Víctor Vicente Palacios
24 nov 2025 08:45

Voy en bici dirección al centro de Granada. Hace ya tres meses que me compré una bici longtail para moverme por la ciudad y los alrededores. Estoy a cinco minutos de mi destino. De repente, una mujer mayor se dispone a cruzar un paso de cebra. La veo y paro. En poco menos que un par de segundos, me veo tumbado en el suelo rodeado de personas a las que no llego a verles la cara preguntándome si estoy bien, si puedo levantarme. No me ubico claramente, la cabeza me da vueltas. El conductor que me ha atropellado intenta levantarme y mis piernas vagamente reaccionan. Estoy en shock. Una mujer se acerca a mí y me dice que me guarda la bici, que no me preocupe por ella. Otra me acerca mi documentación y mi teléfono móvil para copiar el número de la mujer que guardará mi bici. Noto un dolor punzante en la zona dorsal.

El conductor que me ha atropellado llama al 061. Después de un buen rato escucho la conversación. Las ambulancias están saturadas, no pueden atenderme, tendrá que desplazarme al centro de salud más cercano el mismo conductor que me ha atropellado. Entre dos personas me incorporan y me sientan en el asiento del copiloto. Mi cuerpo pesa, mi cabeza no arranca, no sé muy bien cómo actuar, me dejo llevar.

En el centro de salud me toman la tensión, temperatura, glucosa y saturación. Todo bien. Nos indican que no pueden hacer más, me han de llevar al hospital. El conductor se ofrece a llevarme pero no a quedarse conmigo. Llamo a un amigo. Deja todo lo que estaba haciendo y se dirige a urgencias del hospital. Llegamos al hospital, ha pasado una hora desde que me atropellaron y para mí todo ha pasado muy rápido.

En el hospital me pasaré seis horas y media, de las cuales unos 15 minutos servirán para hacerme unas cuantas placas de rayos en costillas y zona lumbar. Otros 15 minutos servirán para que alguien de guardia en traumatología me examine, me recete analgésicos y me diga que no cargue peso en la próxima semana. El resto del tiempo lo paso en la sala de espera intentando tener conversaciones coherentes con mi amigo, cosa que me cuesta horrores. Mi cabeza sigue sin carburar.

Casi al final, antes de volverme a casa, le pregunto a la persona que me atendió si es razonable que al día siguiente trabaje. Le explico que la cabeza me da vueltas y me siento mareado. Me pregunta que qué tipo de trabajo desempeño. Le indico que teletrabajo y que me paso casi todo el día delante de una pantalla. Me dice que no hay impedimento para que asuma un día normal de trabajo. Vuelvo a casa, solo quiero echarme y descansar.

Al día siguiente intento seguir con mi rutina pero me es imposible. Me duele cabeza y espalda. Entro en reuniones y no soy capaz de concentrarme, estoy muy cansado. Por suerte mis superiores se dan cuenta y me piden que descanse. Así hago.

Las llamadas se suceden y comienzan también la culpabilización de la víctima. Algunos familiares y amigos me sermonean con frases como “las bicis las carga el diablo”, “en la bici el chasis eres tú”, “es muy peligroso lo que haces, no entiendo cómo no te das cuenta”, “menos mal que no llevabas a las niñas, no se te ocurrirá llevarlas más, ¿no?”. Intento argumentar inútilmente que el peligro es llevar una máquina que pesa toneladas (evitando la componente medioambiental), pero es inútil, las respuestas se repiten. “Si intentas ir en contra del sistema, el accidente es la consecuencia”, “¿qué pretendes?, ¿quitar el coche a todos sus usuarios?”. Intento, sin éxito, decirles que otro modelo es posible. París o Londres son el ejemplo. Yo mismo experimenté el coche-centrismo de París hace 10 años (viví en la capital francesa por un periodo de tres años) y el cambio desde entonces es abismal. Anne Hidalgo ha conseguido impulsar la ciudad de los 15 minutos con apoyo de su ideólogo, Carlos Moreno, y sus resultados se están viendo en la actualidad.

Llevo viviendo en Granada desde hace cuatro años pero planeo hacer larga vida aquí. Una de las cosas que más me impresionó al llegar fue la mala calidad de aire. Tanto me obsesioné que instalé un medidor de calidad de aire interno y otro externo para poder ventilar la casa en momentos idóneos o no salir con las niñas al parque si los valores estaban muy altos. Esta mala calidad de aire es consecuencia de fenómenos que cada vez se repiten más como las olas de calima provenientes del Sahara y la acumulación de vehículos de combustión interna que  se desplazan diariamente desde localidades colindantes al centro de Granada.

