Opinión
Abolir la familia para democratizar los cuidados

Los cuidados han entrado definitivamente en la arena política, con marcos normativos a diferentes niveles que buscan apuntalar el derecho al cuidado que no se cuestionan qué estructuras de opresión siguen operando.
17 oct 2025 06:00

Los cuidados han entrado definitivamente en la arena política. En la última década han proliferado marcos normativos a diferentes niveles que buscan apuntalar el derecho al cuidado, desde directrices europeas y convenciones de organismos internacionales hasta planes y estrategias estatales, municipales o forales.

Mayoritariamente estos reconocen el papel que han tenido los feminismos en politizar lo que antes era socialmente entendido como una cuestión privada, a partir de denunciar la feminización y precarización del cuidado. Sin embargo, el amplio consenso político que existe hoy en torno a la necesidad de garantizar el derecho al cuidado hace dudar, como mínimo, de que se estén asumiendo las propuestas feministas y la transformación radical que estas necesariamente conllevan.

El debate sobre los cuidados se está moviendo en un lugar tan ambiguo que bien podría acabar propiciando un modelo con tintes conservadores y neoliberales

El debate se está moviendo hoy en un lugar tan ambiguo que bien podría acabar propiciando un modelo con tintes conservadores y neoliberales, es decir, que fortalezca el papel de la familia y ensanche el nicho de mercado de los cuidados. Que avance en el derecho al cuidado de la población, quizás, pero lo haga de nuevo a costa de las cuidadoras. 

Las propuestas feministas para con los cuidados han venido sobre todo desde dos perspectivas diferentes, no excluyentes, aunque con alguna tensión entre sí. La perspectiva materialista ha sido y es fundamental para visibilizar la explotación del trabajo de las mujeres en los hogares en el seno de la matriz heteropatriarcal, así como para denunciar desde una mirada decolonial el extractivismo de recursos de cuidado que se produce desde el norte global y también la precarización de las condiciones laborales del sector. Desde esta senda se refunda hoy la idea de abolir la familia, resurgida de las propuestas de Kolontai, pasando por Federici y Dalla Costa, Fraser, y alimentada las últimas décadas por el marxismo queer y sus comunidades de cuidados. No se trata solo (y también) de repensar las formas de convivencia, reproducción y deseo; desde una mirada netamente materialista la abolición de la familia es una invitación a desprivatizar el cuidado. 

Mucho menos amenazante ha sonado la propuesta de la ética del cuidado, desde la filosofía política feminista, y por ello probablemente ha calado mucho más. Tronto es seguramente la referencia feminista más presente hoy en el desarrollo de dichos marcos normativos, que tratan de alguna manera de elevar las relaciones personales de cuidado a los sistemas políticos. Encontramos, como mínimo en prefacios y preámbulos, la idea de cuidado como actividad fundamental de la vida que debe situarse en el centro social y político como un deber de ciudadanía. Pero aunque su postura no sea abolicionista de la familia, la construcción de recursos sociales y comunitarios hacia los que redistribuir los cuidados también es central para lograr las democracias de cuidados proyectadas por Tronto; así como también lo es revocar la “irresponsabilidad privilegiada” de ciertos sujetos masculinos, blancos y con recursos económicos que no asumen el deber de cuidar. 

Para sorpresa de nadie, las estrategias que se plantean no se cuestiona qué está pasando en esos hogares, qué relaciones de poder y estructuras de opresión siguen operando, ni tampoco las profundas desigualdades que existen entre ellos

Y bueno, ¿qué hay de todo esto en los actuales planes y estrategias de cuidados? Pues algo de ética del cuidado, pero nada de abolir la familia. Los marcos generales giran hoy en torno a la desinstitucionalización, un cambio de paradigma que piensa por fin en las personas mayores y dependientes como sujetos de pleno derecho para decidir cómo vivir y ser cuidadas. La idea es alargar la vida en el entorno cercano (el hogar), dejando las instituciones como última opción, que a su tiempo deben transformar también sus modelos de atención. Pero, para sorpresa de nadie, no se cuestiona qué está pasando en esos hogares, qué relaciones de poder y estructuras de opresión siguen operando, ni tampoco las profundas desigualdades que existen entre ellos. Se refuerzan (aunque sin presupuesto) los servicios de apoyo en el domicilio y se facilita su acceso, pero estos continúan siendo del todo insuficientes para que la familia deje de ser la protagonista en la provisión y la gestión. Eso sin olvidar que en muchas ocasiones estos servicios los gestionan empresas privadas desde criterios mercantiles, estandarizando procesos y precarizando a las trabajadoras.

