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Opinión
Cinco razones por las que la ILP por la regularización es clave en la lucha por los derechos humanos

El movimiento por la regularización de todas las personas migrantes sacará hoy sus mesas a la calle para una maratón de firmas con la que pretende dar un último empujón a una iniciativa vital no solo para el medio millón de personas en situación irregular.
Sarah Babiker
10 dic 2022 08:37

Estas últimas semanas, hay una atmósfera de cuenta atrás en la lucha por la regularización de las personas migrantes. Tiene que ver con el poco tiempo que queda para poder registrar la iniciativa legislativa popular, por la que el movimiento lleva un año peleando, en el Congreso de los Diputados. En plena recta final, durante esta jornada internacional dedicada a los derechos humanos, cientos de activistas saldrán una vez más a la calle para sembrar ciudades y pueblos de mesas donde recabar las últimas firmas para empujar el proceso hasta el parlamento y de ahí, de la mano de fuerzas políticas aliadas, la ILP pueda prosperar hasta ser ley.  Un horizonte que no parece del todo fácil en estos momentos de fin de ciclo electoral y de agitación constante.

Sin embargo, aunque todo camino tiene sus hitos, más allá del éxito o no de este titánico esfuerzo colectivo ante un escenario que, por cuestiones coyunturales o de estrategias partidistas, le desborda, hoy es una buena ocasión para celebrar el que viene siendo unos de los movimientos más relevantes y potentes en pro de los derechos, en las últimas décadas. Hace unos días, pudimos en El Salto conversar con cinco de sus activistas sobre este proceso y sus aspiraciones. Como reverberancia de aquel balance colectivo, pero también como retrospectiva de casi tres años de observación y escucha atenta, siguen aquí cinco razones por las que el movimiento por la regularización supone una escuela de lucha por los derechos humanos, pero también una práctica cotidiana de la sociedad a la que deberíamos aspirar.

1. La vida en el centro

Si hay un movimiento que lleva desde la primavera del 2020 poniendo la vida en el centro, no como abstracción o máxima benevolente, si no las vidas concretas y tangibles de todas, es el que insiste en que ningún ser humano es ilegal, y trata de traducir ese principio ético en una realidad administrativa. Se trata de poner la vida en el centro, sí, la vida en su materialidad. Las vidas de quienes quedan desterrados de la calma por muros hechos de citas de extranjería imposibles, fuerzas de seguridad sin escrúpulos o frías e inteligentes tecnologías. Las existencias de tantas personas que acompañan la vejez en sus años más duros, o se cuartean las manos recogiendo el alimento en los campos, ese alimento fundamental para dar vida.

El movimiento por la regularización de las personas aboga por desalojar a los de siempre de las periferias escarbadas en el centro: los mercados de mano de obra barata que funcionan en las rotondas y los arcenes de la falta de derechos

El movimiento por la regularización de las personas aboga por desalojar a los de siempre de las periferias escarbadas en el centro: los mercados de mano de obra barata que funcionan en las rotondas y los arcenes de la falta de derechos. Proteger definitivamente y sin peros a quienes el miedo a una factura impagable o una mirada de odio mantiene alejados de los centros de salud. Garantizar la seguridad de aquellas personas que saben que un paso en falso por una ciudad que se presume amable y divertida podría conducirles de bruces a un CIE, ser despojados de todo por lo que lucharon, perder el control sobre el mañana.

Así de bestialmente ponen la vida en el centro esas personas con las que te topas, con un pliego bajo el brazo, explicándote por qué es fundamental que rubriques lo que debería ser evidente. Que los derechos humanos solo lo son, cuando lo son para todas y todos. 

2. Un sujeto político que refleja la realidad social

A las afueras de las guerras culturales, a salvo de la inflación de antagonismos viscerales, existe este sujeto político implementado en todo el territorio, compuesto por gente que nació en muchos lugares distintos, también en distintas provincias del estado. Gente joven, pero no solo. Estudiantes y obreros, artistas e investigadoras, periodistas y trabajadoras domésticas, jornaleros y abogadas. Una red transversal y diversa que se articula en torno a una lucha común y que supone un reflejo más certero de la realidad que habitamos en este momento que las narrativas monocromas y homogéneas que sintonizamos muchas veces en los medios, que ocupan los espacios de visibilidad. El movimiento antirracista y sus alianzas espeja en cierto modo lo que ya vemos en las calles, y en los barrios, en los coles, y en los centros de trabajo, una sociedad que no es blanca, que no tiene un único acento, y que atesora trayectorias, tradiciones políticas, legados culturales de una diversidad nutritiva.

