Opinión
Discursos contra el capitalismo caníbal

El pensamiento ecofeminista viene formulando aproximaciones innovadoras y radicales sobre el papel que nos toca: ni es cierto que el planeta esté al servicio del hombre, ni que la racionalidad nos otorgue el privilegio de asolar todo a nuestro paso.
Altri Nunca Mais - 12
Brais Lorenzo Rio Ulla, principal damnificado, a su paso por la fábrica de la maderera Finsa en Pontecesures.
7 sep 2025 05:30

Altri bien podría ser el acrónimo de Alternativas para el Lenguaje sobre la Tierra Revolucionarias e Insurgentes. Al reapropiarnos del nombre de la empresa, abrimos una línea de combate. Igualmente, la palabra ecocidio resume los datos sobre la contaminación del Ulla y de la ría de Arousa de manera feroz. Las prácticas del greenspeak desestabilizan. Rompen el falso debate entre un ecologismo romántico y una posición más realista, orientada a las cosas del comer, denunciando que esta última es falaz y deja a Galicia sin futuro.

Sin embargo, analizar los discursos de resistencia contra Altri demuestra cómo el capitalismo se infiltra por todas las grietas; también en los movimientos contrapoder. Las organizaciones ambientalistas advierten del aumento de patologías a causa de la contaminación, de los riesgos del monocultivo de eucalipto o de la ruina de los bancos marisqueros. A pesar de sus buenas intenciones, enfocan el problema en términos exclusivamente humanos, olvidando que ninguna masa crítica va a surgir del desarrollo sostenible al que apelan. No han debido de leerse la web de la empresa, que usa ese y otros conceptos vagamente verdes, como compromiso, comunidades locales o economía circular. Las plataformas de afectadas llegan a denunciar el ataque contra un supuesto modo de vida gallego, aunque incendios, eólicos, minas y mareas negras demuestren que lo más tradicional en este país es devastar enclaves irrecuperables.

Tras el hundimiento del Prestige, mientras los medios de comunicación lavaban la cara a las administraciones, el Nunca Máis alertaba del desastre económico para la pesca y el turismo. Siempre nos duelen las pérdidas materiales. Se echaba en falta una óptica ecocentrada hasta el punto de que las fuerzas políticas transformadoras insistían en la defensa de nuestros sectores productivos, como si el territorio fuese un mero recurso a nuestra disposición –por no hablar de ese cuestionable posesivo.

La humildad implícita en la perspectiva ecológica nos convoca a preservar el entorno en su difícil equilibrio. No todo es economía. Si corremos a la playa o al monte para el ocio es porque disfrutamos de la naturaleza. Todavía más: nuestros cuerpos están hechos de la misma materia que el paisaje y somos fauna. Con esta mirada, la liberación nacional invocada por la izquierda soberanista no concierne solo a los seres humanos. Habría que conceder ese estatus de autodeterminado y libre del diente del capital también al territorio, a las criaturas no humanas, a mares, ríos y montañas: a la biosfera entera. Porque la política no se hace con emociones vinculadas a lo nuestro, sino con análisis profundos, que exigen revisar la historia y las prioridades.

Después del Prestige, la organización ecologista Adega se escindió: parte de ella consideraba que se actuaba de forma demasiado benévola cuando el poder era amigo. Tal insatisfacción solidificó en el movimiento Galicia no se vende, que primaba la conciencia ecológica sobre las lealtades políticas habituales. Su crítica encontró a las organizaciones desprevenidas, como si se tratase de la versión gallega (y precedente) del 15M, aunque no hemos conseguido rentabilizar aquella intensidad.

El discurso marxista clásico podía insinuar que, si, para que las clases trabajadoras vivan mejor, es necesario contaminar, ya se buscarán soluciones tecnológicas. Como hoy no tenemos ese tiempo, no existen discursos transformadores sin ecología. Y este país, eminentemente rural, podía haber generado una alternativa al extractivismo y convertirse en vanguardia ecológica. Pero la tendencia fue llamar al Prestige catástrofe –como si un hilo de desgracias se orquestase por su cuenta– para pelear por ayudas para zona catastrófica. En el caso de Altri ni siquiera podemos jugar a la semiótica: el proyecto está impregnado de ese canibalismo que Nancy Fraser advierte en la infinita sed por acumular capital desvalorizando la vida, como si sus capacidades fuesen ilimitadas.

El pensamiento ecofeminista viene formulando aproximaciones innovadoras y radicales sobre el papel que nos toca: ni es cierto que el planeta esté al servicio del hombre (en ese aplastante masculino genérico), ni que la racionalidad nos otorgue el privilegio de asolar todo a nuestro paso. Tan potente greenspeak puede inspirarnos para salir de la miseria ética y de la ineficacia política actuales. No basta con entonar Altri no, porque vendrá otra empresa megalómana con su capacidad de destrucción. Tenemos que construir una ecopolítica valiente contra la crisis que padecemos, aquí y en el mundo entero, entrelazando las luchas de una multitud híbrida, un sujeto biopolítico amplio y capaz, por tanto, de tener muchos ojos diferentes.

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