Además, en casos particulares como las infancias (y adulteces también) con discapacidad los recursos distan aún mucho más de las necesidades reales, perpetuando que las madres abandonen la mayor parte de ámbitos de la vida para dedicarse al cuidado. Es cierto que se reconoce cada vez más el trabajo asumido gratuitamente en las familias, pero bajo el biensonante eslogan de “cuidar a las cuidadoras” se les ofrece demasiado poco: un descanso puntual o un grupo de apoyo que aligeren su malestar, pero apenas alternativas reales al cuidado que brindan. 

La familia continúa siendo la piedra angular de los cuidados y las nuevas estrategias no lo cuestionan, es más, de forma encubierta pueden acabar reforzándola. Generar una sociedad cuidadora solo puede venir de generar alternativas reales a la familia, como prestadora de trabajo de cuidados, pero también como lugar de relaciones significativas. Para ello son necesarios unos servicios públicos suficientes, accesibles en todos los sentidos, personalizados y con unas condiciones laborales dignas. Pero también unas relaciones de cuidado comprometidas que surjan del campo comunitario en todas sus formas: de las redes de amigues, las vecindades organizadas, los grupos estructurados desde la autogestión o los servicios y recursos públicos con mirada comunitaria. Para transformar el modelo de cuidados, además de infraestructura y presupuesto, es necesario un cambio profundo en las formas de vincularnos y relacionarnos para que la familia deje de ser el espacio prioritario, y en muchos casos exclusivo, de los cuidados. 

Lo comunitario es central para transformar el modelo, sin embargo, su significado se está vaciando cuando se utiliza la expresión “cuidado en la comunidad” como sinónimo de “cuidado en el hogar con apoyos”

Lo comunitario es central para transformar el modelo, sin embargo, su significado se está vaciando cuando se utiliza la expresión “cuidado en la comunidad” como sinónimo de “cuidado en el hogar con apoyos”. Aunque esta sea la opción deseada por muchas personas no garantiza en ningún caso unas relaciones de cuidado más allá de la familia y las instituciones. Ahora mismo, el impulso de redes de cuidado comunitarias que puedan desplazar la familia del centro gravitatorio depende de la voluntad de cada territorio y contexto local y es, por tanto, muy dispar. 

Por ello, las políticas de cuidados que se están desarrollando hoy pueden dar lugar a escenarios muy distintos: desde la continuidad de un modelo familista donde los hogares gestionan apoyos diversos, con creciente participación del sector privado el acceso al cual depende de los recursos económicos propios; hasta otro en que se asuma como una responsabilidad social colectiva gestionada desde lo público y lo comunitario, con protagonismo de las personas cuidadas y sus redes significativas. Lo que no es posible es revertir el actual modelo familista de cuidados sin cuestionar la institución familiar. Cualquier otra opción seguirá reproduciendo sus bases patriarcales, además de dejar el derecho al cuidado al azar del privilegio.

Sobre este artículo...
Este artículo fue publicado originalmente en La Directa con el título Abolir la família per democratitzar les cures y ha sido traducido para El Salto por su autora.
Teatro
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El 26 de septiembre se estrenó en el Teatro del Barrio la obra ‘Se fue el país y quedamos nosotras’, un relato coral en la que 13 trabajadoras del hogar y los cuidados ponen sobre escena retazos de sus historias con sus dolores y resistencias.

Los artículos de opinión no reflejan necesariamente la visión del medio.

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