3. Apuntar al racismo estructural

En un país en el que se ha intentado clásicamente abordar el racismo desde el marco de la tolerancia y de una ingenuidad bienintencionada que ciega estructuras, relaciones de poder, y convierte las actitudes racistas en conductas individuales reprobables, el movimiento por la regularización y su magma antirracista ilumina el carácter estructural del racismo, la manera en el que alimenta prácticas y pensamientos, pero también leyes racistas como la ley de extranjería. Poder llamar a las cosas por su nombre, señalar en cada discurso las costuras que unen y perpetúan un específico régimen racial permite deconstruir el mismo discurso sobre los derechos humanos, permite redimensionar estos derechos y entender mejor las causas sistémicas de la exclusión de las personas racializadas. Esta consciencia le da a la sociedad la oportunidad de mirar de frente los resortes que la condenan a la desigualdad. Pues una vez que se acepta la subalternización o exclusión de un grupo humano, se asientan los mecanismos necesarios para legitimar todas las opresiones.

4. Articulación, pedagogías, constancia

Cuando en algunos movimientos y espacios políticos todo parece división y cisma, la lucha por la regularización muestra cómo es posible unirse en torno a un claro y justo objetivo político común. Los movimientos que no pierden de vista ese horizonte común como motor y motivación compartida son más fuertes, menos vulnerables a desequilibrios internos, menos dependientes de liderazgos, y menos asequibles a los bandazos generados por disensos internos y narrativas externas.

Por otro lado, quienes llevan ya casi tres años luchando por la regularización, han sabido adaptar estrategias, discursos y alianzas para responder al imperativo urgente y pragmático de llegar a más gente para conseguir no solo sus firmas, si no su abrazo a una causa indiscutiblemente justa. Han llegado a espacios incómodos, se han expuesto al racismo social e institucional en las calles, porque han entendido que la transformación se conquista fuera de las zonas en las que todas pensamos parecido, que los cambios reales pasan por interpelar más allá de nuestros espacios de confort ideológico. 

En el movimiento por la regularización han entendido que la transformación se conquista fuera de las zonas en las que todas pensamos parecido, que los cambios reales pasan por interpelar más allá de nuestros espacios de confort ideológico 

Desde Regularización Ya han olido que la política no se trata de tener razón, de convencer a los convencidos, de exhibir superioridad moral, de enzarzarse en debates en las redes, o volver intransitables los que antes de ayer eran caminos comunes. Se acercan a conciertos, a los barrios, a las escuelas, al entorno inmediato, y desde allí transmiten su mensaje con la necesidad pedagógica de convencer al público de que lo que están haciendo es fundamental y necesario. Que los derechos humanos no se discuten. Sobre esta premisa han sabido volcarse hacia afuera en lugar de enredarse hacia dentro.

Y por último hay algo en lo que el movimiento ha sido muy potente: no ceder ante el fracaso que supone no ser escuchados. Seguir después de las negativas —como la que enfrentó la PNL de 2020— y los obstáculos. Mantener la esperanza a pesar de todo y perseverar, perseverar fuerte, pero también replegarse a veces para poder pensar y volver con más fuerza. 

5. La sociedad que podríamos ser

El movimiento por la regularización de todas las personas migrantes nos muestra cómo puede ser una sociedad que se toma los derechos más básicos en serio, que no permite zonas de apartheid que carcomen la dignidad colectiva, que nos hacen peores al normalizar el miedo de nuestros vecinos y vecinas a la expulsión, que asientan zonas de exclusión de los derechos laborales, de la sanidad, de la protección social, zonas de exclusión que contagian de precariedad los derechos de toda la ciudadanía. Pues cuando se acepta colectivamente que hay gente que no se merece lo más básico, cuando se violenta el principio intrínseco de la dignidad humana y permitimos avanzar sin oponer resistencias al virus racista y neoliberal que permite la deshumanización de las y los otros, nos condenamos a un mundo huérfano de un mañana que merezca la pena ser vivido.

Imagínate la belleza, la alegría de salir a la calle y saber que todas las personas con las que te cruzas, tienen los mismos derechos que tú. Que la comunidad, la sociedad en la que vives se ha depurado un poco de ese racismo que le lastra, ha apostado por la justicia social, por saldar una deuda indigna. No está escrito que debamos ser una sociedad de mierda que deja abandonado a medio millón de sus vecinas y vecinos. No es inevitable seguir por este camino. Firma, lucha, exige en las calles, ante las instituciones que se dicen democráticas, que seamos, finalmente, una sociedad mejor.

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