendo al reconocimiento del Estado palestino por parte del gobierno británico, más allá de cómo vio el actual Tío Tom a Londres por fuera de las cenas reales, después de la comparecencia del Primer Ministro laborista se unieron, el mismo domingo 21, Australia, Canadá y Portugal, sumando un total de 157 países miembros de la ONU, de 193, que afirman reconocer oficialmente a Palestina como, podríamos decir, Estado ‘fantasma’. Y es que, como sabemos, sus territorios ocupados continúan —pese a las declaraciones de ilegalidad del organismo internacional durante casi 8 décadas— siendo colonizados intensiva y extensivamente, década tras década hasta hoy mismo. Llueve sobre mojado, con sangre y violación de derechos, para la llamada solución de los dos Estados.

Una apuesta en la que despuntó Macron el miércoles 24 de septiembre, en su intervención discursiva en la Asamblea, cuando tomó la palabra tras el discurso de Zelensky. El presidente francés discurría que “el tiempo de la paz ha llegado” cuando patrocinó junto a Arabia Saudita la conferencia para ‘la solución pacífica de la cuestión palestina y la implementación de la solución de dos Estados’, co-presidiéndola con los saudíes para la conformidad de dicha resolución (79.81), aprobada en diciembre de 2024. Lo hacía, el presidente francés, a una semana de las movilizaciones masivas contra el nuevo ajuste aprobado por su Ejecutivo. Un momento crítico en el cual, la República francesa, el país con más población de cultura judía y musulmana de Europa, está marcada por  una nueva crisis de gobierno. Esta vez con Le Pen inhabilitada pero con la extrema derecha siempre fuerte, disputando para ser primera fuerza partidaria, y con un nuevo despunte de la oposición popular, articulada en la movilización masiva en la calle y la gran huelga general del  jueves 18 de septiembre. Protestas contra nuevos recortes sobre lo público, en oposición a ajustes implementados contra el sistema de redistribuidor parcial de la riqueza que, desde el giro neoliberal a partir de los 70s, molesta tanto a las elites. 

Ajustes contra lo público que se producen mientras Trump continúa con sus referencias explícitas contra los sistemas de protección de corte socialdemócrata de la vieja Europa: el último apunte del neoliberal de clase fue al calor de los impuestos a megacorporaciones tecnológicas como Google. El presidente de Estados Unidos no se contenta con la subida del porcentaje en defensa y cautivar el mercado del gas y el petróleo frente a las compras a Rusia, que también señaló como vergonzosas para la UE en su discurso, después de la cumbre que le preparó a Putin en Alaska, sin éxito en dar por finalizada la guerra de Ucrania. Porque él va por todo, como ‘emperador’ que debe disciplinar a las colonias con demasiadas ínfulas: un sistema social encarnado en unos derechos que son negados, y a la vez niegan, la enaltecida “american way of life”. En perspectiva estadounidense, nuevos chivos expiatorios, señalados como culpables de la crisis estructural de la potencia norteamericana, para los vanidosos, frustrados y con agravios comparativos, o avaros acumuladores —reaccionarios todos— de su bloque republicano.

Un bloque que en su irradiación internacional cuenta como mayor referente de Estado-étnico con el Israel genocida, hoy en modo “Esparta” según palabras del acusado por la Corte Penal Internacional para juicio por crímenes de lesa humanidad.

De hecho, así lo volvieron a expresar tanto Netanyahu como Trump antes de la reunión de este lunes 29 de septiembre. El primer ministro sionista lo hacía con la presunta seguridad de tener el veto del presidente estadounidense asegurado, como mandatario de uno de los países con ese privilegio, lo que evitaría el reconocimiento internacional de una estructura y un territorio respetados y con organicidad para el pueblo palestino. Trump parecía haberlo dejado nítido tres días antes, cuando en su discurso sentenció que el reconocimiento mayoritario que ha tenido un hipotético Estado palestino era un premio para Hamas, antes de añadir: “hay que acabar con la guerra”. Lo que Netanyahu interpretó como afirmación de su método de ponerle fin: eliminando a uno de los sujetos del conflicto histórico mediante un exterminio y expulsión masiva. El subtexto parecía claro después de proclamar los planes a bombo y platillo con inspiración de “la riviera Maya para Gaza” y vídeo de lujos, a lo Emiratos Árabes style pero con businessman de tez blanca, a cargo de la IA. Una nueva banalidad del mal estética que publicitó la legitimidad de la barbarie por el negocio: la fluidez, acumulación y consumo del “money”. Veremos si la jugada es una coartada de larga, media o corta duración. 

Trump describió la amenaza que sienten los fundamentalistas conservadores ante la multiculturalidad, usó su recurso al miedo racista y su voluntad de blanquitud supremacista

El caso es que el medio de dicha banalidad del mal propagandística fue la IA. Una Inteligencia Artificial con la que también —aclaró il capo del bloque occidental con la misma chulería que en el despacho Oval— Europa debe colaborar como subalterna a los intereses estadounidenses. Y es que, refería el narciso ultraderechista, no hay que darle ni agua a los causantes de armas biológicas como el Covid19. Así se refirió a China. Resumiendo: para lo imbecil que es no se dejó nada “el agente naranja”. En su discurso pro-israelí sin fisuras, como ya esperábamos, no dejó de mencionar obsesivamente a los veinte rehenes que quedan secuestrados vivos porque él, que sabe de mártires por el funeral fundamentalista-mesiánico al ultra Charlie Kirk, no se molestó en hacer mención alguna de los cientos de miles de palestinos asesinados y los dos millones de torturados a gran escala.

