

Yo también he visto el video de un niño gazatí con un colgajo de carne sanguinolenta y flácida en lugar del brazo, y he decidido, sesenta mil muertos después, que yo también, gramscianamente, odio a los indiferentes.
Odio a los indiferentes porque, como dice Gramsci, son “el peso muerto de la historia [y] la materia bruta que estrangula la inteligencia”.
Odio a los indiferentes porque, como Pierre Menard, creen que la verdad histórica no es lo que sucedió, sino lo que juzgan que sucedió. Odio a los indiferentes porque imaginan el fin del mundo y no el fin del capitalismo. Porque son víctimas de propaganda, porque gritan a un disenso ma non troppo y porque es el lenguaje quien los habla. Odio a los indiferentes porque no molestan, y porque se dejan escribir la Historia encima. Odio a los indiferentes porque siguen twitteando, porque son los periodistas de sí mismos y porque hablan de cosas vintage, retro, cool, outfit, highlights, plan, haters, twerking, people pleaser y de normalización lingüística. Porque en sus vagidos se desdiscursan en “filosofías de boliche” y charlas de ascensor, y dicen cosas como es lo que hay, para lo que queda en el convento, no me da la vida, pa qué, da igual, de toda la vida, bueno bonito barato, qué marca es, calladita estás más guapa, es que yo no puedo estar sin trabajar, final feliz, si no lo has probado cómo sabes, me lo merezco, normal, el negro siempre sienta bien con todo y el blanco siempre sienta bien a un negro.
Odio a los indiferentes porque confunden entretenimiento con cultura y genocidio con política, y no son capaces de entender que un genocidio nunca es política, sino el fracaso de la política. Odio a los indiferentes porque dicen que la cultura no tiene nada que ver con la política, porque insisten en no querer hablar de política y no entienden que no hablar de política ya es un acto político, total nada va a cambiar nunca. Odio a los indiferentes porque son los que la lucha de clases es cosa de rojos del pasado y que para que me roben prefiero que me roben los míos. Odio a los indiferentes porque boicotear o manifestarse no sirve para nada, porque hay que construir más, porque las energías renovables nunca van a ser suficientes, porque les gusta hacer brum brum con la motito y que con la bici sudo mucho y hace frío y está todo muy lejos. Porque creen que MotoGP y Fórmula 1 son deportes. Porque es que hoy ya no se puede decir nada y porque si ensucian es para dar trabajo a los de la limpieza y que pa qué si total luego lo mezclan todo en el mismo contenedor. Odio a los indiferentes porque confunden política con poder, porque compran joyas, porque tiran petardos, porque compran mascotas, comen carne, beben leche y esnifan farlopa. Porque son maestros infectos de homologación. Porque indigestan a sus hijes mientras desnutren a otres. Porque no son lo que tienen, sino lo que piensan que aparentan. Porque defienden lo indefendible, y creen que basta con ser antifa para no ser indiferente. Porque silban por la calle, porque están despreocupados, porque están happy –dicen–, y porque compran perfumes de Hugo Boss y da igual que Hugo Boss haya diseñado los uniformes de las SS. Odio a los indiferentes porque son la muerte en este jardín, porque confunden riqueza con dinero, identidad con followers, literatura con lectura y cine con series.
Odio a los indiferentes porque son nihilistas parasitarios, hedonistas depresivos, fascistas democráticos y “zurdos” desencantados. Odio a los indiferentes porque son la piel muerta de la humanidad y el pus supremacista del consumo ergo sum cotidiano. Porque son los primeros y los últimos culpables de “lo que hay” y porque son las rebajas de sí mismos en este mercado negro de la desesperación. Porque abdican a lo que tienen. Porque creen que el egoísmo es un derecho, la tauromaquia cultura y el activismo cosa de radicales. Odio a los indiferentes porque son los migueletes del poder, el Ángelus de ideales masticados, profetas de naderías, y la plusvalía de las derechas. Odio a los indiferentes porque confunden progreso con desarrollo, “derechos humanos con recursos humanos” y antisemitismo con antisionismo.
Odio a los indiferentes porque escuchan música en Spotify mientras su CEO invierte el dinero de sus planes premium en drones de guerra. Odio a los indiferentes porque consumen Barilla sin saber que el 15% de lo que pagan se destina a una familia de herencia nazi que posee una holding suiza que financia la empresa Pilatus que fabrica aviones de guerra para entrenamiento militar y jets privados. Odio a los indiferentes porque compran Made in China a pesar de que en China no haya sindicatos y que en las tiendas de barrio no está todo y todo está más caro. Porque compran en Shein o Temu sin entender que lo que están malcomprando son los derechos humanos de otros desgraciados lejanos. Odio a los indiferentes porque consumen fast-fashion, fast-food, fast-journalism, y trasnochan en las aceras de Apple Stores y Black Fridays. Y odio a los indiferentes porque son ellos los verdugos despiadados e ignorantes que financian todas nuestras miserias humanitarias comprando en Amazon, Ikea, Glovo, Airbnb, Booking, Mercadona, Google, Inditex, Carrefour, Starbucks, Aliexpress, IBM, HP, Microsoft y un mortífero y exasperante etcétera desde sus cuentas pro-bélicas en Santander, BBVA, Sabadell, La Caixa, BNP Paribas, Barclays, Ibercaja y otro mortífero y exasperante etcétera.
Es a todos estos indiferentes que quiero decir que los odio. Siempre gramscianamente, claro, pero los odio. Porque son los que más invierten en expolio y muerte, porque son el brazo armado de la normalidad, porque se creen buena gente, y sobre todo porque se creen inocentes. Y no, no son inocentes. Porque aún no han sido capaces de entender que cada uno de sus clicks es un gatillo que dispara. Porque aún no han sido capaces de entender que habitan la misma humanidad que están intentando aniquilar. Y porque aún no han sido capaces de entender que participan de una sociedad en la que cada gesto cuenta, pero cada no-gesto cuenta mucho más.
Es a todos estos indiferentes a quien quiero pedir cuentas de todo lo que han hecho y, sobre todo, de todo lo que no han hecho, de todo lo que supieron y no hicieron, de todas las vidas que pudieron salvar y no salvaron.
Es a todos estos indiferentes a quien quiero decir que la Historia no los perdonará. Nadie los perdonará. Ni ellos mismos podrán perdonarse nunca. Y el niño gazatí con un colgajo de carne sanguinolenta y flácida en lugar del brazo, mucho menos. Porque si hay algo que realmente no podrán comprar con su click de necroconsumo desbocado será nuestro perdón.
Odio a los indiferentes por todo esto. Y porque son todos y cada uno de ellos los únicos responsables que hacen de esta humanidad un barco a la deriva “con más náufragos que navegantes”.
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