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¿Son buenos tiempos para la emancipación humana? La respuesta es de todo menos halagüeña. Tampoco lo es para quienes hacen de ella su praxis política, ni en España ni fuera. Sus prioridades parecen más irrelevantes, y las conversaciones son otras. Quizá por la mezcla de intereses (y su incapacidad para articular otros), sus propuestas devienen quimeras. No es que no haya alternativa; directamente, no se puede imaginar.
En lugar de nuestras demandas y anhelos, se colocan las de nuestros adversarios. No sorprende a nadie que la amnistía sea una de esas cuestiones. Ha sido una decisión circunstancial y dura, y dista de ser nuestra mayor preocupación. Probablemente, en otro contexto sería algo nítidamente prescindible. Es un palo que azuza una oposición que considera ilegítimo todo gobierno que no configure.
Para otros, es oxígeno político tras un proceso de construcción nacional fallido e insincero y el desgaste de la corrupción. En un prisma ultranacionalista y en otro de disputa por la hegemonía política del independentismo, ¿qué hacer? Desmerecer nuestras conquistas, aguantar el acoso, o la resignación ante una decisión poco rentable. No solo es otra contradicción que cabalgar; es tomar partido en lo que nos va ni nos viene. Con todo, habrá que hacerlo con la mayor dignidad posible.
Un debate desfavorable para nosotros, pero muy fértil para ideas como la de la izquierda centralista. Con esas cartas, estaba predestinada a existir, aun por conveniencia interesada de otros. Con una idea tan penetrante, es difícil no ver España como un fin y no como medio. Da igual que el metabolismo social desbocado cree metástasis humanas y climáticas. Si lo que importa es que España se rompe, hay que afanarse en echarle Super Glue a la Mater Dolorosa.
Al apostar por cuestiones culturales, sobre todo en clave conservadora, la izquierda centralista fracasa. Se aferra a un obrerismo trasnochado que hace las delicias de la extrema derecha
Y, con todo, algunos de sus argumentos son atractivos. Y ello, porque de una u otra forma, compartimos diagnóstico, e incluso propósitos. Por ejemplo, el centralismo izquierdista es, por ahora, estatalista. Aunque no desea superar el Estado, sabe bien que ha de ser un instrumento emancipador de la clase trabajadora. Por ello, condena su uso como pagador de dádivas y guardián de las ganancias del capital. En su lugar, apuesta decididamente por su papel proactivo en el reparto de las cargas públicas. Ve la redistribución como consustancial al Estado, garante de una sociedad autónoma y saludable. Y, por ello, aun sobre el papel, desea superar sin ambages su instrumentación por el poder económico, típica del neoliberalismo.
Pero no bastan argumentos. Emancipar significa ponerse manos a la obra en todos los frentes.El centralismo izquierdista no nos es suficientemente útil para ello. Veamos por qué.Comencemos hablando de su estrategia y táctica. No cabe duda de que están viciadas, y sus marcos no son propios. Al contrario, tienen mucho más en común con los de la reacción. En su visión nacional, beben más del deber ser que de la realidad.
España es un país compuesto por nacionalidades y regiones. Ignorarlo no lo cambiará. De hecho, el propósito homogeneizador en clave nacional debería sernos ajeno. Nuestro propósito es conseguir fines similares en lo económico y social. El patriotismo constitucional, una parodia del pensamiento habermasiano con características aznaristas, es una mercancía averiada que rechazar. Pese a sus sonrojantes traspiés con el genocidio palestino, al menos Habermas sabía poner al totalitarismo fascista en su lugar. Libertad e igualdad no son uniformidad. Comprar rebajado el marco derechista no es aceptable por mucha indignación que cree la amnistía.
Sigamos hablando de la eficacia y viabilidad de las herramientas prácticas. No podemos escatimar esfuerzos para controlar los resquicios del sistema territorial explotados por las clases dominantes. Tampoco podemos tolerar que intenten comprar su cuota de poder, incluso con aspiraciones de construcción nacional. Es una pantomima para las clases trabajadoras de todos los rincones del país. El maximalismo centralista merma nuestra eficacia, vital en el debate sobre financiación autonómica.
Soñar es gratis, pero trabajar no. Y la izquierda tiene, aunque sea difícil, una posición privilegiada de mediadora de demandas. Esto aplica tanto a su propio espacio, con mucho peso nacionalista y regionalista, como fuera de él. Supone controlar la distribución de fondos para servicios públicos, un componente fundamental del sistema de financiación. Así consigue equipararlos y sustraerlos de su sometimiento al lucro privado. También afecta a si los fondos europeos son una herramienta para el capital financiero o si pueden tener propósitos productivos. Cuanto más terreno ganen las quimeras centralistas, menos podremos cambiar nosotros.
Y, por si fuera poco, tampoco hay donde rascar en organización política. Nada puede cambiarse sin el sustento y confianza de aquellos a quienes servimos. La emancipación de la clase trabajadora también es la efectividad de las libertades civiles en un entorno climáticamente saludable. La sociedad es compleja y esas tareas se atragantan. Pese a las dificultades de nuestro ámbito político, idealmente debemos ser una casa grande para todas sus aspiraciones y demandas.
Al apostar por cuestiones culturales, sobre todo en clave conservadora, la izquierda centralista fracasa en ese objetivo. Se aferra a un obrerismo trasnochado que hace las delicias de la extrema derecha. Idealiza regímenes autoritarios sin analizar su estructura económica. Aun diciéndose defensora de la Ilustración, martillea consignas tránsfobas e idealiza los tiempos pasados y la tradición. Sapere aude, a no ser que seas un «woke» de esos. Con una militancia cultural afín al fuego amigo, se consigue ahondar en una brecha social inútil para nuestros propósitos. (Y, además, con un coste social altísimo, se podría lograr una ganancia política escasa, como apunta Javier Muñoz en un hilo de la red social Twitter).
No podemos claudicar porque se nos impongan agendas extrañas. Tenemos, pese a todo, que mantener nuestra autonomía. Apostar por la izquierda centralista es hacernos esclavos de la reacción. Nos impide alejar el uso de los recursos públicos por las clases dominantes. Cambia la fraternidad nacional, regional y obrera por imposición. No ensancha la conquista de la dignidad y plenitud humanas a cada vez más personas. Agradecemos su oferta de tutela odiosa, pero la rechazamos. Pese a todo, persiste la aspiración y el trabajo por una democracia socialista, ilustrada y plural.
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