Con todo, lo cierto es que ver los cantos de sirenas oficiales mientras la realidad material de la fuerza armada y el exterminio sobre la población de Gaza se despliega —alejando el debido pago de la deuda histórica que la comunidad internacional tiene con el pueblo palestino, entregado a su suerte a Israel en la materialidad del funcionamiento mundial— nos estremece. Abruma por su alteridad entre el dicho y el hecho, y lo hace como siempre, y como nunca, hasta nueva orden. Porque lejos de tomar medidas reales de presión para frenar la fuerza genocida israelí, nos encontramos ante la macabra realidad de que la línea que sí unía las palabras con los hechos perpetrados, las de Netanayahu, se reafirmaban: “un Estado palestino no va a ocurrir”. 

Las declaraciones institucionales sin apenas acciones se sucedieron hasta que más del 80% de los países que conforman Naciones Unidas apoyaron la creación de un Estado palestino, en la enésima declaración de la institución que no tiene efectos reales sobre la tierra palestina. Los hechos, por tanto, son que diplomáticamente se actúa tarde y, además, continúan las relaciones comerciales de toda índole con Israel. Con excepciones recientes donde las relaciones de fuerza, por la organización civil y lo que queda de opinión pública —que finalmente ha puesto el foco político-social en la matanza sistémica—, traen al recuerdo que en la traducción electoral estos hechos tienen un impacto que va más allá de la indignación privada y las palabras. Es el caso de estos pagos, donde el gobierno de coalición, el martes 23, finalmente decretaba el embargo de armas anunciado por Sánchez el día 9, junto a otras 8 medidas. 

Y es que los reconocimientos formales han llegado cuando las masacres diarias acumuladas se hacen insoportables, pero lo que se necesita urgentemente es efectividad real: que toquen los intereses del país ejecutor para obligarlo a frenar sus planes. Un Estado ejecutor que hasta ahora estaba complacido, sin disrupciones de magnate, bajo el ala estadounidense —la potencia que después de usar la bomba atómica, y teniendo la sede de Naciones Unidas en su ciudad referencial, nunca firmó el tratado de Roma—. Y en este presente, con Netanyahu y Trump en sus respectivos gobiernos, la altanería de las fuerzas y los poderes que acumulan los llevó a anunciar descaradamente sus respectivos planes, promocionando sus apetitos sobre Gaza a pesar de la orden de arresto internacional por crímenes contra la humanidad que está vigente para juzgar al primer ministro israelí. Un genocida que dijo nítido, y sacando pecho junto a su gobierno, su objetivo en la Asamblea de Naciones Unidas: “no hemos terminado”, aseverando con total impunidad: “vamos a terminar”. 

Veremos en los próximos días qué ocurre, también con los ataques israelíes a la Flotilla internacional que pretende abrir un corredor humanitario para la Franja tras dos años de ofensiva exterminadora en los que ni el ataque a hospitales, escuelas, la UNRWA y la prensa han hecho reaccionar a ningún Estado para presionar contra la tortura y eliminación masiva de palestinos. 

24 meses después, los pasos que hubieran podido frenar los planes de ocupación y exterminio del sionismo entonces, comenzaron y lo hicieron cuando la realidad nos muestra de nuevo y más que nunca —con Netanyahu y Trump a la cabeza— que la fuerza de la acción militar aniquiladora y la potencia económica de los países son lo que rigen, sin contrapesos materiales, las relaciones de poder sistémicas e internacionales. De este modo, el derecho internacional y la fuerza del Estado se encuentran ante el famoso concepto anglosajón que lo resume todo: “in force the law”. Cuatro palabras que traducen al castellano como ‘ley en vigor’ pero que hacen referencia, literalmente, a la fuerza para hacer cumplir, para imponer una ley —una decisión ‘soberana’— en un lugar y momento concreto, para lo que la hegemonía simbólica es una de las patas de todo un despliegue de dispositivos y medios de aplicación, materiales e ideológicos, de esa potencia. 

Las palabras, con fuerza simbólica, que intentan lavar la complicidad del silencio y colaboración material durante dos años llegan cuando el panorama mundial ya se ha desnudado del todo, con el líder ultraderechista estadounidense de referente, junto a otros mandamases conservadores en el resto de las principales potencias del sistema-mundo. Es decir, cuando los mundos perfilados tras el final de la II Guerra Mundial y en la post-Guerra Fría parecen terminar de morir. Este desdibujarse, aún más de lo normal, es propio de este momento posfascista; y profundiza la distancia existente entre la brutal realidad y la leve incidencia sobre el poder y funcionamiento real que tuvieron los discursos que promocionaron la formalidad de esos órdenes mundiales, articulados en un mundo siempre cruento. Que se lo digan a América Latina el siglo pasado y a todo Oriente Próximo en el nuevo, que se lo digan a los palestinos desde el 48, que se lo recuerden al pueblo japonés justo antes de MacCarthur y al ‘enemigo interno subversivo’ en  los tiempos de McCarthy y los de Kissinger. Veremos mientras nos manifestamos contra la barbarie.

Los artículos de opinión no reflejan necesariamente la visión del medio.

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