Es bastante curioso que Granada, siendo una de las capitales de provincia con más zonas peatonales, tenga este problema de calidad de aire. Sin embargo, la realidad es que los coches circulan con pocas restricciones por todo el alfoz. Y aunque esto es un problema reconocido, recientemente la implantación de Zona de Bajas Emisiones (ZBE) por parte de la alcaldía del PP ha suscitado muchas críticas y no precisamente por lo corta que se queda en cuanto a mejorar la calidad del aire de la ciudad.

Un colectivo de damnificados ha recogido una serie de puntos que dudan del efecto de los coches sobre la calidad del aire de Granada, declaran que circular en coche es un derecho constitucional y que la ZBE impide la circulación de personas mayores, el cuidado de dependientes o incluso el acceso a comercios de la ciudad. Todos estos argumentos son falsos.

Si bien es cierto, la ZBE se diseñó tarde, mal y es insuficiente para paliar los efectos contaminantes. Este mal diseño, permitió a negacionistas crear un contraargumento basado en falsedades e incorporar en este colectivo a espectros muy diferentes de la sociedad granadina. La realidad es que la calidad de aire en Granada no ha mejorado con la ZBE porque es insuficiente, no ataja el problema de raíz por miedo a las consecuencias electorales. Y sin embargo, puede que las acabe teniendo igualmente.

Otro de los aspectos que toca esta historia es la saturación sanitaria que vive Andalucía debido a la mala gestión del gobierno de Moreno Bonilla. Uno puede leer muchos artículos sobre ello, pero la realidad es que cuando lo vive de primera mano, se da cuenta del problema real que existe. Puede que al lector le haya parecido que el trato del servicio de traumatología fue muy poco empático, y puede que así sea. Sin embargo, la cantidad de personas que pasaron por aquella guardia era ingente. Un profesional sanitario merece respeto, y no solo por parte de la sociedad, si no por parte de los que gobiernan. Si les quitamos cada vez más medios, ¿cómo pretendemos que hagan milagros con cada vez menos?.

Es cierto que no me dieron la baja directamente después de haberles contado mis mareos o el dolor de cabeza. La respuesta fue acudir a mi centro de salud. Es lo lógico. La realidad es que cualquiera que haya intentado pedir cita en Andalucía habrá experimentado lo que es tener que esperar casi un mes para poder ver a tu médico de cabecera. ¿Cómo hemos permitido llegar a estos extremos?

Quería también comentar la gestión de accidentes con bicicletas. En una colisión entre bicicleta y automóvil, la bicicleta es considerada de igual modo como si de otro coche se tratara. Es fácil ver que esto no es así símplemente por diferencia de peso. Un ciclista con una conmoción tumbado en la carretera no es capaz ni de anotar la matrícula del infractor ni de buscar testigos que hayan presenciado el accidente. El miedo se apodera de ti y tu raciocinio se ve nublado.

Por otra parte, el infractor me repitió muchas veces que había derrapado debido a unas maderas en la calzada. Yo no puedo contrastar esta información aunque sí que llevaba espejo retrovisor, no vi al coche llegar. El choque me pilló totalmente de sorpresa. Ahora me queda la duda de si denunciar o no (tengo un año para decidirme). Por un lado, creo que es importante denunciar para reclamar más derechos para el ciclista. Por otro lado, el infractor fue correcto auxiliándome (la omisión de socorro es delito), llevándome al hospital y dándome todas las facilidades para la reparación de mi bicicleta.

Ya para cerrar, creo que es conveniente repensar un poco la adecuación del ciclista urbano en la infraestructura actual. Creo que no es nada loco afirmar que los carriles bici protegidos (a los cuales algunos de los colectivos ciclistas españoles consideran un malgasto) son necesarios para poder asegurar que cualquier persona pueda circular en bici sin miedo a una colisión como la que yo padecí. Por desgracia a día de hoy la realidad es que la bicicleta ha de convivir con el coche.

Por pura casualidad, el día después del accidente di con un artículo escrito hace 10 años en The Conversation que se titulaba: “Habrá más ciclistas urbanos cuando todos acepten su derecho a circular". En este artículo se cuestiona que los ciclistas hayan de acatar las señales de tráfico tal cómo lo hacen los coches con el objeto de salvaguardar su seguridad y lanza un mensaje de educación al conductor para saber cómo interactuar con el ciclista.

En fin, son muchos frentes que he abierto de un solo episodio. Quiero terminar dejando claro al lector que este artículo es muy subjetivo (no dejo de narrar lo que me ha sucedido en primera persona) y no pretende tener la solución a todo. Sólo he querido dar a conocer mi experiencia.

Este es un espacio para la libre expresión de las personas socias de El Salto. El Salto no comparte necesariamente las opiniones vertidas en esta sección.

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